al hotel», le dije en un aparte a tia Corina, que puso gesto de extraneza. «Por favor», le insisti, y duplico la extraneza del gesto. Cristi, por su parte, discutia de mala forma con el Penumbra, hasta que se dio por vencida y echo a andar con la colera concentrada en los tacones. Pero no se habria alejado ni treinta metros cuando giro sobre si y volvio a la carga. Vi que el Penumbra anotaba algo en un papel, vi que se lo daba a Cristi y vi que Cristi se iba mas conforme.

Pero aun no habria recorrido ella otros treinta metros cuando un tipo se bajo de un coche por el asiento del copiloto, le arranco el bolso y se subio de nuevo al coche, que huyo a gran mecha, dejando a Cristi atonita durante unos segundos, antes de entrar en estado de desesperacion. «Mala suerte», murmuro el Penumbra. «Dinero volatilizado», pense yo. Cristi corrio hacia nosotros, aunque la excitacion le impedia hablar con sintaxis. Tia Corina intento calmarla, pero para calmarla hubiese sido imprescindible la intervencion de un domador de fieras. Le dimos algun dinero de bolsillo, le prometi que le entregaria el resto de su parte a la manana siguiente y se fue, ruinosa y deshecha, echando fuego de infierno por la boca.

«Por cierto, antes de esta noche tienes que darme lo mio», me exigio el Penumbra. Le dije que se lo daria despues de llevar a termino la operacion. «Me lo das esta noche o no hay operacion. Tu eliges.» Su parte equivalia a dieciocho mil euros, de los que habia que descontar las dos mil libras que le entregue en Londres. Yo tenia ese dinero en el hotel, de modo que lo cite en una cafeteria a las ocho de la tarde.

Nos despedimos, en fin, del Penumbra y simule que me iba con tia Corina en direccion contraria a la suya.

– ?Que lio es este?

– Ya te contare luego. Ahora coge un taxi y vete al hotel.

– Pero…

– Al hotel.

Asi que, a mis anos, me vi persiguiendo por las calles de Colonia a un joven empresario de la industria satanica, circunstancia que lastima muy en lo hondo la dignidad de cualquiera, segun puedo asegurarles, porque te invade el mismo nerviosismo que a los maricas de urinario, a los que siempre parece faltarles ojos.

El problema principal de perseguir a alguien -aparte de la persecucion en si- es que siempre te sientes mas ridiculo que la persona a la que persigues, por ridicula que sea esa persona, ya que toda persecucion implica una via comica de conocimiento: vas a invadir una realidad ajena que no sabras interpretar. Visto desde fuera, cualquier movimiento rutinario se convierte instantaneamente en sintoma: una ojeada al reloj, una llamada telefonica, una parada ante una papelera… Todo perseguidor es siempre un paranoico. (Tan paranoico, en suma, como quien se cree perseguido, este perseguido o no.) Perseguir a alguien entrana el riesgo de leer la realidad al pie de la letra cuando debe ser leida en sentido figurado, y al reves, ya que el escrutinio atento de cualquier transeunte seleccionado de forma aleatoria nos lleva de forma inevitable a la conclusion de que se trata de un asesino -con los punos de la camisa salpicados de sangre- que intenta pasar desapercibido entre la multitud. (Hagan la prueba.) Bueno, de un asesino o de un demente predispuesto a convertirse en asesino. De algo desfavorable para la reputacion, en cualquier caso.

Por suerte, el Penumbra no cogio un taxi, ya que el factor trafico me hubiese complicado la tarea. Anduve detras de el durante mas de un cuarto de hora, y prefiero no imaginar las conclusiones a las que hubiese llegado cualquiera de haber decidido perseguirme durante mi persecucion: un tipo que de pronto se para, que de pronto se da la vuelta, que entra en un portal y sale al instante, que se detiene en una esquina y que espera cinco segundos antes de doblarla, que decide de repente dar marcha atras y se pone a mirar el escaparate de una ferreteria o de una pasteleria o de una tienda de colchones, mesandose el pelo de la sien para ocultarse la cara con la mano…

Para mi sorpresa, el Penumbra entro en un hotel llamado Dorint, a dos pasos de la catedral y de apariencia lujosa, en version mas o menos japonesa. Baraje la posibilidad de que fuera a reunirse con alguien, aunque me incline por la posibilidad de que me hubiese mentido al decirme que se alojaba en casa de unos amigos, como habia dado por hecho Sam Benitez. A traves de la cristalera, vi que se dirigia al mostrador de recepcion, donde le entregaron un sobre. Lo desgarro, saco un papel y se encamino, leyendolo, hacia los ascensores. Se abrieron las puertas magicas. Las cruzo. Se cerraron las puertas magicas. Entre en el vestibulo y me quede observando la pantalla que senala el piso por el que flotan los ascensores. Se detuvo en la planta tercera. Le pedi una tarjeta al recepcionista, sali de alli a toda prisa, me subi a un taxi y llame a Sam: «Esta en el hotel Dorint. Plaza Kart- Hackenberg. Planta tercera. El numero de habitacion no lo se… Oye, Sam, creo que me debes algun tipo de explicacion, aunque sea falsa…». Pero me dijo que ya hablariamos.

Antes de llegar a mi hotel, recibi una llamada de Sam: «Oye, guey, ?como carajo se llama de verdad ese puto Penumbra?».

«Empieza a hablar y no pares hasta que no veas que asiento y pongo cara de entender todo.» Tia Corina estaba en la cafeteria de nuestro hotel, con un libro entre las manos.

Cuando por fin puso cara de entender todo, dentro de lo que cabe, pidio otro gintonic. «Lo entiendo, pero no entiendo nada.» Le dije que yo tampoco. «?Que estas leyendo?» Y me mostro la cubierta del libro: Colonienses celebres, una especie de guia turistica de celebridades locales que habia comprado en la tienda del hotel. «?Sabes quien fue Enrico Cornelio Agrippa?», me pregunto, tendiendome el libro. Le respondi que lo que suele uno saber de ese tipo de gente. «Pues lee esto», y lo que lei fue lo que sigue: «Medico, mago y alquimista. Nacido en Colonia en 1486 y muerto en Grenoble en 1535. Padecio una fama de brujo malefico, y como tal fue perseguido. Se cuenta que un alumno suyo cayo muerto de repente mientras leia un libro de conjuros peligrosos y que el maestro, ante el temor de que lo acusaran de ser el responsable de aquella desgracia, convencio con sus artes magicas al diablo para que entrase en el cuerpo del cadaver y diese varias vueltas a una plaza, a la vista de todos, antes de salir de el. Accedio el diablo y el discipulo, tras dar unas vueltas a la plaza, se desplomo muerto ante testigos, con lo cual la inocencia del maestro no podia ponerse en duda. Quiere la leyenda que pagaba con moneda autentica, pero que, al poco tiempo, todo el dinero que salia de su bolsa se transformaba en cuero, en madera o en huesos de animales».

Mire a tia Corina con expresion interrogante. «?No te suena de nada lo ultimo?», me pregunto. «La verdad es que no.» Se abrio de manos: «Es lo mismo que nos ha hecho Sam Benitez: pagarnos con moneda falsa. El dinero que nos anticipo va a convertirse en humo y el dinero que nos prometio es ya humo». Vista asi la cosa, me temo que llevaba buena parte de razon, ya que, entre lo que le habia dado y lo que me quedaba por darle al Penumbra, lo que le habia dado y lo que me quedaba por darle a Cristi Cuaresma y los gastos generales, se nos habia esfumado casi el total de lo que Sam me adelanto en El Cairo, y estaba por ver que cobrasemos algo mas y que al final no perdiesemos dinero, visto el rumbo de la embarcacion. «Humo. Vamos a ganar con esto una hebra de humo.» La verdad es que nunca habia visto a tia Corina tan nerviosa como aquella tarde. Yo, nervioso tambien, no paraba de llamar a Sam, pero tenia el telefono desconectado.

Poco antes de las ocho, me encamine a la cafeteria en que me habia citado con el Penumbra. A las nueve, como no habia aparecido, recogi a tia Corina en el hotel y nos fuimos a un restaurante turco, mas por distraernos que por cenar, pues los dos teniamos un nudo en el estomago. Y alli estabamos, a la luz de unos candelabros, mecidos por melodias de tambores y maglamas, cuando sono mi telefono. «?Senor Jacob? Mi nombre es Tarmo Dakauskas. Imagino que ya sabe quien soy.» Me hablaba en frances, con acento anomalo. «Le espero en la habitacion 317 del hotel Dorint dentro de media hora. Venga solo. Y traiga el dinero del Penumbra.»

Tarmo Dakauskas. Hotel Dorint. Habitacion 317.

El jeroglifico.

16

Sorpresa en el Dorint.

La cara y las revelaciones de Tarmo Dakauskas.

La hamburgueseria peligrosa.

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