nuestra direccion, los ojos casi por debajo de la linea de sombra se abrian a la luz cuando levantaba los parpados y los volvia a entornar, atento a las maniobras de su mano con el papel. Adelita no podia apartar de el los ojos expectantes en busca de una senal, de un signo, pense yo.

Le daba el sol en la mitad de la cara, y las hojas del arbol cercano dibujaban con capricho un juego de sombras y luces sobre el ansia gozosa que irradiaba el rostro entero. Tenia la cabeza un poco levantada y habia un ligero temblor en la barbilla, se le habia dulcificado la expresion, y tal vez por un proceso de mimetismo, se habian estilizado las facciones y se habia transformado en un ser radiante.

Pero a pesar de lo que me habia fascinado el cambio, pase por el con la levedad de una caricia inconsciente, atraida por el descubrimiento inicial, sobresaltada como estaba, no tanto por el cuanto por haberme inquietado la sombra de una duda y el temor de que esa mirada acerada y un tanto despectiva no fuera dirigida precisamente a mi, sino a ella. Hubo un momento de pavor. Como si las voces se hubieran detenido y las gentes inmovilizado. Solo su mirada, que me parecia oscilar de la una a la otra, y el sol, que envalentonaba el sofocante calor y me quitaba ahora la respiracion. Adelita tampoco se movia, atenta la vista al hombre, y yo, lo sentia en las mejillas, me habia ruborizado como si tuviera doce anos, como si un numeroso publico estuviera solo pendiente de mi reaccion y me hubieran pillado en falta o, en mi azoramiento, se hubiera desvelado mi secreto. Fue el quien puso el mundo en movimiento otra vez, fue el el que lanzo hacia nosotras el papelito blanco con el que jugaba que, convertido en una bola, rodo por el suelo, paso de largo y se perdio a nuestras espaldas. Se acerco sin prisas y se dirigio esta vez claramente hacia Adelita.

Ella, mucho mas azorada que yo, se levanto y algo le dijo que no logre oir. Y entre las brumas de la turbacion tuve la impresion de que eso la hacia recuperar la tranquilidad.

Mirandome, como si me acabara de descubrir, dijo: 'Senora, este es nuestro vecino, el que alquilo el cobertizo de la casa de enfrente, ?recuerda que le hable de el?, ?recuerda que usted me pregunto?'; que no diga esto, por Dios, que se calle, pero ella seguia: 'El que usted ve desde la ventana del estudio, ?recuerda?' ?Habria notado mi confusion?

?Me estaria martirizando a conciencia? ?Se estaba cebando en mi temblor?

El hombre mantenia ese gesto de la boca, de sonrisa que quiere asomar, ?de desprecio?, ?de suficiencia?, y los ojos oscuros brillaban apenas bajo los parpados fruncidos por el esplendor de la luz.

Adelita seguia: 'Cuando usted se lo pregunto a Jalib, yo le dije que se llamaba Jeronimo… ?Recuerda?, cuando le explique lo de la maquina de…' ?Por Dios, que se calle!, pero ni yo era ahora capaz de hacerla callar ni ella, disparada por la emocion, lo habria logrado aun de haberlo querido. Y seguia y seguia, y su voz se iba convirtiendo en otro runrun que sobresalia de las voces del mercado y se fundia al cabo con ellas. Ya no la oia, no sabia de que estaba hablando, porque habia descubierto que, a mi pesar, yo no lograba sostener la mirada del hombre, que ahora si estaba segura, me estaba dirigida, pero volvia a ella una y otra vez, fascinada, y lo que es peor, convencida de que el veia desde fuera mi turbacion y conocia su origen, del mismo modo que yo misma lo reconocia desde el interior de mi cuerpo por el excesivo temblor de mis labios y por los golpes de sangre de mi corazon. Habria dado la vida para que acabara aquella escena, pero tambien la habria dado para que durara toda la eternidad.

Cuando levante de nuevo la mirada, confundida y temerosa, ya no estaba alli. Encontre al instante su espalda que se alejaba, con la mano descansando en el hombro de Adelita, que se habia arrimado a el con el cesto colgado del otro hombro. La vision me cego el entendimiento. Si, en el trasfondo de la conciencia tenia la vaga idea de que Adelita me habia prevenido de que se iba a comprar, porque ahora recordaba que el ronroneo de su discurso se habia truncado y habia tomado otra entonacion, mas breve, mas expeditiva. Pero me daba igual, no tenia ojos ni atencion mas que para seguir sus espaldas tan dispares, tan alta la una y tan bajita la otra, ajustadas, sin embargo, a un mismo ritmo a pesar de la desproporcion, perdiendose entre el bullicio del mercado, y un gesto involuntario de dolor, frustracion y rabia me torcio los musculos de la cara, tan intenso e incontrolable que ya no habia lugar para temer al publico que un instante antes parecia haber asistido al desvelamiento de mi secreto.

?Que poco me importaba! Toda mi atencion y mi esfuerzo se concentraban en la imagen dispar que acababa de descubrir, mientras mi inteligencia se resistia a aceptar que no era a mi a quien el hombre del sombrero habia mirado, ni mucho menos a quien habia venido a buscar.

Pedi otro cafe, mire el reloj, eran las diez y media. No sabia hasta cuando tenia que quedarme esperando a Adelita. Si me lo habia comentado no habia reparado en ello. Ella no tenia vehiculo, era cierto, pero se las arreglaria para volver si yo me iba a casa.

O si volvia a la hora que me habia dicho y no me encontraba, llamaria para que fuera a recogerla. Tal vez el hombre del sombrero la llevara a casa, tal vez tomara un taxi, otras veces lo habia hecho cuando no le funcionaba la mobilette. Pero yo seguia sentada, inmovil, bebiendo a pequenos sorbos el cafe y hurgando en la multitud que iba y venia para descubrir la imagen que habia visto desaparecer, con la esperanza de verla esta vez en sentido contrario. El gesto de ternura de la mano del hombre sobre el lejano hombro de Adelita y el tenue acercamiento de su pequeno cuerpo al cuerpo delgado de el permanecian en mi mente como una cancion de cuya melodia no podia desprenderme, y al mismo tiempo como una tortura que suscitaba arranques incontrolados de envidia. Envidia no de ellos, intentaba convencerme, envidia de lo que la vida concede gratuitamente a algunos. Yo nunca habia caminado asi por un mercado, nunca habia tenido la oportunidad de recostarme al ritmo de sus pasos al costado de un ser al que pudiera mirar con expectacion. ?De donde provenia el poder de transformarse de un rostro, de donde le venia la belleza y el ardor que yo misma habia comprobado en el de Adelita?, ?del hombre cuya presencia, ahora me daba cuenta, los habia provocado, o de ella, ese ser extrano y desproporcionado en cuyo interior, por extrano que pudiera parecer, moraba la pasion?

?Conocia yo lo que era la pasion? ?La habia experimentado alguna vez? Mas aun, ?era capaz, como esa mujer casi deforme, de despertar pasion? Pasaron como en un vuelo las relaciones sentimentales que habian llenado mi vida, vacias ambas de ese arrebato que nos convierte en seres acuciados por el deseo y por la necesidad del otro, incapaces de transformarnos en luciernagas poseidas de la belleza de un renacimiento. De hecho, ?cual era mi cancion? Si era cierto, como decia mi padre a todas horas para justificar la voluntad de hacer en todo momento lo que le diera la gana, si era cierto que todos hemos venido al mundo a cantar una cancion, ?cual era la mia? Y si no hay cancion, si no hay pasion, me decia con palabras amargas la tortura que me embargaba, ?que hacemos? Vegetar no es cantar, arrastrarse por el tiempo y la rutina no es cantar, mantenerse en los limites del pensamiento, de la palabra, de la accion, eludir el compromiso y la aventura en la profesion o en la vida, ?esto lo es?

?Elegir un companero porque nos conviene, porque es rico o inteligente o amable y complaciente?

?Mantenerse al margen del riesgo y renunciar a lo que se anhela?

?Se renuncia porque no hay pasion o porque no hay coraje? Y si no los hay, ?quien es el responsable?, ?nosotros o la naturaleza que nos hizo inanes?

Permanecia con la cabeza apoyada en la pared, dando sorbos a una taza que llevaba vacia mucho tiempo, con la vista fija en un punto que no veia apenas porque un torbellino de imagenes y de angustias, de preguntas sin resolver, tenian mi mente y mi corazon en vilo transitando con cautela por unos parajes novedosos del pensamiento, de una claridad difusa y blanca, como la que descubrimos entre dos capas de nubes cuando desciende el avion, como la luz del fondo del mar.

Era casi la una y media cuando decidi volver a casa. La gente se habia retirado del mercado y los vendedores desmontaban sus tenderetes, doblaban las lonas que apilaban junto a tablas, perchas y caballetes, en las profundidades de la camioneta. Las verduras y las frutas las habrian retirado mucho antes, porque cuando yo fui consciente de donde estaba y de la hora que era, la plaza parecia una construccion de bastidores de madera, con los estantes vacios y los suelos cubiertos de deshechos. Me levante y un poco aturdida me fui con calma al coche, esperando, tal vez, ver aun materializarse la imagen de dulzura y complicidad que no me habia abandonado.

Adelita no volvio a casa hasta las siete de la tarde. Llorando, llorando desconsoladamente. Debia de llevar horas llorando, por los parpados hinchados que tenia, y que empeoraban cada vez mas al frotarse los ojos con esa eterna bola que siempre se empenaba en convertir su panuelo.

Yo no estaba enfadada. No estaba de humor para estarlo. Y no la habia necesitado tampoco. Estaba acostumbrada a vivir sola y no me suponia ninguna incomodidad hacerme la comida, ademas, no habia tenido hambre y habia continuado mis soliloquios en un largo paseo por la montana. El resplandor solapado del sol en el interior del bosque me habia tranquilizado un poco y habia vuelto a casa con el tiempo justo para, desde una loma

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