dificil, aunque no imposible, resultaria conciliar a los pacificos Ireneo Funes y Pierre Menard con toda esta serie de gangsters y compadritos, aunque siempre podrian coexistir dos planos de realidad: el de los sonadores, que como Funes y Menard solo recuerdan o escriben, y el de los heroes de la accion, que consiguen sobrepasar con el cuchillo su condicion de meras apariencias. Escribir una novela que utilizase como marco de referencia la obra del Gran Parodiador es una empresa ardua y tal vez imposible, mucho mas ardua que «tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara». Porque mientras el relato breve permite centrar la trama en una situacion y en dos o tres simbolos basicos, la novela obliga al desarrollo psicologico de los personajes y a un cambio gradual, historiado. Algunas novelas, como
Tan pronto me entere de su llegada a Sitges me desplace al hotel Calipolis y pregunte en la recepcion si me podian dar una habitacion cercana a la suya. Despues de mirar en una hoja grande, el recepcionista sonrio y me dijo que por una recientisima anulacion, la unica libre de todo el hotel era precisamente la habitacion contigua a la de el. Entendi aquello como un signo premonitorio que allanaba mi camino hacia el maestro. Subi en el ascensor al segundo piso y entre en la habitacion 235 con un paso lento pero firme. Todo en ella me parecio enormemente familiar, como en esos suenos en los que creemos reconocer algo que ya hemos vivido. Era una estancia amplia en la que predominaba el color blanco. La persiana estaba bajada, pero entre sus listones de madera, los rayos de la tarde se colaban dividiendo en lineas anaranjadas los muebles y la pared. Una mosca revoloteaba y se iluminaba de forma intermitente en los rectilineos haces de luz y polvo. Cuando me quede solo, cerre las puertas del balcon para evitar el ruido del paseo maritimo y pegue mi oido al tabique que nos separaba. Sobre el leve murmullo de los banistas y el mar, pude escuchar -en una lejania que contradecia mi proximidad fisica- la voz femenina de Maria Kodama. En algunos de sus silencios, otra voz mucho mas tenue y ronca me parecio la de un balbuceante monstruo de ultratumba. Tarde unos minutos en deducir (tal era su levedad y distorsion a traves de la pared) que aquellos graves timbres ininteligibles procedian del Gran Parodiador. Tan solo pude percibir su musicalidad, su cadencia argentina, tan solo pude adivinar alguna palabra que, descontextualizada, me parecio lejana a sus textos. Entonces, guiado por la irrepetibilidad del momento, senti ganas de acercarme mas, de franquear esa barrera que ahora nos distanciaba mas que nunca. Me sente en la cama de espaldas a la oscuridad del fondo. Un mueble demasiado grande para ser una mesilla de noche corria, paralelo a mi mirada, hacia la luz. Decidi llamar por telefono. Tras el enladrillado, los pasos de Maria Kodama llegaron hasta el auricular.
– Buenos dias, supongo que usted es Maria -dije, animado por una familiaridad del todo injustificable.
– Si, ?con quien hablo?
– Me llamo Antonio Lopez; soy profesor de la Universidad de Barcelona, especializado en la obra de su marido, y he pensado que tal vez podria aprovechar su estancia en Sitges para conocerle personalmente.
El haberme referido a el como «su marido» acentuo el caracter insolito de la situacion. La voz de Maria Kodama me llegaba ahora al telefono acompanada por su propio eco de la pared, como si dos personas distintas me estuvieran hablando a la vez. [17]
– Borges esta muy fatigado por el viaje y necesita descansar. Tal vez si usted hablara con el profesor Emir Rodriguez Monegal, que es la persona que organiza conmigo el programa en Espana, pudiera encontrarle un hueco.
Estuve tentado de decirle que yo me encontraba ya en el hotel (en el otro lado de la pared) y que ese hueco lo podriamos encontrar alli mismo, pero crei que podria resultar una presion algo intimidatoria y me despedi y colgue. Al cabo de unos minutos, los pasos de Maria Kodama se dirigieron hacia la pared donde yo volvi a poner mi oreja. Hubo un silencio. Parecia como si ella me estuviera ahora espiando a mi. Entonces escuche el ruido de las puertas de su balcon y yo abri y sali tambien al mio. Borges estaba alli, a mi izquierda, a menos de dos metros. Sus ojos, que parecian fijarse en algun punto de la gran franja azul del mar, se orientaron de repente hacia los mios.
– Que linda ciudad y que linda tarde -escuche sin que su mirada se mantuviera ya en la mia.
Atribui a la magia del momento y a los canutos que me habia fumado para la ocasion, el hecho de que el Gran Parodiador me estuviera hablando a mi. Sorprendido, permaneci unos instantes sin contestar. Tantas veces lo habia conocido en mis suenos, tantas veces habia imaginado una conversacion con el, que ahora sus palabras me parecieron del todo falaces. Por fin, me anime a decir algo.
– Gran Parodiador, soy yo, el Borges joven que conoce usted en sus cuentos; el azar ha hecho que nos volvamos a encontrar en un hotel lejano de Adrogue. [18]
Se produjo una pausa larguisima. Luego, su sonrisa fue un alivio para mi.
– Azar, palabra persa que significa dados.
Un soplo de viento marino hizo bailar algunos de sus finisimos y largos cabellos blancos. Siguio hablando.