incertidumbre de Heisenberg a la estrechez vaginal de las asiaticas, o algo similar a eso, no me hagan mucho caso. (Ni a el tampoco, desde luego.)
Me levante temprano y sali a desayunar fuera, porque la manana parecia un algodon de oro. Me fui luego a dar un paseo. Compre el periodico y un par de revistas. Compre tambien unas lenguas de gato en la Rosa de California para mantener a raya mi hipoglucemia con armamento de lujo. Y me acerque por ultimo a la libreria anticuaria de Paco Ferran, al que ya no le entra genero, porque esta para jubilarse, y diria yo que tampoco sale libro alguno de alli, de modo que el suyo es una especie de negocio estatico, una inmovilidad polvorienta y simbolica en la que ya solo quedan las obras mas desventuradas de los autores mas desafortunados del mundo. Por mantenerle la ilusion del comercio, le compre un libro de un tal Adrian Gilbert sobre los Reyes Magos, que resulto ser un tururu.
Volvi a casa de muy buen animo, pero se ve que el animo es materia muy fragil.
Nada mas entrar, me vino un olor a estopa quemada, de modo que abri en mi mente dos signos de interrogacion sin nada dentro.
En el salon estaba el primo Walter con un tipo de mas o menos mi edad, con pinta de tener muy mal pasado y muy mal colmillo, con cara de trena, traje de corte camp y tupe engominado de rastacuero cale. Fumaba un cigarrillo gordo de grifa, que debia de estar muy seca, y de ahi el tufo a estopa. Me llamo la atencion un detalle: el papel de fumar era rojo. «Te presento a Miguel Maya.» Pero no le tendi la mano. Me fui a la cocina y bebi agua, porque la boca se me quedo seca. ?A que extremos podia llegar la insensatez del primo Walter? ?Pretendia convertirnos la casa en un club de quinquis autoctonos y de putas cosmopolitas? (Como dijo La Rochefoucauld «Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos situa por debajo de aquellos a quienes odiamos». Asi que me contuve.)
Segun supe luego por mi primo, aquel Miguel Maya era un rejoneador retirado que tuvo cuatro tardes de semigloria y luego una docena de pegar el petardo, como suele decirse, a causa de su mala cabeza, ya que le hipnotizaba la noche y su falta de guion y le gustaba revolotear detras de las luciernagas como un murcielago, hasta que la aficion y los empresarios perdieron la esperanza de que retomase el tono de semigloria y lo mandaron sin contemplaciones a su casa, y a sus caballos artistas con el. A partir de entonces, Miguel Maya fue de todo, que es lo que suele ser la gente que acaba en nada, y tomo el desvio de los picaros, dedicado a chalanear en las lonjas del lumpen con lo que se terciase.
«?Y eso es lo que me traes a casa?» Pero al primo Walter, por la cosa de tener un pie en la gloria eterna, parecia darle todo un poco igual, fugitivo como andaba del tiempo y pirata como era de la vida, y me daba la razon de palabra porque sabia que me la quitaria con los hechos. (Ya que estamos en fase de citas de autoridades, recordemos aquella frase desolada que Racine puso en boca de una heroina de las suyas: «En el desprecio de su mirada leo mi ruina».) Curiosamente, tia Corina se ponia de su parte: «Dejalo al pobre. Para las tres diabluras que le quedan…».
Aquella tarde, tia Corina propuso que fuesemos a ver
Le dije a tia Corina que fuese ella con el primo Walter, porque preferia quedarme en casa. Pensando. Pensando seriamente en lo que, sin mas demora posible, se nos venia encima. Y eso fue lo que hice hasta que, a fuerza de pensar, me quede en blanco. En blanco y abatido, como debio de sentirse el pobre Elmyr d'Hory cuando se entero de que los franceses habian invadido su pais de ilusionismo por via burocratica y cuando se dio cuenta -ay- de que la mayor falsificacion imaginable es la propia realidad: el espejismo de un espejismo de un espejismo reflejado en el espejo hundido en el fondo de un lago transparente.
(Ah, por cierto: y Narciso, con gafas de miope, escrutando su reflejo en ese espejo naufrago y preguntandose: «?Quien sera ese monstruo?».) (Y no se si me explico.)
14
La contrariedad forma aludes. La arana teje su tela en torno a si misma. Los bufalos van en manada. Los intrusos vienen siempre en cadena. Etcetera.
Digo esto porque por casa aparecio de repente, sin avisar, como una epifania pesarosa, Neculai, el hermano pequeno de tia Corina, que jamas habia puesto un pie mas alla de Bacau y que habia sentido una curiosidad repentina por echarle un vistazo a otros lugares del mundo, para no irse de el sin disfrutar de los placeres contradictorios de un viaje, pues quiere la supersticion moderna que quien no viaja no es mas que un desdichado, y eso parece regir incluso en Rumania.
Neculai habia escrito para anunciar su visita, pero el caso es que la carta llego cinco o seis dias despues que su autor. Tia Corina y el no se veian desde hacia mas de veinte anos, cuando ella, camino de Estambul, paso por la hacienda cercana a Bacau para reencontrarse con aquellos extranos que eran sangre de su sangre y comprobo que aquel vinculo no podia diluirlo del todo la distancia, pero quedaba basado en una aberracion temporal: la familia de tia Corina vivia un siglo por detras de ella, como si fuesen sus antepasados, entre animales y aperos, entre fango y nieve, con resignacion del destino al calor de una estufa de lena en su cabana sombria y musitando leyendas de espiritus repetidas noche tras noche para matar el aburrimiento.
Rustico, sesenton, soltero y taciturno con aspecto -no se- de orinar ceniza, Neculai habia visto un mismo paisaje durante demasiado tiempo, hasta reducir su compresion de la realidad a ese paisaje inalterable y sentirlo suyo del mismo modo en que alguien siente suyo el cancer que le carcome: el dragon que esta ahi, el dragon al que alertas.
Despues de pasarse mas de medio siglo ejerciendo de mago con el terruno (la semilla arrojada, brote fragil, el fruto en sazon), Neculai habia decidido asirse a la vida, a la extrana vida que sucedia fuera de los Carpatos, dispuesto a asombrarse de todo y a la vez de nada, porque el curso natural del vivir suele anular la capacidad de sorprenderse desde la inocencia, y sin inocencia no hay autentica novedad posible, segun sabe todo el mundo salvo los inocentes, asi que Neculai se dedicaba a mirar todo con estupor y con el rabillo del ojo, con la desconfianza propia del intruso.
Tuvimos que acomodarlo en la biblioteca, en un colchon hinchable, porque la casa se nos habia quedado pequena con aquel duo de parientes imprevistos, y para nada fue buena idea, porque observaba aquellos rimeros