Me encerre en el cuarto de bano y llame a Sam. Desconectado.

Me meti en la cama, pero la oscuridad me hacia pensar mas de la cuenta. (Como diria un dramaturgo isabelino del monton: la oscuridad, oh fuente de la paranoia, oh tosigo de la razon, oh premonicion del sepulcro.) (La oscuridad, oh mala cosa.) Debi de quedarme dormido casi a las claras del dia, porque mi recuerdo de aquella noche es muy largo: un tiempo inmovil.

«Nos volvemos a casa», le dije a tia Corina cuando se levanto. «Cuentame todo.» Pero el relato era largo, y ademas con final abierto, asi que lo pospuse.

Cuando abri la caja fuerte de la habitacion, resulto que estaba vacia: habia volado el dinero que quedaba por pagarle a Cristi Cuaresma (tres mil euros) y unos dos mil euros que llevabamos para gastos. Me saque del bolsillo de la chaqueta el sobre que me habia dado Bibayoff la noche anterior y lo abri con un presentimiento que no tardo en verse cumplido: varios papeles en blanco. «Te lo adverti. Nos han pagado con el dinero magico de Enrico Cornelio Agrippa. El dinero que vuela. El dinero etereo. El dinero mutante», y tuve que darle la razon.

Gestionamos los billetes (un nuevo despilfarro, porque los teniamos para el lunes, incanjeables), hicimos la maleta y nos fuimos al aeropuerto, donde este lance de marionetas tuvo un nuevo episodio, por raro que parezca.

Los aeropuertos son los espacios mas irreales que conozco: un hibrido de centro comercial, de sala de espera del dentista, de invernadero y de nave espacial un poco averiada.

Nos sentamos en un bar para hacer tiempo. «?Que tal va?», le pregunte a tia Corina, en referencia a la novela en torno al robo de las reliquias de los magos, que en aquel instante leia. Puso los ojos en blanco y suspiro: «Los monosilabos de un loro son mas sensatos que esto», y dejo el libro sobre la mesa. «Si te contase de que va, me tomarias por trastornada», y tiro aquel cuento a una papelera cuando nos levantamos para dirigirnos a nuestra puerta de embarque.

«Mira, aquel es Leo Montale», y me senalo a un viejecillo que estaba sentado en una cafeteria, acompanado de una mujer. Yo recordaba haber visto a Montale alguna vez que otra, muchisimo tiempo atras, pero jamas lo hubiera identificado bajo la apariencia de aquel anciano de expresion convulsa, pues no paraba de mover todos los musculos de la cara, como si la tuviese invadida de alacranes.

De Leo Montale se contaba -aunque a saber- que su sueno consistia en llevarse de la romana Villa Borghese, para coronar asi su carrera, la escultura de Paulina Borghese que hizo Canova y la que hizo Bernini de Apolo y Dafne, por ser muy de su gusto aquellas prestidigitaciones con el marmol. Pero parecia que en sueno iba a quedarse su sueno, pues daba la impresion de que Montale tenia ya el pie en el estribo del caballito tenebroso, como si dijesemos, y no estaba en condiciones de poder atracar ni una tienda de panderetas.

«Voy a hablar un momento con el», le anuncie a tia Corina, que pretendio hacerme desistir, alegando el mal caracter que dio siempre fama a Montale, con quien solo tenian trato quienes no tenian mas remedio que tenerlo, que al cabo no eran pocos, pues creo haber dicho que en su epoca fue un gran perista, al margen de la basura que almacenara dentro de si. «Te espero en la puerta de embarque. Montale va a tardar exactamente cuatro segundos en mandarte a la mierda», pronostico tia Corina, que estaba de un humor regular. De todas formas, para Montale me fui, a la espera de lo peor.

Tanto Montale como su acompanante me recibieron mal. Me presente como hijo de mi padre y note como Montale, entre parpadeos espasmodicos, escarbaba en su memoria y desenterraba una silueta difusa. «Ah, si.» Le pedi permiso para sentarme a su mesa y me lo dio con un gesto tosco de la mano. «Tenemos que hablar de muchas cosas. Estoy seguro de que nos han metido en la misma jaula por trampillas diferentes.» La mujer que lo acompanaba era mucho mas joven que el, aunque llevaba la vejez impresa en el mirar, supongo que a fuerza de pesares, que son tenazas para el corazon, y se dedico a observarme con desconfianza. Montale me tenia desconcertado: parpadeaba sin parar, tosia, sacudia la cabeza, contraia la nariz, se aclaraba la garganta, olfateaba el aire como un depredador y, cuando no farfullaba de forma incoherente, soltaba alguna obscenidad que considero mejor no transcribir.

Nada mas mencionarle a Sam Benitez y a Aleksei Bibayoff, empezo a convulsionarse, a crispar la cara, a carraspear y a grunir. «Dejalo en paz. ?No ves que molestas?», me dijo la mujer en un italiano aspero, y le acaricio el hombro al viejo Montale, intentando aplacarle las sacudidas. «Lo siento», fue lo unico que acerte a decir. «?Que quieres saber? ?Que me han estafado como a ti? ?Que nos han traido aqui para reirse de nosotros?», me interrogo Montale, en medio de sus estremecimientos. «?Que quieres saber? ?Que todo esto ha sido un montaje para cargarse al hijo de Honza? ?Que todo lo demas ha sido una comedia? ?Que el juego entre Benitez y Bibayoff consistia en ver cual de los dos mataba a ese muchacho estupido? ?Que todo ha sido una caceria? ?Que han recibido un monton de dinero por matarlo? ?Que quien les ha dado ese monton de dinero es un chulo de putas uruguayo? ?Eso es lo que quieres saber?»

Me quede mudo, procesando aquella informacion disparatada que no resultaba disparatada con arreglo a determinados antecedentes. (El asunto del chagall fraudulento, sobre todo.) Por otra parte, la concepcion ludica que habia animado aquella operacion parecia imponerse, al menos en atencion a la estadistica: Sam y Bibayoff, segun la opinion generalizada, habian estado jugando, jugando con la realidad y jugando con nosotros. Y hasta ahi bien, dentro de lo que cabe. Pero la idea de una caceria humana, con el Penumbra como trofeo, resultaba repugnante: soltar la presa y abatirla. Aquello no cuadraba con la conciencia de Sam, aunque, como dice tia Corina, una persona de tendencias dionisiacas, adepta al chamanismo y empenada en construir el Prisma Teologico puede resultar imprevisible, ya que la aleacion de incongruencias no suele resultar robustecedora del caracter. «La apuesta la ha ganado Bibayoff, como no hace falta que te diga. A Tito Dakauskas lo llaman «el asesino del ojo derecho», porque siempre mata por ahi. Por el ojo derecho… Benitez jugaba con Tarmo y Bibayoff con Tito, ?te enteras? Tu y yo solo eramos una diversion adicional. Los payasos.» Pero las incoherencias se evidenciaban: ?para que iban a gastarse un dineral Sam Benitez y Aleksei Bibayoff en encargarnos a Montale y a mi una mera pantomima? «Por cuatro razones», me replico. «La primera de ellas, porque estan locos. La segunda, porque en este instante les sobra el dinero. La tercera, porque dos locos a los que les sobra el dinero solo saben hacer locuras con el dinero que les sobra. Y la cuarta y principal, porque no solo no les ha costado nada, sino que ademas han ganado muchisimo dinero. ?Tu has cobrado algo, mariconcete? ?Te vuelves con la cartera llena?» Le dije que no, como era logico y verdadero. «Pues igual vuelvo yo. Los cabrones de los Dakauskas han recuperado todo.» Y crei comprender la fulleria: darnos dinero y quitarnoslo. (Algo asi, no se, como aquel truco que el prestidigitador Houdin bautizo como «Las monedas viajeras».)

En esto llego tia Corina, asombrada sin duda de que Montale me concediera una recepcion tan larga. «Hola, Leo.» Montale la miro con ojos interrogantes y con el resto de la cara en movimiento. «Soy Corina. Corina Nastase», y Montale asintio. «?Sigues viva, vieja? ?Tambien se han reido de ti?» Pero no le contesto. «Tenemos que irnos. Han llamado a embarque. Adios, Leo. Es posible que no volvamos a vernos con nuestros ojos humanos, porque el dia menos pensado nos morimos. Que lo pases bien mientras dure la velada. ?Es tu esposa o tu nieta?» Y Montale farfullo quien sabe que, y mejor no saberlo.

«Solo una cosa mas… ?Quien es Giuseppe Montorfano?» Montale me miro con gesto de estupor, aunque, visto lo visto, sabia que aquello no significaba nada, al basarse en el desencajamiento su expresion natural. «?Montorfano? ?El zapatero?» Y al pronto me quede desencajado yo, «?Te refieres a ese bujarron de Napoles que cantaba arias de Scarlatti, de Donizetti y de todos esos maricas mientras remendaba zapatos? ?De que conocias tu al viejo Montorfano? ?Te dio dinero o se lo hiciste gratis?» Y, como comprendi que se trataba de una pista equivocada, me despedi al estilo frances de Montale y de su acompanante, a quien daba yo mas por gerontofila que por hija suya, a pesar de no estar el viejo perista para funambulismos de amores. (Aunque la vida es rara.)

«Sindrome de Tourette», diagnostico tia Corina. «Montale lo padece desde joven, aunque ahora esta peor que nunca.»

Le pedi consejo: «?En que medida puedo fiarme de lo que me ha dicho?». Y fue terminante: «Sea lo que sea lo que te haya dicho, no debes creer ni media silaba. Montale no ha dicho nunca una verdad. Va contra su sistema filosofico», y en eso quedo la cosa.

A esas alturas, tenia el convencimiento de hallarme en el eje de un tiovivo de impostores, porque les confieso que no estoy acostumbrado a los festivales de interpretaciones de una misma realidad, a pesar de haberme pasado la vida contando mentiras y ocultando verdades, o viceversa, porque el negocio lleva ese tipo de argucias consigo.

«Me temo que hay una epidemia de locura, muchacho. Un maremoto de esa bilis negra de la que hablo Aristoteles.»

Вы читаете Mercado de espejismos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату