Lo bueno de Federiquito es que, como mentiroso profesional, sabe cuando le conviene mentir y cuando no, de modo que se sincero con nosotros: «No vais a creerme, pero el caso es que no se nada de nada. Asi que pegame el tiro si quieres, Corina. Aunque contrateis a media docena de chinos encabronados para que me torturen, no puedo deciros nada, porque no se nada». Y comprendimos que por desgracia era asi, ya que los embusteros resultan muy convincentes cuando dicen la verdad, supongo que por moverse en un ambito ideologico demasiado resbaladizo para ellos, al no saber bien por donde pisan. «De todas formas, puedo procurar enterarme de algo si os interesa… Pero eso ya costaria dinero, como es logico», y agacho -genio y figura- la cabeza, como si la sola mencion del dinero le hiriese el orgullo.
A esas alturas, tia Corina habia guardado la Beretta en el bolso, detalle que tranquilizo a Federiquito Arreola. «Bueno, supongo que eso de que pague yo todo esto sera una broma, ?no?» Y se fue Federiquito. Y nosotros tambien. Cada cual a lo suyo.
«?Como se te ocurrio lo de la pistola?» Y nos reimos. «Aparecio cuando ordenaba mi armario despues del saqueo de Walter. Estaba dentro de una caja de zapatos.»
Nada mas llegar a casa, llame a Sam Benitez, aunque sin suerte. «Lo sensato seria olvidarse de todo. Pudo haber sido peor de lo que ha sido. Ese es nuestro consuelo. En el fondo, ?que mas da?» Pero no me daba por vencido, pues se habia apoderado la curiosidad de mi, y el curioso no ceja, asi le lleve su obsesion a un sitio malo para la mente.
De todas formas, la realidad acostumbra imponer sus razones abstractas como antidoto contra nuestras sinrazones concretas, y, al margen de mis inquietudes, restablecimos nuestra rutina, consistente en poca cosa tal vez, pero grata como tal rutina, que es una forma tan noble como cualquier otra de pactar con el tiempo, a pesar del prestigio desmedido del que gozan las existencias aventureras y movedizas, basadas por lo comun en el culto a la provisionalidad.
El hecho de reponer en su sitio los objetos robados tuvo como consecuencia el que los viesemos con nuevos ojos, ya que los artefactos que dia a dia nos rodean acaban por hacerse no diria yo que invisibles, claro que no, pero si espectrales: algo que esta y que a la vez no esta, que se ve y no se ve del todo. Aparte de eso, aprovechamos tambien para inventariarlos y tasarlos, y la suma resultante no era mala. Con un poco de tiento, y vendiendo cada cosa por su canal adecuado, podiamos tirar durante al menos una decada, que es un margen de tiempo razonable para desafiar al porvenir, aunque ese porvenir consista en un panorama de paredes desnudas y habitaciones vacias.
Entre llamada en vano y llamada en vano a Sam Benitez, llame a Gerald Hall, que me pidio disculpas por haberse prestado a la farsa, ignorante el de su alcance, pero no le hice ningun reproche, en parte porque me alegro que se confirmase al menos aquel dato: un poco de tierra firme entre arenas movedizas. «Bonito apartamento, Gerald», y me dijo que lo tenia a mi disposicion, porque el solo lo utiliza muy de tarde en tarde, ya que vive en las afueras, en una casa de campo que pertenecio al quinto conde de Chavery, estudioso del arte de la hipnosis y de la genetica de los caballos, y luego nos entretuvimos en comentar la muerte del Penumbra. «Era previsible», comento Gerald. «Todos esos muchachos diabolicos acaban por el estilo, y no porque el demonio se les meta en el cuerpo, sino porque tienen la cabeza mas hueca que un barril.» Quede en mandarle las cosas que me hizo llegar Marcos Travieso desde Camaguey, para que las incluyera en el catalogo de la proxima subasta. Le pregunte si el Aston Martin era tambien suyo y me contesto que por supuesto. Y poco mas. Y adios.
Sam Benitez no me cogia el telefono, por mucho que lo llamaba a todas horas. «Vamos a dar carpetazo al asunto, ?te parece?», me atajaba tia Corina cada vez que sacaba yo el tema, porque reconozco que estaba obsesionandome con aquella marana, y el primer sintoma de una obsesion consiste en creer que los demas estan deseosos tambien de obsesionarse. «Mira, hasta aqui hemos llegado. Las cosas no tienen por que ser racionales ni logicas. Hay que dar un poco de credito al sinsentido», y ahi se atrinchero. Pero yo seguia llamando a Sam Benitez. Y a Cristi tambien la llame. Y llame a Leo Montale, cuyo telefono me proporciono Gerald Hall, y Montale me mando al lugar mas remoto y maloliente que se le ocurrio cuando le pedi el telefono de Montorfano. Por llamar, llame incluso a Loretta, la madre del Penumbra, para darle el pesame, aunque ella se limito a guardar silencio al otro lado de la linea, porque a estas alturas debe de tener la cabeza mas para alla que para aca, en el caso de que la tenga en algun sitio. Ninguna de aquellas llamadas tuvo utilidad alguna -y la conversacion con Cristi fue ademas bastante desabrida-, de manera que me mantuve en mi ignorancia, muy aranado por dentro por los signos de interrogacion, que para eso tienen forma de garfio.
Pero es verdad que los acontecimientos marcan su curso propio, a despecho del que pretendamos darles…
Tia Corina, para distraerme, me propuso que fuese con ella a casa de una de sus amigas de jueves, la viuda del sastre, que habia montado una
La casa de la viuda del sastre resulto ser pequena pero muy dorada, y alli nos congregamos seis espectadores: la anfitriona, por supuesto; las otras dos viudas, un galan muy pasado de crepusculo que se veia que pastoreaba a capricho el corazon de las tres viudas, tia Corina y yo.
El llamado profesor Negarjuna Ibrahima andaba por los setenta y era de raza mixta, con gotas del Africa o del Asia, delgado y de mirada penetrante, sin duda de tanto sondear lo invisible. Llevaba una camisa negra de seda, un pantalon blanco y en el dedo anular de la mano derecha lucia un anillo de oro y corindon azul, segun me preciso tia Corina, que sabe mucho de gemas. Su aire general era el de hallarse
La viuda del sastre, de nombre Inma, habia preparado un convite en honor de aquel sondeador del tiempo y las conciencias, y en bandejas plateadas se distribuian los canapes, de muchas formas y colores, sobre una mesa con patas de azofar reluciente, al lado de una lampara de pie dorado, junto a ceniceros de plata, y de simil marfil, y dorados. Nos sentamos en torno al profesor en un saloncito presidido por un lienzo muy renegrido y de textura fofa, envejecido a lo basto con raspaduras y trementina, enmarcado mas o menos a la versallesca, en el que destacaban una orza de barro, el cadaver de un conejo y una hogaza. (Una tosca falsificacion de mediados del XX, segun mis calculos.) «Deja de mirar la casa de la pobre Inma con esa cara de inspector de alcantarillas», me susurro tia Corina con gesto de recriminacion, y creo que me sonroje.
La anfitriona no paraba de hablar del invitado estelar como si se tratase de un trofeo de caza, y el invitado estelar se limitaba mientras tanto a mantener la mirada fija en un punto inconcreto del salon de la anfitriona, masticando canapes con parsimonia de rumiante y sonriendo de forma enigmatica.
«?Empezamos?», pregunto el profesor Negarjuna Ibrahima. Y empezamos.
El metodo de aquel profesor resulto ser polivalente, pues lo mismo ensayaba la cartomancia que la quiromancia, la capnomancia que la cleromancia, sin olvidar la onicomancia (que, como ustedes saben, consiste en la adivinacion mediante las unas) ni la acultomancia, que se practica con veinticinco agujas colocadas en un plato sobre el que se vierte agua, de modo que las agujas que queden cruzadas indicaran el numero de enemigos que asedian a la persona que ha realizado la consulta. (Cinco me salieron, y ocho a tia Corina.)
El profesor logro encandilar a las tres viudas con sus recursos circenses, aunque no tanto a nosotros, que andamos mas curados de portentos, como tampoco al caballero, que resulto ser un fiscal jubilado que dedica buena parte de sus horas al estudio de las civilizaciones perdidas, lo que parece no dejarle entusiasmo para mas volatines. El profesor recurrio a lo que suelen recurrir los de su gremio: la suelta de vaguedades y generalidades, vaguedades y generalidades que lo mismo podian aplicarse al pasado, al presente y al futuro de los asistentes que al pasado, al presente y al futuro de los dos angeles de escayola policromada que colgaban de la pared, a ambos lados de un icono de tienda de souvenirs. Y en eso empleo un buen rato, hasta que el vidente se declaro exhausto y clausuro la sesion, dejando admiradas a las tres viudas.
A partir de ahi, se desencadeno el charloteo, que se escoro a temas de poca realidad.
El fiscal jubilado se saco una fotografia de la cartera y me la tendio. «Ese era yo hace cuarenta anos», y alli estaba: un joven con bigote, de ojos inexpresivos, con una corbata de nudo escualido y con labios serios. «?Que epoca, usted! Pero todo se va como un cohete», y se guardo en la cartera su espectro de juventud, supongo que