hasta que un nuevo desconocido le brindase la ocasion de entonar su elegia por la racha dorada.

Poco antes de irnos, el profesor Negarjuna Ibrahima me agarro suavemente por el brazo y me llevo aparte: «Usted esta preocupado por la suerte de tres difuntos». Y no se la cara que debi de poner. «Usted esta obsesionado con tres personas que murieron hace mucho tiempo. Usted necesita saber y yo puedo ayudarle. Llameme manana a mediodia al hotel Coloso». Y fue a despedirse de la anfitriona, que tenia ojos de estar dispuesta a casarse de inmediato con aquel fascinador.

Salimos los invitados de la casa de Inma y nos despedimos en la calle. «Hotel Coloso», me recordo el profesor.

Tia Corina y yo decidimos regresar a casa caminando, pues no era tarde y estaba la noche muy templada y serena, a pesar de que habia muchos tramos desiertos, que ya saben que me provocan inquietud. Le comente la revelacion y la propuesta del vidente y me miro con gesto de reproche. «Oye, vamos a ver… Ese buscavidas tiene los mismos poderes paranormales que tu, que yo y que el Gato con Botas. Reconozco a un impostor en cuanto lo veo.» Tia Corina conoce de sobra mi escepticismo con respecto a las practicas de videncia y de todo ese tipo de pericias anomalas, y es ella quien cree en esos fenomenos, pues asegura haber sido testigo de algunos indiscutibles, pero yo insistia en que era mucha casualidad que hubiese adivinado el motivo de mi obsesion sin ningun dato previo. «Mira, pensamos que la realidad es una especie de magma incontrolado y caprichoso, pero no es asi, o no siempre. La realidad tambien se basa en simetrias fortuitas, en rimas inesperadas, en concordancias accidentales. Si te cruzas con un desconocido y le dices: «Manana va a morirse el loro que te trajo de Nueva Guinea tu hermano Alfredo», lo mas probable es que te equivoques, pero tambien cabe la posibilidad remotisima de que aciertes, y en esa posibilidad remotisima radica el margen magico de la realidad, y no se si me explico». Le dije que no, porque no estaba dispuesto a claudicar -en contra de mi costumbre- ante sus argumentos, al andar mi animo muy rebelde. «Pues te lo explico de otro modo… Vas por la calle y eliges al azar a un transeunte, ?de acuerdo? Bien. No es dificil que ese transeunte tenga un hermano, pero es dificil que ese hermano se llame Alfredo. Es muy dificil que su hermano, en el caso de que se llame Alfredo, haya estado en Nueva Guinea. Es dificilisimo que un transeunte tenga un hermano que se llame Alfredo, que Alfredo haya estado en Nueva Guinea y que le haya traido de alli un loro a su hermano, un loro que va a morirse manana. Es todo dificilisimo… pero perfectamente posible, ya que hay mucha gente en este mundo que tiene un hermano llamado Alfredo, hay mucha gente llamada Alfredo que ha estado en Nueva Guinea, alguna de esa gente se ha traido de alli un loro para regalarselo a su hermano y muchos loros se mueren cada dia en todo el mundo. Si te fijas, es una secuencia basada en cuatro coincidencias triviales. ?De acuerdo?» Y le dije que si. «De modo que si paras a alguien por la calle y le sueltas esa profecia, lo normal es que te tome por trastornado, porque lo mas probable es que no se cumpla ninguno de los cuatro requisitos. Pero si resulta que esa persona tiene un hermano que se llama Alfredo y que Alfredo ha estado alguna vez en Nueva Guinea, el tipo se quedara cavilando durante una temporada, aunque no tenga ningun loro. Basta con eso, con dos coincidencias, para que nuestro sentido de la realidad se tambalee.» Y le dije que muy bien, pero que, de todas formas, con loro o sin loro, pensaba telefonear al dia siguiente al profesor Negarjuna Ibrahima.

El profesor me cito a la una y media de la tarde en su hotel. «Mi consulta no es gratuita», me aviso, y me dio precio por ella. No era poco dinero, pero tampoco demasiado, y hay que hacerse a la idea de que la preocupacion esencial de todo el mundo consiste en sacarle dinero al resto del mundo. «?Cuanto va a costarte?», me pregunto tia Corina, pero le dije que eso era lo de menos, y ella movio la cabeza con gesto de incredulidad, porque sabe de sobra que entre mis defectos no se cuenta el despilfarro. «Preguntale de camino el numero que va a salir premiado en la loteria y la fecha exacta del Juicio Final.»

Llegue al hotel Coloso y en el vestibulo me esperaba el profesor, vestido todo de blanco. Le propuse que nos acercaramos a una cafeteria proxima. «?Le importa que hablemos en frances? Para mayor precision por mi parte…» Y le dije que no tenia inconveniente alguno. Una vez sentados a un velador, me dijo: «Empiece». Y le conte con detalle mis tribulaciones, que escucho con gesto impasible, aunque mirandome con fijeza, aseguraria yo que sin pestanear ni una sola vez, o esa impresion me dio. Cuando termine el relato, sonrio con desgana. «?Tan sencillo como eso?», y le conteste que no me parecia sencillo. «Mas sencillo de lo que usted pueda imaginar», y les confieso que aquella arrogancia me alegro, por intuir yo el final de mis desvelos. «Bien, ?por donde empezamos?», y se froto las sienes, y empezo.

«De entrada, le confieso que mis poderes son intermitentes. Hay dias en que se me va la clarividencia y tengo que limitarme a hacer trucos psicologicos, como usted pudo comprobar anoche, a pesar de que, durante unos segundos, pude ver con total claridad las rafagas que se le pasaban a usted por el pensamiento, y por eso le propuse que viniera a verme. Pero hoy tampoco veo gran cosa. Turbulencias. Imprecisiones. Al fin y al cabo, un gran poeta no esta inspirado las veinticuatro horas del dia, un gran arquitecto no tiene ideas innovadoras a cada instante, un cientifico genial no realiza descubrimientos geniales cada manana… Pues igual. De todas formas, usted no necesita un vidente, sino un simple informador», y me quede intrigado. «Hoy no puedo desvelarle el porque de toda aquella operacion estrafalaria, como usted quiere. En cualquier otro momento, podria precisarle incluso lo que llevaba usted en los bolsillos cuando piso por primera vez la catedral de Colonia, pero hoy me resulta imposible: veo sus bolsillos, pero no veo sus tinieblas, ?me entiende?» Y asenti, aunque no entendi del todo en que consistian aquellas tenebres. (?El interior de mis bolsillos?) «Visiones al margen, puedo proporcionarle una informacion que me extrana que desconozca: que es lo que se conserva en el sarcofago de los Reyes Magos.» Le pregunte si el lo sabia. «No. No tengo ni idea. Pero se quien lo sabe.» Y dejo pasar unos segundos para que yo le preguntase: «?Quien?». Y dejo pasar unos segundos antes de darme respuesta: «El Enciclopedista Invisible».

«?El Enciclopedista Invisible?» El profesor me propuso que volviesemos a su hotel, y asi lo hicimos. «Suba a mi habitacion», y con el subi. «Sientese», y me sente.

Abrio el profesor un estuche y saco de el un ordenador. «Veamos si hay senal», y aquello me parecio cosa propia de sortilegio, por no estar yo al tanto de los avances informaticos, ante los que palidecerian los magos mas fenomenales de las epocas pasadas. «Hay senal, aunque debil. De todas formas, nos apanaremos.» El profesor se puso a teclear. «Vamos a colgar la consulta en la pagina del Enciclopedista Invisible.» Le confese que aquella jerga (?colgar?, ?pagina?) me resultaba exotica, asi que me explico la terminologia y el procedimiento. Una vez colgada la consulta, me aclaro: «Tendremos que esperar un rato». Y a esperar nos dispusimos.

«?Quien es el Enciclopedista Invisible?» La respuesta fue difusa: «Nadie lo sabe. Una especie de demiurgo anonimo. Alguien que conoce la historia del mundo desde el principio y que se presta a revelarla de forma gratuita, que es lo mas sorprendente de todo, aun siendo todo sorprendente». Segun el profesor Negarjuna Ibrahima, se da por hecho que se trata de un colectivo de sabios desocupados, jubilados tal vez de sus profesiones y conectados entre si mediante la red informatica, que alivian su inaccion con ese pasatiempo: el de convertirse en una enciclopedia viva, disponible a cualquier hora del dia y de la noche y abierta a consultas sobre cualquier materia, desde la prosodia latina al grito de apareamiento de los primates, desde la gastronomia de los pueblos polinesios prehistoricos a un restaurante inaugurado anoche en Moscu, y lo mismo te proporciona el Enciclopedista Invisible el mapa de una ciudad que el plano del arca de Noe, segun lo que le pida tu ignorancia.

Sin dejar de mirar la pantalla del ordenador como quien mira una bola de cristal a la espera de visiones, el profesor me conto su vida a grandes brochazos: habia nacido en Argel, paso unos anos en Chile y otros muchos trotando por Europa, habia sufrido poco en esta vida y viajaba mucho, que era lo que le gustaba, aparte de vivir de sus viajes. Cuando se notaba cansado de vagabundeos y de clientelas ansiosas por saber mas de lo que les corresponde saber, me confeso que se encerraba en su casa parisina, dedicado a componer collages, a tocar la flauta travesera y a leer novelas policiacas, en las que me dijo encontrar algo de lo que carece la realidad en un grado alarmante: un desarrollo consecuente, y que era aquello lo que le encandilaba de ellas, por estar saturado de los argumentos caoticos de la vida real, que por su oficio desentranaba.

Al rato, el profesor dijo: «Ya esta ahi». Y vi una frase, escrita en aleman, en la pantalla. «Es un saludo de bienvenida», y con el Enciclopedista Invisible se puso a dialogar el profesor, a traves del aire, a traves del espacio, delante de una pantalla de cristal liquido.

El profesor iba traduciendome lo que nos transmitia en la lengua de Goethe y de Goebbels el Enciclopedista Invisible, que al parecer se expresa cada vez en un idioma, segun el dia y el momento (lo que afianza la hipotesis de una identidad colectiva), y se lo resumo a ustedes…

Durante la segunda guerra mundial, las tropas aliadas que se dedicaron a bombardear Alemania recibieron instrucciones precisas de no danar la catedral de Colonia. A pesar de eso, algunas bombas cayeron sobre el

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