Sometida como estaba la ciudad al combate entre el mal y el bien no dudaba en colocarse a la cabeza de este ultimo. Como habia sucedido con todas las demas, Salvador Blasi tambien compartia esta opinion.
Victor abandono la lectura de la entrevista antes de llegar al final. Sentia hastio. Penso en salir de casa para emprender una de sus cotidianas expediciones como observador pero un brusco rebrote del cansancio se lo impidio. Le causaba nauseas la sola idea de caminar por las calles para tomar, de nuevo, un bano de absurdo. El roce continuo del absurdo debilitaba mas que cualquier agotamiento fisico, por abrumador que este fuera. Ya no encontraba en el ninguna ficcion liberadora.
Se echo en la cama, decidido a no dejarla el resto del dia, y agradecio el calor humedo, casi solido, que amenazaba con embotarle el cerebro. Tendido boca arriba, en completa inmovilidad, el cansancio producia una sensacion agradable. En esta posicion se difuminaba el presente al tiempo en que iba ensanchandose la onda expansiva de los pensamientos. Como una bandada dispersa acudian hasta el ideas que revoloteaban en su interior antes de marcharse por caminos inconcretos. Una de ellas se poso al fin con la misma gratuidad con que las otras habian escapado. La reconocia aunque habia olvidado ya su procedencia. Su irrupcion era plastica: veia muchedumbres que acudian desde diversos angulos para reunirse en una gran explanada. Los grupos eran familiares. Mujeres, que caminaban tomando de la mano a sus hijos, hombres adultos, adolescentes, viejos, cubiertos todos con vestidos de colores chillones. Su andar era tan inexpresivo como sus rostros, en un alarde de uniformidad que acababa desdibujando las siluetas individuales. Mientras confluian en la explanada la escena se ampliaba dejando entrever, en los bordes, la presencia de magnificas piramides truncadas y, mas alla de estas, una vegetacion exuberante que circundaba el conjunto. Muchos de los recien llegados se encaramaban por las piramides, desparramandose ordenadamente por su superficie escalonada. El resto permanecia abajo, en la enorme plaza polvorienta, con la actitud de aguardar una senal. Finalmente ocupado todo el espacio, ceso la afluencia de multitudes. Entonces, ejecutando un movimiento simultaneo, todos los reunidos se sentaron en el suelo.
Acto seguido el sol tomo el mando de la vision. Un sol blanco, de tamano mayor al acostumbrado, ensenoreandose del centro del cielo en un mediodia permanente que transgredia el curso de las horas y negaba las noches. Asi continuo durante dias y semanas, decidido a continuar eternamente. Nadie hacia ademan de marcharse. Nadie ofrecia resistencia. El sol devoraba a sus victimas entre un silencio total. No hubo lamentos ante el incesante goteo de muertes. Los sacrificados morian disciplinadamente, sin objecion alguna al sacrificio. No se retiraban tampoco los cadaveres que yacian alrededor de los supervivientes. El sol se agrandaba cada vez mas, amenazando con cubrir el cielo entero, mientras su calor, como fuego lechoso, secaba la vida.
La idea, todavia visual, traslado a Victor a otros escenarios y, como en un carrusel, diviso un vertigo de sacrificios. Animales anfibios para los que no tenia nombre que iban a morir en pendientes arenosas, pajaros que se precipitaban contra la pared vertical de una montana, plantas que habiendo exudado toda su savia se marchitaban sin dilacion: escenarios de una naturaleza determinada a la muerte abandonandose a la laxitud de sus ceremonias terminales. En cualquiera de los casos el sol blanco presidia como un sacerdote impasible. El carrusel, de pronto, se detuvo. Aun durante un instante pudo ver, en rapido retazo, la explanada y sus piramides, coloreadas por la masa de cadaveres. Pero esta vision fue rapidamente sustituida por otra en la que aparecia con nitidez la ciudad, si bien, al principio, como si estuviera superpuesta al paisaje anterior. Bajo la lamina transparente se adivinaba la selva y, en su corazon, el holocausto voluntario. Luego, desaparecidas las sombras, la imagen se hacia completamente clara. La ciudad estaba disecada, en un intachable estado de conservacion pero sin indicio alguno de vida, y el sol blanco, que habia usurpado ya todo su cielo, la iluminaba con una extraordinaria intensidad.
El sol blanco sobre la ciudad blanca: los contornos se desvanecian y las imagenes se rompian en los arrecifes del pensamiento. El despliegue de la idea dejaba atras las visiones afianzandose en el suelo las palabras. A Victor, cegado, le hablaba una voz remota que en su vuelo parecia capturar otras voces. Alguien desde un lugar desconocido sabia, con rara precision, lo que a el le resultaba confuso. Esto le atraia de tal modo que concentraba toda su atencion. Empero, no le llegaba el contenido de su voz sino unicamente resonancias. Estuvo luchando por entender, sin que sus esfuerzos tuvieran recompensa, hasta que se vio obligado a renunciar sumiendose en la pasividad. Permanecio con la mente vacia durante un buen rato. Era una situacion apacible que deseaba que se prolongara. Pero fue interrumpido, de nuevo, por la voz. Esta vez era comprensible. Se referia a lo que habia observado, previamente, en las imagenes: la existencia, cuando percibia el cansancio de si misma, se lanzaba voluntariamente a la muerte. Esta vez la voz era demasiado comprensible. Hablaba de mundos que se entregaban a su ocaso. De hombres que, desde lo alto de piramides, aguardaban su extincion, de animales anfibios ahogandose lentamente, de pajaros que se destrozaban contra rocas. Y la ciudad, de creerla, pertenecia ya a estos mundos.
XII
Angela habia hecho grandes avances en su trabajo. Los margenes del cuadro, la parte mas deteriorada, estaban completamente restaurados y los colores de la tierra y del infierno, vivos unos, tenebrosos los otros, aparecian en su esplendor original. Faltaba ahora por reparar pequenos fragmentos de la pintura, los mas delicados sin embargo porque concernian a las figuras. Por fortuna, las principales, Orfeo y Euridice, se hallaban en buen estado. No asi las de algunos condenados o la de Cerbero, el perro guardian del infierno, que estaban amenazadas por minusculas redes de resquebrajaduras. Tambien la rueda de fuego de la que tiraban los prisioneros estaba afectada por una mancha de humedad. Angela calculaba que aun le serian necesarios tres o cuatro meses para ultimar su labor.
Una noche, despues de cenar, le conto a Victor que aquella tarde, contra sus habitos, habia hecho la siesta y que, en el transcurso de esta, habia tenido un sueno del que no sabia que pensar.
– Yo estaba en el estudio, creo que sola. De pronto levantaba los ojos y me daba cuenta de que el cuadro ya estaba totalmente restaurado. No estoy segura de que fuera con exactitud el mismo cuadro. Es posible que fuera todavia mas grande y de tonos mas brillantes. Si no estoy equivocada tambien habia mas gente, particularmente en la parte superior donde, en el real, no hay nadie. Yo me sentia aliviada y satisfecha por haberlo terminado y miraba una y otra vez para comprobar que todo estaba en su sitio.
Angela, sin apercibirse, describia con gestos lo que habia sucedido en el sueno, senalando puntos invisibles en el aire.
– Despues salia del estudio. En el exterior habia una luz extraordinaria, tanta que echaba de menos mis gafas de sol. Pero no las llevaba encima. Al principio me dolian los ojos y me los cubria con la mano. Luego me fui acostumbrando hasta que la luminosidad se me hizo mas agradable. Caminaba por una ciudad atiborrada de gente. Era una ciudad oriental, o esta era la impresion que me daba, con muchos vendedores callejeros que corrian de un lado a otro con sus mercancias. Todo el rato sonaba una musica de fondo. Una musica muy grave, como sacada de una tuba. Recuerdo que me decia a mi misma que aquello era un sonido de tuba, pero lo que inmediatamente veia era un hombre que soplaba una gran caracola de mar desde lo alto de una muralla.
– ?Habias estado antes en esa ciudad? -le interrumpio Victor.
– No. Te dire que incluso en el sueno me esforzaba por tratar de averiguarlo aunque ya entonces sabia que nunca la habia visto. Ademas hubo un cambio repentino. Cruce las puertas de la muralla y la ciudad dejo de importarme. La luz seguia siendo fuerte pero lo que tenia por delante ahora eran grandes extensiones de campos y bosques. Recuerdo trigales que brillaban muchisimo, como si estuvieran ardiendo. De modo especial recuerdo el sonido que hacian. A mi me parecio que un coro estaba cantando. Era una sensacion muy placentera. Dificil de explicartelo: sabia, por un lado, que era el sonido del viento al chocar con las espigas pero, por otro, era un coro de voces humanas. Para mi eran las dos cosas al mismo tiempo. Me sentia muy a gusto caminando entre los campos cuando ocurrio lo mas extrano.
Angela aplazo por unos instantes su relato con lo que, automaticamente, consiguio que Victor le apremiara a seguir. Como buena narradora de historias sabia colocar las pausas oportunas.
– Vamos, cuenta -insistio Victor que ya conocia, por experiencia, la habilidad de Angela para recrear, con sumo detalle, algunos de sus suenos.
– Es un poco confuso -explico Angela-. En el camino me tope con alguien que venia en direccion contraria. Creo que no me asuste en absoluto pues tenia una apariencia muy tranquilizadora. Era un hombre mayor