era de esperar, protesto, y es posible que no le faltaran los motivos, pero la vida tiene esas cosas: un dia te diviertes humillando a un semejante y, al cabo de unos cuantos dias, te ves pidiendo dinero a ese semejante, y resulta que ese semejante te lo niega. (Los equilibrios…)

Sam me llamo desde Lisboa, donde, segun me dijo, acababa de gestionar la compra de un lote de bocetos del malogrado Amadeo de Souza-Cardoso para un coleccionista canadiense de arte cubista. «Dile a Tarmo Dakauskas que se reuna con nosotros el viernes», y le di las senas del restaurante. «Procurare que vaya. De todas formas, no te preocupes si no aparece.» No tuve mas remedio que llevarle la contraria en ese particular, porque el caso era que estaba bastante preocupado por demasiadas cosas. «Algo me dice que esto no va a salir bien, Sam. Algo me dice que esto es una encerrona. ?Me la has jugado?» Pero se acogio al registro lastimero: «?No confias en tu compadre Sam, cabron? ?Te ha fallado alguna vez tu hermano Sam?». (No, pero siempre hay una primera vez, hermano Sam, compadre.) (Guey.)

Me dijo que era imprescindible que comprase un telefono movil para mantenernos en contacto, de modo que por la tarde di un paso hacia la modernidad, aunque fue tia Corina quien se encargo de descifrar el manual de instrucciones, que no era poca cosa: con menos de eso y con un par de destornilladores se podria construir un cohete espacial.

Antes de despedirse, Sam me proporciono algunos detalles, que les resumo: entrando en la catedral por el portal de san Pedro, hay a la derecha, bajo un baldaquino, un grupo escultorico presidido por una Piedad. (Se trata, como luego supe, de una de las estaciones del via crucis que un artesano holandes cuyo nombre no recuerdo realizo a finales del XIX como aportacion al inmenso elenco de pastiches que se exhiben en la catedral coloniense.) En la peana del grupo escultorico hay cuatro cuarterones que alojan sendos escudos. El escudo de la izquierda enmarca un guantelete. Segun Sam, si alguien apoya la mano en ese guantelete y lo presiona, girara la torre que sostiene santa Barbara y dejara al descubierto una llave. Dicha llave, segun Sam, abre el enorme arcon que esta situado justo enfrente del grupo escultorico. «Ese arcon es en realidad la entrada a un pasadizo que desemboca justo detras del relicario, ?comprendes? Te lo digo porque los curitas no dejan que la chusma se pasee por el altar mayor.»

?Un guantelete? ?Una torre que gira? ?Una llave? ?Un arcon? ?Un pasadizo? «Que Dios nos ampare», pense, ya que la instalacion de los parametros subliterarios en la realidad no puede traer nada bueno para la realidad, y el problema es que dependemos en gran parte de la buena marcha de la realidad por muchas ilusiones que nos hagamos con respecto a las ilusiones.

«?Donde y a quien tengo que hacer la entrega de las reliquias?» Y, dato curioso, Sam titubeo. «Te las llevas a tu hotel, guey, y ya mandare a alguien… Ah, compadre, se me olvidaba decirte… El relicario esta protegido por una urnita blindada, ?va?» Y colgo.

?Urnita? ?Una urna mas pequena que el sarcofago quiza? Y empezo a dolerme la cabeza, y la respiracion se me volvio fatigosa, y me trague las pastillas, y a dormir.

El tio Neculai se iba al dia siguiente, a proseguir su ruta turistica, con escala en Sevilla y Madrid, antes de regresar a su rincon rumano, quiza para los restos.

No quise alarmar a tia Corina, pero, visto el grado de desenvolvimiento mundano que mostraba su hermano pequeno, lo menos malo que podia pasarle era que acabara desnudo en un callejon, con una mano temblorosa atras y otra mano tremula delante, pidiendo auxilio.

Solo quedaba por resolver un problema: Walter. «No os preocupeis por mi. ?Cuando os vais, el jueves? Yo me ire el viernes, si no os importa. A vuestro regreso, el primo Walter solo habra sido una pesadilla transitoria, valga la redundancia.» Y se adorno con un toque de patetismo: «Las proximas noticias mias que tengais seran seguramente a traves del notario, y seran noticias muy buenas para vosotros y muy malas para mi». Me alivio el anuncio de su evaporacion de nuestra vida, para que voy a decirles lo contrario, aunque me inquietaba dejar a mi primo con la casa a su disposicion, asi fuese solo durante un dia, vista su aficion a recibir visitas y a dejarse cigarrillos encendidos por todas partes, si bien es verdad que me hubiera inquietado mucho mas la circunstancia de que se quedase en casa hasta nuestro regreso, por el temor fundado de encontrarla reducida a cenizas o convertida en una sala de fiestas. «Por un dia no va a pasar nada», me tranquilizaba tia Corina, que parecia dispuesta a dispensarle una benevolencia incondicional, a pesar de lo extremoso del caracter de mi primo. «Un dia da para mucho, no te creas», le advertia yo.

«Tendreis que ocuparos de mi entierro y de ese tipo de cosas. Siento las molestias, pero los cadaveres solo somos un engorro durante un dia. Por cierto, tengo varios epitafios en mente. A ver que os parece este: AQUI YACE EL LLAMADO WALTER ARIAS, QUE VIVIO A VECES COMO QUISO Y OTRAS VECES COMO PUDO Y QUE MURIO EN LA FLOR DE LA VIDA PORQUE ESA FLOR SE LA COMIO UNA VACA HAMBRIENTA QUE PASABA POR ALLI. ASI QUE MUCHO CUIDADO CON LAS VACAS, CAMINANTE.» Tia Corina, riendose, le dijo que era demasiado largo y que el rotulo invadiria la lapida del vecino. «Tengo otro que me gusta mucho: CAMINANTE, AQUI REPOSA WALTER ARIAS, QUE YA NO TIENE QUE CAMINAR HACIA DONDE CAMINAS TU.» Y se paso un rato con aquello de los epitafios, porque resulto que los tenia a decenas, hasta que se aburrio de burlarse de la muerte y nos dio un abrazo de despedida. «No volveremos a vernos, a menos que Dios decida corregir su caracter y popularice la inmortalidad.» Y nos dijimos adios. Les confieso que me apiade muy en lo hondo de la suerte de mi primo, porque irse de la vida es siempre una papeleta, e incluso hice mias las lagrimas de tia Corina.

Por otra parte, la bola habia echado a rodar: nos ibamos a Colonia. A robar las reliquias de los Reyes Magos. A sacarlas de un sarcofago inmenso que estaba dentro de una inmensa urna blindada que a su vez estaba dentro de una catedral tambien inmensa. Sin ningun plan. Con un colaborador sospechoso y desprestigiado y con una colaboradora trastornada y novata. A confiar en la bondad de la suerte, la diosa sorda. (Ora pro nobis.) A improvisar sobre el terreno. Como quien va a robar una lata de sardinas en el supermercado.

15

En Colonia.

Una digresion en torno a Fulcanelli.

En la catedral.

Planes oscilantes.

Un almuerzo, una persecucion y una llamada.

Llegamos a Colonia el jueves por la tarde, despues de hacer escala en Barcelona y en Frankfurt, donde cogimos un tren que nos llevo a la ciudad de la catedral grandiosa y del museo Imhoff-Stollwerck, dedicado al chocolate, una de mis debilidades de hipoglucemico.

En el aeropuerto barcelones, donde teniamos por delante mas de tres horas de espera, nos sentamos en una cafeteria y, al rato, tia Corina se fue a estirar las piernas, ya que vive con el terror a la gangrena que afecta a muchos diabeticos, y volvio con un libro. «Casualidades», dijo, mostrandome la cubierta. Se trataba de una novela titulada El sarcofago de los Reyes Magos, firmada por un tal James Rollins, que, segun la escueta nota de la solapa, es autor de varias novelas de accion y misterio y un gran aficionado al submarinismo. «Va del robo de las reliquias», me informo tia Corina, y nos admiro aquella coincidencia. «Lolo va a llevarse un disgusto», comente, y estuvimos de acuerdo en que Lolo Letaud tenia en verdad un gafe novelistico de tal envergadura, que no podria neutralizarlo ni un conclave de magos blancos. «Se va a hundir cuando se entere, y con razon.»

Durante el vuelo, tia Corina se entretuvo leyendo aquella novela. «?Se sabe ya como roban las reliquias?», le pregunte al cabo de un rato, por si acaso la ficcion nos brindaba una idea aplicable a la realidad, lo que seria gran milagro, desde luego, porque mal casa la una con la otra, y no siempre por culpa de la ficcion. «Ah, si, de un modo muy discreto: unos tipos disfrazados de monje entran en la catedral durante la misa de la Noche de Reyes, se ponen a disparar, matan a un cura y revientan la urna. Entre cuatro forzudos bajan el relicario del pedestal,

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