No hay consuelo para el reconocimiento de que nunca correspondimos a sus ultimas y desesperadas llamadas. ?Que facil nos habria sido una caricia, una delicadeza, una sonrisa que no estuviera tenida de esa bondad insultante de quien cuida al enfermo por responsabilidad pero que no se separa un apice del papel que ha querido desempenar! ?Que poco me habria costado acariciarle la calva!, pensaba en mi tortura. ?Que facil hacerle un poco menos brutal el aislamiento, la enfermedad, la soledad! Y cuanto mejor me sentiria ahora, resumi con dolor en el pecho, lejos del remordimiento. Pero dando vueltas en la cama, horrorizada por el tiempo que transcurria sin que apareciera ni un bostezo ni la mas leve senal de que el sueno me rendiria, reaccione con furia: pero tambien es cierto que nunca me dio ni carino, ni simpatia, ni otra cosa que no fuera severidad, truculencia, brutalidad. Nunca hubo un hombre mas hosco, ano tras ano sin mover un musculo del rostro para sonreir, nunca un destello de complicidad ni de comprension en la mirada.

No se las horas que estuve sumergida en aquella amarga vigilia.

Daba vueltas y mas vueltas, y apenas podia mantener los ojos cerrados. No lograre dormir, me lamentaba, pero tal vez el cansancio iba invadiendo todo mi cuerpo porque cuando descubri un hilo de luz del amanecer en las rendijas de la ventana, cai en un sueno lejano y profundo.

Tenia que estar en el juzgado a las doce, pero cuando llegue la funcionaria de la entrada me dijo que tendria que esperar porque el juez se habia retrasado aquella manana. Sali a comprar un periodico y me sente en el vestibulo.

Debia de llevar una media hora esperando cuando, por el cristal de la puerta de la calle, vi a un hombre que miraba hacia el interior.

Era un hombre alto cuya figura me resultaba familiar. Paso dos veces ante la puerta, como si paseara muy despacio, y cada vez escudrinaba el interior con disimulo y seguia su camino. Al cabo de un rato lo descubri apoyado en la pared de enfrente, lo mire con detenimiento, escudada en el cristal que nos separaba, pero no lograba reconocerlo por mas que intentaba recordar. De pronto, como si me diera una pista de su identidad, se puso la mano en el bolsillo, tiro de un objeto oscuro, lo desdoblo y se lo puso en cabeza. Era el hombre del sombrero negro.

Miraba a su alrededor con prevencion. Saco un paquete de cigarrillos y encendio uno, y con el gesto adquirio un aire de mayor normalidad como si, entretenido en aspirar el humo, se hubiera tranquilizado. Me levante y me acerque al cristal. Mi figura debio de ser para el entonces mas visible. Me vio y en el mismo instante en que me descubrio lanzo lejos el cigarrillo y clavo sus ojos en mi, sin pestanear, con descaro incluso, con esa mirada que nos intimida porque parece decirnos que sabe mucho mas de nosotros de lo que imaginamos.

Yo la sostuve, tal vez protegida por el cristal que nos separaba.

La sostuve y descubri en su rostro lejano una sombra de ironia en el gesto de la boca. Entonces, azorada, la desvie un instante y cuandoc volvi a mirar el se habia dado la vuelta y desaparecia del segmento que alcanzaba mi vista. Volvi al banco, pero no me sente, sino que me quede de pie. Un espejo en la pared me devolvio la imagen de mi rostro. Era el mio, pero ahora me parecia el rostro de una desconocida. Llevaba el pelo hacia atras y algunas mechas se habian escapado del elastico que lo recogia, y me caian sobre la frente y a los lados en las sienes, las canas que no me habia tenido hacia semanas destacaban con violencia sobre el castano oscuro que utilizaba desde que habia descubierto el primer cabello blanco, hacia ya tantos anos que ahora no podria saber a ciencia cierta de que color lo tenia. Ojos grandes, si, pero rodeados de arrugas finas que a la luz que entraba por la puerta y que multiplicaba la cristalera eran mucho mas profundas y numerosas de lo que yo creia. La piel era todavia tersa y el color vivo, moreno, lo mismo en invierno que en verano, aunque no tomara el sol. ?Y la expresion? ?Que expresion tenia yo? ?Esa expresion tan sosa que me devolvia ahora mismo el espejo? Nunca habia sido fea, pense. Gerardo incluso me consideraba bella, muy bella, decia mirandome, arrobado, pero ahora yo me encontraba horrible. Con la mano me arregle el pelo en un intento de remediar lo inevitable, las mechas volvian a caer sobre la frente y yo recuperaba ese aire un poco descuidado de siempre que tanto habia odiado Samuel, mi marido. ?No podrias ir a la peluqueria como todo el mundo, al menos una vez por semana y no andar constantemente recogiendote el pelo?

Me sente en el banco, con la imagen de mi rostro persiguiendome.

Yo no me sentia una persona mayor.

?Tenia el aspecto de una senora mayor? ?Tan mayor como esas senoras que van de dos en dos al cafe o al cine, peinadas de la misma manera, tenidas de rubio ceniza para disimular, como yo, sus canas?

Yo era alta y seguia estando del-e gada, tenia buena salud y andaba ligera, tal vez eso me hacia parecer mas joven. ?Cuantos anos me echaria la gente? ?Que dificil es adivinar como te ven los demas!

?Cuantos le echaria yo a Adelita si no la conociera, si ella no me hubiera dicho que tenia treinta y dos? Y como si su rostro surgiera de los telones superpuestos que formaban mi entorno en aquel momento, el hombre del sombrero sonreia tan real como lo acababa de ver tras los cristales, ?cuantos anos tendria?, ?cuantos pensaria el que tengo yo?

Adelita todavia tardo mas de un cuarto de hora en aparecer. Llego en un furgon del que descendio con dos guardias civiles, uno a cada lado. Pero como el coche habia aparcado enfrente de la puerta del juzgado, no tuvo que andar por la calle, sino unicamente atravesar la estrecha acera y entrar. Venia llorando quedamente, vencida y humillada. Al verme se abalanzo sobre mi, sollozando desconsolada.

Me miraba con sus ojos anegados y pedia perdon amarrandome las manos y besandolas.

'Perdoneme, senora, perdoneme, aunque no tenga perdon. Se que no tengo perdon, pero perdoneme.' Yo no sabia que hacer, ni que decir. Me sentia incomoda aunque en el vestibulo no habia mas que la funcionaria que controlaba la puerta y los dos guardias civiles que habian venido con ella. No me gustaba la escena, pero menos aun me gustaba que me tocara y me sobara las manos en un intento de hacerse perdonar. Aun asi, senti por ella una pena intensa. Por suerte, los guardias que la custodiaban la arrastraron al interior del edificio.

Me quede de nuevo sentada en el banco de la entrada. Esperando.

'?Que espero? ?Por que he venido?' De pronto me di cuenta de que lo que tendria que haber hechog era decirle a Adelita, ayer o hace un instante, que estaba despedida y luego irme. Claro, ?quien iba a tener en casa a una persona que robaba? Y en mi caso peor aun, porque ella quedaba duena y senora de todo lo que contenia la vivienda y la finca durante semanas, incluso meses. No es que hubiera cosas de valor, pero todo me pareceria inseguro en sus manos ahora y mas aun me lo pareceria cuando desde Madrid pensara en ella y en el funcionamiento de la casa. ?Oh! ?Que lio!, buscar guarda, volver a la policia para intentar recuperar la joya, y todo esto en menos de una semana, que es lo que me quedaba antes de reincorporarme al trabajo.

De ningun modo podia retrasarme.

?Que podia hacer?

Por la cristalera de la calle entraba el sol, que alargaba la sombra de los batientes sobre el suelo de baldosas. Un sol de invierno claro y luminoso que daba cuenta del frio gelido de la manana. Me levante y me acerque a la puerta. Y alli estaba otra vez el hombre del sombrero negro. Apoyado en la pared como lo habia visto antes, pero mas alejado del juzgado. Acerque la cara al cristal para poder verlo mejor. El, como si hubiera sabido que alguien lo espiaba, levanto la vista, me vio y sostuvo la mirada, sin dejar de manipular un papel o un carton que doblaba y doblaba sobre si mismo.

Habia cierto descaro en aquella cabeza un poco ladeada. ?Sonreia o era una debil mueca para defenderse del sol que, al levantar la vista, le heria los ojos que no alcanzaba a cubrir el ala del sombrero? La mirada seguia fija en la mia y la expresion de la cara, fuera o no fuera una sonrisa, inmovil. Azorada, me retire de la puerta y volvi al banco. Queria pensar en lo que tenia que hacer pero era incapaz de concentrarme. Ni en mis problemas, ni en mis decisiones, ni en lo correcto de mi proceder. Al poco rato me levante otra vez y con cautela fui acercandome a la puerta,i y antes de llegar a la cristalera alargue la cabeza y mire. La retire en seguida porque el hombre permanecia alli con la mirada fija hacia donde yo estaba, como antes, como si hubiera tenido desde el principio la seguridad de que yo volveria a mirar.

No habia tenido tiempo de sentarme cuando de la puerta del fondo salieron Adelita y los dos guardias. Los seguian una funcionaria que yo habia visto entrar en la sala sosteniendo una gruesa carpeta y un tipo joven, con bigote muy negro y una cartera en la mano.

Ella, mas serena pero con la cara abotargada, y un panuelo hecho una bola en la mano derecha, vino hacia mi con actitud respetuosa, casi humilde. La siguieron los demas, como un coro, y la funcionaria se dirigio a mi como si me conociera, o como si Adelita ya le hubiera dicho quien era yo, y me presento al abogado de oficio, el

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