decide dedicar al nuevo asunto todas las horas que antes dedicaba a la editorial, para lo cual libera a Beatriz Lobato de gran parte de sus funciones ejecutivas en la empresa. Ello crea no pocos problemas en la coleccion Ciudades del Mundo que, en fase de lanzamiento, la Lobato se encargaba de coordinar. A los pocos dias, Gonzalo Duduar, un joven ayudante de Beatriz, tiene que sustituirla, lo que provoca un verdadero desconcierto entre el personal. Desconcierto mucho menor, sin embargo, que el de aquella manana en la que el viejo Gilabert ordeno que solo les molestasen con
Bueno, ya tengo al menos este impreciso argumento. A partir de el voy a escribir en mi ordenador todo lo que se me ocurra, todo lo que me pase por la cabeza, aunque en apariencia nada tenga que ver con Gilabert. Luego ya arreglare ese puzzle caotico e intentare darle una forma narrativa definida. Si, tengo que soltarme y escribir: cualquier pequeno detalle o anecdota que me ocurra durante el dia puede ser muy util para dar pie a detalles o a futuros personajes. Por ello debo permanecer muy alerta, con un pequeno cuaderno de notas y un boligrafo, al acecho de cualquier feliz conjuncion de palabras que me asalte en la noche. Un guino, una leve impresion sugerida en el ocaso de la timida luz de la ventana, un extrano verso adivinado en el interior de un sueno o el simbolo oculto en una musica lejana pueden alimentar la consistencia de Gilabert, pueden hacerle repentinamente levantarse, respirar, saludarme, hablar conmigo e irse luego a dar un paseo sin decirme adios.
A veces creo que Silvia conoce este mundo interior que he abierto en mi cabeza y en mi ordenador. Con frecuencia me dice que estoy muy poco comunicativo, que apenas le dirijo la palabra. Se trata de un reproche mas entre los muchos otros que arrastra o silencia. Si consiguiera dar vida a Gilabert y escribir una buena novela podria prescindir completamente de ella, porque entonces me convertiria en un escritor famoso y me sobrarian las mujeres que me quisieran. Pero una separacion ahora seria contraproducente. Mas adelante, las cosas se iran sedimentando con inexorable justicia poetica. En la medida en que Gilabert se convierta en Gilabert, ella se convertira en un capitulo de mi vida que yo podre situar en el pasado.
Cuando muy de tarde en tarde nos implicamos sexualmente, lo hacemos con la misma indiferencia con la que hablamos o nos relacionamos. Parece como si evitaramos el acto sexual por principio: los dos odiamos la rutina a la que nos somete la mecanica de nuestros cuerpos, la insinceridad de nuestros besos, la falta de magia que contiene cada falsa caricia que prodigamos sin conviccion, el jadeo que, como por inercia, como quien dice algo de memoria o sin pensar, ya no nos esforzamos en fingir. Con el tiempo, ella ha dejado de ser transparente para mi. A veces pienso que puede tener un amante. Nunca lo reconoceria hasta que este le supusiese una alternativa clara de futuro. Me reprocha el que yo no quisiera hijos cuando ella podia tenerlos. Despues de la extirpacion de su rinon, ya nunca podra y eso significa un alivio para mi. Yo no quiero tener hijos y menos con ella. Ahora esta pasando la crisis que toda mujer sufre a los treinta y cinco anos, con el agravante de saber que nunca podra ser madre. Mantener nuestra relacion asi, como la mantenemos, es un martirio que ella me impone, una penitencia que yo tengo que cumplir por no haberla prenado a tiempo. No se quien de los dos depende mas de esta relacion absurda y gastada. Cuando le hable un dia de dejarlo, se deprimio hasta tal punto que tuve que decirle que bromeaba y que, en el fondo, yo no podria vivir sin ella. Todo sera contradictorio y tenso hasta que el corazon de Gilabert consiga empezar a latir en mi querido ordenador. Parece mentira como en la vida sucumbimos a rutinas que no tenemos conciencia de haber elegido. Al menos este ano sabatico del que dispongo me ha alejado un poco del suplicio de las clases. Salvo excepciones, durante los quince anos que llevo como profesor, he impartido la misma asignatura de primer curso, las mismas lecciones basicas sobre Homero, el teatro griego, Virgilio y Dante. Sus obras me parecen cada dia mas aburridas porque es aburrido lo que yo reproduzco en las clases con mis rancios apuntes. La ilusion por transmitir una vision personal fue desapareciendo para dejar paso a esta mecanica sucesion de topicos con los que hago bostezar a mis alumnos. Tal vez este alejamiento temporal de las clases, y el intento de escribir la novela, me permitan recobrar la frescura que me falta para quemar mis viejos apuntes y salir de esta mediocridad pedagogica e intelectual en la que habito.
El otro dia le conte a Lloveras, mi nuevo psiquiatra, el bochorno que pase al sobrevenirme la primera fobia en una clase. Estaba hablando sobre las
El recuerdo de estas tristes horas en que perdi completamente el oremus de mi profesion, me hace entender este ano sabatico como un reto personal para escribir la novela. Sin embargo, la sistematica reclusion a que me quiero someter en este pequeno apartamento de mi abuela, seria del todo ociosa y frustrante si no culminara con un texto que me justificase, que fuera reconocido por mis companeros, que ganase incluso algun premio, en fin, que se mencionase a la larga en los libros de historia de la literatura espanola: generaciones de ninos peinados a chorro de colonia aprendiendo mi nombre de memoria, jovenes y estudiosos doctorandos recopilando datos sobre mi vida para dar con una relacion entre el autor y su obra, sesudos y silenciosos historiadores escribiendo frases como: «La novela espanola moderna cierra el siglo con
Algunas veces -tambien se lo he contado a mi psiquiatra- sueno que estoy dando clase y que entran en el aula las fuerzas antidisturbios para llevarme con ellos. Aparecen de repente, cuando una vacilacion mia se convierte en una pausa excesiva que mis estudiantes no suelen perdonarme. Los veo entrar de un salto por las ventanas, correr hacia mi por la tarima de madera y cercarme contra la pizarra en la que tantos nombres he escrito. Inutilmente prodigo entonces manifestaciones de inocencia y de dolor: amparados en sus uniformes y en sus cascos brillantes, los antidisturbios me sacan a rastras bajo el unanime abucheo de mis alumnos, que con sus indices acusatorios me senalan y me llenan de escupitajos. Veo a Llopart, el primero de la clase, subido en su pupitre para enfatizar un claro corte de mangas que me dedica. Veo a Valdes, al que siempre crei fiel, orinando sobre mis viejos apuntes y pateando con violencia mi cartera. Veo al estudiante ciego, con su baston blanco en el suelo, masturbandose en un extasis celebratorio. Por fin consigo despertarme acalorado en medio de la noche. Silvia duerme placidamente a mi lado. Me da miedo volver a dormir y me levanto y pienso que me estoy volviendo loco.
Menos mal que llevo un tiempo sin tener que dar clases. Aquello no podia ser, hombre, no podia ser. Cada