de volumenes con sobrecogimiento, empequenecido de alma ante la materializacion de una sabiduria para el inabarcable, y no me extranaria que padeciese pesadillas de trama bibliografica con libros vivientes que se le metian dentro de la cabeza, al estilo de la habilidad que practicaba aquel personaje torturante de Canetti.
Tia Corina y su hermano se pasaban horas hablando de sus asuntos, imagino que mareando almanaques, entre sonrisas de ella y encogimientos de hombros de el, a quien se le notaba el animo muy raso. Me costaba trabajo aceptar que aquellos dos seres hubieran salido de un mismo vientre: tan vivaz tia Corina, tan sepulcral Neculai. El primo Walter, mientras tanto, seguia con lo suyo; es decir, trayendo a muchachas y filosofando en torno al eje bamboleante de su ingenio, que empezaba a cansarme: «?Sabes una cosa, primo? Cada vez que deseamos a una mujer y no la conseguimos, se produce en nuestro cerebro una conmocion importante. Bummm. Millones de neuronas medio muertas. Grandes vertidos toxicos que contaminan los canales venecianos de la mente. Y alla va Sigmund Freud, vestido de gondolero, remando a toda mecha, susurrando 'Hostias, que lio. Yo me largo de aqui'. Porque ni siquiera Sigmund conoce un remedio para eso, ?me explico?».
La casa se nos habia convertido, ya ven, en un asilo de almas perdidas, refugio de parientes desnortados. Walter se despedia del mundo y Neculai procuraba descubrirlo. Y Sam Benitez no paraba de llamar. Y Cristi Cuaresma no paraba de llamar.
«?Te importaria pasar por lo de Andrade y recoger unos zapatos que le deje alli la semana pasada?», me pregunto tia Corina cuando sali a comprar el periodico. La pregunta era sencilla, pero la respuesta no. Porque si me importaba pasar por el cubil de Andrade, zapatero remendon y, a la vez, la persona mas pretenciosa y perturbada de cuantas conozco, aun habiendo dedicado gran parte de mi vida a bregar con gente de ese talante. «Los necesitaria para Colonia. Son unos zapatos muy comodos», y le dije que por supuesto, aunque se me puso el animo de sacrificio.
Andrade es hijo de exiliados y paso la ninez en Francia, hasta que sus padres murieron y unos parientes de aqui, con mano en la oficialidad, lo adoptaron en mala hora, porque en Francia los chiflados tienen al menos algun porvenir como poetas vanguardistas. Y asi, entre tumbo contrario y tumbo adverso, tras defraudar la aspiracion familiar de verlo convertido como poco en abogado, Andrade acabo, ya digo, de zapatero remendon, oficio que practica con buen arte, pues rejuvenece cuanto zapato pasa por sus manos, a pesar de ser los zapatos uno de los objetos mas vulnerables al envejecimiento prematuro, mas incluso que nuestra cara.
En su negocio se mezclan los zapatos desportillados y los libros sobre cualquier asunto que no tenga nada que ver con la realidad, y lee Andrade mientras no faena, y mientras faena rumia lo leido, y asi va intoxicandose la razon.
Siempre y cuando no se manifieste como una patologia dolorosa, la locura ajena puede constituir un espectaculo ameno, no digo yo que no, sobre todo cuando te importa poco quien la exhibe, ya que la locura de puertas para adentro representa otro cantar, bastante menos melodico. Hay a quienes divierte la camaraderia ocasional con la raza de los trastornados: algo asi como tratar de cerca a un duende huido del pais en que los arboles vuelan y los peces comen gatos, por esa mana que tienen los majaras de aplicar a la realidad una logica circense y de convertir el pensamiento en una broma. Pero, aparte de que no le encuentro ninguna diversion a la locura, Andrade no tiene ni gracia: la suya es la locura del pelmazo. Hablas dos minutos con el y es lo mismo que si te leyeras de cabo a rabo el archivo de un psiquiatra a punto de jubilarse, porque la suya es una especie de locura intensiva, y cada palabra que pronuncia parece pesar lo que mil para su oyente.
Para redondear la peculiaridad de su perfil, Andrade es devoto del ocultismo y no hay factor misterico que deje sin palpar con su ingenio tarumba, en el que tiene un altar el doctor Nostradamus, a quien algunos de sus contemporaneos atribuyeron la voz de Satan en la Tierra y a quien otros -como Rabelais, por ejemplo- tomaron a pura chirigota. El zapatero Andrade anda empenado en interpretar las profecias aun incumplidas del vidente provenzal, y en eso emplea buena parte de sus tramos de ocio, lo que no parece tarea idonea para un desequilibrado, ya que mejor haria en ocuparlas en faenas intelectuales un poco mas balsamicas para el entendimiento. Por contagio, Andrade anda empenado en formular adivinanzas muy retorcidas que no hay quien resuelva, aunque cabe decir en su favor que no le ha dado por redactar profecias rimadas a la manera de su maestro: el se conforma con torturar a sus clientes con charadas y acertijos que ni siquiera riman, porque se ve que tampoco goza del favor de Erato, musa de la poesia de vuelo lirico.
Supongo que, para un loco, la buena suerte consiste en ver confirmado el fundamento de su locura. Y Andrade tuvo un gran golpe de suerte…
Andaba buscando un local para su negocio, por tener que desalojar el que entonces ocupaba, y alquilo un cuchitril medio en ruinas en lo que fueron las caballerizas del palacio del conde de Huejar, a dos pasos de nuestra casa. Durante las obras de acondicionamiento, el albanil que llevaba a cabo la faena dio con un portillo tapiado al picar la pared. Resulto que aquel portillo conducia a un sotano sostenido por cuatro columnas cuyos capiteles representan escenas grotescas: un monje que devoraba a un nino, un demonio que sodomizaba a una monja con cara de salamandra, un murcielago con genitales de hombre y tocado con la tiara papal y un angel empalado. Las paredes eran de ladrillo visto, y una de ellas se adornaba con una pintura mural de tema baquico y de trazo tosco, con faunos, satiros, ninfas libertinas y ese tipo de gente.
Tiempo le falto a Andrade para descender alli y dar carta blanca a los ensuenos, que no serian poca cosa, y le indico al albanil que por nada del mundo recegara aquel portillo que daba acceso a su cueva particular de Montesinos, y asi quedo la cosa.
El suelo de aquello esta siempre con un dedo de agua, por las filtraciones, y una bombilla pelada ilumina el subterraneo repleto de insectos de humedad, con tufo a mundo muerto. Andrade, en sus desvarios, esta convencido de que aquello fue la cripta sacrificial de alguna secta, por mas que los tecnicos del Ayuntamiento le aseguren que se trata de una bodega que mando construir en la decada de los sesenta el llamado conde Albertito, que murio soltero y sin gran cosa hara unos quince anos, despues de una vida marcada por las estupideces, entre las que se conto la de edificar aquel sotano de vocacion mas o menos sacrilega para reunirse alli con sus amistades, que segun dicen eran de pronostico. Aun asi, Andrade le muestra con orgullo la bodega a quien se deja e incluso a quien no, y por propiedad suya la tiene, aunque parece ser que esta en marcha un expediente de expropiacion y un proyecto de rehabilitacion integral del palacio para darle uso como dependencias municipales, en buena parte por presion vecinal, ya que aquello se ha convertido en urinario y en refugio de ratas, de manera que Andrade no solo va a quedarse sin cripta, sino tambien sin local. Pero, mientras si y mientras no, se permite elaborar leyendas libres en torno al recinto, leyendas que el mismo acaba por creerse, segun es habilidad de muchos locos: «Aqui, justo en el centro, se colocaba a la victima y, entonces, los caballeros, con sus cuchillos, uno por uno, iban…». Y asi.
«Vengo por los zapatos de mi tia», le dije a Andrade, que andaba absorto en sus remiendos y en sus cavilaciones dificiles. Me miro y, sin decir palabra, cogio los zapatos de una estanteria, los metio en una bolsa y los puso encima del mostrador. «Diez euros.» Por un instante, crei que iba a librarme de sus peroratas habituales, esperanzado de que la medicacion lo mantuviera en estado neutro, pero la vida es un asunto duro: «Oiga, mire usted. A ver si es capaz de resolver esto», y me solto la siguiente adivinanza:
Si lo pides en Bretana,
podras escribir con el
el pan que habran de darte
si lo pides en Francia,
a la vez que nombraras alli
a un Anticristo de pacotilla.
Me quede como acaban de quedarse ustedes. «Le doy cinco minutos para encontrar la solucion. En caso contrario, me sentire con derecho a dudar de su inteligencia y a proclamar su ignorancia a los cuatro vientos», que es la formula retadora que aplica a todo el mundo. «Tengo prisa», me disculpe. Pero el contraataco: «Prisa no, lo que usted tiene es verguenza. Verguenza de su incultura».
Por no se que razon, a tia Corina le inspira lastima este lunatico, y hasta da la impresion de que esta deseando que se le gasten las suelas para darle labor, pero a mi Andrade me inspira cualquier cosa menos lastima.
«De acuerdo. Lo que usted quiera, Andrade.» Recogi los zapatos y me di media vuelta. «Espere, cobarde. Le concedo diez minutos.» Pero segui mi camino, aunque les confieso que buscando la solucion de la adivinanza, ya que el pensamiento es un artilugio de arranque automatico, no siempre para bien.