cuadernos autografos del diario de Robert Musil, aquel austriaco que padecio el vicio del tabaco y el vicio de querer escribir una novela inmortal.

«?Que es eso?», me pregunto el primo Walter, y le explique el asunto. «?Valen mucho?», y le di una cifra aproximada. Silbo.

El lote lo gestionaria a traves de Putman y le enviaria el total de los beneficios -sin restar porcentaje de correduria- al viejo amigo de la familia, que siempre ha sido un hombre de corazon transparente y de profesionalidad escrupulosa, a pesar de que el curso de la vida le ha hecho enfrentarse a albures desdichados, como el de su encarcelamiento durante mas de dos anos en Costa Rica a causa de un delito que nunca ha querido especificar.

El primo Walter y yo nos sentamos en una terraza a tomar algo y a ver pasar la gente y el volar de la vida.

«?Te has dado cuenta de que el mundo es cada vez mas complicado?», y no supe que contestarle, en el caso de que hubiera contestacion posible. «Complicadisimo. Incluso el anuncio televisivo de un detergente resulta dificil de entender: 'Limpieza total gracias a sus nuevos megatones ionicos de accion total y desinfeccion garantizada gracias a sus silicatos sinteticos de esporas de pino de accion protoactiva, directo sobre las manchas'. ?Que es eso? El mago Merlin se tiraria por la ventana si oyese una cosa asi. A estas alturas, el funcionamiento de nuestro cerebro es la mitad de complejo que el de cincuenta miligramos de detergente al entrar en contacto con el agua.» Y se quedo meditabundo.

Volvimos a casa y tia Corina se empeno en invitarnos a comer en el restaurante de Hau Wah, pionero en la ciudad de las salsas agridulces y de las delicias cantonesas. «Tengo antojo de pato», alego tia Corina. Y a lo de Hau Wah nos fuimos los tres con el animo alegre de los ociosos, aunque cada cual llevara por dentro su pesadumbre.

Me pasaba los dias colgado al telefono, hablando con Sam con Cristi y con el Penumbra.

Lo que hablaba con Sam lo comentaba con el Penumbra que me descuajaringaba la moral, pues me hacia ver la operacion aun mas descabellada de lo que alcanzaba a verla por mi mismo. Lo que hablaba con el Penumbra lo comentaba con tia Corina, que le habia cogido ojeriza. («Ese nino huele a ruina desde lejos», pronosticaba su intuicion.) Lo que hablaba con Cristi Cuaresma no lo comentaba con nadie, porque andaba aquella mujer con el espiritu emperrado en aliviarse el mal de ausencia que le ocasionaba el Penumbra, que se veia que era mal que la desgarraba, segun interpretaba yo. Y en eso se me iban las horas, aparte de gestionar el asunto del traslado y del alojamiento a traves de la agencia de Nati, que, a pesar de su eficiencia y de su voluntad, no lograba encontrarnos hotel, pues se celebraba alli un congreso eucaristico y miles de aspirantes a la eternidad gozosa tenian copadas las camas durante las fechas que habiamos fijado para la operacion. Al final, tuvimos que desistir y aplazar el viaje, para escandalo de Sam Benitez, a quien aquello le cayo de la chingada.

Por lo demas, el primo Walter seguia instalado en casa como si fuese la suya, y no se le veia intencion de mudarse.

Una manana me cruce en el pasillo con una mujer. Era alta, rubia y -para que decir otra cosa- despampanante. Buscaba el cuarto de bano. Iba desnuda. Con la mayor naturalidad que pude fingir, le indique la puerta y la observe alejarse por el pasillo. Un enorme tatuaje de simbolismo geometrico le coronaba la rabadilla, y aquello ya no me gusto tanto, porque una mujer tatuada nunca puede estar desnuda del todo: lleva el estigma del artificio. (Pero…)

Le dije a Walter que la norma de la casa era no admitir visitas de extranos y admitir apenas visitas de conocidos. Que el mismo era una excepcion insolita. «Abigail no es ni una extrana ni una conocida. Es nadie», me replico malhumorado.

«Abigail?», pregunte. «Bueno, Abigail o Teleris o Penelope, ?que mas da eso? Todas tienen un nombre absurdo», y el malhumor le crecia. «No la traigas mas, por favor.» Sonrio con aspereza. «No te preocupes por eso. Traere a otra. Me gusta cambiar. Todas cuestan lo mismo», y se encerro en su cuarto, y alli se quedo hasta la noche.

El hecho de que el primo estuviese muriendose y de que nos hubiese nombrado sus herederos empezaba a ser una jugada ironica de la fortuna, una de esas jugadas en las que ganas y pierdes. Ademas, habia reaparecido en nuestra vida en el momento mas inconveniente, azorados como estabamos por el asunto de Colonia, que iba camino de convertirse en la veleta de mis pesadillas.

Bien esta, desde luego, que uno sea amable con los parientes agonizantes, pero todo depende de la duracion de la agonia, y me veia venir que el primo Walter habia tomado la decision de morirse en nuestra casa, quiza por miedo a irse de muerte lenta y anonima en un hospital, o quiza por panico a espicharla de repente en la suya y no ser encontrado hasta que el olor alertase al vecindario.

«Walter no tiene intencion de irse», le comente a tia Corina, y nos miramos como se mirarian dos personas a las que se les acaba de cagar en la cabeza una gaviota.

Walter salio de su encierro a la hora de la cena. «Lo siento, primo. Siento haberte hablado de esa manera. Pero hazte cargo de mi situacion…» (Los privilegios de quien tiene ya las monedas en la boca, como quien dice. Los ultimos caprichos del condenado.) Le argumente que era por motivos de seguridad, aunque aquello sonase grandilocuente a una persona ajena a los codigos de la profesion. «No volvera a ocurrir.»

…Pero ocurrio. Al dia siguiente. Una nueva muchacha de ojos hastiados. Una nueva muchacha de tacones veloces, huyendo por el pasillo. Una nueva despedida del mundo, del demonio y de la carne para el primo Walter, el veterano hedonista, el partidario de agarrar a la vida por la cola, y que la vida berree. Pero, despues de todo, ?que puede reprocharle uno a un hombre que esta al borde de la muerte? ?Que puede recriminarle un cliente habitual del Club Pink 2 a un putero desesperado? (Le hable, por cierto, del Club Pink 2, pero me dijo que no era lo mismo, que a el le ilusionaba despertarse al lado de una mujer: salir del sueno y tener un sueno al lado, y me sorprendio mucho en el, la verdad, aquel brote de lirismo.)

En definitiva: el primo Walter habia llegado a casa con su ataud a cuestas y estaba claro que habia que convivir con los dos. Con el y con su ataud.

Como las cosas suelen venir por rachas, incluidas entre esas cosas las rafagas de muerte, fui al entierro de Esteban Coe, que se habia ido de este complicado titirimundi en un abrir y cerrar de ojos por una especie de rebelion general de su organismo en contra de si. Su viuda, que debia de andar por el ecuador de la cincuentena y que sostenia con alfileres sus esplendores, con esa imponencia crepuscular de las bellezas rotundas, llevaba varias pulseras de oro, y grandes pendientes de lo mismo, y un punado de anillos con pedreria de ringorrango, artesania sin duda del difunto Coe. El oro era su luto, su homenaje al caido por la borda. Mientras metian a Coe en el nicho, me asalto un pensamiento inaceptable: «Con lo que esa mujer lleva encima, podria vivir durante un ano una familia compuesta por tres personas y por un perro».

Como la manana estaba buena, me fui dando un paseo hasta la ciudad con el ex policia Mani, con el panadero Margalef y con el taxidermista Mahmud, los tres supervivientes, conmigo, de nuestra pena billarista. Paramos a tomar algo, a charlar un poco -asi por encima- de la vida y de la muerte a cantar la necrologica de Esteban Coe, a brindar por su descanso eterno, a ensalzar la imponencia de la viuda y al rato nos despedimos. Creo que a todos nos resulto raro reunimos fuera de los billares, porque la nuestra es una amistad con escenografia concreta. Fuera de esa escenografia, cada cual tiene su existencia peculiar, opaca para los otros. Fuera de los Billares Heredia, somos en realidad extranos mutuos.

Cuando llegue a casa, tia Corina me tendio un papel. «Estaba en el buzon.» Lei lo poco que habia que leer: CONOCEREIS EL DOLOR. ARDERA VUESTRA CASA.

No conseguia acostumbrarme a la presencia del primo Walter. Para un neurotico como yo, una casa es un territorio neurotico. Quiero decir que tu casa se convierte en un espacio sagrado, muy vulnerable a cualquier tipo de profanacion: basta con que una visita muy querida se siente en tu sillon habitual o desplace cinco centimetros un florero para que sientas la necesidad de estrangularla. (A la pobre Lola, la limpiadora, la he asesinado ya miles de veces, de miles de maneras diferentes, con la fantasia, y me temo que ella lo sospecha.) El primo Walter era un huesped sonoro, un huesped omnipresente, un vendaval de huesped. Dejaba la cocina como una chamarileria si se preparaba un simple cafe, sembraba el mobiliario de vasos pegajosos, rebosaba los ceniceros de colillas, dejaba cigarrillos encendidos por cualquier parte, revolvia los libros, se levantaba de madrugada tropezando con todo. Y seguia llevando mujeres.

«?Que le vamos a hacer?», suspiraba tia Corina. «?Electrocutarlo mientras se ducha?», le sugeria yo.

«Mira, primo, aqui tengo casi todo el resto del material», y me mostro con orgullo un archivador rebosante de papeles, haciendo ostentacion de su peso. «Hay que ordenar todo y reescribir bastantes cosas. Ya sabes lo que

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