Sin mirarle, el hombre del inverosimil bocadillo le pregunto si regresaria tarde y Antonio contesto que lo haria en unos pocos minutos. El frio de la calle agrego otras formas de irrealidad y de angustia que el tumulto de periodistas reunidos en el hall del hotel y las caras de los famosos multiplicaron hasta el panico. Tuvo que disculparse por haberse apoyado con descaro en el hombro anonimo de un fotografo. Entro en un abarrotado lavabo y se mojo la frente y las sienes. Se miro en el espejo para comprobar su cara. No habia nada extrano en ella. [6] Al entrar en el gran salon localizo su nombre y su mesa en un tablon (como en las bodas), y se dirigio hacia donde se encontraban Silvia, Victor y Ana conversando con el mismo e incomprensible entusiasmo de todos. Odiaba este tipo de situacion: ahora tendria que discutir con ella, tendria que intentar convencerla para que se quedara a pesar de que el se fuera. Pero sabia que Silvia trataria de convencerle a el para que se relajara y para que no hiciera, una vez mas, tan injustificable y efimero su esmerado maquillaje. Discutir esto delante de los demas seria mucho mas insoportable todavia.
Cuando los camareros comenzaban a servir las
Por fin llego el cafe, el momento en que el editor contaria la historia del premio y hablaria de las cantidades de dinero que se concedian, de los componentes del jurado, de la editorial y de su padre fallecido lustros atras. Cada ano se extendia mas de la cuenta, pero en este su dilacion llevo a pensar a Antonio que la historia de la editorial era en realidad la historia del mundo, y que una brusca irrupcion escatologica iba a hundir las paredes del salon para castigar a los hombres por tanta infamia y crueldad. Por fin tomo la palabra la alquilada presentadora de television que iba a desvelar el nombre del ganador. Frente a ella, los reporteros se agolpaban y se daban codazos, peleandose por ese reducido espacio que les permitiria fotografiar al principal protagonista de la noche. Llego un silencio seco y, como desde el interior de una pesadilla, escucho en la megafonia su nombre: Antonio Lopez Daneri. Tambien, el titulo de la novela ganadora:
– ?Que te pasa, rey mio?, tranquilizate… tomate otra pastilla… Dicen que has ganado tu el premio. No me habias dicho nada, ni siquiera que habias escrito una novela, ?era una sorpresa que me querias dar?…
Todavia pudo mirarla por ultima vez, todavia pudo balbucear unas palabras que ella, como siempre, no comprendio.
– Me… duele… mucho aqui -dijo con dificultad senalandose el pecho-, esto es una broma de mal gusto… yo no he presentado… ninguna… novela… a… ningun jodido premio…
Recuerdo que hace ya muchos anos, cuando empece con esta indeclinable aficion a los psiquiatras, un dia en la consulta comence a imaginarme a alguien que no era yo. Que se parecia en algo a mi, que tenia esa gracia que algunas veces me caracteriza, pero que no era yo. Entonces me puse a hablar de el en las siguientes sesiones esperando que mi psiquiatra jugara conmigo a inventar el personaje que yo le proponia. A los dos meses de acaloradas tardes en el divan, tenia que esforzarme mucho en no entrar en contradicciones que delatasen mi condicion de paciente farsante, derrochador de dinero -a ocho mil la sesion- y ludopata existencial. Mi psiquiatra jugaba con ventaja porque, tras las sesiones, anotaba todas mis ocurrencias conduciendome a flagrantes contradicciones. Una tarde me pillo de lleno: le habia dicho en una sesion anterior que mi padre habia muerto de un infarto el dia en que yo naci y, despues, que vivia todavia con una japonesa y que era muy feliz en un chalet de Malaga.
Creo que esta incontrolable necesidad de fabulacion que se cruza en todo lo que hago, desdoblandome y desviando mi atencion hacia otros pensamientos, hacia otras imagenes, sabores y colores, podria ser aprovechada -como me dice el actual psiquiatra- para escribir mi novela. Pero es fundamental que Silvia no se entere de la existencia del proyecto que ahora comienzo. Por eso he decidido trabajar en este apartamento de mi abuela. Aqui me vere libre y tranquilo. Silvia cree que sigo anclado en el articulo sobre la metamorfosis de Juan Dahlmann en
Supongo que cada escritor trabaja de formas diferentes. Los hay que pululan por la ciudad con un cesto buscando aquel elemento que perfile una mirada, una voz, el pliegue de una falda; estos, de reprobables tendencias realistas, quieren reproducir la vida con la inutil minuciosidad de una fotografia o de un espejo. Otros, como es el caso del Gran Parodiador, se han dedicado a releer para imaginar lo que otros ya imaginaron. Su obra solo se compone de referencias literarias y, en cierta medida, no es su obra. Todo en ella nos recuerda otros textos: una frase nos sugiere el regreso de un hombre que ha navegado una decada por el Mediterraneo, en otra vemos un castillo inhabitado que alberga sinuosos pasadizos y galerias; en otras presentimos un vasto tunel con nueve circulos. Un escritor es alguien que ha hallado un mundo propio mediante el lenguaje. Me pregunto si los dioses me depararan algun dia conocer el mio. El hecho de aguardar con la pluma (en mi caso con el ordenador que tanto quiero) a ser iluminado, es ya un acto esperanzador y vanidoso. Pero la ambicion ha de acompanar cualquier sueno: ?por que no aspirar a ser Homero, Virgilio o Dante «por un dia», como en aquel marchito programa de la television franquista en el que convertian a una anciana de pueblo en reina por cinco minutos? La inspiracion es algo parecido a la vocacion sacerdotal; funciona por revelacion, pero tambien por conviccion. Por eso es preciso que aguarde, atento, confiado y seguro de gloria futura, frente a mi ordenador encendido.
Creo que he comenzado este proyecto de novela porque estoy harto de perderme en los espejismos del ansiado
Estos ultimos dias he decidido que -al menos por ahora- mi protagonista sera un viejo editor llamado Gustavo Horacio Gilabert, y que estara intentando dar forma a una novela acerca de un profesor de literatura parecido a mi. Una historia en la que podria vivir este personaje, podria ser esta: Gilabert es un hombre de ojos grises y de barba gris que, en el tiempo limitado de su vejez, quiere, como yo, justificarse con una novela que merezca ser leida por las futuras generaciones. Al no poder soportar la angustia de reiterados intentos de garabatear en el vacio, comienza a hablar del proyecto con Beatriz Lobato (su autoritaria directora literaria), quien acoge con simpatia lo que, sin embargo, atribuye a la senilidad y al aburrimiento de su jefe. Entusiasmado, el viejo editor