'?Que amigos?', rugio el hombre.

'No se', dije y avance un poco a tientas hacia la casa.

Pero el hombre se interpuso en mi camino y me detuvo.

'?Que amigos?', repitio.

'Eso no es cierto. ?Donde esta mi mujer?' Habia en su tono una voluntad dramatica evidente y exagerada. Se puso a sollozar y cuando levanto la mano que sostenia la navaja con el ademan de secarse las lagrimas, lo rodee y corri hacia la casa. En cuanto se dio cuenta rugio mas aun y me siguio. Por el camino saque la llave del bolsillo y al llegar a la puerta, iluminada por el reguero de luz de la linterna que venia tras de mi, tantee, encontre el cerrojo, meti la llave, di la vuelta y entre. Una vez dentro encendi las luces del jardin y mire por el cristal de la ventana. La linterna sin la oscuridad que la envolvia habia vuelto a perder agresividad y el hombre frente a la puerta tenia un aire distante y perdido, como si hubiera olvidado lo que lo habia llevado hasta alli.

Miro la puerta otra vez y con la linterna encendida aun, dando bandazos en la mano caida, dio la vuelta y se fue caminando hacia su casa.

Temblando me prepare una tisana, luego recorri todas las puertas y ventanas del piso bajo para asegurarme que estaban bien cerradas.

Subi a mi habitacion dispuesta a meterme en la cama, dormir y olvidarme por unas horas de Adelita, de su robo y de su marido. Al dia siguiente, como me habia dicho el guardia civil, tendria que ir al juzgado de Toldra porque Adelita seria presentada al juez. ?Presentada, habia dicho? ?La iban a juzgar entonces?a No. La juzgaran a su debido tiempo, me habia respondido el sargento. De momento la interrogaran nada mas y a partir de sus declaraciones y de mi denuncia estableceran el cargo que le imputan. ?Es asi como lo habia dicho? No tenia mucha idea de como funcionaban los juicios. ?Que pasaria con ella?

?Volveria o no volveria? Y ?que tenia que hacer yo? ?Tenia que despedir a la mujer y quedarme sin guarda precisamente ahora que faltaba menos de una semana para que me fuera durante tres meses?

?Donde encontraria otra guarda en esos tres dias? ?Como iba a dejar sola una casa que esta en medio del campo?

Una vez en la cama me puse a leer 'El peregrino secreto', de John Le Carr que debia de estar alli, sobre la mesa, desde hacia meses, segura de que embebida en su historia dejaria de pensar en la mia. Era demasiado tarde para llamar a Gerardo. El silencio parecia haber tomado cuerpo y retumbaba como el susurro de las caracolas.

Sono en el exterior un grito prolongado y me quede inmovil, sofocada por el espanto. Cuando ya el silencio se habia reinstaurado en la casa y yo habia destensado los musculos de la espalda que descansaba de nuevo sobre la almohada, un nuevo grito igualmente largo lo rompio. Un buho, una lechuza, ?que otra cosa podia chillar de este modo?

Intente centrarme en la lectura pero no lograba enterarme de lo que leia, asi que apague la luz, dispuesta a dormir. Las escenas del dia se repetian en mi mente con tal fuerza que me inquietaba todavia mas. La tiniebla de mi habitacion se poblaba de imagenes, y el silencio, de ruidos. Mas de una vez encendi la luz y volvi al piso bajo para asegurar las ventanas. ?Y si el hombre subia por las terrazas, rompia los cristales y entraba?

Recorri las habitaciones para comprobar inutilmente que no me habia olvidado de cerrar ningunc postigo. La casa en la oscuridad parecia haber crecido. Daba igual que yo encendiera las luces a medida que pasaba de una habitacion a otra: cuando deshacia los pasos y las apagaba, un universo de oscuridad me perseguia, y los gritos de las rapaces nocturnas se ampliaban, las puertas rugian, mis pies rompian el suelo y los ecos de tantos ruidos y sonidos distintos se juntaban en un concierto sin melodia, desafinado e imparable.

En uno de estos viajes entre en la habitacion donde mi padre habia pasado los ultimos anos. En el delirio de aquella noche insomne lo vi aun sentado en la silla de ruedas, con las escualidas rodillas esqueleticas y puntiagudas, marcando los huesos, aguijones bajo la manta, las manos tensas sobre los muslos, el rostro avejentado, raido, arrugado, con bolsas de piel al final de la comisura de los labios que habian dejado el feroz adelgazamiento a que la enfermedad lo habia sometido; el escaso cabello canoso, borroso, electrizado casi, haciendo visible la piel manchada, brillante y traslucida que le cubria el craneo. Y esos ojos hirientes y malhumorados, testigos de unos jirones de inteligencia nunca del todo desaparecidos tanto mas vivos que el cuerpo vencido, crispados y tan tercos que parecian tener por si mismos la fuerza sobrehumana de levantar, si asi lo decidia, los miembros paralizados y, puesto en pie, recuperar la figura amenazante que habia exhibido con audacia durante toda su vida.

De ahi el miedo que nunca me habia abandonado del todo al pensar en el, de ahi ese temblor al entrar en el cuarto que sentia nacer en la profundidad de mi propio corazon, en el mas recondito pliegue de mi conciencia, en ese oculto y cavernoso lugar donde viven y se mecen en la cosmica oscuridad del ser los terrores infantiles, donde crecen y palpitan y se esconden invencibles, como si dormidos a veces desde la muerte de quien los origino, see desperezaran de vez en cuando para recordarnos que su imperio no habia muerto con el.

Volvi a la cama todavia caliente, segura de que la memoria de mi padre habia sustituido la pesadilla del robo. Y con la esperanza de alejar aquellas dudas y angustias, me rendi a su recuerdo que giraba en mi mente y fuera de ella como un torbellino de igual intensidad.

?Lo habia amado realmente, lo habia amado tanto como decia a todos que lo habia amado? Nunca me habia mostrado carino, ni cuando era nina, pero sobre todo le guardaba todavia rencor por haberse atribuido durante anos sacrificios por mi carrera profesional que no le correspondian, como esa letania constante que habia repetido hasta la saciedad segun la cual era el el que me habia enviado a estudiar a Estados Unidos cuando en realidad fui yo la que consegui una beca posdoctoral para el Instituto Salk en La Jolla, California, y lo que de verdad me dolia, lo que aun hoy no le perdonaba es que nunca, ni una sola vez, habia reconocido, ni frente a mi ni ante los demas, el merito de haber obtenido esa beca. Y desde que tuvo aquel ataque de ira que lo dejo paralitico y sin habla podria interpretarse, no sin cierta razon, como una imposicion de mi victoria la forma que yo tenia de cuidarlo con tanto esmero y con tan poco carino. De hecho habia sido una victoria mia pero que solo yo conocia, tan escondida en mi voluntad de comportarme lo mejor posible con el que apenas la disfrutaba. Muchas veces me habia sorprendido pensando como habria reaccionado siendo nina de haber sabido que aquella torre de autoridad y de trueno yaceria un dia desmoronada sobre una silla de ruedas a mi merced. Cuando era nina y mi madre, como si se hubiera rendido al tratado de justicia que predicaba el padre, convertida en una flor anodina para siempre, habia desaparecido fundida su blancura en la blancura de las sabanas,g ida, deshecha casi, dejando en el ultimo momento la marca violeta de sus profundas ojeras, y de unas palabras que se habian licuado en el tiempo y que pronto se licuarian en el olvido. De tal modo que cuando la evocaba no veia mas que esos ojos inmensos, hundidos, morados de dolor y de muerte y no me sentia con animo de asociarlos a la mujer siempre vestida de blanco, siempre callada y sonriente que habia tenido por madre. Tal vez por esa reaccion de mi alma, no habia seguido su ejemplo y desde que aquellos ojos violetas pasaron a vivir unicamente en mi entendimiento, habia iniciado una lucha soterrada y cruenta contra mi padre, a cuya voluntad me habia sometido solo a la fuerza, que me otorgaba la tenacidad necesaria para resistir, consciente de que no tenia mas arma que la de no caer en el desanimo.

Y en lucha se convirtieron cada uno de los momentos en que estaba con el, dictara o no dictara una orden. Callaba, si, pero no me dejaba vencer, porque mi resistencia consistia precisamente en no aceptar nunca lo que la orden decretara, aun si algunas veces hubiera coincidido con mis deseos.

Pero aquella noche apenas podia evocar el odio que me provocaron sus arrebatos, su ira, su afan justiciero que se habia cebado en mi desde que yo tenia uso de razon.

Ni podia recordar cuanto resentimiento me habia inculcado frente a todos los hombres por el mero hecho de serlo el, y hasta que punto habia fomentado el odio irracional en respuesta a los olvidos de mis primeros amores. ?Oh!, ?como se deleitaba en ofrecerme constantes dosis de amargura frente a ellos, frente a mis propias limitaciones, frente al mundo en su totalidad!

No, no habia sido una vida de amor la nuestra, era cierto, pero aun asi, ?como habia podido ser yo tan indiferente a aquella piltrafa humana, que vivia sin poder defenderse de mi indiferencia, y que no tenia mas que el brillo de los ojosi para suplicar tal vez un poco de compasion? No sabemos que amamos hasta que desaparece el ser amado.

O mejor dicho, no sentimos la verdadera profundidad del amor hasta que se ha ido, por breve y escaso que haya sido ese amor. Y la conciencia se nos carga entonces de dolor por mas que intentamos justificar la actitud que tuvimos con el en vida como una consecuencia normal de su comportamiento, de su prepotencia, de su frialdad, de su despotismo.

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