guardas desde que se arreglo y se pintog poco antes de que Adelita comenzara a trabajar, hacia anos, y no podia recordar lo que pertenecia y lo que no pertenecia a la casa.

Pero mantuve mi presencia, silenciosa y grave, convencida de que era la unica forma que no le permitiria ganar tiempo y me libraria asi de otra de sus artimanas.

Habia cedido un tanto mi indignacion, pero mantenia la cautela, porque no queria que, fuera quien fuera quien le diera consejos, pudiera ponerse en contacto con ella.

Asi que me dirigi al supletorio del telefono para desenchufarlo, pero en cuanto ella lo vio, se detuvo ante mi cargada con un monton de ropas que habia sacado de una habitacion y me dijo: 'Voy a tener que usar el telefono porque necesitamos que venga mi sobrino a buscarnos con la camioneta, iremos muy cargados.' Volvi a enchufar el aparato y me situe a su lado con los brazos cruzados en actitud vigilante. No se si fue a su sobrino a quien llamo, pero fuera quien fuese el que se puso al telefono le pidio que viniera a buscarlos con la camioneta. 'Ya te lo explicare', acabo a modo de despedida. Colgo y yo volvi a desenchufar y me quede con el aparato en las manos mientras ella me miraba como si me pidiera ayuda.

Fue entonces cuando aun hizo el ultimo intento de obtener mi perdon. Se fue acercando muy despacio, la cabeza hundida en el cuello, la mirada triste y ladeada, las manos a la espalda como si solo la guiara la timidez, hasta que se detuvo frente a mi. Yo ni me movi ni hice otra cosa que mantener su mirada.

'Senora…', dijo en un susurro, como si el remordimiento y la tristeza no la dejaran continuar, 'senora, se que no hay palabras para explicar lo que he hecho, se que…', aqui estallo en sollozos ante mi imperturbabilidad. Al darse cuenta, se seco las lagrimas e intento continuar, pero gemidos e hipos incontrolados se mezclabani con sus palabras y ella misma fue consciente de que no se la entendia. Asi que hizo un esfuerzo por contenerse y acabo: 'Perdon, senora, perdon, dejeme quedar aqui con usted, dejeme que le demuestre el respeto y el amor…' La interrumpi procurando recuperar el tono de mi discurso anterior: 'No hay nada mas que hablar, acabe de una vez y vayase con sus hijos y con su marido. No quiero volver a verla en mi vida.' Debio de comprender que, por una vez, no habia logrado lo que se proponia. Las lagrimas cesaron y aparecio en la mirada el acero despiadado del odio, de un odio profundo que debia de tener almacenado porque no era posible que hubiera surgido tan de repente con tan evidente intensidad.

'?Vayanse!', anadi para acabar.

No quise preguntarle que habia ocurrido con el coche de su hijo, ni me importaba saber donde estaban los otros dos hijos, no estaba dispuesta a soportar una nueva confidencia, otra muestra de arrepentimiento y buenos propositos, otra peticion de clemencia. Lo unico que queria es que se fueran ella y su marido y el hijo que estaba con ellos. Y que viniera el cerrajero al que habia llamado por la manana para que cambiara los cerrojos de todas las puertas. Estaba impaciente y tenia prisa, tal vez porque temia los imprevistos de mi propia voluntad o su debilidad, convencida de que en cualquier momento podia reblandecerse ella y yo volverme atras. Pero resisti.

A veces, cuando recuerdo aquel dia y me asombra la fuerza y la constancia que mantuve a lo largo de tantas horas, como si se las hubiera pedido prestadas a otra persona, pienso que lo que me ayudo fue precisamente el cansancio que tenia que invalidaba cualquier otra sensacion, pensamiento, decision o programa, cualquier acto de la voluntad que no estuviera encaminado a acabar de una vez para tumbarme en la cama y dormir.

Aunque era domingo, el cerrajero me habia asegurado que vendria a ultima hora. Llego cerca de las ocho y se puso a trabajar. A las siete se habia detenido frente a la casa de los guardas la camioneta gris sin ventanas que conducia un tipo barbudo de pelo corto y tez cenicienta. Tal vez fuera el sobrino de Adelita, pero mas parecia su padre, o su padrastro. Tenia un aspecto sucio y hurano y sin saludar ni hacer ninguna pregunta se puso a cargar paquetes y cestos y maletas y cantidades de ropa sin empaquetar y bolsas de comida, con la ayuda del marido y del hijo que, una vez hubieron acabado y dejado la casa sin mas ropaje que los muebles desnudos y los cajones abiertos, se metieron docilmente en la camioneta a esperar a Adelita.

Ella ni me miro cuando paso por ultima vez ante mi. Tenia la cara roja como siempre que algo la reconcomia y, tan hinchada, que parecia a punto de estallar. Se habia puesto de gala, llevaba un vestido de verano de color verde brillante sin mangas con un cinturon apenas visible de tan prieto a la cintura, zapatos de tacon sobre los que balanceaba sus piernas en forma de bolos descabezados y brazaletes de metal en las munecas que tintineaban al caminar. Llevaba en el brazo un chal que se echo sobre los hombros.

Quiere impresionar, admiti. Y recorde el dia, lejano ya, cuando todavia vivia mi padre, en que desde la ventana del estudio la descubri paseando por el campo vestida con un vaporoso traje de tul de color violeta que volaba con la brisa del amanecer. Era un traje largo que arrastraba sobre los rastrojos secos, y ella mientras tanto, sin enterarse del dolor y de los pinchazos que debia de sentir en los pies descalzos, movia los brazos siguiendo el ritmo de una musica interna como si mostrara movimientos de baile a sus alumnos, o los dedicara a un publico que la animaba y la admiraba. Desde lejos, la vi sonreir con los ojos cerrados, disfrutando de un momento y tal vez de un exito que solo ella sabia a que se debia.

Quien sabe si aquel baile iba dirigido ya al hombre que todavia no habia llegado, el que la veria con los ojos con que ella queria verse, el que temblaria de emocion contemplando como se movia entre tules por el campo agostado del verano, el amante que ella deseaba, el que queria merecer, el que finalmente habia cristalizado en el hombre del sombrero, el amado Jeronimo que la habia transformado en un ser capaz de irradiar belleza. Lo cierto era que entonces, igual que ahora, igual que siempre, su mayor deseo, su voluntad, se centraban en impresionar, si, pero ?a quien ahora?

?A su primo, al cerrajero o a mi?

?Y para que? Es imprevisible, sentencie, haga lo que haga.

Habia llegado casi al coche donde, de pie, junto a la puerta, la esperaba aquel primo de aspecto hosco que habia agarrado por el collar al perro que ladraba enfurecido cuando, sin detenerse, dio media vuelta, volvio sobre sus pasos y vino hacia mi, que permanecia en la entrada junto al cerrajero.

Yo crei que queria despedirse y devolverme las llaves. Pero no era su intencion devolver nada, ni siquiera lo que tras la llegada del cerrajero quedaria tan obsoleto como todas las llaves de la casa.

Se acerco, me miro y casi al borde de las lagrimas que contenian su rabia y su despecho, dijo: 'Se arrepentira, senora, se arrepentira de lo que acaba de hacer, por anos que viva no tendra suficientes lagrimas para lamentarlo.' El cerrajero, que trabajaba inclinado sobre la cerradura, se volvio, levanto la cabeza y sonrio, pero yo me estremeci. Habia en la voz y la mirada de Adelita un rasgo desconocido de tal veracidad, dee tal profundidad, que invalidaba la experiencia y exigia la revision de todas las afirmaciones y opiniones que yo habia vertido sobre ella. Y ademas, al acabar de hablar, abriendose paso en la fria mirada que me dedico, habia asomado un rasgo nuevo de su caracter que tampoco yo le conocia, tal vez porque nunca habia querido verlo, pero mas probablemente porque ni en sus peores actuaciones se me habria ocurrido atribuirselo: su disposicion a infligir una herida, su capacidad de venganza. Si, eso es lo que vi entonces, y eso es lo que me llevo a llamar aquella misma noche a Jalib, el jardinero, y a pedirle, sin ningun resultado por otra parte, que en cuanto pudiera se viniera con su mujer a vivir a la casa de los guardas, por lo menos hasta que yo me fuera otra vez.

Aun asi, y aunque procure convencerme de que poca cosa podia hacer contra mi, aparte de denunciarme por haberla tenido trabajando sin asegurar, eso fue lo que durante los dias siguientes me tuvo en vilo, atenta a los ruidos de motor que venian del camino.

Aquella primera noche, noche clara de junio, noche de luna otra vez, que aparecio recien disminuida pero poderosa aun en la ventana, iluminando la higuera lejana y el espacio vacio bajo ella, sumidos ambos en el misterio de su blanca luz, me encerre amedrentada en la casa en cuanto el cerrajero se fue, con las nuevas llaves en la mano como el tesoro que habia de salvarme. Pero incluso con el temor de lo que podria ocurrir o, en ultimo termino, con la incertidumbre de no saber que iba a hacer con esta casa, crei haberme liberado de la marana de hilos y nudos que me habian tenido prisionera, y al despertarme a la manana siguiente, tras una larga y pacifica noche sin suenos, me encontre con un dia mas radiante y un cielo mas diafano del que habian desaparecido las sombras y las nubes que hasta entonces oscurecian la historia de mi casa.

Pero no era mas que el cansancio acumulado de la noche y del dia anteriores, o la tension, o la vigilante inmovilidad de tantas horas, los que me habian lanzado a la cama de sabanas limpias con un placer y un abandono que superaba la zozobra de la soledad y del peligro.

Ni el domingo ni el lunes habia sonado el telefono. Por eso cuando lo oi a media manana del martes me sobresalte, como si el timbre se hubiera fundido con el motor de la camioneta gris, el unico enemigo declarado al que esperaba y temia.

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