Y subimos, en fin, al avion, rumbo a casa, donde nos esperaba una sorpresa inimaginable, al menos para mi.
19
Hara cosa de veinte anos, Louis Campbell le regalo a tia Corina una copia de un cuadro de Francois Gerard inspirado en la novela
Fueron las dos primeras cosas que eche en falta nada mas entrar. El lugar que habia ocupado aquel cuadro marcaba un rectangulo muy blanco en la pared amarfilada por el tiempo, y lo mismo el respaldar del canape: sus fantasmas.
«Mal asunto», comento tia Corina. Y tan malo.
Solte las maletas y entre en el salon. Habian desaparecido los mejores muebles, los objetos mas aparentes y valiosos, casi todos los cuadros, las alfombras, las lamparas de techo, de mesa y de pie…
Segui inspeccionando la casa. En los estantes de la biblioteca habia mellas que en principio me parecieron fortuitas, pero a las que luego descubri un patron: los libros encuadernados en piel. El suelo era un revoltijo de papeles, de amuletos de Lola, de cubiertos de diario (porque la cuberteria francesa de plata se contaba entre las victimas), de llaves, de gafas de sol, de abrelatas, de sacacorchos, de cajas de cerillas y de todas esas cosas mas o menos practicas y mas o menos absurdas que se guardan en cajones, que vienen a ser algo asi como el subconsciente de una casa. No quedaba rincon, en suma, por saquear ni revolver, incluido el cuarto de bano principal, del que habia desaparecido un espejo veneciano de principios del XX que tia Corina tuvo la ocurrencia de colgar alli como un toque de lujo extemporaneo, porque lo cierto es que el cuarto de bano esta que se cae. Como detalle inexplicable, se habian llevado tambien la lavadora.
Despojado de todo factor ornamental, el piso parecia, no se, la cueva de un arruinado, con cuatro muebles del monton, con las paredes vacias, aunque atestadas de alcayatas que ya solo soportaban el peso del aire.
«Mis diarios tambien», y tantas cosas. «Han intentado forzar la caja fuerte, pero no han podido, como es logico.» Y es que esa caja fuerte parece estar maldita. Mi padre se llevo al nicho la clave combinatoria de apertura, y ahi sigue, inquietante y hermetica, empotrada en un bloque de hormigon, con anclajes invencibles, con su chapa antitaladro, con su frialdad de monstruo dormido, sin que sepamos que contiene, e imaginando en ocasiones de optimismo que oculta riquezas inimaginables, como si se tratase de un seguro de vida inaccesible, si, pero real. Ni siquiera Franco Petacci, experto en ese campo, pudo con ella. Tampoco Berto Garces, que podria abrir la camara de seguridad del Banco de Espana con los ojos vendados y con dos litros de whisky galopandole por la sangre. Al principio, nos pasabamos las horas ensayando combinaciones, hasta que acabamos escarmentados del poder impresionante de lo aleatorio.
Me sente en el suelo, con el alma por ahi, de viaje astral. Tia Corina, despues de inspeccionar el piso, se sento en una silla superviviente. La miraba. Me miraba. Mirabamos en derredor. Las alteraciones violentas de la realidad necesitan una asimilacion lenta, porque hay veces en que la realidad puede ser un plato bastante indigesto. Intentaba convencerme a mi mismo de que aquello no habia pasado, de que se trataba de una alucinacion transitoria. Cerraba los ojos con la esperanza de que, al abrirlos, todo hubiese vuelto a ocupar su sitio gracias a un fenomeno de teletransportacion, tras viajar por los laberintos circulares de la chistera de un ilusionista con ganas de bromear, o que se ni lo que digo.
Sin pronunciar palabra, nos pusimos a ordenar un poco aquel pandemonio, haciendo catalogo mental de esfumaciones.
A nadie le gusta que le desvalijen la casa, por supuesto, pero, cuando se da el caso de que los objetos que decoran tu casa son a la vez tu negocio y tu garantia de futuro, el disgusto adquiere otros matices.
La nota que encontramos en la mesa de la cocina decia asi:
Querida Corina, querido Jacob:
lamento el expolio. Necesito dinero urgentemente si no quiero que me manden a un sitio en el que no hace falta el dinero. De todas formas, me gustaria que os quedase claro que si fuese rico (?quien no puede llegar a serlo?) y estuviese muriendome (?quien no esta muriendose?), mis unicos herederos seriais vosotros, a pesar de que la fatalidad haya querido que me convierta en vuestro heredero a la tremenda. Quedo en deuda sempiterna con vosotros, aunque, con la ayuda de los golpes insospechados de la suerte, procurare que sea menos sempiterna que tardia.
Walter.
Algo es algo: herederos imposibles, aunque potenciales. (Maldito seas, primo Walter, dondequiera que estes.)
No tarde en atar cabos a partir de un detalle axiomatico: en varios ceniceros habia colillas de canutos liados con papel rojo, lo que indicaba que el llamado Miguel Maya, el rejoneador crapuloso y cale, habia sido el complice de Walter en aquella mudanza ilegal, y lo habian tenido tan facil como una mudanza legal. Ni siquiera el portero Elias, absorto en sus expediciones de chichirimoche, aprecio nada raro en el hecho de que el simpatico primo Walter -que le seguia la corriente en sus delirios viajeros y que le contaba chistes y chilindrinas- saliese por la puerta con la casa a cuestas: «Mire, yo no se, como era de la familia…».
El primo Walter, el falso moribundo, el filosofo vocacional con derivas de picaro, nos habia convertido en mas pobres de lo que eramos, y precisamente en el momento en que mas pobres nos sentiamos, porque se ve que la adversidad es partidaria de la sobreactuacion.
«Esto va a obligarnos a pensar un poco mas en el futuro, como si fuesemos videntes», y no tuve mas remedio que sonreir, menos por ganas que por inercia.
En vista de que no podiamos recurrir a la policia, recurrimos a Leonardo Fioravanti, descendiente -o eso dice- del cirujano y alquimista medieval del mismo nombre, que esta especializado desde siempre en seguir la pista de cosas robadas, por si acaso lograbamos rebajarle el botin a Walter y a su socio, a pesar de que muchas veces, cuando los ladrones son meros aficionados y no se ajustan a un codigo de comportamiento ni a una red habitual de peristas, el rumbo que suele tomar el botin resulta irrastreable, y esa puede ser la chamba del novato. Solo podiamos confiar, en fin, en la torpeza de aquel duo de ladrones, en el olfato de Fioravanti y en la suerte, que es de muy poco fiar.
«?Leo? Soy Corina Nastase. Tenemos un problema», y Leo, que vive en algun punto inconcreto -al menos para mi- de la Costa del Sol, le aseguro que pondria en movimiento a todas sus legiones para recuperar lo mas