de folletos turisticos y de hojas parroquiales. «Tal vez si lo moviesemos…», sugeri, por si acaso el pasadizo se abria bajo el arcon, pero tia Corina me miro como se mira al nino que asegura que hay una bruja debajo de su cama. «Sam Benitez es un chiflado y nosotros somos dos.» Y salimos de la catedral.
«Bien, ?que plan les proponemos a esos? ?Que se casen y funden una familia?», me pregunto tia Corina, en referencia a Cristi y al Penumbra, porque la verdad es que algun plan teniamos que brindarles, siquiera fuese como mera cortesia y por respeto a las tradiciones. Le dije que lo unico que se me ocurria era que se ocultaran en el arcon poco antes de la hora del cierre de puertas, que llevaran a cabo la faena durante la noche y que esperasen a que abriesen la catedral de nuevo por la manana, a pesar de la indicacion explicita de Sam Benitez de iniciar la operacion a mediodia, pues que mas daba eso al fin y al cabo. «?Hablas en serio?» Y no supe que contestarle, pues comprendi que una respuesta afirmativa no podia ser seria. «Mira, llama a Sam y dile que nos volvemos a casa. Tampoco se trata de mandar al matadero a esas dos pobres criaturas, por muy bien que estuvieran en el matadero.» De modo que llame a Sam con mi flamante telefono movil.
Su reaccion no hace falta que se la detalle a ustedes, porque calculo que, a estas alturas, se la imaginan sobradamente. (Muchas mentadas de madre, mucho cabron, mucho guey, muchas mas mentadas de madre…) Despues de un laborioso tira y afloja, quedamos en que me llamaria en torno a la una, cuando todos los implicados estuviesemos reunidos en el restaurante, para proponernos alguna solucion. «?Vendra Tarmo Dakauskas?», le pregunte, y la respuesta fue difusa, de lo que deduje que no podriamos contar con el apoyo logistico de aquella entelequia, a pesar de que todo apoyo seria bienvenido.
Tia Corina y yo nos sentamos en una terraza para hacer tiempo y luego nos fuimos dando un paseo hasta el restaurante.
Cuando llegamos, ya estaba alli, acodada en la barra, Cristi Cuaresma, ansiosa de actividad y de Penumbra. Se habia tenido el pelo de azul ultramar, con mechas amarillas, no se para que. Tenia los parpados pintados de negro, con motas del color de la plata. Una camiseta de tirantes dejaba ver la marana de tatuajes de su hombro derecho. Tia Corina la saludo con una media sonrisa que yo sabia muy bien lo que significaba, y mantuvo esa media sonrisa mientras Cristi hablaba sin ton ni son, sin quitar la vista de la puerta, anhelante del reencuentro con el hijo de Honza Manethova, que parecia haber heredado de su padre el secreto de un conjuro infalible para esclavizar el corazon de las mujeres trastornadas, que fue lo que en gran parte perdio al buen Honza, celebre por pagar a precio de oro la ganga sentimental, pues todas sus amantes andaban a malas con algun aspecto de la cordura, segun se condolian sus intimos -aunque no me cabe la menor duda de que todos ellos hubiesen cambiado su vida por la de aquel alegre libertino que decidio hacer de su biografia un programa interminable de festejos, porque los rigores morales se aplican mejor de puertas para afuera.
«?Y mi dinero?», me pregunto Cristi. Saque un sobre y se lo puse delante. «?Esta todo?», me pregunto con una ceja enarcada, sopesando el sobre. «La mitad. La otra mitad cuando terminemos, ?de acuerdo? Si no te fias, puedo firmarte un pagare o incluso sacarme un ojo y dejartelo como garantia.» Y se dio por satisfecha, o al menos lo simulo, y se guardo el sobre en el bolso.
Al poco, sono el movil de Cristi y se aparto para hablar a gritos en un italiano de pura trifulca, porque ya saben ustedes que ella es bravia, supongo que de nacimiento. «Esta muchacha se ganaria mejor el pan arruinandole la vida a cualquier desprevenido», comento tia Corina.
El Penumbra seguia sin aparecer, lo que no solo inquietaba a Cristi, sino tambien a mi, aunque por motivos del todo diferentes. «Llama a ese Penumbra», sugirio tia Corina, y asi lo hice, pero resulto que tenia el telefono apagado. Decidimos sentarnos a comer, y en eso me llamo Sam Benitez, que andaba trapicheando en Oporto la compra de una coleccion de relojes a los herederos de un notario, porque Sam es de los que no paran: el mercader errante, empenado en transformar en plusvalia la tierra que pisa, asi pise el fango. «Falta el Penumbra. Bueno, y tambien ese Tarmo Dakauskas tuyo, en el caso de que exista.» Le comente que tanto el guantelete como la torre de santa Barbara y el arcon debian de estar averiados. «No se, guey. Es lo que me dijeron…» Tambien le informe de que no habia pasadizo alguno. «Mira, loco, ?que chingada le hago yo? ?Me pongo a cavar uno esta noche?» Quedo en llamar mas tarde, aunque antes de despedirse me hizo una pregunta que me intranquilizo:
– Escucha, compadre, ?a ti te importa algo la vida de ese fantoche?
– ?Que fantoche?
– El Penumbra, guey.
No acerte a contestarle, porque desconocia el alcance de la pregunta y las consecuencias de mi respuesta. «Piensalo. Ahorita te llamo.»
Tarde pero llego. El Penumbra llego.
Yo, no se por que, la verdad, me habia permitido imaginar la escena a traves de una lente melodramatica: Cristi Cuaresma llorosa y suplicante, y el otro posando de diablo altivo, indiferente a la desesperacion y a las lagrimas. Desde el trono, digamos. Pero la imaginacion se equivoca mucho, mas incluso que la conciencia. Cristi se limito a darle la bienvenida con estas aladas palabras: «?Como te va, hijo de la grandisima puta?». Lo dijo en espanol, idioma que el Penumbra no entiende, aunque hay frases que se entienden en cualquier idioma: el esperanto del insulto.
La comida resulto un poco tensa, al menos para tia Corina y para mi, ya que Cristi no paraba de zaherir al Penumbra, aunque el llevaba escudo de indiferencia, de modo que los sarcasmos de su oponente -en espanol, en ingles y en italiano, de forma indistinta, supongo que con arreglo a dictados volubles del corazon- se quedaban flotando en una especie de limbo como punales de goma.
…Y de Tarmo Dakauskas, por cierto, ni rastro, como ya me temia.
A los postres llamo Sam. «Escucha, guey, ?puedes hablar sin que te oigan?» Sali del restaurante. «Deten toda la operacion, ?comprendes? Asunto anulado. Pero no les digas nada a Cristi y al Penumbra, compadre. Oficialmente, para ellos todo sigue igual, ?comprendes? Preguntale al Penumbra en que chinga de hotel duerme y me lo dices cuanto antes, guey. Y tu no muevas ni un dedo, ?comprendes?» Le respondi a todo que si, aunque la verdad es que no comprendia absolutamente nada. «?Les has pagado ya a esos dos?… Vale, guey, eso puede arreglarse.»
Volvi a entrar en el restaurante como si acabara de caerme encima de la cabeza el cimborrio de la catedral. Tia Corina, que sabe leer en mi cara, me interrogo con los ojos, y con los mios le di a entender que el asunto era de envergadura.
Cristi Cuaresma seguia con su lanzamiento de punales de goma, y me pregunte si con el sicario colombiano se permitia tambien esas bravuras, porque seria cosa digna de admiracion el que lo hiciera.
«?En que hotel estas?», deje caer. «En casa de unos amigos», me contesto distraidamente el Penumbra. Como el instinto me aviso de que aquella circunstancia, tanto si era cierta como si no, implicaba un trastorno en las previsiones, fuesen cuales fuesen aquellas previsiones, extremo que yo ignoraba, sali de nuevo del restaurante y llame a Sam. «Seguro que miente. Siguelo a donde vaya, compadre. No le pierdas el rastro. Por tu padre te lo pido, guey. Y llamame en cuanto sepas algo.»
Cuando volvi a la mesa, Cristi estaba en pleno extasis epigramatico: «Tu no eres mas que un cabron pichacorta», y en esa tonica siguio.
«Voy a daros una mala noticia», anuncie. «No tenemos ningun plan previsto, asi que tendreis que improvisar sobre el terreno. Nos veremos el domingo a las doce en punto del mediodia en el portal de Santa Maria. Una vez alli, nos separaremos. Nosotros nos iremos para la estacion, donde debeis entregarnos las reliquias en una bolsa de viaje de color negro, sin ningun tipo de marca visible ni logotipo ni nada que se le parezca. Os esperaremos en la entrada del anden 8, ?de acuerdo? Con un poco de suerte, en cuestion de un cuarto de hora podemos tener todo solucionado.» Tia Corina me miro con pasmo, y no le faltaba razon. «De todas formas, seguiremos en contacto, por si se nos ocurre un plan de ultima hora.» Y la expresion de tia Corina era ya indefinible.
«No te preocupes. Ya tengo un plan», dijo el Penumbra, y les confieso que me asombro aquella diligencia. «?Y yo que pinto en esto?», se entrometio Cristi. El Penumbra se digno contestarle esa vez: «Un papel fundamental, princesa. Tu y yo formamos un equipo maravilloso. Pero dejate llevar. Confia en mi», y, por raro que resulte, aquella bruja parecio amansarse. «?Cual es tu plan?», le pregunte al Penumbra. «El mio», y comprendi que aquella iba a ser la respuesta definitiva, a pesar de que la tradicion dispone un intercambio de pareceres y una coordinacion entre las partes.
Cuando nos levantamos de la mesa, se produjo una situacion dificil, ya que todas nuestras brujulas estaban desordenadas: Cristi pretendia irse con el Penumbra, el Penumbra tenia la firme decision de irse solo, tia Corina daba por sentado que se iria conmigo al hotel y yo tenia encomendada la mision de perseguir al Penumbra. «Vete