– Si, y ya mejora, al ganar el premio consigue salir del anonimato, aunque solo sea por un instante, consigue una victoria final, pirrica, pero una victoria… Consigue su objetivo pero sin ser artifice de su destino. En ese sentido es un personaje clasico, tiene algo de prometeico; recuerda, Beatriz, ciegos sin luz en carcel tenebrosa…
– Si, eso que dices es cierto, por eso la torpeza de Lopez se hace patente con facilidad, escribe lo que piensa, lo que le pasa; quiero que su delirio atraviese mis paginas como un torrente, pero de vez en cuando se da cuenta de que esta escribiendo, y entonces hace extranos collages con frases de alguno de estos pe-dantuelos que yo mismo publico… Se siente feliz al incluir frases de algunos de ellos en su texto, son como coletillas finales que cualquier lector minimamente avisado descubrira solo leerlas.
– Nada, o tal vez si, tal vez le quede la eternidad.
– Si, tal vez lo odio. A veces pienso que los grandes escritores odiaban a sus protagonistas, imagino que Flaubert sentia un odio intenso por Madame Bovary y Dostoyevski por Raskolnikoff, y Tolstoi por Ana Karenina. Tambien Balzac lanzaba sillas y gritaba a sus personajes, como muy bien supo un dia su editor, cuando fue a visitarlo creyendo que estaba solo…
Hoy no me ha ocurrido absolutamente nada. Ha sido una jornada tan vacia y absurda que no puedo, por extraordinaria, dejar de registrarla en mi querido ordenador. Tal vez en el infierno todos los dias sean asi para siempre y tal vez alli pueda yo encontrar una justificacion. Ayer, en cambio, me paso algo realmente insolito. Antes de tomar el metro que me acercaria a casa, a eso de las nueve de la noche, una mujer de considerable belleza estaba insultando a voces a alguien dentro de una cabina telefonica.
– Se perfectamente que estas con otra y voy a subir para demostrartelo, cerdo, que eres un cerdo. ?Un autentico marrano!
Justo cuando yo pasaba al lado de la cabina, la mujer interrumpio su agresivo monologo y salio fuera tensando el cable del auricular.
– Me puedes dejar una moneda de cien… es que estoy hablando con mi marido, con este hijo de puta de mi marido.
Fue tan inesperada la forma de salir y de referirse a mi, que al principio no pude dejar de pensar que iba a golpearme por estar espiando su conversacion. Le di lo que me pedia y volvio a meterse en la cabina, introdujo la moneda en la ranura y, mientras mantenia la puerta entreabierta, me dijo:
– Ahora veras lo que le voy a decir a ese cabron mentiroso.
Era como si me estuviera invitando a ser complice en un momento culminante de su vida, como si esa presencia anonima que yo era equivaliese a un testigo que ella necesitaba. Siguio insultandole en un tono cada vez mas elevado hasta que, transcurridos unos minutos, tuvo necesidad de otra moneda que yo me anticipe a ofrecerle. Parecia como si cada moneda me otorgara el derecho a presenciar un poco mas de aquel espectaculo. Absurda y alternativamente pense en las maquinas de automatas y en las ranuras del «Peep-show» de las Ramblas.
– Mira que subo y si te haces el sueco y no me abres, hijo de puta, si no me abres, te monto un pollo en la escalera que tienen que venir los bomberos; ademas, yo tambien estoy aqui con alguien, si, con un hombre de verdad, y no con un cobarde como tu, con un hombre que te quiere partir la cara, ?verdad que le quieres partir la cara a este hijo de puta?
Salio y volvio a tensar el cable para acercarmelo. De repente, como impulsado por un resorte que me enajenaba, di unos pasos y me aproxime hacia ella, cogi el auricular con las dos manos y dije:
– Si, tio, te voy a partir la cara, ya esta bien de que hagas el payaso; mira que si subo te voy a dejar la cara como un mapa. [24]
Antes de que yo dijera «payaso», la linea volvio a cortarse. Compulsivamente saque otra moneda de mi bolsillo (la ultima que me quedaba), pero cuando se la estaba ofreciendo la mujer me dijo con voz suplicante:
– Por favor, dile que tienes una pistola, solo quiero asustarle un poco.
Retrocediendo, me negue.
– Oye, ya esta bien, no me lies mas.
Pero ella se acerco a mi y me agarro muy fuerte del brazo.
– Por favor, no me dejes sola ahora con el, luego si quieres echamos un polvito tu y yo, de verdad; solo quiero asustarle un poco.
En el forcejeo para zafarme de ella, mi piel noto su piel y, durante un instante, pude ver su hombro desnudo y la linea blanca del sujetador. Habia algo de salvaje sexualidad en sus agarrones violentos. La empuje hasta derribarla y me aleje lo mas rapido que pude hacia la boca del metro. A los cinco minutos, cuando observaba el oscuro movimiento del tunel en la ventanilla, me parecio que la situacion que acababa de vivir se parecia a esos suenos en los que una mujer desconocida nos facilita el placer elemental. Pense que esa confluencia de erotismo y riesgo dotaba a la situacion de un aire tan peligroso como atractivo. Pense en las muchas personas que habran muerto atrapadas en encrucijadas tan fortuitas como aquella. Pense que solo la cobardia me impedia regresar a esa cabina -a esa situacion- para entregarme a algo que sin duda albergaria insospechadas consecuencias. Pero sabia que no regresaria, que tan solo me atreveria a pasar por alli, de regreso a casa, para comprobar una vez mas que estas situaciones son en mi tan falaces como inconsumables, y que los personajes que las habitan son menos reales que los de los suenos, donde todo se realiza y culmina al confundirse los deseos con los hechos.
Este pequeno incidente (aunque ahora deseo a esa mujer) me hace reparar en que siempre he tenido una extrana curiosidad por espiar a los demas. Desde los jadeos que atraviesan las paredes de un apartamento alquilado en un lugar de veraneo, hasta las conversaciones mas anodinas que la vida me ha permitido sintonizar, siempre me he visto como implicado en esa sustancia fugitiva de lo ajeno, en esa ventana indiscreta que da al lado oculto del vecino. Si yo pudiera ser invisible nada mas que por unos dias, me pregunto cuantas oscuras habitaciones me perderian y me hallarian en el fondo de los prostibulos mas reconditos, cuantos inusitados secretos me revelarian las mas privadas voces. Seria como asistir a la cronica de una oculta realidad en el otro lado de las cosas, como traspasar las mascaras de las apariencias para descubrir lo que siempre habria sido un espacio reservado al misterio de la intimidad. Si fuera invisible podria presenciar las mayores conspiraciones politicas y las mas evidentes (con pelos y senales) traiciones amorosas. Podria abofetear y escupir a todos mis enemigos (por un momento imagino a Llorens cayendo sobre la tarima a causa de un diestro punetazo mio) sin que estos acertaran a descubrirme. Podria comprobar, en definitiva, que los demas se parecen a mi al ser tan mezquinos, falsos y sufrientes como yo. Y es que la naturaleza humana se reconforta viendo en los demas la misma podredumbre que ve en si misma, los mismos anhelos, la misma ansiedad sin proposito, los mismos vacios de tardes de domingo. Por eso tienen tanto exito los culebrones de television, porque en ellos el ama de casa contempla su vida desde fuera, sin compromiso, aliviada de las presiones rutinarias y sazonada con la pasion del sufrimiento ajeno. Por eso tambien se producen los tumultos en torno a los heridos de un accidente automovilistico. La sangre de los telediarios resulta ya demasiado falsa y es necesario curiosear el olor de la sangre real. Nada tan atractivo para los humanos como un verdadero espectaculo sanguinario: incinerar a un hombre vivo, ahogarlo en una pecera panoramica, arrancarle de cuajo los brazos y luego la cabeza. De nino practicaba este instinto natural del ser humano destrozando mis juguetes. Tan pronto como llegaban envueltos en sus papeles y cuerdas, tan pronto como los sacaba de sus cajas de carton y olisqueaba el perfume del precinto, ya estaba imaginando su interior: aquellos diminutos mecanismos metalicos que conseguirian dar movimiento a los brazos de un muneco o que harian girar los caballitos de un pequeno tiovivo. Mis padres se desesperaban y me renian, pero la curiosidad que sentia por conocer los entresijos del mundo era superior a mis fuerzas e insistia en taladrar el vientre del muneco meon o en buscar el artefacto electrico que accionaria la voz de la Caperucita cantarina.
Pero de esta inofensiva tendencia infantil pase a la irreprimible curiosidad por presenciar el sufrimiento de los animales. Me preguntaba como se moveria un hamster al cortarle las dos patas delanteras,