sobre todo en Holanda y en Turquia, por raro que resulte ese radio de accion, pero a estas alturas me temo que son historia. Los de Putman pueden decirte algo sobre ellos, porque compraban casi todas las reliquias que salian al mercado.» Y anadio: «Debian de padecer el sindrome de Adalberto». (Ya saben: aquel impostor que presumia de haber recibido de manos de un angel un buen monton de amuletos y reliquias de santidad infalible y que, a su vez, repartia entre los fieles trozos de unas y pelos suyos como reliquias santas, pues por santo se tenia.)

Como el Penumbra me habia citado a las once y media, me fui con Lorry a un bar para hacer tiempo, y alli proseguimos nuestro coloquio de melancolias surtidas, dando marcha inversa a las manillas del reloj gracias a la magia humilde de la memoria, que viene a ser algo asi como el malabarismo recurrente de los vencidos por el tiempo.

– Hasta pronto, Lorry.

– Hasta pronto, Jacob.

Y cada cual se fue a lo suyo.

10

Penumbra preliminar.

La guarida goetica.

La cofradia demoniaca.

La cabeza parlante de Electric Avenue.

El Penumbra me habia citado en un sitio llamado Bug Bar, alla en Brixton Hill, un local habilitado para la diversion -que Dios los perdone- en la cripta de una iglesia consagrada a san Mateo.

Alli estuve durante mas de tres cuartos de hora esperandolo, y a esas alturas me vencia el sueno, a pesar del estruendo y del gentio, o tal vez gracias a ellos, ya que el sueno es un dios imprevisible: la calma puede trastornarlo y el bullicio servirle de sedante.

Al Penumbra solo lo habia visto con anterioridad un par de veces, ambas en Londres, cuando Gerald Hall lo empleo como muchacho para todo en Putman, hasta que aquel iluminado se harto de cargar mercancias, de llevar cafes de despacho en despacho y de levantarse temprano en contra de su naturaleza.

Lamento reconocer que la musica que sonaba en Bug Bar me resultaba insoportable (y lo lamento porque esas intolerancias suelen ser sintoma de vejez), por mas que el muchacho que cantaba pregonase la excelencia de una droga llamada algo asi como flatliner y acusase al capitalismo de la muerte de su hermano pequeno a causa de no se que otra droga -o algo muy similar a eso, no estoy seguro.

Y aparecio por fin el Penumbra.

Lo recordaba muy joven, casi nino, moreno y desgarbado, pero me halle ante un Penumbra maduro y fornido, esbelto y tenido de rubio. Iba vestido de negro, con prendas muy ajustadas que formaban jaspes. Con mirada azul turbio. Con aire general de angel caido, a punto de caer un poco mas. Llevaba unas botas de puntera alzada y un cargamento de anillos, brazaletes y colgantes. (De su oreja izquierda, pongamos por caso, pendia un dije dorado en forma de demonio. «?Que demonio es ese?», le pregunte. «El demonio Clitheret, que puede cubrir el dia de tinieblas a su antojo y que…» «Segun leemos en las Claviculas de Salomon que circulan por ahi como autenticas», le ataje, para mostrarle mis cartas. «Exacto», me confirmo, sonriente, aunque recelosamente sorprendido de mi erudicion en materias desusadas.) (Como ustedes saben de sobra, se da el nombre de Claviculas de Salomon al grimorio -o libro de formulas de hechiceria- en el que el hijo de David nos lego sus saberes secretos y exclusivos, a manera de testamento esoterico. La inquieta imaginacion humana quiso disponer que quien poseyera aquel compendio cabalistico seria el hombre mas poderoso de la Tierra. Al dia de hoy, en cualquier tienda dedicada a la venta de velas aromaticas, de hierbas curativas, de manuales de autoayuda y de figurillas de bronce de deidades priapicas pueden adquirirse ediciones oportunistas de las Claviculas, aunque el poderio de sus compradores suele quedar intacto.) (Se da por hecho que el texto original de las Claviculas de Salomon anda perdido, aunque en 1968 se subasto en Paris un manuscrito tenido por autentico que habia pertenecido al renombrado ocultista decimononico que se hizo llamar Eliphas Levi y luego a Stanislas de Guaita, distinguido por sus contemporaneos con el titulo de Principe de la Rosa Cruz, aunque, segun mi padre, aquellos documentos que se vendieron por una fortuna habian salido de la mano delincuente de Jean Albaret, un excelente falsificador de caligrafias cuya carrera solo pudo detener el mal de Parkinson.)

En la medida en que me lo permitia la musica, inste al Penumbra a que me informase de quien andaba detras del asunto del sarcofago de Colonia, segun me habia prometido, aunque sabia yo de sobra que, fuese cual fuese su revelacion, su fiabilidad resultaria muy impugnable, ya que el prestigio de mi interlocutor era tan solido como el de un colgado de tripi que hace cabriolas en una plaza publica tocando una flauta dulce y rodeado de cuatro o cinco perros que comen aire. «El dinero antes que nada», y comprendi que de ahi no iba a moverlo, de modo que saque la chequera. «No. En efectivo.» Yo llevaba encima unas cuantas libras, lo suficiente para pagar el taxi de vuelta y poco mas, porque ni siquiera Aladino lleva encima el tesoro de Aladino, de modo que tuvimos que salir en busca de un cajero automatico. En el trayecto de busqueda, intente negociar a la baja el monto que me habia impuesto en el transcurso de nuestra primera conversacion telefonica, por parecerme una cantidad abusiva, pero se cerro en banda. Tampoco me parecia razonable el anticipo que me exigia en aquel preciso momento, pero el hijo de Honza no parecia dispuesto a dar su brazo a torcer. Por suerte, hay obstinaciones que la realidad se encarga de corregir por su cuenta, estableciendo equilibrios entre ella misma y el deseo: mi tarjeta tenia un limite de credito inferior al de la cantidad que me reclamaba el Penumbra, y con lo que me dio el artilugio tuvo que conformarse.

«Ahora dime quien esta detras de todo esto», le insisti, mas que nada por calibrar el alcance de su imaginacion, que tan mala prensa tenia, pues ninguna informacion fiable esperaba de el. «A su debido tiempo. Vamos a mi guarida.» Procure escabullirme, pero se ve que mi voluntad estaba mas debilitada en aquel instante que mi curiosidad: ?en que clase de cubil se ocultaba de la luz del dia y del mundo en general una criatura como aquella?

La guarida a la que me llevo el Penumbra estaba, como me habia informado Gerald Hall, en Electric Avenue, en un segundo piso al que se subia por una escalera estrecha y al que se accedia por otra escalera aun mas estrecha, ya que se trataba de un duplex dividido en dos viviendas independientes. La puerta de entrada estaba pintada de negro, adornada con simbolos trazados con purpurina y con el rotulo BLACK IGNORANCE SOCIETY en letras de aire gotico. Tambien de negro estaban pintadas las paredes de la habitacion en la que entramos, que era espaciosa, lo que no evitaba el atiborramiento, ya que aquello parecia el almacen de utileria de un teatrillo macabro: decenas de velas goteantes, decenas de calices, un gong, una espada, enormes falos de madera, de escayola, de plastico… De las paredes colgaban varias reproducciones de los llamados dibujos automaticos del brujo Austin Osman Spare, un lienzo de asunto lesbico de Tamara de Lempicka, sin duda alguna falso; una mascara veneciana de encajes marchitos a la que alguien se habia entretenido en pintar unas lagrimas negras; una fotografia en la que se veia a Anton la Vey, fundador de la Iglesia de Satan, con disfraz de demonio astado, dandole de beber quien sabe que porqueria a la actriz Jane Mansfield en un caliz del tamano de una garrafa; otra en la que aparecia de nuevo Anton la Vey -conocido en sus buenos tiempos como «el hombre mas peligroso del mundo»-junto a John Kerry, a la sazon abogado y luego candidato a la presidencia de EE.UU., ambos delante del simbolo de Baphomet; otra fotografia mas de La Vey con mirada de apostol del mal y con una serpiente enroscada en el brazo; varias fotos tambien de Aleister Crowley: disfrazado de guru gordo, de banquero trajeado y gordo, de buda gordo; otra del carapepino Lovecraft… El tipo de gente, en fin, que uno llevaria a merendar a la casa de campo de la abuela. Junto a eso, emblemas perfidos, incensarios, un crucifijo invertido… La parafernalia previsible, indicadora de que todo aquello no era mas que puro circo, porque el Mal verdadero no necesita tramoya: sus jinetes galopan por el aire. Me fije en los libros que habia en una repisa: La Biblia satanica, El diccionario infernal de Collin de Plancy (una de mis lecturas favoritas de adolescencia), La bruja satanica, El libro del

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