Detras de mi oia los gritos de Andrade: «?Pajillero, ignorante, cabron de la puta cabra!», porque a el se le dispara la coprolalia en el pico de las crisis. «?El Anticristo de pacotilla es Le Pen! ?Maricon, indocto! ?Si pides pen en Gran Bretana, te daran un boligrafo y si lo pides en Francia te daran pan, pedazo de sieso!» Y cambio los gritos por las carcajadas.

Enigma despejado, en definitiva, al margen de escrupulos foneticos, ya que el acertijo resultaba defectuoso por ese flanco.

El boligrafo, el pan, Le Pen.

El universo de Andrade, como quien dice.

Y todos pertenecientes a una misma especie animal.

«Pasead un poco a mi pobre Neculai», nos pidio tia Corina a Walter y a mi, porque la verdad era que aquel aventurero tardio no estaba conociendo mas mundo que el que se divisaba desde las ventanas de la casa, de modo que tia Corina lo vistio de gala, al menos en la medida de lo posible, y nos lo llevamos a dar una vuelta por la zona noble de la ciudad, procurando entendernos con el por senas, aunque era reservado Neculai incluso para mover las manos.

«?Donde llevamos ahora a este?», me pregunto Walter cuando cumplimos el recorrido historico-artistico, y me encogi de hombros, porque si ya resulta dificil sondear los deseos de una persona con la que compartes toda una vida, no digamos los de un extrano con el que no puedes intercambiar ni dos palabras.

Entramos en la Rosa de California a tomar algo y al primo Walter le entro una rara impaciencia -la impaciencia del moribundo en su afan por correr mas que el tiempo, segun interprete-. Al poco, me propuso que nos fuesemos al Club Pink 2 -del que yo tanto le habia hablado como antidoto contra su ansia- para que al tio Neculai se le alegraran sus ojos de pesares transilvanos. De fondo estaba, como no hace falta sugerir, el interes personal de Walter, que andaba apurando las comedias de amores antes de marcharse a quien sabe que circulo del infierno. (Tal vez al segundo, el reservado a los lujuriosos.) (Si, sin duda al segundo.) Cogimos un taxi, en fin, y alla nos fuimos.

El primo Walter no tardo en hacerse dueno de la situacion, ya que se le advertia experiencia de mando en ese tipo de cuarteles. Al momento, estaba rodeado de cuatro muchachas, y a las cuatro encandilaba con su facundia sofistica, dando palos de ciego a las grandes teorias de los grandes filosofos para reducirlas a un chiste de sal gorda. Yo procure tomarme la circunstancia con sosiego, improvisando argucias diplomaticas de alta escuela para que cinco panteras perfumadas no devorasen al rustico Neculai, que estaba estupefacto, acariciado por unas de estilo Fu Manchu y susurrado al oido en varios idiomas, porque el Club Pink 2 es algo asi como el Consejo General de Naciones en version lenceria.

Neculai salio de su mutismo cuando se le acerco una muchacha y le hablo en rumano, lo que acabo espantando a las demas, que optaron entonces por dedicarme sus recursos retoricos. La rumana pidio un botellin de champan para ella y otra copa para Neculai, y acabe preguntandome por cuanto iba a salirme aquello, ya que el primo Walter era duro de bolsillo, tal vez porque se aprovechaba de mi condicion de inminente heredero suyo, y el pobre Neculai no creo que contase con un presupuesto extra para libertinajes, ya que sus ahorros de toda la vida apenas iban a darle para asomarse al mundo durante un par de semanas.

La rumana tardo menos de cinco minutos en arrastrar al tio Neculai a su taller de ilusiones urgentes. Animado por aquella circunstancia, mi primo se dejo arrastrar tambien. Pero por dos. (Como los emperadores.) Y en la barra me quede, capeando discursos zalameros y exegesis zodiacales, con un vaso de refresco vacio ante mi, haciendo cuentas y desenganando al instinto, que es de poco pensarse las cosas.

Al rato volvio Neculai. Pidio otro botellin de champan para su paisana y otra copa para el, en plan grandeza. Se pusieron a hablar, imagino que de temas pateticos y oscuros relacionados con su patria, con los vampiros o - que se yo- con los tumores de esofago, porque no se les notaba alegria en el gesto, y daba la impresion de que venian de enterrar a una madre y no de echar un polvo liquido, si me permiten ustedes la expresion.

El que no reaparecia era Walter, y mi calculadora mental seguia sumando, porque en el Club Pink 2 los relojes marcan los minutos en patron oro, y ya habian pasado los minutos suficientes como para fundir con ellos un lingote. Con arreglo a esa ley implacable segun la cual lo malo siempre puede derivar en algo bastante peor, la rumana se llevo de nuevo al tio Neculai a su gabinete de los espasmos, por decirlo de algun modo, y aquello me parecio excesivo. Excesivo y un poco absurdo, como casi todas las cosas del vivir: el tio Neculai, a la vejez, sale de Rumania para conocer mundo y acaba en la cama sin dueno de una rumana porque le habla en rumano y porque le trae recuerdos de Rumania.

De modo que de nuevo me quede solo en la barra con mis pensamientos mudos y con los pensamientos en voz alta de las muchachas. («?Que te pasa, carino?») («?Estas tu malo, mi amor?»)

«?Puede usted subir?», me pregunto al rato Jacinto, el Richelieu de los camareros del club, y le respondi con una mirada de asombro. «Su amigo. Problemas.» Asi que detras de Jacinto me fui, sin saber si los problemas afectaban a Walter o a Neculai, aunque mi subconsciente tenia un candidato.

Subi la escalera estrecha que conduce a los cuartos de las muchachas y entramos en el numero 8. En la cama estaba Walter, tapado con una sabana y con cara de Mas Alla inminente. «Creo que me ha llegado la hora, primo.» Le dije a Jacinto que pidiese una ambulancia, pero Walter se opuso: «Prefiero morir aqui». Como me resistia a otorgarle a aquella situacion el rango de una tragedia griega en su punto culminante, urgi a Jacinto a que llamase al hospital, y asi lo hizo, aunque no hay cosa en este mundo que desprestigie mas un club de lumis que la aparicion de una ambulancia, ya que les recuerda a los clientes la fragilidad de los ensuenos, empezando por el ensueno que es uno mismo ante uno mismo en ese tipo de vergeles: el hedonista resquebrajado que alquila por minutos una identidad de matador de corazones.

El tio Neculai, por su parte, andaba perdido con su compatriota en alguno de aquellos cuartos, ajeno a la agonia aparatosa de Walter, que gemia y resoplaba como si en vez de estar muriendose estuvieran matandolo. En la mesilla de noche habia cinco o seis vasos vacios, un billete enrollado y restos de cocaina. No hacia falta llamar a un detective ni a forense para concluir que de ahi venia el trastorno: una conjuncion optimista de alcohol, de droga, de trio sexual y de edad respetable. Un malabarismo dificultoso, se mire como se mire, para un enfermo.

En esto aparecio Neculai, de regreso de la vida facil, que observo el cuadro con espanto, sobrecogido por el mal rumbo que habia tomado la celebracion. Al poco llego la ambulancia. Un par de camilleros se llevaron a Walter entre protestas y maldiciones, porque insistia en querer morirse en el Club Pink 2, sin duda para rematar su leyenda de crapula escindido entre la filosofia y la satiriasis.

Me fui con Neculai en un taxi al hospital. Era como ir al lado de un espectro.

Para ahorrarles un nuevo episodio hospitalario, que tan malos recuerdos suele traernos a casi todos, les dire que a Walter le dieron el alta a las pocas horas de su agonia definitiva. Un mero ataque de ansiedad, segun el medico.

De camino a casa, se empeno en que parasemos en algun sitio para tomar una ultima copa, y hubo que parar, porque a ver quien porfia con mi primo.

Ansiedad, bien. La muerte le habia dado una prorroga al reyezuelo de la vida. Para celebrarlo, a los dos dias trajo a casa a una hungarita de piel de cera, y las risas de ambos traspasaban las paredes.

La ansiedad, si.

El problema de cualquier realidad inexorable es que llega, por mas que la aplacemos mediante vacios voluntarios de memoria: llega la hora de la muerte, llega la hora del dentista… Sam Benitez, segun era de esperar, llamo para darme un ultimatum: el domingo a mediodia, ni antes ni despues, tenia que estar en marcha la operacion. Y era lunes.

Le insisti a tia Corina en que era mejor que fuese yo solo, pero ya se imaginan ustedes el caso que me hizo. Asi que llame a Nati, la temerosa de los aviones, para que nos gestionase de una vez el alojamiento y el hospedaje en Colonia. Llame luego al Penumbra y lo cite el viernes, a la una de la tarde, en un restaurante que escogi al azar en una vieja guia turistica que habia por casa, pues tenia mi padre la costumbre de coleccionarlas para recrear ciudades durante sus rachas de inmovilidad, que no eran muchas, aunque le intranquilizaban, al ser de natural peregrinante y entrar por tanto en la categoria de quienes piensan que a la vida hay que salirle al encuentro en cualquier lugar que este lo mas lejos posible de casa. Llame a Cristi Cuaresma y la cite a la misma hora en el mismo sitio. «?Y los billetes y todo lo demas?», me pregunto. «?Que billetes y que todo lo demas?», le pregunte. «Los billetes de avion, los bonos de hotel, el dinero para gastos…» (Ingenua Cristi Cuaresma, tan diabla para otras cosas…) «De eso te encargas tu. Te dare tu parte cuando estemos en Colonia. Si necesitas dinero, pideselo a Sam Benitez. O atraca a una vieja», porque habia decidido bajarle sus humos volcanicos. Cristi, como

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