La trama siciliana.

Un profesor de irrealidades.

El enciclopedista etereo.

Aventuras de una arqueta de plata.

Federiquito Arreola se ira a la tumba con su diminutivo, porque lleva ese diminutivo en el caracter, y eso no lo arregla la edad, que Federiquito cuenta ya con diez manos y pico.

Nuestra profesion, como habran advertido a estas alturas, admite personajes singulares, por no decir que los atrae, y uno de los mas singulares de todos ellos es precisamente este Federiquito Arreola, mexicano recriado en Santander por azares de familia, que se gana la vida con una subprofesion curiosa: la de correveidile. En efecto, de aqui para alla va Federiquito, contandole a este lo que hizo aquel, y a aquel lo que piensa hacer el de mas alla, y al de mas alla informandole de lo que el de todavia mas alla opina de un tercero en discordia a ese tercero contandole con quien se acuesta o con quien negocia un cuarto. Creando una cadena, en fin, de murmuraciones, pues no se caracteriza por mostrarse muy escrupuloso con la verdad, al permitirse demasiadas licencias con ella, lo que a veces ha provocado enemistades y suspicacias entre los nuestros, que es algo que conviene evitar en la medida de lo posible, pues nada bueno trae la inquina a casa alguna. Es malhablado ademas Federiquito, amigo de cizanas, y no pierde ocasion de malmeter. Pero, a pesar de todo, Federiquito es parte ya de la profesion, una especie de mascota parlanchina, heraldo de naderias, y el mismo se ha encargado de difundir la especie de que darle dinero es sacrificio que trae suerte, bulo que le resulta muy rentable con los supersticiosos, tan abundantes en cualquier gremio cuya bonanza dependa de las manias de la suerte; es decir, en casi todos.

El hecho de que Sam Benitez nos enviase a Federiquito Arreola para desvelarnos el entramado de la operacion coloniense solo podia interpretarse como un nuevo capitulo grotesco, ya que todo cuanto sale de la boca de Federiquito merece la misma credibilidad que el cuento de la gallina de los huevos de oro, por no decir algo peor.

«?Federiquito Arreola?», se pregunto asombrada tia Corina cuando se lo dije. «Esto va a parecer el carnaval de los tarados. ?Por que no nos olvidamos de una vez del asunto? A fin de cuentas, casi todo el mundo vive sin comprender casi nada de lo que hace ni de lo que le ocurre. Nosotros podemos permitirnos el lujo de sobrevivir con el peso de ese enigma. Podemos sobrevivir incluso con la sospecha de que todo fue una tomadura de pelo.» Pero yo, que no se vivir en los margenes de la logica, necesitaba saber, a pesar de que, como dijo santo Tomas de Aquino, «el afan de conocimiento es pecado cuando no sirve al conocimiento de Dios». Pecado o no, el caso es que Federiquito Arreola llamo de madrugada y lo cite a la tarde siguiente en La Rosa de California.

Y les sigo contando.

Federiquito Arreola es bajo y canijo, de pelo muy negro y lacio y de piel tirando a cobriza, supongo que por algun gen azteca, o similar, y se mueve como si en vez de huesos tuviese muelles, a saltos de pajarillo. Viste siempre ropa que le queda pequena o grande, segun quien se la diera, pues es de poco gastar y pedigueno. Aparte de eso, le quedan menos dientes que a un pato de goma, como suele decirse, y anda a malas con la higiene, diria yo que como estrategia comercial: te apetece tan poco tenerlo cerca, que estas dispuesto a darle lo que te pida para que se vaya cuanto antes.

«?Puedo tomarme un chocolate y un par de ensaimadas?», nos pregunto nada mas entrar en La Rosa de California, donde tia Corina y yo llevabamos esperandolo un buen rato. «No como desde anoche.»

Con la boca llena, masticando con quien sabe que, Federiquito empezo a contarnos chismes relativos a gente de la profesion, seguro de que aquellas revelaciones iban a pasmarnos por su enjundia malevola, pues casi todas giraban en torno al sol del sexo: «Miki Cabal, ?os acordais?… El hijo de… Exacto… Pues el mes pasado dio una fiesta y su novia, la caraquena…», y asi. Y nosotros tan aburridos como impacientes, aunque permitiendole que hiciera aquel rodaje, por ser marca de la casa. «?Puedo tomarme otro bollo?»

Cuando el estomago pequeno pero con mucho fondo de Federiquito Arreola se dio por saciado, comenzo la presunta revelacion: «Me encarga Sam que os diga…».

Y lo que Sam le habia encargado que nos dijese era, en resumen, lo que viene a continuacion de este punto y aparte.

En la medida en que podemos creer a Sam Benitez y en la medida en que podemos creer a un Sam Benitez filtrado por Federiquito Arreola, la operacion que nos encargo Sam se englobaba en otra mayor: aquel robo multiple de reliquias que acabo tan mal para tanta gente. El organizador de todo se supone que fue Giuseppe Montorfano, que, en contra de la evasiva de Leo Montale, no era un zapatero napolitano aficionado a canturrear arias de Donizetti y de ese tipo de artistas, sino, como me habia asegurado Tarmo Dakauskas, el cabecilla de los llamados veromesianicos de Catania, localidad donde el tal Montorfano tenia casa y cuartel.

Despues de haber sido un mindundi durante media vida, Montorfano hizo fortuna a la siciliana y le dio por lo que suele darles a quienes se encuentran de pronto con mas dinero de la cuenta y les falta imaginacion y tiempo para gastarlo: coleccionar excentricidades. En su caso, reliquias sagradas, por esa peculiaridad que tienen los naturales de aquella isla de no apreciar incompatibilidades entre el fervor religioso y la practica del crimen organizado. De modo que, para satisfacer su comezon de coleccionista, Montorfano se puso al habla con Leo Montale y le encargo que diese un golpe a lo grande y sin reparar en gastos, como inauguracion de otra serie de golpes estelares, dispuesto como estaba el siciliano a dejar a la Iglesia sin reliquias, porque el coleccionismo tiene ese inconveniente: que te entra el ansia.

Por tratarse de una operacion de radio muy largo, Montale echo mano de gente, entre ella Sam Benitez, y aquella gente echo mano de otra, entre la que nos contabamos nosotros, ya que habia trabajo para la mitad del gremio de cobardes. Todo parecia ir por su cauce hasta que salto a escena Tarmo Dakauskas, que, aparte de los oficios que le adjudico Sam (ya saben: el de espia, el de mediador en canje de prisioneros, etcetera), resulta que trabaja ahora para el Vaticano en calidad de agente para todo. «Es una especie de angel vengador», preciso Federiquito con tono solemne. «Y su hermano Tito es el angel exterminador», anadio con mayor solemnidad aun. «Pero algun cobarde despistado lo llamo para implicarlo en la operacion y ahi se jodio todo. Cuando Sam se entero de la estrategia de los hermanos Dakauskas, que consistia en alertar a la Interpol de la cadena de robos previstos, llego a un pacto con Tarmo: si Tarmo no queria que Sam echase abajo su plan, alertando a su vez a los ladrones de la trampa en que iban a caer, no debia denunciaros a vosotros, porque el tiene a tu padre en un altar a cuatro metros del suelo, ?me explico? Por otra parte, como Sam y Tarmo se llevan bien, aunque a veces jueguen en bandos enemigos, Sam informo a Tarmo de las intenciones del Penumbra, que pretendia volar la catedral de Colonia con gente dentro, porque estaba a sueldo de un moro visionario y majaron, o al menos eso dicen del moro, al que no tengo el gusto de conocer todavia. Tarmo le dijo a Sam que no habia mas remedio que mandar al Penumbra al paraiso musulman, pues, de fallarle el golpe en Colonia, lo llevaria a cabo en quien sabe que otro sitio, y Sam se vio obligado a dar el visto bueno a aquella ejecucion, porque no habia otra salida razonable, aunque ya sabeis que a el no le gusta la casqueria. Y eso es todo», concluyo Federiquito con cara satisfecha.

«?Y eso es todo?», le preguntamos al unisono tia Corina y yo, porque aquella narracion dejaba demasiadas lagunas. «Bueno, eso es todo lo que Sam me encargo que os contase, aunque yo se mas cosas… ?Os importa que pida otra ensaimada?» Sabiamos de sobra por donde iba a romper Federiquito por ahi rompio: «Pero esas cosas valen su peso en plata». Tia Corina le pregunto: «Oye, Federiquito, ?a ti no te da un poco de verguenza tener tan poquisima verguenza?», y le aseguro que no estabamos dispuestos a regalarle ni un centimo, asi nos indicase el lugar exacto en que estan enterrados los tesoros de los piratas de la Costa Malabar. «Bien, entonces ya no pinto nada aqui. Gracias por el convite», y se puso de pie. De repente, tia Corina abrio el bolso y saco una pistola, una vieja Beretta que rodaba por casa desde hacia anos y que a mi padre le dio por llevar encima durante un tiempo, cuando se apodero de el la paranoia de que lo perseguian, extremo que nunca se confirmo, aunque, por suerte, aquello se le fue como le vino. Federiquito estaba tan asombrado como yo. «Mira, Federiquito», le espeto tia Corina, «aqui vamos a dejar claras algunas cosas. En principio, dentro de medio minuto vas a empezar a contar todo lo que sabes y no vas a respirar hasta el punto final. A la menor sospecha de que estas mintiendonos o inventandote algo, te meto una bala en la rodilla y te dejo cojeando hasta que te vayas al nicho, ?comprendes? Y, por ultimo, ten claro desde este instante que todo lo que hemos consumido y todo lo que se nos antoje consumir a partir de ahora vas a pagarlo tu en cuanto termines de largar. Asi que empieza.» Y Federiquito empezo.

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