no entiendo como cuesta tanto a los hombres reconocer la indignidad del trabajo. Casi todos los trabajos son mecanicos y, en esencia, rutinarios. Me pregunto si el mio tambien lo es. Con el paso de los dias estoy consiguiendo superar el sentimiento de culpabilidad que me produce no hacer nada productivo. Cualquier intromision u obligacion representa un acontecimiento insufrible que solo termina cuando regreso a la inactividad absoluta de mi sofa. Pero incluso entonces mi mente fluye y me fatiga en su inquieto devenir. Supongo que seria enteramente feliz si ademas pudiera detener mi mente, si pudiera anularla en su frenetico recorrido, si pudiera incluso sacudirme de los hombros el pasado (esa fastidiosa memoria de todo lo que nos identifica y define). Aunque entonces ya no podria escribir la novela que me sacara algun dia de mi doloroso anonimato. A lo mejor, deteniendo mi mente, borrando todo mi pasado, el anonimato ya no me resultaria tan doloroso. ?Conseguiria detener mi mente mediante la liberacion que proponen las filosofias orientales? Pero me daria una pereza enorme levantarme de mi sofa para aprender esas filosofias. Oriente queda demasiado lejos de mi perturbado espiritu sin remedio.
Me pregunto por que me prodigo en esta cronica de mi tragedia interior. Probablemente lo haga para eludir una prueba que no me atrevo a afrontar: escribir realmente la novela. Pero ?escribo estas notas para mi o para que las lea alguien? Si las escribo para mi, entonces las leere dentro de un par de meses y pensare que me he vuelto definitivamente loco. Es posible que las escriba como un viaje hacia mi interior; como una experiencia -y me rio de la idea- que me permitira encontrarme «a mi mismo». Por cierto, un dia, un joven del barrio en el que vivian mis padres me dijo que queria viajar a la India para encontrarse consigo mismo. Segun me conto un hermano suyo unos meses despues, el joven murio al beberse un cubo de agua del Ganges. ?Que debio de creer ese idiota que le aportaria el agua del Ganges? Tener miedo a la enajenacion es tenerse miedo a uno mismo. Por ello, buscarse en el propio interior supone querer ser otro.
Haber dejado de trabajar (quiero decir haber dejado de dar clases gracias a este ano sabatico que la administracion me ha concedido) ha aumentado mucho mi sensacion de soledad. Ayer lei un articulo sobre las afecciones psicologicas que comporta el paro. La jubilacion debe de ser otra cosa, debe de ser como salir de la vida para contemplarla por ultima vez. En cambio, el parado contempla la vida desde un parentesis que finalizara el dia de su reincorporacion laboral. Mientras que el jubilado puede asumir su inactividad laboral como un hecho biologico, el parado vive en la angustia de su humillante inutilidad. Pero, como se pregunta Cioran, ?que seria de la humanidad si se declarase la prohibicion del trabajo, si se obligase oficialmente a una dilacion indefinida del ocio? Seria un desastre porque el hombre ha sido historicamente manufacturado de acuerdo a una justificacion laboral, a una justificacion que da sentido etico a su identidad. Si los fines de semana se prolongasen para siempre, asistiriamos a un aumento incontrolable de los suicidios y de los crimenes. Los banistas se ahogarian entre ellos y el desenfreno pareceria candor, el sollozo, musica y la burla, ternura. A nadie le faltaria ya tiempo para nada, y, precisamente por ello, cada instante seria un calvario, cada hora, una postergacion penosa y enteramente vacia, cada dia, un caprichoso castigo del tiempo. En tal festividad sin limites, los padres de familia solo serian ejemplos de decadencia y alcoholismo, y las religiones se multiplicarian en proporcion geometrica a los gritos de dolor. En un mundo convertido en una perpetua festividad, las iglesias y los burdeles estarian abarrotados. Los psicologos se convertirian en gobernantes y los poetas practicarian impunemente el canibalismo. ?Como se derrumbarian entonces los suenos del Progreso y de la Historia! ?Con que agria verdad estariamos obligados a mirarnos en el espejo! Lejos del Jardin, cerca de una caida mucho mas seria y definitiva, el hombre recobraria entonces su primigenia condicion animal.
?Un lema que sintonice realmente con la naturaleza humana? «Inactividad, inactividad, e inactividad.» Solo el inactivo puede ver las cosas tal como son. Todo proyecto laborioso tiene algo de enajenacion, de distraccion. Mientras que el atareado se sumerge en la concrecion de su trabajo, ningun objetivo limita el amplio horizonte del verdadero desocupado. Los escritores y los filosofos dejarian de serlo si no se les permitieran esos tiempos libres de autentico ocio, esos paseitos por la nada, esas tardes enteras rascandose la barriga sin tener que dar cuenta de nada a ningun jefe…
Desde la horizontalidad de mi existencia contemplo el mundo. Y mi mundo es inevitablemente lo que pienso y siento, las ilusiones y los miedos que me asaltan sin que pueda controlarlos ni dirigirlos, como si yo fuera un mero espectador sufriente de las circularidades mentales que un perturbado programa en mi cerebro. Pero ?soy acaso lo que pienso? No, no puedo ser lo que pienso porque pienso muchas cosas y yo no podria ser todas esas cosas. ?Tal vez la sintesis de ellas? De nuevo una abstraccion. Estos circuitos de mi cabeza terminan agotandome, desesperandome. Con frecuencia, esta descontrolada sucesion de imagenes dispersas se apodera de mi en situaciones en las que deberia prestar maxima atencion. Por ello, para hablar con la mayoria de mis interlocutores, he tenido que desarrollar tecnicas faciales con las que consigo simular un alto nivel de concentracion. Un dia, en un pasillo de la facultad, Llorens me asalto durante mas de una hora sin que yo apenas acertara a escucharle medio minuto. De vez en cuando le decia «si, desde luego» o «claro, la cosa ya no tiene remedio», y eso bastaba para que animosamente siguiera articulando unas palabras del todo incomprensibles para mi. Yo estaba pensando en Gilabert y en su penoso viaje a la realidad y Llorens me hablaba de las becas de un banco de Sabadell. Esta progresiva desconexion con el mundo, sin embargo, no me preocupa demasiado. Pienso que debe de ser un estado de catarsis por el que tengo que pasar antes de comenzar mi novela. Incluso he llegado a pensar que las interminables reuniones del departamento de literatura son una especie de impuesto que tengo que pagar al ayuntamiento de la gloria; y los violentos silencios con los que nos castigamos cada noche Silvia y yo, un peaje a la inmortalidad. Si mi ordenador me permitiera escribir en posicion horizontal comenzaria la novela ahora mismo, y, si fuera ministro de Cultura, propondria el reposo absoluto como deporte nacional (en una reunion a la que yo mismo acudiria con riguroso pijama de hilo finisimo).
Ayer por la tarde, como hago cuando ya no soporto por mas tiempo la abstinencia sexual a la que me condena la vida, me puse a leer los anuncios que, bajo el epigrafe «relax», aparecen en los periodicos que casi nunca leo. Con un lapiz comence a senalar las ofertas mas tentadoras: Jacqueline, aninadas senoritas, sexo de arriba abajo, fetichismo, transformismo, humillacion, bondage, spanking, aberraciones. Tenista, mis pechos son de verdad, frances a pelo, beso negro, lluvia dorada, me gusta hacer amigos, Visa, 24 h. Silvia, sumisa, me inicio, si a todo. Diana, gordita muy picara, labios calientes, pecho 105, rasurada S.D., copro, jacuzzi, precios especiales enero. Ama Marlene, sadomaso a todos los niveles, la mejor luchadora, hab. preparada.
Despues de varias llamadas de telefono y de verificar otros servicios personales que yo considero imprescindibles, al final me decidi por Jacqueline, sobre todo porque me dijeron que habria ocho chicas entre las que yo podria elegir. Tome un taxi que me acerco a la plaza Narciso Oller. Cuando entre en el coche, me llamo la atencion que no hubiera una radio (acostumbrado al populismo altisonante de «Directamente Garcia», aquel silencio resultaba casi intimidatorio). Al comunicarle mi sorpresa por la ausencia del «aparato de compania», el taxista me dijo que en treinta anos de profesion nunca se habia sentido atraido por comprar uno. De forma absurda, sus razones me recordaron a Funes el memorioso.
– La realidad que veo en las calles es tan rica en matices, ?para que quiero mas distracciones?
Al llegar al numero 14, subi al entresuelo y pulse un boton de color verde. Me abrio una mujer bien entradita en anos con pinta de ser la duena. Me condujo a una minuscula habitacion, casi un armario, y me indico que esperara alli. Desaparecio al correr una cortina de plastico y se alejo sobre sus pasos hasta el fondo del pasillo. Entonces escuche el sonido de una puerta y otros pasos que siguieron a la mujer hasta la salida. Al pasar junto a mi, pude ver, debajo de la cortina, los zapatos Lotuse de un hombre, y, luego, escuchar su voz cortes y grave diciendo «buenas tardes». Trate de imaginar al hombre de la voz y los zapatos Lotuse, de ajustarle una cara conocida, pero el rostro que me sugeria la mente me resulto impracticable, disparatado e incomodo. ?Como iba a ser el psiquiatra que se mato en las costas de Garraf si, efectivamente, se mato en las costas de Garraf? Comenzaba a distraerme en la delirante tarea de inventarle un hermano gemelo, una prodigiosa duplicacion de la naturaleza, cuando los pasos de la madame volvieron a mi y la cortina de plastico se transformo en su cara.
– ?Conoce usted ya nuestros diferentes servicios? -pregunto con solicitud, al tiempo que introducia las manos en los bolsillos de su batin.
– No.
– Pues mire, le cuento un poco como funcionamos. Son siete mil por media hora y doce por una. Tambien tenemos la oferta de quince mil por hora y media y, en ese caso, lo puede hacer dos veces.
– ?Y si no me gusta ninguna chica?
– No hay compromiso, no pasa nada.
– Muy bien.