recinto sagrado, desgraciando algunas bovedas. Ante la evidencia del peligro, el arzobispo decidio desalojar las reliquias de los magos. Dado que el relicario resultaba demasiado aparatoso, deposito las reliquias en una arqueta de plata labrada -porque el gremio eclesiastico no puede resistirse al pecado de ornamentalismo- y en ella las traslado a una ermita situada a las afueras de la capital, por considerar que en su cripta estarian seguras.

Pocos dias antes del final de guerra, la ermita sufrio un saqueo por parte de una cuadrilla de soldados alemanes en desbandada, que se llevaron cuanto pudieron, incluida por supuesto la arqueta, cuyo contenido vaciaron sin miramiento alguno, pues toda guerra suele generalizar el desprecio por los muertos.

Una vez hecho el reparto, el soldado al que correspondio la arqueta de plata no tardo en vendersela a un buhonero que tampoco tardo en revendersela a Otto Kurtz, anticuario de Dusseldorf aficionado a las fantasias alquimicas.

Con su confianza puesta en la propagacion urgente de los rumores, el arzobispo de Colonia hizo correr la voz oficiosa de que habia una recompensa por la devolucion de la arqueta y de su contenido, aunque sin precisar de que contenido se trataba, pues pretendia mantener en secreto el desaguisado. Aquello llego a oidos de Kurtz, que opto astutamente por conservar la arqueta, ya que su instinto dio por hecho que el arzobispo no estaba interesado en recuperar el continente, que no era un gran que, sino el contenido, que era ya nada.

Gracias a un confidente con oreja en el clero, Kurtz logro enterarse al fin de lo que deberia contener aquella arqueta: tres craneos y un punado de huesos. Craneos y huesos que estaban desperdigados ya por ahi sin conseguir reclamar la atencion de nadie en aquellos tiempos de escabechinas y que, con un poco de suerte, algun alma piadosa acabaria depositando en una fosa comun.

Una vez terminada la guerra, Kurtz seguia en posesion de la arqueta, que ocultaba en un sotano junto a otras muchas mercancias de origen sospechoso y sujetas a reclamacion por parte de sus propietarios legitimos, al provenir casi todas ellas del pillaje practicado por la soldadesca en momentos confusos. Kurtz penso en rellenar la arqueta con unos craneos y unos huesos recolectados al albur, pero penso tambien que el clima politico no era el mas adecuado para hacer negocios con las altas instancias eclesiasticas, ya que estaba muy perseguido y castigado el delito de expolio, y pocas explicaciones convincentes podia dar Kurtz acerca del proceso por el que la arqueta habia llegado a sus manos, y al final, y en el mejor de los casos, no obtendria ni un marco por ella. Asi que en el sotano del anticuario se quedo la arqueta ambulante, hasta que en 1948 visito la tienda de antiguedades del germano el quimico frances Louis Savage, con quien hasta entonces solo habia tenido contacto epistolar en torno a suposiciones medio cientificas y medio maravillosas, y entre ambos idearon una salida rentable y prudente para aquella arqueta que el arzobispo coloniense seguia buscando a la desesperada, pues en la catedral se exhibia el relicario vacio, circunstancia que no solo era desconocida por los fieles, sino tambien por la cuspide vaticana, al no querer aquel arzobispo que se hiciera publico el desastre que habia propiciado en el intento de evitar otro desastre. (La maldicion del arzobispo de Colonia, pense que seria un buen titulo para una novela de Lolo Letaud, pues a aquel arzobispo le habia tocado en suerte una adversidad relacionada con la que le robo horas de sueno al altanero Von Dassell, y a partir de esa coincidencia supongo que podria trazarse un entramado de mucha elevacion esoterista.)

«?Tiene usted constancia de que todo eso que nos esta contando el Enciclopedista Invisible es cierto?», le pregunte al profesor. «?Tiene usted constancia de que yo estoy aqui frente a la pantalla de un ordenador, de que usted esta frente a mi y de que el tiempo no es una mera alucinacion de los sentidos?» Y no supe que contestarle. «Si lo prefiere, lo dejamos.» Pero le dije que no, por supuesto.

El tal Louis Savage resulto pertenecer a la llamada Fraternidad de Heliopolis, compuesta por seguidores de las ensenanzas de Fulcanelli, segun se encarga de recordarnos Canseliet en el prologo que puso a la primera edicion de El misterio de las catedrales. Cuando Otto Kurtz le refirio la historia de la arqueta, Savage tuvo una idea rapida: reunir los restos de Jean-Julien Champagne, muerto en 1932; de Pierre Dujols, muerto en 1926, propietario de la ya mencionada Libreria del Maravilloso y autor de la mayor parte de los textos atribuidos a Fulcanelli, y de Lucien Faugeron, discipulo de Dujols, muerto en 1947 en la miseria mas ruda, dedicado a continuar con ahinco de iluminado los experimentos de su maestro, cuyo espiritu creia reencarnado en su persona.

El tramite fue largo y laborioso, pero Savage y los demas hermanos de Heliopolis lograron hacerse con los restos de aquel trio de alucinados y los trasladaron a Dusseldorf, donde fueron depositados en la arqueta que escondia Kurtz. (Estamos, por cierto, a principios de 1950.)

Kurtz, a traves de terceros, hizo llegar al arzobispo el rumor de que la arqueta que contenia los restos de los reyes se hallaba en Dusseldorf, en casa de un buen vecino que estaria dispuesto a deshacerse de ella por una cantidad de dinero inapreciable. El gran problema del arzobispo consistia en localizar a ese buen vecino. Y en aquel instante salio a escena Otto Kurtz, que mantuvo una entrevista con el prelado en la que se mostro dispuesto a localizar a ese buen vecino a cambio de una cantidad de dinero desorbitada. De entrada, el arzobispo se nego en redondo, alegando, con pose moral vanidosa, que la Iglesia de Cristo no acostumbra pactar con mercaderes. Pero, al cabo de unos dias, llamo el arzobispo a Kurtz, le explico que no podia disponer de esa cantidad de dinero y le rogo al anticuario que se atuviese a razones y rebajase sus honorarios. Pero el anticuario no estaba dispuesto a rebajar gran cosa y su ultima oferta consistio en un pago en especie: los ornamentos que abruman la imagen de la Virgen de las Joyas, de la que ya les hable a proposito de nuestra visita a la catedral germana.

Como ustedes sin duda recordaran, los fieles que penan de amores ofrendan a esa imagen unas joyas de valor variable, aunque solo cuelgan de su vestido las de mas antiguedad o mayor merito, pues sepultada quedaria aquella virgen bajo todas las alhajas que le han ido tributando desde el siglo XVIII, en que arranca su culto. Una vez que Kurtz se llevase todo, el arzobispo podria echar mano de las joyas excedentes y no se notaria gran cosa el cambio, pues los fieles ven la imagen como un todo enjoyado y no como un muestrario de joyas especificas, segun el argumento sutil que el anticuario le expuso al arzobispo. Aquel lote tenia valor, por supuesto, aunque no el suficiente para satisfacer las aspiraciones comerciales de Otto Kurtz, y, segun el Enciclopedista Invisible, su interes estaba centrado en realidad en una sola de aquellas joyas: un diamante que habia sido robado en 1949 al maharaja de Patiala y que los ladrones, con la complicidad de un clerigo de voluntad debil y de inclinaciones disolutas, habian camuflado entre el batiburrillo dorado que soporta la imagen de la Virgen de las Joyas, por considerarlo alli mas seguro que en ninguna otra parte, a la espera de recuperarlo cuando se enfriase la busqueda policial y encontrasen comprador. Le pedi al profesor Negarjuna Ibrahima que le preguntase al Enciclopedista Invisible como se entero Kurtz del paradero del diamante robado, pues aquello me sonaba ya a novela de Dumas, que es un mal sonido para las cosas de la realidad. El Enciclopedista Invisible se limito a contestar que eso habria que preguntarselo al propio Kurtz, con el inconveniente anadido de que Kurtz habia muerto en 1973. Manifeste mi decepcion al profesor Negarjuna por aquella laguna en la omnisciencia del Enciclopedista. «Ni siquiera Dios puede acordarse de todo lo que hizo ningun Kurtz a lo largo de toda su vida. Y el Enciclopedista Invisible es lo mas parecido a Dios que tenemos a mano», y di por buena aquella exculpacion, porque el asunto del alcance de la memoria de Dios daria para un concilio. «?Seguimos entonces?»

Se llevo a termino, en definitiva, el trato entre anticuario y arzobispo, para contento no solo de ambos, sino tambien del quimico Louis Savage, que habia conseguido depositar en el relicario suntuoso de la catedral coloniense los restos de tres alquimistas para el venerables, pues como santidades de la ciencia de Hermes Trimegisto los tenia en el altar de su corazon.

En el sarcofago de la catedral de Colonia se veneraba, en definitiva, al mismisimo Fulcanelli.

Aquello tenia sentido: dado que Champagne se apodero de los escritos de Dujols para configurar el mito Fulcanelli, y dado que Faugeron no solo prosiguio los experimentos de Dujols, sino que se decia poseido de alma por su maestro, la suma resultante de esos tres componentes era sencilla: Fulcanelli. «El misterio de la Santisima Trinidad en version hermetica», preciso el Enciclopedista. Para que todo fuese perfecto, sobraban quiza los restos de Faugeron, que no pasaba de ser un personaje secundario, y faltaban en cambio los de Rene Schwaller de Lubicz, que contribuyo decisivamente a crear al alquimista incorporeo, pero habia un problema: que Schwaller de Lubicz seguia vivo, y vivo siguio hasta 1961. De todas formas, los integrantes de la llamada Fraternidad de Heliopolis no quisieron dejar a ese mastil de la alquimia sin honores postumos, de modo que en 1968 abrieron su tumba, le arrancaron tres dedos y se las arreglaron para depositarlos en la catedral de Hildesheim, en el relicario en que hasta entonces se veneraban los tres dedos de los Reyes Magos que el arzobispo Von Dassel dono a aquella ciudad. (Al dia de hoy, se ignora el paradero de aquellos dedos de los magos de Oriente, aunque hay quien supone que fueron empleados en diversos experimentos infructuosos de los muchos llevados a cabo por los hermanos de Heliopolis, cuyo mando acabo asumiendo el diligente Louis Savage, que en ello estuvo hasta el ano pasado, en que fallecio de tiempo en El Havre.)

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