actitud ante ella. Ademas, estaba tan excitada por los acontecimientos, tan angustiada por su irresolucion, que apenas quedaba espacio en mi pensamiento para poder interesarme por otras cosas, fueran comidas exquisitas, conversaciones inteligentes, campanadas a medianoche o brindis para celebrar la entrada del nuevo ano de 1998. Llame aduciendo una excusa banal, comprobe de nuevo que estaban cerradas la puerta trasera y la delantera y me dispuse a esperar.

Paso la hora de la cena, dieron las once en el reloj del zaguan y ninguna senal habia de Adelita ni de la Guardia Civil, ni de la policia. Hasta las doce y media no sono el telefono.

'?Ya esta!', dijo a modo de saludo el sargento Hidalgo en cuanto descolgue el auricular. 'Ya ha confesado. La tengo en mi despacho hecha un mar de lagrimas.' Por mas que desde el principio sabia lo que indefectiblemente tenia que ocurrir, el asombro me dejo sin palabras. El, con una sombra de vanagloria en la voz por el resultado y por la reaccion que habia provocado en mi, no espero respuesta, y anadio: 'Dice que le gustaria hablar con usted. ?Podria venir, senora?' 'Si, si, ahora voy. Gracias, sargento.' Y colgue.

Una gran tristeza se habia aduenado de mi, como si la confesion de Adelita hubiera desmoronado un cumulo de posibilidades que habian de hacer la situacion menos hiriente, como si de un manotazo se hubieran machacado todas mis ocultas esperanzas que, ahora lo veia, no habia perdido en ningun momento, como si se hubiera entablado una lucha feroz entre los acusadores y la acusada, y yo hubiera tomado partido por ella. Y de pronto, al recordar el problema domestico que se me planteaba, me di cuenta de que no era esta mi verdadera preocupacion, ni la confianza que Adelita habia roto aunque de hecho nunca habia contado con ella cabalmente, recorde, desde aquel primer dia en el bar al darme cuenta de que esquivaba mi mirada. Por eso no me sentia herida ni decepcionada, sino solo abrumada, y tal vez por eso tambien estaba dispuesta a ser benevolente y misericordiosa.

Pero entonces ?por que me habia puesto triste?

La escena en el despacho del sargento fue conmovedora y habria sacado de ella cierto consuelo de no haber sido porque, en el momento de entrar en el cuartelillo de la Guardia Civil, una sombra leve como un pensamiento fugaz habia atravesado el portal y desaparecido por la calleja lateral dejando tras de si, como un cometa agorero, una estela de inquietud: el hombre del sombrero negro. Pero ni se me ocurrio preguntar a Adelita por el, ni habria podido de haberlo decidido, porque en cuanto me vio, la mujer cayo de hinojos, me tomo ambas manos con las suyas y me las lleno de lagrimas y de babas: 'Senora, senora, perdon', bramo, 'perdon. No tengo verguenza, yo misma lo he negado varias veces.

No tengo perdon. Si quiere me ire de la casa en seguida. Perdon, senora.' La levante como pude e intente calmarla, pero fue imposible.

Habia puesto en marcha un dispositivo dramatico para redondear una escena que por nada del mundo iba a desperdiciar. Fue inutil que el sargento quisiera llamarla al orden, por el contrario, a cada voz que le daba, ella anadia un nuevo gesto sacado quien sabe de que representacion o de que serial y era imposible seguirla. Se mesaba de pronto los cabellos como si quisiera ella misma iniciar su propio castigo, o lloraba mirandome arrobada, me besaba las manos y los pies, o se volvia hacia el sargento, detenia su llanto por un momento y, abriendo los brazos, le decia sin dejar de verter lagrimas: '?Que sera de mi ahora? Tengo tres hijos, tengo marido y hermanos. Digame, ?que sera de mi?

?Donde han quedado mi honor, mi verguenza?' El sargento Hidalgo y yo estabamos confundidos. Como si la hubieran acusado de un delito que no habia cometido, nos veiamos casi en el deber de consolarla y de calmarla. Lo logramos al cabo de un buen rato y falto poco para que, antes de irse, no se abrazara a mi en busca de un consuelo que le durara toda la noche. Porque a partir de ese momento Adelita quedaba en manos de la justicia y tendria que dormir en el cuartelillo. Al dia siguiente a las doce de la manana, el coche celular la llevaria al juzgado para que el juez le tomara declaracion.

Todavia, antes de que me fuera, tuvo animos para pedirme como un favor especial que no dijera nada a su marido cuando llegara a casa porque el disgusto que se llevaria seria muy grande y le parecia, anadio, compungida, que le debia ella misma una explicacion antes de que se enterara por terceros. 'Gracias, senora, gracias', musito cuando le dije que ya inventaria una excusa para su marido. 'Gracias, es usted un angel, es usted la persona mas buena que conozco.' Y con un aire de humildad recien estrenado, secandose aun las lagrimas de los ojos y las huellas de caracol que habian dejado en las mejillas, siguio al sargento que la acompano al interior del edificio para mostrarle donde habia de dormir aquella noche.

'No se preocupe por nada, senora Aurelia', me habia dicho el sargento antes de llevarsela.

'Estara bien atendida.' Lo dijo como si fuera de verdad mi hermana o una hija mia que se veia obligada a pasar la noche fuera de casa por su propio bien o tal vez por el bien de la comunidad. Luego puso la mano sobre el hombro de Adelita y la condujo hacia la puerta. Un momento antes de salir los dos, todavia se volvio y me dedico una mirada y un gesto tranquilizadores.

Cuando se hubieron perdido al final del oscuro pasillo, yo tambien me fui.

3

La noche era tenebrosa. Como mi espiritu, me dije, acongojada, cuando deje la carretera y me adentre por el camino vecinal hacia la casa. Apenas habia luces en las masias de la otra margen del valle y el cielo encapotado parecia mas bajo, mas cercano, como si cayera a plomo sobre el paisaje en la penumbra, adormecido y helado. Al acercarme a la casa recorde que al irme, a pesar de haber oscurecido, no habia encendido las luces. Era Adelita la que lo hacia todos los dias, a ultima hora de la tarde, y ahora la casa emergia de la sombra como una mole mas negra aun, espesa y borrosa como un mal sueno. Al llegar a la solana las luces largas del coche iluminaron la fachada sin lograr desprenderle una chispa de vida. Tampoco habia luz en la casa de los guardas ni siquiera en las rendijas de las ventanas. Mi casa, pense, yace en una sombra mas oscura que la noche misma, mi casa esta muerta. ?Pero es mia esta casa?

Que extrano no reconocerla como propia sino como un simple decorado en el que me muevo desde hace un tiempo, tal vez familiar pero ajeno a mi, un decorado en el que acaban de ocurrir hechos que tampoco reconozco, que no tienen que ver conmigo. Y la rodee, dejandola otra vez negra a mis espaldas hasta detener el coche bajo el canizo del aparcamiento. Apague las luces y sali buscando en el bolso la llave de la puerta trasera. ?Las llaves, nunca encontraba las llaves! ?Las habre dejado en la guantera? Alli, en el ambito recogido de la parte trasera, rodeada de altos cipreses y sin vistas al valle, la tierra entera parecia haberse cubierto de tiniebla y no quedaba en el aire ni el atisbo de luz ni el halo vago y lejano que llegaba de la carretera cuando subia por el camino. Habiag en el aire gelido una espesura de opacidad que me impedia ver la distancia que me separaba de la casa.

Volvi sobre mis pasos con la intencion de encender las luces del coche para que me iluminaran, pensando que luego, una vez hubiera encendido las del jardin, ya volveria a apagarlas. Con la mano en el bolso logre al fin dar con el llavero, pero de pronto, cuando habia dado solo unos pasos en completa oscuridad y estaba buscando a tientas la manecilla de la puerta, la luz de una linterna me cego y me dejo inmovil. Con el pensamiento detenido me apoye en la carroceria, consciente solo de mi espanto y de los latidos de mi corazon, que horadaban la noche. Poco a poco la luz temblorosa se desplazo a mi derecha y fue entonces cuando lo vi: la cara abotargada por el juego de luces y sombras de la linterna que temblaba en su mano y se reflejaba en el cristal de la ventanilla, negras las mejillas sin afeitar, la camisa abierta, el pelo tan despeinado como si la placida noche fuera de tormenta y apestando a agrio, esa mezcla de sudor antiguo y vino regurgitado. Me arrime mas aun al coche y abrace el bolso contra el pecho como si con eso pudiera defenderme, porque vi brillar en la otra mano del hombre la hoja de una navaja. Una voz ronca, mas ronca de lo que la conocia o recordaba, revento el silencio: '?Donde esta mi mujer? ?Donde se la han llevado?' La voz me sobrecogio. Era una voz gangosa que se arrastraba tras el haz de luz. Me arme de valor, abri la puerta del coche de todos modos, sin hacer caso a sus preguntas y prendi las luces. El fulgor de la linterna habia quedado en nada y, con el, el hombre mismo desprovisto de violencia.

'Su mujer esta en el pueblo con unos amigos', dije, inventando el pretexto que me habia implorado su mujer aunque en el mismo momento me di cuenta de que no se sostenia.

Yo estaba aun dentro del coche.i Tal vez seria mejor huir, cerrar la puerta, dar marcha atras y lanzarme a la carretera, pero estaba tan cansada y eran tantas las ganas de estar en la cama que me arme de valor. Apague las luces y sali por la otra puerta.

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