de la Guardia Civil o la misma noche aciaga en que yo volvia del cuartel? ?Conoceria el marido su relacion con el hombre del sombrero y languideceria de celos y anoranza, o se encabritaria dia tras dia al adivinar el motivo de sus ausencias?

Hasta entonces apenas habia pensado en la vida de Adelita, me limitaba a creer, en razon de lo que veia, convencida de que un ser tan simple debia de tener unos comportamientos que obedecian a los mas elementales impulsos del alma.

Y, sin embargo, ahora, con la ultima version de su proceder, con el profundo pozo de secretos e incognitas que habia entrevisto en aquella sonrisa de dulzura de la despedida, comenzaba a preguntarme por la razon de sus actuaciones, de sus mentiras, de sus falsas fidelidades, de su transformacion a la vista del hombre del sombrero.

Y entonces una llamarada de fulgor envidioso me corroia las entranas de celos puros y profundos, porque los imaginaba en las unicas escenas que sabia convocar, convencionales escenas de amor de sus desproporcionados cuerpos que, sin embargo, tan bien se acoplaron aquella manana al ritmo de sus propios pasos.

Los veia besandose, las manos de el descubriendo los recovecos del corpachon que yo tanto habia menospreciado, aunque mi imaginacion no me daba un respiro y hurgaba en la herida cada vez mas sangrante de mi frustracion y de mi obsesion, me adentraba poco a poco en otros ambitos de excitacion y deseo que nunca habia imaginado antes, y que aparecian ante mi vista, casi al alcance de la mano con toda la contundencia de una realidad. Pero ni podia ni queria evitarlos porque al tiempo que desfallecia de dolor y de miseria y de envidia, sabia que mi piel electrizada podia depararme la sorpresa de verse ocupando el lugar de ella: mis manos hechas de las suyas, rojas y regordetas de dedos chatos y unas mal pintadas, mis labios convertidos en aquella boca grande que se abria como una herida en su rostro apaisado, y mi cuerpo transformado en el suyo, suplantando su temblor al contacto de la piel de aquel otro cuerpo largo, casi un rasgo solamente, que yo descubria e inventaba noche tras noche con la paciencia de un artesano.

Ah, en este mar de vientos y tormentas habia desaguado aquella primera obsesion por la figura del hombre inmovil bajo la higuera, cuando creia aun que lo que prometia era su presencia y no, como de hecho era, su ausencia, su prolongada ausencia.

Asi vislumbraba e interpretaba los distintos aspectos de la vida y las andanzas de Adelita que se me habian desvelado en los ultimos meses. La pasion que la unia a ese hombre tenia que ser por fuerza la que la hacia desaparecer y aparecer segun fuera la voluntad de el.

?A que otra cosa podia obedecer la apremiante necesidad de ir y venir, y marcharse de nuevo de la casa a todas horas que yo habia seguido por el rastro que dejaba su mobilette en el aire apacible del campo? ?Que otra cosa podia hacerla llorar incansable, atenta al telefono como un animal que huele por donde le llegara el alimento o el peligro?

Me decian que no estaba, que habia ido al pueblo, al hospital, a casa de su madre, de sus suegros.

Solo una vez, uno de los hijos me dijo que se habia ido a Andorra.

'?A Andorra? ?Por que a Andorra?' 'No se, se fue hace dos dias y volvera pronto.' '?Cuando es pronto?', quise saber.

'No se.' Tenian todos voces sonolientas, mas que indiferentes, voces que pugnaban por salir de la garganta, como si todos estuvieran idos, drogados. El pensamiento me asusto. ?No los habra drogado ella para entrar y salir sin tener que dar explicaciones?

Impaciente y un poco inquieta, el primer sabado del mes de junio, un mes y medio poco mas o menos despues de haber vuelto a las clases, se me ocurrio ir a la casa del molino sin avisar. Nunca lo habia hecho antes, pero como si un rayo de lucidez hubiera atravesado el firmamento tormentoso de mi mente, una vez se me ocurrio la idea como una posibilidad, no lo dude ni un momento. Faltaba menos de un mes para el final de curso, pero no tuve la paciencia de esperar. Pedi una semana de baja pretextando una perdida familiar de la que, por fortuna, el jefe del departamento no me pidio comprobacion y que me fue concedida sin mayor dificultad, tal vez porque nunca habia faltado ni me habia retrasado en las clases.

Gerardo, que habia pasado en Madrid el fin de semana anterior y como siempre no habia hablado mas que de Adelita, tomo mi decision como un efecto benefico de sus palabras y sus consejos, y quiza como la tan esperada muestra de sensatez y prudencia por mi parte.

'?Quieres que retrase ese viaje a Londres y te acompane?' 'No, no hace falta, solo quiero ver que pasa, por que no esta nunca en casa, quiero saber que hace, adonde va, a quien ve en el pueblo.' Me detuve un momento, ?no estare mostrando demasiado interes, demasiada curiosidad?, y anadi: 'A ver si lo arreglo de una vez.'

El viaje en avion me proporciono una tranquilidad momentanea que no habia sentido desde hacia tiempo. Me olvide del tren, cogi un taxi desde el aeropuerto y llegue a la casa del molino casi a las nueve de la noche de un dia que habia sido calido y tranquilo.

Un ultimo atisbo de claridad inundaba el firmamento, ni un leve soplo de brisa movia las hojas de los arboles que habian alcanzado en esas semanas la frondosidad que prometian al inicio de la primavera. El paisaje entero tenia el aspecto apacible que uno imagina cuando piensa en el campo. Su belleza sobrecogedora, con los infinitos tonos de verde y las florecillas que estampaban los campos y los caminos, sugeria la bondad desinteresada de un mundo distinto, mas natural, menos ruidoso, menos agotador.

Asi es como ven el campo los que solo suenan con el, pense, no recuerdan la oscuridad y la soledad del invierno, el tormentoso viento de marzo, el tedio y la anoranza que produce la lejania de un mundo mas vivo, el agujero de tanta ausencia, el cansancio de un transcurrir que solo se contempla a si mismo. Yo nunca habia sido amante del campo, me gustaba la ciudad, me gustaba perderme entre la multitud y tener una tentacion en cada portal, como a todos los solitarios.

Si por lo menos la casa que he heredado estuviera en un pueblo…

El campo servia para echarlo de menos, para tenerlo al alcance de la mano y descansar, no para vivir ni trabajar, pensaba una vez mas mientras el taxi subia por el camino vecinal. No es extrano que Adelita busque otros alicientes, se vaya y vuelva y se vuelva a marchar. Aqui la vida se paraliza y con ella el animo, el humor y tal vez el deseo, anadi cuando vi aparecer al marido que salia de su casa con el inevitable palillo en la boca.

Llevaba una camisa de cuadros, limpia esta vez, e incluso se habia afeitado. Tenia cara de pocos amigos, y se dirigio a mi con aire retador.

'No esta', me espeto sin saludarme. 'Se ha ido al pueblo porque mi cunado…' 'No me cuente historias', lo interrumpi en el mismo tono, 'no tengo prisa, la esperare.' Se le dulcifico un poco la voz: 'Es que llegara tarde, no sabia que usted venia.' 'No importa', dije, pague el taxi, y utilizando mi propia llave entre en la casa.

Nada mas abrir la puerta, me invadio un olor denso, agrio, vagamente pestilente, de comida rancia quizas en estado de descomposicion, de habitacion cerrada, de colillas y aire viciado de varios dias.

Prendi la luz y me quede horrorizada. El panorama era desolador.

Un leve golpe de viento que entraba por la puerta que habia quedado abierta habia hecho rodar botellas vacias por el suelo. La gran mesa de la cocina estaba completamente llena de platos y vasos sucios con restos de comida y bebida apilados de cualquier modo junto a ceniceros rebosantes de colillas de cigarrillos y puros que apestaban. Tambien estaban cubiertas de detritus las mesas del comedor y del salon, y en el suelo se amontonaban servilletas de papel usadas, mondas de frutas, restos de pasteles, cuencos con patatas fritas mezcladas con lo que debio de ser el contenido de alguna lata, sardinas o berberechos o mejillones aceitosos, costillas de cordero mordisqueadas y acartonadas, salsas solidificadas, costras de alimentos irreconocibles en los cacharros y el imborrable olor agrio de las ensaladas ennegrecidas. Los almohadones de los sofas estaban tirados por el suelo, las sillas caidas, los discos desparramados sobre la mesa, la cadena sin apagar y un disco dando vueltas inutiles en el tocadiscos.

El horror. Yo no lograba reaccionar, tal vez porque ya sabia que Adelita no estaba y de poco serviria dar voces y pedir explicaciones. El marido, que me habia seguido hasta la puerta, habia desaparecido y yo habria desaparecido tambien de haber sabido adonde ir.

Desanduve el camino hasta llegar a la entrada, igualmente sumergida en el caos, subi la escalera apartando del suelo mas almohadones, ahora de las camas, con el corazon encogido.

Mi cuarto, el primero en el que entre, tenia la cama deshecha, sin sabanas, y algun vaso en el suelo.

Recorri las habitaciones y en todas encontre el mismo olor nauseabundo y el mismo aspecto de haber sido arrasadas por un vendaval o por un ejercito en retirada. Ninguna cama estaba hecha, habia sillas caidas, los objetos de las mesillas apartados hacia un rincon, las ventanas cerradas. Me fui al estudio y a pesar de todo no

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