– El hotel de Adrogue fue demolido ya hace muchos anos, solo quedan las palabras de un sueno. Borges y yo nos hemos reconciliado: su sonrisa refleja ya de algun modo la mia.

Aquella respuesta a mi frase era un guino que entraba en complicidad con los textos que yo habia leido tantas veces. Por un momento me senti depositario de ese guino que me convertia en un elegido. Como una musica lejana recorde las ultimas frases de El inmortal. Las relei de memoria, en voz alta.

– Cuando se acerca el fin, ya no quedan imagenes del recuerdo; solo quedan palabras.

Despues de otro inquietante silencio, una sonrisa enigmatica ilumino durante un segundo su cara. Luego tuve una sensacion que oscilaba entre la ansiedad y la plenitud y, como para intensificar el caracter onirico de la situacion, lie un nuevo cigarrillo de cannabis que cargue con entusiasmo compulsivo. Repare en que no tenia mas cerillas, y pedirle lumbre a un ciego ascetico me parecio una ironia excesiva… Entonces recorde lo que me dijo un medico que conoci en Marruecos en una noche de exaltacion y lujuria: el cannabis ingerido produce un efecto mucho mas intenso que el fumado. Sin dudarlo, extraje del fondo de la caja de cigarrillos la gran china que me quedaba y, tras masticarla trabajosamente, me la trague.

El Gran Parodiador permanecia quieto en una sonrisa interior, como en esas fotos que mi memoria habia fijado para siempre. El silencio de antes se dilataba ahora entre nosotros, pero ya no nos molestaba. Pasaron unos minutos sin que ninguno de los dos dijera nada. Participe entonces de una multiple alucinacion cuyo nitido recuerdo no han erosionado los anos. Ebrio de felicidad, Borges comenzo a levitar salmodiando en arameo las Verdades del Arca. Yo le vi ascender encantado y absorto con la lentitud ingravida de los zepelines, saboreando cada instante, cada palmo que iba ganandole al cielo. Con un fondo de violines que crei de Arriba, se detuvo a unos ocho metros por encima de mi cabeza (lo que significaba mas de veinte sobre el nivel de la playa). En el paseo maritimo, todos se detenian para escucharle y senalarle en lo alto. Juiciosos padres y solicitas madres intentaban en vano explicar el prodigio a sus hijos. Nadie parecia entender el idioma en que hablaba. Un viejo banista con larga barba de sabio hindu aventuro unos alejandrinos en latin. Desde su balcon, Maria Kodama le renia con dulzura: «Ven, Georgie, no me hagas enfadar». Pero el Gran Parodiador seguia salmodiando traviesamente en el aire. Su cara se habia rejuvenecido muchos anos y su voz, chulesca y autoritaria, habia dejado de ser la suya. Senti algo en la mano y, al fijarme, vi un fino hilillo cristalino que me unia a el; parecia ahora una cometa que yo mantenia. Abajo, la multitud se quedo repentinamente muda; hasta los ninos y los perros guardaban silencio. Entonces se produjo un milagro inefable: vi una gran luz superior a las luces; vi varias lunas persiguiendose en lo alto; vi al psiquiatra que se mato en las costas de Garraf haciendome senas con las manos desde la playa; vi el sol poniendose en el mar y volviendo a salir; vi una enorme sombra en el agua que se propagaba a gran velocidad hacia el horizonte. Decidido, comence a tirar del hilo hasta que me detuvo el paso de sus plegarias en arameo a un desganitado grito de dolor. Un cansancio insuperable me nubla la vista cada vez que intento recordar todo lo que ocurrio despues. Parece que permaneci varias horas inconsciente en el balcon, sin que nadie se diera cuenta de mi euforico estado alucinatorio.

Me desperto la frescura de la noche y fui a dar una vuelta por la playa. Comprendi que toda la escena de la levitacion habia sido el resultado de la sobredosis de cannabis. Luego vi al Gran Parodiador cenando en un restaurante del pueblo. Estaba rodeado de un grupo de admiradores entre los cuales distingui con fastidio la cara de Llorens. Opte primero por alejarme, pero luego pense que tal vez no tendria otra oportunidad para hablar con el Gran Parodiador. Volvi. Tan pronto como Llorens me vio en la acera detras del cristal, comenzo a gesticular, con su caracteristica energia infantil, unas salutaciones completamente exageradas. Entre para que no se prodigara mas en ellas y me sente en una silla que yo mismo acerque al unico hueco que quedaba. El Gran Parodiador se encontraba justo al otro lado de la mesa. Pedi un solo plato que Llorens no pudo abstenerse de desbaratarme con el tentaculo inevitable de su tenedor.

– Te hemos estado buscando, ?donde estabas?, es muy simpatico, ?quieres que te lo presente?

Solo me faltaba ser presentado por el idiota de Llorens. Ademas, yo ya lo habia conocido desde mi balcon del hotel. Aunque esa experiencia habia sido enteramente anonima. ?Que pensaria el de aquel loco del balcon? Maldije el cannabis y me jure dejarlo para siempre.

En el restaurante, una serie de trepas encorbatados que no creo que nunca hubieran llegado a leerle -y mucho menos a comprenderle-, parecian ser sus propietarios (tan seguros de su inmortalidad como del momento que estaban ocupando en el tiempo). Daba la sensacion de que lo estuvieran manoseando: le ponian un vaso de vino en la mano, le volvian la cabeza para que su oreja estuviera mas cerca de una pregunta, le hablaban de uno de sus relatos confundiendolo con otro. En un momento en que Maria Kodama habia ido al lavabo, un periodista se lo llevo unos metros con la silla de ruedas para hacerle una entrevista en directo. Al instante salto uno de sus «propietarios», se abalanzo sobre el periodista y le empujo. Casi se pegan a menos de un metro de el. Aquello era como darles perlas a los cerdos.

– Como vuelvas a tocar a Jose Luis Borges -se confundio y le llamo Jose Luis- te parto la cara.

Despues, absurdamente animados por un vino local, los propietarios del Gran Parodiador se empenaron en hacerle probar el famoso pan de payes catalan. A consecuencia de su lucha encarnizada con este rustico derivado del trigo, y de la rozadura que la protesis dental le ocasiono en la boca, el maestro se quejo de unas llagas que precisaban inmediata asistencia medica. En el hotel intentaron con desesperacion encontrar un dentista en Barcelona, pero eso, en pleno mes de agosto, era casi imposible. Por fin localizaron a uno en Sitges que, a pesar de su ya dilatada jubilacion, se atrevio a limar con un artefacto electrico la dolorosa protesis del maestro. Segun me conto alguien despues, parece que cuando el viejo dentista termino su operacion, le pidio a Borges que le firmara un autografo en un libro en el que aparecian unos dibujos con el nombre de Forges, el dibujante y humorista espanol. Borges firmo un libro de Forges creyendo que firmaba uno suyo; por su parte, el viejo dentista se fue convencido de guardar el autografo del dibujante. Luego, con el tiempo, lo he pensado muchas veces y no deja de parecerme extrana la simetria de la confusion: Borges, que ha llevado al maximo de la elaboracion estetica el arte de las falsas atribuciones, habia firmado un libro a un hombre que tambien lo tomaba por otro… [19]

Al dia siguiente me desperte con un dolor de cabeza que casi me retuvo en la cama. Las imagenes de la noche anterior revoloteaban y se superponian en mi mente en forma de recuerdos increibles. En vano me esforce en rememorar las imprecisas palabras de nuestra insolita charla. Desayune en la habitacion. Como siempre en los hoteles, el zumo de naranja no estaba recien exprimido a pesar de que asi lo pedi. No habia nadie en el balcon de Borges. Me duche, me vesti y baje. En la recepcion me dijeron que el matrimonio habia salido a dar un paseo. Llegue andando hasta el centro del pueblo y, recordando que era el cumpleanos de Silvia, me dirigi a la libreria Puig para comprarle Ficciones (entonces, yo acababa de conocerla, entonces, todavia era un iluso enamorado que ignoraba la opinion de Borges sobre la incapacidad femenina para la metafisica…). Al entrar en la libreria, reconoci la voz de Maria Kodama. No tenian el libro de Pascal que el necesitaba con urgencia. Una dependienta se dirigio a mi y yo le pedi Ficciones. Tan pronto me oyo, el Gran Parodiador se intereso por conocer a la persona que estaba comprando un libro suyo. Yo me abstuve de identificarme y me hice pasar por un simple lector. Curioso, tanteo mis conocimientos acerca de su obra preguntandome con aparente inocencia.

– Pues los cuentos que mas me gustan de usted tal vez sean «El sur», «La busca de Averroes», «La muerte y la brujula» y «La biblioteca de Babel». Aunque no se, todos me gustan.

– Sabe -me dijo risueno el Gran Parodiador-, en «La biblioteca de Babel», hay algo que yo cambiaria ahora si pudiera. Cuando en una nota a pie de pagina dice: «Memoria de indecible melancolia; a veces he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario». Eso de «a veces» no combina bien con «muchas noches»; es un poco raro, ?no?

– ?Como lo cambiaria?

– Simplemente, eliminaria «muchas noches».

– Aqui tengo su libro en la mano, voy a corregirlo ahora mismo.

– No, hombre, ?que va a hacer? -me dijo entonces alzando los brazos-, dejelo asi, seria el unico ejemplar corregido en el mundo y eso nos haria a todos ciudadanos de Tlon. Los errores hay que asumirlos para siempre, ya no se pueden modificar. Mire, tambien, en «La muerte y la brujula»… ?lo ha leido?, ?si? pues a mi me parece que al final, cuando va a morir Lonnrot, no queda suficientemente claro que, en realidad, se trata de un suicidio. Creo que anadiendo dos o tres detalles hubiera quedado mas claro.

– Pero usted es el autor, usted todavia puede cambiarlo.

– No -dijo, apoyandose pesadamente en su baston-, porque entonces cambiaria cada dia muchas cosas y seria muy fatigoso para todos. Ademas, el texto definitivo solo pertenece a la religion o al cansancio.

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