orgasmo. Vanidad del amor, narcisismo, como me gustaria que Teresa me admirara y se enamorara del talento que yo intuyo en mi. Creo que no podre evitar hablarle de la novela, aunque nunca le permitire leer estas notas que escribo. Le puedo decir: «Estoy planeando una novela sobre un escritor que crea a otro escritor; los dos se escriben creando una articulacion de discursos simultaneos». Y entonces ella me mirara perpleja y me dira: «Bueno, pero ?de que trata tu novela?».
No puedo pensar en otra cosa que en Teresa Galvez. Cuando la vuelva a ver me pondre una camisa oscura, la negra que me compre en El Corte Ingles estaria bien, porque los tonos oscuros me favorecen, me agitanan y me confieren una sensualidad indiscutible de
He pensado en enviarle una cinta con una seleccion de la musica que a mi me gusta. Grabare los momentos clave de
Ha pasado una semana sin que Teresa Galvez me haya llamado ni haya venido a verme. La posibilidad de que lo haga decrece en proporcion al tiempo que transcurre. Voy a mi despacho todas las mananas y permanezco alli durante horas de inactividad total. La inactividad total en un despacho de funcionario me precipita vertiginosamente hacia el aburrimiento y la angustia existencial. He pensado en llevar alli mi ordenador, pero he desechado esa posibilidad porque no podria escribir con la excitacion permanente que me supondria que cualquier ruido de pasos al otro lado de la puerta pudiera ser ella. Seguire yendo alli por las mananas y luego vendre aqui para transcribir la cronica de estos anhelos inevitables a los que me somete su ausencia. Es posible que Teresa no sienta absolutamente nada por mi, y que en nuestro breve y ya lejano encuentro en mi despacho, ni siquiera se fijara en alguno de mis evidentes encantos personales. Claro que tal vez no puedo pretender que se enamore de mi tan rapidamente como yo me he enamorado de ella. Lo raro es que esto no me haya ocurrido con nadie desde que estoy casado. Acaso el amor sea un sentimiento que se atrofia con el desuso. Ahora entiendo a los poetas romanticos como nunca. Tienen ese fondo de fatalismo que yo voy a sentir muy pronto si no viene a verme manana mismo Teresa Galvez. En el despacho suena el telefono con mucha frecuencia, pero nunca es ella. Eso me obliga a responder y a hablar con personas que detesto. Una de ellas ha sido esta manana el pesado de Llorens. Me ha recordado que fue el quien me la envio para hablar conmigo de su tesis y me ha preguntado mi opinion sobre ella. Me hablaba como si Teresa le perteneciese, como si me la hubiera prestado solo para un par de horas: «Bueno, en realidad lo suyo es mas mi tema porque yo hago literatura comparada y ella quiere plantear un discurso…». ?Que imbecil! No tiene ni idea de Borges ni de Pessoa y pretende ensenarle algo a una chica tan inteligente como ella. Tal vez ese idiota este tramando un plan secreto para seducirla. Por un momento no puedo evitar la imagen repugnante del gordo Llorens fornicando con Teresa como un cerdo babeante. Cioran sufrio tal desengano amoroso a los quince anos, que se limito a tratar exclusivamente con prostitutas el resto de su vida. Parece ser que una jovencita monisima habia estado paseando con el una tarde de otono, cuando los arboles de Bucarest tenian el color del barro. Entonces se dieron la mano y el sintio el calor del amor. Se estuvieron mirando hasta que se hizo de noche, cerca de la puerta del colegio en el que ella estaba interna. Al dia siguiente, entre los matorrales de un parque, la vio besando a un gordo asqueroso y fofo (sin duda parecido a Llorens) al que todos llamaban «el Piojo».
He pensado en llamar a Teresa por telefono. Conseguire su numero en la secretaria de la facultad y la llamare manana mismo.
Acabo de hablar con Teresa hace menos de diez minutos. Primero ha cogido el telefono su madre, con la que me he mostrado muy cortes y educado (las madres son siempre unas aliadas fundamentales en el amor). Luego se ha puesto ella. Su voz en el telefono me ha parecido extrana.
– Hola, ?que tal?, ?como esta?
– No, Teresa, por favor, no me trates de usted… Te llamo porque he encontrado un articulo que podria interesarte para tu tesis. Un articulo de Harold Bloom sobre la idea de la mascara.
– ?Ah si?, que bien, me lo puede… bueno, me lo puedes dejar en la secretaria del departamento; daselo a Mercedes, ella me conoce.
– Bueno, yo preferiria entregartelo personalmente, asi te lo comentaria y podriamos hablar un poco de…
– Me parece muy bien, ?donde quedamos?
La he citado aqui en el apartamento manana a las seis. Ha estado muy simpatica y no ha parecido sorprendida por el hecho de que la llamara a su casa. Ni siquiera por haberla citado aqui. Es increible, solo estoy a menos de veinticuatro horas de una cita segura con Teresa Galvez en mi apartamento. Por un momento temo que el cannabis que me vere obligado a fumar para desinhibirme sea excesivo y que haga que me lance precipitadamente a sus brazos para besarla. Tendre que contenerme porque todo se puede estropear con una caricia torpe o una insinuacion a destiempo. Ella podria llegar a denunciarme como un caso claro de acoso sexual; e incluso me podrian quitar la plaza de funcionario que tan penosamente conquiste. Tal vez podria optar por no fumar canutos antes de verla, pero entonces me sentire rigido y mi fino sentido del humor se vera mermado en los brillos esenciales que lo caracterizan. El sentido del humor es un arma fundamental en el amor. Conseguir la risa y la ironia -ese distanciamiento que nos hace a un mismo tiempo actores y espectadores- supone ya verse inmerso en el fluido resbaladizo de la seduccion. Como el sexo, el humor es algo que mejora con la improvisacion. Es una complicidad vedada a cualquier premeditacion, porque ha de ser espontaneo, natural, como los solos de trompeta en la musica de jazz. Es imposible buscarlo porque entonces no viene (nada tiene menos gracia que los alevosos chistes de Llorens). El humor de Jardiel Poncela, por ejemplo, me parece demasiado obvio, suena a astracanada y a chiste (aunque muchos me odiarian solo por pensar esto), sobre todo si se compara con el del Gran Parodiador. El final de «Tres versiones de Judas» me hace desternillar de risa cada vez que lo leo: Runember errando por las calles de Malmo rogando a voces que le sea deparada la gracia de compartir con el Redentor el Infierno. Tal vez le diga a Teresa Galvez que llevo varios dias errando y gritando su nombre por las calles de Malmo. Las personas sin sentido del humor constituyen una subespecie humana con la que nos vemos obligados a tratar. Pero todavia son mucho mas insufribles los «graciosos» (en esto, el pobre Llorens es medalla de oro desde hace muchas olimpiadas) que nos abruman con la pose permanente de su supuesta ironia o de sus chistes (en general, odio los chistes; constituyen un camino idoneo para despojar al humor de toda inteligencia).
A Teresa Galvez le hablare de mi proyecto de novela y de Gilabert, pero, tengo que tenerlo claro una vez mas, nunca le dejare leer estas paginas que escribo, ya que son una reflexion personal e intransferible que, por lo demas, seguro que le horripilarian. Voy a comenzar mi novela ahora mismo, asi podre decirle sin mentir que ya tengo parte del primer capitulo: «Gustavo Horacio Gilabert estaba sonando que hablaba con su hermano Miguel - muerto hacia mas de quince anos de un infarto de miocardio- cuando le desperto el nervioso movimiento de sabanas de su mujer. La senora Gilabert salto de la cama para socorrer a su nieta, quien, en la habitacion de al lado, prorrumpia en un llanto agudo hasta lo inhumano, parecido a una trompetilla de feria».
Ya he comenzado mi novela. Es curioso que lo haya hecho en el momento de mayor adversidad, en el momento en que Gilabert parecia haberme abandonado definitivamente. Creo que el amor podria llevarme a la