que se eleva del suelo algo asi como dos metros y medio, abren la tapa -eso dice el autor: la tapa-, vuelcan los huesos en un saco y luego se cargan al arzobispo de un tiro en la cabeza.» Le comente que la tactica era inmejorable, pero que tal vez deberiamos dejar con vida al arzobispo para pedir luego un rescate y obtener un plus. «No pienses que acaba ahi el drama. Resulta que los fieles que han comulgado van muriendo de un modo espeluznante: les sangran los ojos y les humea la boca.» Le pregunte, como es logico, que a causa de que maleficio, pues solo a maleficio podria atribuirse tal desventura. «No se, supongo que mas adelante lo explicara. Una reaccion quimica o algo asi, vete tu a saber. A los pecadores que no comulgaron los acribillan a tiros, de modo que son carne de purgatorio. Menos mal que en la catedral solo habia ochenta y cuatro criaturas. Figurate: ochenta y cuatro fieles en la eucaristia mas emblematica de la temporada. Se ve que no hay mucha fe en Colonia. O sera que, segun pone aqui, el novelista este vive en la lejana California practicando el submarinismo, y eso explica todo, o casi todo.»

Y me dije: «Oh industria ociosa de extravagancias esotericas, oh fabrica demencial de truculencias biblicas, oh alegre rigodon de quimerismos…».Y, dejando a tia Corina estupefacta ante aquellas novelerias, di una cabezada.

Desde la habitacion del hotel se divisaban las dos torres soberbias de la catedral, que apuntaban a la inmensidad hueca del cielo, aunque a mi me parecia que se clavaban en mi corazon atribulado. (La catedral, con su silueta de puercoespin.)

«Una catedral es el refugio hospitalario de todos los infortunios», dijo tia Corina con voz engolada. «?De quien es?», me pregunto, y tuve que encogerme de hombros, como casi siempre que le da por jugar conmigo a las adivinanzas librescas. «?Te das por vencido tan pronto?» Y asenti. «Del misterioso Fulcanelli, ?te acuerdas? Aquella inmensa broma…» Si, claro, como no: El misterio de las catedrales, un libro que, en la decada de los setenta del siglo pasado, leian todos aquellos que alimentaban un germen de trascendentalismo y estaban dispuestos a pasar varias horas leyendo cosas que no solo no podian entender del todo sino que ademas no les interesaban en absoluto.

Como estabamos cansados y no teniamos nada que hacer hasta el dia siguiente, bajamos a la cafeteria del hotel y nos entretuvimos en hablar de aquel pintoresco alquimista. Por si acaso ustedes tampoco tienen nada mejor que hacer en este preciso instante, me permito ofrecerles algunos datos al respecto, que sin duda alguna conoceran…

En principio, Fulcanelli es un pseudonimo que esconde una de esas identidades controvertidas y enigmaticas que pueden distraer durante siglos a los fervorosos de la conjetura. Hay quien supone que fue un fisico tentado por la alquimia, aunque su aspiracion no consistia en transformar el plomo en oro (que es la aspiracion inexacta que suele suponersele a la alquimia), sino el de transformar el espiritu, se entienda por tal cosa lo que cada cual logre entender, porque el concepto resulta un poco difuso de por si. Con arreglo a la version originaria de los acontecimientos, Fulcanelli confio a su discipulo Eugene Canseliet la custodia y el destino de sus manuscritos. Cuando Canseliet edita El misterio de las catedrales en 1926, escribe en su prologo: «Hace ya tiempo que el autor de este libro no esta entre nosotros. Se extinguio el hombre. Solo persiste su recuerdo». Se trata de un dato carente de rotundidad: no afirma que el llamado Fulcanelli muriese. Podria tratarse, con todo, de una formulacion eufemistica. Pero cabe tambien otra lectura, un poco mas insidiosa: Fulcanelli podia haberse extinguido como hombre a causa de la locura, por ejemplo. O de esa demencia que hace regresar a los ancianos a la infancia. O… podia no haber existido jamas.

Muerto o no, Fulcanelli se convierte, en fin, en una fantasmagoria errante.

Jacques Bergier, uno de los pioneros en la investigacion nuclear y luego escritor de temas raros, cuenta que en 1937, cuando trabajaba en el equipo del profesor Helbronner (asesinado despues por los nazis), se entrevisto con Fulcanelli o, mas exactamente, con alguien a quien tomo por Fulcanelli: un tipo que le advirtio de los peligros de la energia nuclear para la raza humana, que le confeso que los alquimistas sabian desde antiguo que se pueden arrasar ciudades enteras con unos gramos de metal y que le hizo algunas revelaciones cientificas que Bergier corroboraria al cabo del tiempo, lo que indicaba que aquel sujeto estaba muy por delante de la propia vanguardia cientifica. (El encuentro lo detalla Bergier en el libro que escribio en colaboracion con Louis Pawels: El retorno de los brujos.) Pero ahora viene lo mejor: Canseliet asegura que se reencontro con su maestro en Sevilla en 1954, cuando Fulcanelli debia de tener mas de cien anos. Segun parece, el maestro atrajo al discipulo por metodos paranormales, segun unos, o mandandole un chofer para que lo recogiese a la puerta de su casa, segun otros. Por una via o por otra, en suma, el caso es que Canseliet fue conducido a un castillo situado a las afueras de Sevilla (??), donde lo recibio Fulcanelli, que no aparentaba tener mas de medio siglo de edad. Canseliet contaba entonces cincuenta y cuatro anos: una indeterminable anomalia cronologica le habia convertido en una persona mas vieja que el maestro con el que habia trabajado varias decadas atras, cuando era Canseliet adolescente.

Una vez acomodado en una de las torres del castillo, Canseliet se asomo al patio y vio alli a un grupo de ninos que jugaban. Todos iban vestidos con trajes de traza renacentista. Penso que se trataba de una mascarada ocasional. Poco despues, se cruzo con un grupo de jovenes mujeres, vestidas tambien con prendas anacronicas y suntuosas, y Canseliet afirma que una de las muchachas tenia el rostro de Fulcanelli, hecho del que Stanislas Klossowski de Rola (alquimista, hijo del pintor conocido como Balthus -el de las ninas malvadas y un poco cabezudas- y amigo de Canseliet) deduce que Fulcanelli se habia encarnado en la mismisima senora Alquimia, con lo que introduce asi un factor de travestismo en todo aquel delirio esoterico con que Canseliet, en los ultimos anos de su vida terrestre, distraia a quien se parara a escuchar sus aventuras.

Segun dedujo Canseliet, aquel castillo era el refugio secreto de un grupo de alquimistas de todo el mundo, dedicados a experimentar en un pequeno laboratorio dispuesto en aquel castillo sevillano.

Pero las cosas tienen tendencia a complicarse, o no serian cosas…

«Que divertido es el mundo, y que loco», suspiro tia Corina ante su segundo gintonic. Se habia releido el libro de Fulcanelli antes de nuestro viaje a Colonia, porque ya saben ustedes que a ella le gusta anadir bibliografia a la realidad, a pesar de que el autor de ese libro no presto sus habilidades divagatorias a la catedral alemana. «El prologo de Canseliet es muy burdo, aparte de estar muy mal escrito», sentencio tia Corina. «Lo lees y te das cuenta de inmediato de que todo es una tosca falsificacion. Un buen falsificador de jarrones chinos centenarios puede hacerte dudar, pero alguien que pretenda falsificar jarrones chinos centenarios con un poco de yeso y con un estuche escolar de acuarela es muy dificil que nos inocule ningun tipo de duda. Y Canseliet falsificaba con yeso y con un estuche escolar de acuarela. Los tres prologos que puso a las ediciones sucesivas de El misterio de las catedrales parecen discursos parodicos, una burla de la retorica esoterica, que tiende siempre a las nebulosas, a los retruecanos y a las deducciones risibles. Una de dos: o Canseliet era tonto o se divertia haciendo el tonto. No creo que haya mas opciones, y me inclino por la primera.» Dio un sorbo satisfecho a su gintonic y anadio: «Ademas, ?quien puede tomarse en serio a un exegeta hermetico que, en el prologo que escribe para la tercera edicion del libro, se permite proclamar que el editor de la obra tiene dos preocupaciones fundamentales que benefician mucho a la Verdad: la perfeccion profesional y el precio de venta del libro?».

Hay quienes dan por hecho que Fulcanelli fue un heteronimo colectivo, una especie de Golem al que insuflaron el don de la vida un trio de fascinados: el alsaciano Rene Schwaller de Lubicz (egiptologo heterodoxo, alumno del pintor Matisse y autor de numerosos libros, entre otras muchas disposiciones y habilidades), Pierre Dujols (helenista entusiasta, en cuya Libreria del Maravilloso se reunian aficionados a las ciencias ocultas) y Jean-Julien Champagne (pintor tentado por los grandes secretos y tremendo borrachin).

Pero se puede seguir tirando del hilo: Champagne, despues de abandonar a su esposa, acogio a Canseliet como discipulo cuando este era apenas un adolescente, y con el compartio domicilio en Paris. Segun el parecer de tia Corina, la hipotesis mas sujeta a fundamento es que, una vez muerto Dujols, Champagne se apodero de sus escritos ineditos y, con textos de otros autores -incluido Schawller de Lubicz, con quien Champagne llevo a cabo experimentos alquimicos- monto el collage que hoy conocemos como El misterio de las catedrales. «Que es un libro ridiculo, aunque muy entretenido, a pesar de lo que pudiera parecer a primera vista», preciso tia Corina. «Y el pobre Canseliet tuvo que apechugar con el peso de toda aquella mixtificacion. El conejito blanco del ilusionista convertido en el ilusionista que saca de su chistera el cadaver de un gran conejo.»

Segun tia Corina, un estudioso frances habia dilucidado las claves que ideo Champagne para que la posteridad lograra identificarlo con Fulcanelli. Un rutinario problema, en fin, de vanidad: fabricar una mascara con tu propio rostro. Segun parece, la unica firma autografa que se conoce de Fulcanelli va precedida de las iniciales A.H.S. Pues bien, en la lapida sepulcral de Champagne, debajo de su nombre, se lee (o se leia mas bien, porque

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