mas que un breve descanso para dar paso a la tramontana, el viento del norte que aulla por las noches y de dia aclara el paisaje y la mente hasta producir dolor. Dos, tres dias de rafagas ruidosas y continuas y otra vez cielos grises y capotados para acabar en lluvia menuda y cantarina que empapaba de nuevo la tierra, como para compensar la sequedad con que la amenazaban los vientos.
Cada vez que llegaba a la casa, la belleza del campo me extasiaba, y la miraba y la volvia a mirar, sorprendida y embelesada, pero no sabia que hacer con ella para absorber tanto aroma, para aprovecharla, para disfrutarla, como si para gozar no me bastara con mirar.
Igual que con las noches de luna, cuando el paisaje adquiere un tono de ambar helado, de luz tamizada, las sombras de los arboles pisan la tierra embebida en resplandor placido y magico, y el silencio, sorprendido por la magnetica quietud del aire, se hace mas denso, mas poderoso. Y yo, suspendida la conciencia y paralizado el pensamiento, me dejaba envolver un instante por el halo de misterio, solo un instante. Despues, sin saber que mas hacer, dejaba de contemplarla.
Con ese tiempo cambiante, aunque fueran noches de luna llena, llegue a la casa. Atardecia. Los colores y las sombras habian desaparecido del mundo, y el paisaje, acuciado por la estela crepuscular de la primavera, se resistia a sumirse en la tiniebla. Adelita salio a recibirme, modosa y un poco distante, como habia estado durante todo el trimestre cada vez que nos hablabamos por telefono. Un poco mas incluso, diria yo, y con un gesto de dignidad vagamente ofendida. Tampoco yo tenia demasiadas palabras, asi que con el pretexto de que estaba cansada, le dije que no cenaria y que subiria a mi habitacion en seguida. No se lo que me habia preparado, pero algo debia de ser porque se retiro con una actitud altiva, incomprensible para la ocasion, que ella mostraba levantando la barbilla y dejando al descubierto la potencia de su ancho cuello, sin decir una palabra. No quise saber mas. Yo tampoco tenia ganas de hablar demasiado. Durante estos meses me habia torturado muchas veces la duda de si habia obrado bien dejandola en la casa y otras tantas, al pensar que estaba alli sola, me habia invadido un sentimiento de indignacion contra mi misma, por ser tan ingenua, que alternaba con el malestar de mi propia desconfianza. Y en alguna ocasion tambien, dudando de mis premoniciones, dejaba renacer la confianza hasta creer que todo se habia resuelto y que volverian los dias felices de antano. Pero, aunque yo me negara a reconocerlo, el problema subsistia, oculto, agazapado, y el tiempo no hacia mas que acercar el dia en que no tendria mas remedio que enfrentarme a el.
Un vago desasosiego presidia tanto mis dias de optimismo como los dias de profundo malestar.
Ademas, estaba toda la cuestion de la recuperacion de la joya y de la actuacion de la policia que no se aclaraba. Para desvelar la bruma que envolvia mis suposiciones habia intentado seguir el asunto desde Madrid, aunque sin resultado ninguno. El abogado no habia llamado, y cuando lo habia hecho yo no habia logrado hablar con el. Le habia dejado recado a la secretaria sin resultado. Le habia enviado una carta, un fax y, pocos dias antes de volver a casa, un telegrama que tampoco contesto. Hay gente asi, gente que nunca contesta las cartas ni responde a las llamadas, y yo habia tenido la mala suerte de toparme con un elemento que si no iba a buscarlo nunca lo encontraria. Eso pensaba yo, pero para Gerardo, que iba y venia de Barcelona a Madrid cuando yo no podia moverme, no era cuestion de mala suerte o de desidia profesional, sino de la voluntad deliberada de evitarme.
'Pero ?por que?', le preguntaba yo.
'No se por que, pero nunca he visto a un abogado que no se ponga al telefono ni llame a su cliente.
Hay algo raro en todo esto.' Tal vez esta fuera una de las razones por las que volver a casa era como sumergirme de nuevo en un terreno vago y desconocido de acusaciones y juzgados que, a veces, recordando las palabras de Gerardo, intuia plagado de peligros, de culebras, escondidas culebras que nunca habian aparecido, es cierto, pero que debian de estar moviendose por el cieno del fondo del lago.
Y como Adelita si respondia a mis mensajes, las culebras que me amenazaban de ningun modo las identificaba con ella. Aunque, de hecho, ?me bastaba la justificacion insinuada por Adelita que atribuia el movil del robo a las dificultades economicas de su casa y su familia?
?Que dinero necesitaba con tanta urgencia y para que? No, no era esto lo que me inquietaba. Era una sospecha de origen desconocido, una sospecha que amenazaba con acabar en calamidad en cuanto aparecieran los elementos oscuros y turbios que envolvian la historia de este robo.
Y la ausencia de estos tres meses no habia logrado distanciarme del problema, por el contrario, a fuerza de no querer pensar en el, se habia convertido en una niebla de dudas y conjeturas que no habian hecho sino incrementarlo, porque, no habiendo querido o no habiendo podido hacer frente a lo conocido, lo desconocido se habia agigantado y habia alcanzado tales proporciones que una sombra de angustia no me abandonaba ni durante el dia ni en los suenos por las noches. Tal vez las culebras tengan mas que ver con esa soterrada amenaza y las brumas que la envuelven que con la traicion de Adelita, decia mi conciencia, torturada por tanta incertidumbre, aunque, tenia que reconocerlo, la inquietud se habia apoderado de mi y no me habia abandonado desde el dia que habia descubierto el robo.
'Esto te ocurre por mantener a Adelita en la casa. Es un disparate. Sean las que sean las causas de lo ocurrido, olvidalo, despidela y apartate de toda esta historia que te esta cambiando el caracter y la vida', decia Gerardo.
La casa, sin embargo, me recibio con la calidez del orden y el cuidado que Adelita habia puesto siempre en ella. Mas aun, me parecio. Flores en las habitaciones y en el salon, frutas en los cuencos del comedor y de la cocina, brillo de maderas y metales, cristales impolutos de las ventanas y las puertas. ?Que ocurria, pues, con esta casa que, a pesar de ello, seguia sin ser mia? ?Que oculto misterio se deslizaba por ella, que fria perfeccion, que perfume de ausencia la cubria? El tiempo no habia logrado borrar la presencia de mi padre, que la habia elegido para acabar sus dias, pero tampoco habia perdido la patina misteriosa que parecia ocultar un presagio, que la habia envuelto aquella inacabable noche del robo cuando descubri en la agonica oscuridad del miedo cuan lejos estaba todavia de acogerme. A veces tenia el vago y escalofriante sentimiento de que era la casa la que escondia un secreto. ?Habria que investigar o esperar aun mas? Pero otras veces la misma actitud de Adelita me decia que algo ocultaba su talante altivo, que alguna explicacion de lo ocurrido se me escapaba o se me habia arrebatado.
Obsesionada por encontrar las causas ocultas, no se me ocurrio pensar que mi desasosiego, o por lo menos parte de el, procedia, como ocurre casi siempre, de mi propia alma. Ni siquiera arrojo un vestigio de luz la creciente turbacion con que la noche de mi llegada recorri la entrada y el salon, subi la escalera y, sin que mediara decision ninguna, me dirigi a la gran ventana del estudio desde donde, a la luz crepuscular del mes de abril -clara luz que anticipa los dias mas largos, el canto de las cigarras, el croar de las ranas-, al mirar hacia el unico lugar lejano que buscaron mis ojos, como si mi vuelta no tuviera mas justificacion que convencerme de que alli la encontraria, la silueta del hombre del sombrero, inmovil, casi un fantasma en la penumbra, se destaco del resto del paisaje con la pulcritud con que a veces el aire contornea los elementos que nos son mas cercanos.
Alli estuve con la luz apagada, fijos los ojos en la mancha oscura que fue diluyendose y mezclandose con otras sombras hasta que la tiniebla cubrio la tierra y no quedaron sobre ella mas que la luz de la bombilla en la puerta de nuestros vecinos del otro lado del valle y el vago resplandor de la lejana carretera tras las lomas de levante. Cuando las estrellas se abrieron paso en el cielo y, mucho mas tarde aun, cuando la luna se levanto roja y redonda como un globo de fiesta suplantando el reflejo de las luces de los coches, yo seguia sentada en un sillon frente a la ventana, tejiendo complicadas cabalas sobre la noche, sus multiples significados y la influencia del paisaje oscuro en la mente de los humanos, sin que me alertara aun ese temblor apagado pero irreductible de mi cuerpo, ese latir de mi propio corazon, ese agujero de angustia que yo achacaba vagamente al frio y al miedo, que me oprimia el pecho ante el vacio que se habia formado en aquel punto, como si la tiniebla hubiera arrastrado consigo al hombre del sombrero.
Al dia siguiente me presente en casa del abogado. La puerta estaba entornada y un letrero indicaba que se podia entrar.
'Quisiera ver al senor Perez Montgui9, por favor.' La chica de la entrada apenas me habia mirado cuando entre, pero al oir el nombre de Perez Montgui9, levanto la cabeza y suspendio el tecleo de su ordenador.
'?De que empresa?' 'De ninguna. Soy Aurelia Fontana. Estuve aqui en enero.' 'El senor Perez Montgui9 no esta.' '?Puede darme hora para mas tarde, o para manana o pasado?' 'Es que yo, la verdad, no se cuando vendra', y como si hubiera acabado conmigo, volvio a su ordenador.
'Algun dia volvera, digo yo, ?no?', dije con sorna.
'Oiga, a mi no me ha dicho cuando volvera. De hecho, lleva ya muchas semanas sin venir. Ha abierto bufete