elegantemente vestido, aunque me acuerdo sobre todo del sombrero de fieltro con que se cubria la cabeza. No hablamos pero, a una indicacion suya, empece a seguirle. Sin saber como me encontre de nuevo en mi estudio. El hombre estaba examinando el cuadro y yo estaba sentada en la mecedora contemplandole a el. Pienso que estaba ansiosa por saber su juicio. Se volvio hacia mi haciendome un gesto para que me acercara. Entonces, horrorizada, veia que una delgada grieta habia partido el cuadro en dos.
Se concedio una nueva pausa. Su expresion reflejaba la misma ansiedad que describia.
– Me desperte varias veces y cada vez que me dormia de nuevo pasaba lo mismo, aunque todo era mucho mas rapido. Arreglaba la grieta, no se como. Luego salia del estudio, caminaba por la ciudad y los campos hasta que encontraba al hombre del sombrero de fieltro. Repetiamos la operacion, y cada vez, la grieta reaparecia. Cuando por fin me desperte del todo lo primero que hice, como puedes imaginarte, fue correr hacia el cuadro. Menos mal que todo me parecio en orden.
– No es nada raro que tengas suenos de este tipo despues de dedicar tantas horas al cuadro -le comento Victor, calmandola-. Se lo que te importa pero tal vez deberias tomarte un descanso.
Angela no quiso oir hablar del asunto. Alego que aquel trabajo era decisivo para ella y que, ademas, faltaba poco para el final. Inmediatamente volvio al sueno para anadir algo que antes habia omitido.
– El que hubiera una grieta me disgustaba mucho pero lo mas preocupante era ver donde se encontraba.
Victor guardo silencio preguntando solo con los ojos.
– Es lo que me quedo mas grabado de todo el sueno. Era una grieta horizontal, casi recta, que iba de un lado a otro del cuadro. Habia salido justo encima de la cabeza de Orfeo, de manera que daba la impresion de cortar su acceso a la superficie de la tierra. Era como si se hubieran ampliado los limites del infierno. Por culpa de la grieta la salvacion de Orfeo y Euridice se habia hecho imposible.
Era bastante obvio que Angela se consideraba implicada personalmente en toda la historia y que las vicisitudes del cuadro, aunque sonadas, eran ya, en buena medida, las suyas propias. Victor que, por mediacion de ella, habia asimismo rozado identificaciones similares, se hallaba mas a resguardo, aunque solo fuera por el hecho de que no convivia con la historia con la misma persistencia e intensidad con que lo hacia Angela. Por eso, a pesar de estar acostumbrado, desde hacia ya algun tiempo, a la cotidianeidad de Orfeo, contrapunto en el que ambos se apoyaban frente al mundo externo, no dejo de asombrarle la atencion exagerada, casi obsesiva, que prestaba a lo que habia sucedido durante su sueno. Angela vino a ratificarle en este asombro cuando despues de cenar le pidio que la acompanara hasta el estudio para confirmar, otra vez, que la pintura no habia sufrido ningun dano.
Aparte de los desperfectos conocidos Victor no hallo rastros de nuevos desperfectos ni, por supuesto, de una grieta tal como la descrita por Angela. Trato de imaginarse esa grieta. Era sencillo hacerlo. Incluso penso que, en adelante, le seria dificil observar el cuadro sin imaginar, al mismo tiempo, la grieta. Miro fijamente a Orfeo y, como siempre que lo hacia, sintio que este le traspasaba toda la responsabilidad. En consecuencia, la salvacion de Orfeo estaba en sus manos, deduccion que le parecia insensata aunque simetricamente vinculada a otra, mas razonable a sus ojos, que le mostraba su propia salvacion en las de Orfeo.
Entretanto la ciudad quedo inmersa de lleno en lo que por sus altas instancias fue denominado Campana de Purificacion. Fue este un nuevo paso hacia lo desconocido, si bien, como los que se habian emprendido anteriormente, con la apariencia de representar una replica adecuada al prolongado extravio. Se repetia asi la conducta que venia siendo habitual desde la declaracion de provisionalidad, sometida a contradictorias fluctuaciones pero nutriendose siempre de inesperados alimentos de redencion. La paulatina adhesion al estado de provisionalidad, que habia acabado por sancionarlo como el unico estado posible, hizo que la poblacion detestara con todas sus fuerzas los consejos dubitativos y, por contra, adoptara como propias las propuestas que irradiaban firmeza. Cada una de estas propuestas se tenia por eficaz mientras respondiera a la demanda de soluciones inmediatas sin que, por lo general, se considerara oportuno calibrar a traves de que medios estas llegarian. La furia para buscar el remedio hacia ociosa la reflexion sobre el procedimiento que conduciria a obtenerlo.
Abonada de tal modo la conciencia de la ciudad, los cambios acaecidos a finales de agosto, con la variacion del Consejo de Gobierno y la inclusion del polifacetico Ruben en la esfera del poder, sirvieron de acicate para estimulos que en gran modo ya habian despertado en la poblacion. Las acciones que desde aquel momento se emprendieron hubieran escandalizado, con toda probabilidad, solo un ano antes. Pero no asi entonces cuando era en la forja de lo excepcional donde se moldeaba el comportamiento de los hombres, conformandolo segun miedos insuperables y reacciones desmedidas. Nada de lo que ocurriera en esta forja era condenable con tal que el herrero trabajara en el hierro candente de la salvacion.
Por ello fueron aplaudidas sin reservas todas las decisiones coactivas del Consejo de Gobierno que procedio a intensificar, todavia mas, el control policiaco de las calles, con el argumento de que habia que poner cerco armado al mal. El diagnostico de crimen sustituyo naturalmente al de enfermedad, sin que esto suscitara reservas en una mayoria de ciudadanos que ya por su cuenta habia llegado a una conclusion similar. Todos atribuyeron, sin embargo, al consultor del Consejo, Ruben, la iniciativa de que aquel cerco se extendiera a facetas mas amplias de la vida comunitaria con el fin de purificar la ciudad. Fuera como fuese, la Campana de Purificacion, difundida como un instrumento imprescindible para el exito final, se aplico con el teson de un exorcizador que conjurara a un cuerpo poseido.
Antes que nada se reclamo a ese cuerpo que expulsara los organismos nocivos que lo corrompian. Ya no se aceptarian en adelante, segun se proclamo, actitudes tibias que minaran el animo de la poblacion. Todos los portadores del mal debian ser denunciados de inmediato. Dado que previamente la informacion sobre los exanimes habia estado rodeada de secreto, propiciando un permanente equivoco, se opto por hacer publicos todos los nuevos casos que fueran presentandose. El anonimato era definitivamente pernicioso. Para combatirlo dispusieronse regulares sesiones de informacion, celebradas en la inactiva sede del Senado, en las que cualquier ciudadano podia explicar publicamente los datos que poseia. El exito de estas reuniones delatoras fue tan contundente que muy pronto se penso en trasladarlas al recinto mucho mas amplio del Palacio de Deportes, tambien inactivo desde que se habian interrumpido, a principios de ano, las competiciones.
En los dias mas ajetreados las gradas del Palacio de Deportes estaban llenas de un publico impaciente por escuchar las denuncias. Normalmente los denunciantes eran vecinos o companeros de trabajo que exponian sus sospechas sobre determinados individuos cuyas conductas se tenian por anomalas. La comision de expertos, que habia sido remozada para este fin, ejercia de tribunal que deliberaba ante los espectadores y sopesaba los argumentos que podian convertir al sospechoso en convicto. Si este paso era aprobado se requeria, en plena sesion, a la policia para que procediera a la detencion del culpable. Las deliberaciones del tribunal eran seguidas con gran expectacion cruzandose, en ocasiones, apuestas sobre cual seria su dictamen. Mucho mas esperadas, sin embargo, eran aquellas intervenciones en que el delator era familiar directo del delatado. Se apreciaba con mayor enfasis en estos casos el servicio realizado, por cuanto se anteponia el bien comun a los vinculos intimos y, con pocas excepciones, se resolvia rapidamente la causa condenando al implicado. Los asistentes suponian que, de este modo, salian a flote las partes purulentas que infectaban el cuerpo.
Con todo, para que esta tarea de limpieza fuera lo eficaz que era deseable, parecio conveniente descartar a los indecisos, termino despectivo usado con profusion que senalaba a aquellos que se apartaban del punto de vista tenido por unanime. No eran pocos pero estaban desperdigados en sus solitarios enclaves de manera que sus opiniones, expresadas por lo comun en conversaciones privadas, apenas tenian relevancia en el sentir colectivo. El hecho mismo de que no fuera su certeza, sino sus dudas, lo que los agrupaba, los convertia en un blanco vulnerable frente a los que profesaban expeditivas convicciones sobre cual era el camino mejor. Los indecisos, sin camino que ofrecer, se veian obligados a aplazar, dia tras dia, su toma de posicion, refugiandose en debiles trincheras que, como ocurrio, podian ser asaltadas facilmente. Todos aquellos que vacilaban ante el rumbo que habia sido fijado fueron separados de sus tareas de responsabilidad. La lucha contra el mal exigia fe.
Y al incremento de la fe, precisamente, se dirigia toda la campana purificadora auspiciada por el Consejo de Gobierno. A este respecto prevalecieron los metodos que ya con anterioridad Ruben habia experimentado con notable fortuna. No era ningun secreto que este era partidario de mantener permanentemente tenso el espiritu de la poblacion mediante constantes demostraciones colectivas pues, a su juicio, el aislamiento de los ciudadanos, era, tal como se habia comprobado, perjudicial. Los nuevos estrategas, en consecuencia, procuraron excitar el sentido comunitario organizando actividades que mantuvieran incesantemente llenas las calles. Durante el dia se sucedian las reuniones publicas en los barrios mientras que para las marchas nocturnas los participantes, siempre