placer, los escritos cabalisticos de Crowley y su tarot Thoth, novelas de cubiertas chirriantes de Michael Moorcock…

«?Te pongo algo?» Iba a decirle que me apetecia lo mismo que estaba bebiendo la rubia Mansfield en la fotografia, o sangre de doncella galesa si no le quedaba de aquello en el frigorifico, porque la artificiosidad grotesca de aquella escenografia me puso el animo ironico, aunque no confiaba yo mucho en el sentido del humor de mi anfitrion, de modo que le pedi un vaso de agua.

«?Sabes lo que esta bebiendo la Mansfield en esa foto?», me pregunto, como si me hubiese leido el pensamiento, lo que me parecio una posibilidad parapsicologica un poco desconcertante. «?Un zumo de pomelo?» El Penumbra sonrio. «No, el elixir de la inmortalidad.» Asenti y dije: «Y por eso murio decapitada en un accidente de trafico, ?no?». El Penumbra volvio a sonreir: «Es que bebio mas de la cuenta».

Cuando el Penumbra estaba en la cocina, golpearon la puerta como si quisieran derribarla. «?Te importa abrir?», me grito. Y al instante me vi frente a un negro gordo y muy alto, con pelo rastafari y barba robinsona, de ojos sonadores y sanguinolentos, con el labio inferior flacido y una voz que tenia la pastosidad de la mantequilla de cacahuete. «?Esta Bechard?»

Y al pronto me quede confuso. Desde la cocina, el Penumbra grito: «Pasa, Behemoth». Y Behemoth paso, y directo se fue a la cocina, en busca de Bechard, que resulto ser el Penumbra. (The Semi- Darkness. O, en el mejor de los casos Jim Honza… Y ahora, en fin, Bechard.)

Aprovechando aquella circunstancia, y movido por un presentimiento muy punzante, me acerque a la repisa, cogi el Diccionario infernal de Collin de Plancy y me fui a la b: «BECHARD: Demonio designado en las Claviculas de Salomon como aquel que tiene sumo poder sobre los vientos y las tempestades: hace llover, tronar, etcetera, por medio de un maleficio que compone con sapos machacados y otras drogas». En la misma pagina, lei lo siguiente: «BEHEMOTH: Demonio pesado y estupido, a pesar de sus dignidades. Es jefe de los demonios que rebullen la cola. Tiene la fuerza en los rinones. Sus dominios son la golosina y los placeres del vientre. Algunos demonologos afirman que en los infiernos tiene el encargo de sumiller y de copero mayor».

(Como sin duda recuerdan ustedes, ese diccionario de Collin de Plancy, publicado en 1826, es algo asi como el Gotha de los demonios, brujas, herejes, nigromantes, hechiceros, bestias sobrenaturales y demas monstruos que la imaginacion humana ha sido capaz de concebir en sus ocios aterrados, asi como de gente real y santa que parece escapada de la imaginacion.) (Y yo leia aquello de muchacho, en la edad de la fascinacion aguda por lo sombrio, admirado de esas faunas anomalas.)

Cerre el libro en el instante en que el Penumbra entraba en la habitacion con un vaso de agua en una mano y con un vaso imagino que de whisky en la otra. El llamado Behemoth entro tras el olisqueando una copa de vino, conforme a su rango infernal. «Bechard y Behemoth…», dije con tono de admiracion ironica mientras devolvia el Diccionario infernal al estante. «El demonio meteorologo y el demonio enologo…» Ambos se miraron, y me rei por dentro de su confusion. Pero al instante se rieron ellos, Bechard casi a carcajadas y Behemoth con risa floja, y entonces fui yo el que se quedo confuso.

«Mejor que nos sentemos», propuso el Penumbra, y asi lo hicimos los tres, ellos en un sofa Victoriano tapizado en gutapercha purpura y yo en una butaca eduardiana tapizada en simil piel de leopardo, porque el criterio decorativo de aquel lugar admitia el atrevimiento kitsch y la discordancia. «?Se trata de un juego o de algo mas?» Volvieron a mirarse y volvieron a reirse. «Nosotros…», se arranco el Penumbra. Y en ese preciso instante de revelacion llamaron a la puerta.

«Te presento a Belial.»

Belial se fue hacia mi, me sujeto por la nuca, me hizo oler su aliento, violentado por el tabaco y el alcohol, y me paso la lengua por los labios, confianza que me dejo aturdido, como no hace falta ni decir. Era la tal Belial una muchacha de pelo muy corto tintado en verdemar, ojos de ceniza y piel muy blanca, con aspecto canonico de novia desangrada de un vampiro. Iba vestida de negro desde el cuello hasta los pies: una camiseta con una leyenda que podria traducirse como «Practica el Mal. El Cielo esta superpoblado», una falda de cuero muy corta, medias de trama confusa y botas altas de tacon gordo. Tenia Belial una hermosura malsana y retadora, un cuerpo elastico y un habla de ecos diamantinos: eses que reverberaban como un diapason, tes que parecian un crujido de nacar, y vocales con ondulacion de cristal fundido…

Percatado de mi incomodidad ante la llegada insolente de aquella especie de princesa de cera del inframundo, el Penumbra tomo las riendas de la situacion, ya que las posiciones de poder psicologico son muy fluctuantes: eres el emperador de la realidad ante su bufon deforme y, en un abrir y cerrar de ojos, puedes convertirte en el enano que hace acrobacias parodicas delante del trono de un emperador que, apenas unos segundos antes, era tu bufon obediente. (La historia de la Historia es esa historia, por ejemplo.) Saco del estante el Diccionario infernal y me lo tendio. «Belial, ya sabes.» Abri el libro y lei: «BELIAL: Demonio de la sodomia. Se dice que el infierno no ha recibido espiritu mas disoluto, mas borracho ni mas enamorado del vicio por el vicio mismo. Sin embargo, si su alma es hedionda y vil, su exterior es hermosisimo, tiene un talante lleno de gracia y dignidad y el cielo no ha perdido otro mas bello habitante». Mire a la llamada Belial, que parecia sonreir con sus ojos grises, sentada en un butacon con la elegancia perezosa de una pantera recostada en la rama de un arbol. Aunque ya saben ustedes que no padezco las servidumbres propias de un natural libidinoso, se me pasaron muchas cosas por la imaginacion, y todas ellas demasiado impropias para ser detalladas aqui. «Soy un sucubo», me dijo. Hice un gesto que pretendia ser una sonrisa pero que mucho me temo que se quedo en mueca, y ya saben ustedes que cualquier mueca nos hace descender varios peldanos en la escala evolutiva.

De repente, entre aquel trio, me senti, no se, como un supervisor de la compania del gas, o poco menos, y les envidiaba su juventud, sus perturbaciones de juventud, su juventud perturbadora, su boberia satanista, su arrogancia de duenos del presente y del futuro ante un tipo -yo- al que solo le quedaba el pasado y un presente de esencia retrospectiva. («?Quieres ser joven de nuevo?», te pregunta un genio amable liberado de una lampara. Tu dignidad, tu sentido comun y una cierta pereza metafisica dudan un poco antes de responder que si. Pero tus articulaciones, tus genitales y tus dientes no dudan en absoluto, y responden al instante con otra pregunta: «?A quien habria que asesinar?».) De todas formas, y envidias inutiles al margen, mi deseo mas urgente era salir de alli, por pintar yo muy poco en aquel concilio de satanistas y porque estaba ademas moribundo de sueno.

«?Dejamos que la cabeza respire un poquito?», le pregunto Belial al Penumbra, y el Penumbra se encogio de hombros. «?Conoces nuestra cabeza?», me pregunto, y no entendi nada. «?Cabeza?» Belial se levanto, se fue hacia una especie de caja de ilusionista, pintada de bermellon y estampada de estrellas, que reposaba encima de una consola y abrio sus dos puertas frontales. Y alli estaba la cabeza, una cabeza decapitada, palida como la muerte misma, con ojos de panico. «Escucha», dijo Belial, y toco no se que resorte. «Mata a tu semejante para poder empezar a comprenderle un poco», dijo la cabeza con voz de juguete, que es lo que era. Belial se reia con ganas. «?No es maravillosa?», y beso en la frente a la cabeza parlante, que repetia aquella frase malevola sin mover los labios. «Haz callar ese chisme», le ordeno el Penumbra, y Belial, entre risas, devolvio aquel engendro a su tiniebla.

Behemoth fumaba un porro tras otro, inundando la habitacion de un olor a jaima chamuscada, y, dado que a los encantamientos de la grifa sumaba los del vino, no tardo en quedarse medio cataleptico, con el labio a la altura del menton, hundido en el sofa como una especie de oso de peluche en version jamaicana. El Penumbra y el sucubo me miraban con fijeza, presionandome, acorralandome con su silencio, a la espera sin duda de que tomase yo la iniciativa de la conversacion, que por fuerza habria de reanudarse con una pregunta: «?De que vais vosotros, muchachos? ?De heraldos carnavalescos de la Mano Izquierda?».

El Penumbra y la demonia Belial se miraron. Y se rieron. Y se besaron. Y se tocaban. Mirandome. Me revolvi en la butaca y acabe clavando la vista en el suelo, en el que alguien se habia tomado la molestia de dibujar unos aros de proteccion contra las apariciones conflictivas.

– Somos el circulo de la b.

– ??

– Hay circulos.

– ??

– De cada letra. Nosotros somos el de la b.

– Enhorabuena. Es una letra excelente.

– Solo una letra de tantas. Lo importante es el alfabeto.

– ?Os guiais por el diccionario de Plancy?

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