ejemplo para todos estos jovenes», y puso encima de la mesa una SIG semiautomatica, que al instante se guardo en el bolsillo. «Lo siento, senor Jacob, pero tenemos que dar un paseo.»

A veces, la mejor manera de evitar los rodeos consiste en dar un rodeo, de manera que le pregunte, fingiendo aplomo y arrogancia, si pensaba matarme y, de ser asi, por que. «No puedo responder ninguna de sus dos preguntas porque todavia no estoy seguro de ninguna de las dos respuestas. Dentro de media hora podre darle dos respuestas satisfactorias. A menos que me obligue a darle la primera antes de tiempo, claro esta.»

Me descolocaba -y me tranquilizaba a la vez- el hecho de que si el plan de Tarmo Dakauskas consistia en matarme, no lo hubiese llevado a cabo en la habitacion del hotel Dorint, ya que donde cabe un cadaver caben dos, y solo tenia que salir y cerrar la puerta, dejando atras una pareja de muertos lo suficientemente absurda como para que la policia alemana se entretuviera durante un par de meses mareando pesquisas desatinadas antes de dar carpetazo a la investigacion. Pero como el miedo no admite analisis urgentes de si mismo, mi preocupacion principal en ese instante era discernir si Tarmo Dakauskas tendria o no inconveniente en ejecutarme delante de medio centenar de adolescentes con los dedos manchados de ketchup. Ante la duda, sali corriendo hacia los servicios. No era una opcion muy digna, de acuerdo, pero fue la unica que se me ocurrio en ese instante, y hay veces -muchas- en que en nosotros manda el mero instante. Nada mas entrar en los servicios, me di cuenta de que, aparte de indigna, tampoco era una opcion muy sensata: un sitio idoneo para que Tarmo Dakauskas me aliviase del peso metafisico del mundo. Me vi reflejado en el espejo y vi la anticipacion de mi cadaver, palido de angustia y de luz de neon. Debajo del recipiente del jabon liquido se habia formado un pequeno charco verde, y pense que aquella iba a ser mi ultima vision del universo: un charquito de jabon verde en el lavabo de una hamburgueseria. Se abrio la puerta. «Dejese de chiquilladas. Hagamos de esto un asunto serio.» Empunaba la SIG. A falta de otra opcion, sali con el a la calle. Y les sigo contando.

Hay cosas que suceden de manera muy rapida, aunque luego la memoria las ralentiza, convirtiendo un relampago en una luz inmovil.

Les describo un relampago…

Apenas habriamos andado unos cien metros cuando Tarmo Dakauskas cayo de bruces al suelo. Alguien lo habia empujado por detras. Ese mismo alguien se puso a patearlo y a gritarle en un idioma que me resultaba muy exotico. Tarmo Dakauskas se limito a ovillarse mansamente, a pesar de tener una pistola en el bolsillo de la chaqueta. Cuando el agresor se canso de patearlo, lo incorporo y le dio un par de bofetadas, lo zarandeo, lo estrello contra un coche aparcado y se apodero del maletin. Fue cuestion de segundos: un linchamiento rapido, muy profesional.

El agresor se fue hacia mi, y di por hecho que era mi turno de dolor.

«Siento que le haya molestado», me dijo en un ingles de vocales un poco rigidas, senalando a Tarmo Dakauskas, que en ese instante se sacudia la chaqueta. Tras someter la situacion a unos parametros medianamente logicos, calcule que el agredido no tardaria en disparar al intruso, o al menos en apuntarle. Pero no parecia ser aquella su intencion. «?Quien es usted?» Y me dio una respuesta desconcertante: «Soy Tarmo Dakauskas». Supongo que la expresion de mi cara podria competir con exito en un concurso de expresiones insolitas. «Y soy vegetariano.»

17

Carrusel de impostores.

Nuevas calas historicas.

Revelaciones equivocas.

Todo esto merece una explicacion, por supuesto, y se la ofrecere a ustedes con arreglo a la version literal de los hechos que me brindo aquel inesperado Tarmo Dakauskas, que dejaba en situacion de ente anonimo al que hasta entonces habia sido -al menos para mi- Tarmo Dakauskas.

«?Le apetece tomar algo?» Le dije que de acuerdo, no tanto porque me apeteciera como por enterarme de la indole de aquel enredo de identidades, y echamos a andar. Lo mas curioso de todo, aun siendo todo demasiado curioso, es que el falso Tarmo Dakauskas nos seguia a unos tres metros de distancia. «Lleva pistola», le adverti. Pero el nuevo Tarmo Dakauskas hizo un gesto despectivo con la mano.

Entramos en el primer bar que vimos y nos sentamos a una mesa. Al poco entro el Tarmo Dakauskas de impostura y se quedo en la barra, con expresion de perro pateado. Recibi otra llamada de tia Corina y de nuevo le dije que no se preocupase: a fin de cuentas, yo solo estaba metido en una barraca de irrealidades de apariencia peligrosa, aunque de momento inofensivas. «Usted estara haciendose muchas preguntas… En principio, estara preguntandose quien es ese cara de pato.»

Y aquel cara de pato resulto ser Tito Dakauskas. «He tenido que cuidar de el desde que eramos ninos. Estamos tan unidos desde siempre, que anda convencido de que somos una misma persona, y esa persona soy fundamentalmente yo, no el, ?comprende? Una transferencia de personalidad. Me mira como quien se mira en un espejo. Me mira y esta mirandose a si mismo, igual que si viviera en un viaje astral continuo, ?me entiende? Pero es mi hermano, y eso esta por encima de casi todo, incluido mi propio hermano. Mi pobre hermano Tito.»

Segun me conto, Sam lo habia llamado para que fuese a Colonia lo antes posible a fin de echarme una mano en la operacion, consciente como era de mis apuros, pero en aquel momento el estaba atado a unas ocupaciones inaplazables en Argel, de donde acababa de llegar, de modo que envio a Tito, que andaba por Amberes, para que se pusiera de inmediato a mi servicio y, de paso, para que liquidase al Penumbra. «Para ese tipo de cosas sirve, aunque es demasiado imprudente. Le gusta escenificar, ya sabe.»

Les confieso que el arranque de aquella explicacion solo consiguio desconcertarme: ?como una persona que esta de tu parte te intimida, te amenaza de muerte y te da un susto de muerte despues de dar muerte a alguien que tambien estaba de tu parte? Pero me calle, porque intuia -y algo mas que eso- que me hallaba frente a un nuevo fulero, y, visto el talante de la tropa, podia considerarme afortunado si se limitaba a ejercer como tal.

«Le di su numero de telefono a Tito para que se pusiera en contacto con usted en cuanto resolviera lo del Penumbra, pero no para que jugara con usted a la novela negra de kiosco, sino simplemente para que le dijese que se fuera cuanto antes de aqui, porque la operacion estaba cancelada. ?Que disparates le ha contado?» Y se los referi. Movio la cabeza con gesto de exasperacion, miro a Tito y sonrio de un modo que no supe interpretar. «Bien, vayamos por partes…»

Segun Tarmo Dakauskas, el gordo Abdel Bari seguia vivo, alimentando a sus palomos y combinando sustancias para componer venenos. «Abdel Bari trabaja para Giuseppe Montorfano.» Me quede igual que estaba, porque de nada me sonaba aquel nombre, y asi se lo hice saber. «Es el cabecilla de la secta de los veromesianicos de Catania.» Debi de poner cara de victima de las gorgonas, o poco menos, porque no se si recuerdan ustedes que el Falso Principe conjeturo que detras de la operacion del relicario podian estar los integrantes de esa secta, negadora de la condicion mesianica de Cristo y afanosa por reunir los tres objetos con que fueron enterrados los magos de Oriente: una replica del anillo del rey Salomon, una llave en forma de ojo y un reloj de arena. «Los veromesianicos han estado ocultos durante muchos anos, pero ahi estan de nuevo, empenados en su locura.»

Y siguieron las aclaraciones, al menos en teoria.

Segun Tarmo Dakauskas, Sam Benitez no habia mandado envenenar a mi padre ni mucho menos, y aquel infundio solo era atribuible a la imaginacion sin brida de Tito, aficionado a jugar a las deformaciones literarias con la realidad mediante la tergiversacion de cuanto oia para transformarlo en quimera, vicio que, segun me confeso su hermano, le venia de la infancia, cuando se distraia en contar a los ninos mas pequenos que el historias alarmantes de monstruos insomnes que vivian en el subsuelo, para de ese modo enturbiarles tanto el sueno como la vigilia, y en promoverles el panico con leyendas de vampiros acuaticos que emergian de noche de las aguas del Baltico con la urgencia de alimentarse de sangre de inocentes, entre otras invenciones similares. Tito se aficiono de muchacho al cine y a las novelas de misterio, y aquello le agravo su principal padecimiento intelectual, dada su incapacidad no solo para distinguir entre realidad y ficcion, sino tambien para distinguir a su hermano mayor de si mismo, y su mente fue cayendo al pozo de las alucinaciones, hasta el punto de convertirse el mismo en una

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