mano. «Mira, cuate, ese Abdel Bari vive todavia en los tiempos de Simbad el Marino y le gusta darse infulas de nigromante y de herborista, pero no es mas que un gordo maricon hijo de la gran chingada que no sabe ni por donde mea.» Le replique que al menos una cosa si sabia: nuestro trato. Sam dudo por un instante. «Se lo dije yo.» No hace falta ni sugerir que estaba mintiendome. «Se lo dije porque nos interesa que se sepa, guey, y ese gordo es un chismoso que presume por ahi de conocer secretos. Esta convencido de que los poseedores de secretos son seres privilegiados, cuando todo el mundo sabe que nadie es dueno de un secreto, sino que todos somos esclavos de los secretos.» Le pregunte entonces que motivo habia para que resultase beneficioso el hecho de que se divulgara nuestro trato, solo por calibrar hasta donde llegaba su capacidad de improvisacion con el embuste. «Seria muy largo de explicar.» Nos quedamos entonces en silencio, Sam rumiando nuevas mentiras y yo alimentando viejas suspicacias. «Intentare averiguar cosas, guey, y te digo, ?va?» Y volvimos a quedarnos en silencio.
«Este asunto no me gusta», le dije al cabo de un rato. Empezo a darme razones enredadas y lo ataje con un farol: «Me gusta tan poco, que vas a tener que duplicar la cifra convenida», y Sam se puso como un derviche sobre ascuas, girando sobre si, loco de atarlo, aunque curiosamente muerto de risa, quiza -pense- como secuela de algun narcotico que se habia metido, porque el siempre ha sido de la cofradia de los encantados. Cuando se tranquilizo, me dijo que aquello era imposible, pero ya saben ustedes lo que me atrevo a opinar de las cosas imposibles. «Te gusta mas la lana que a tu padre, guey.»
Al final, consegui pactar con Sam una cifra que no era el doble de la ya apalabrada, como es logico, pero que convertia aquella cifra importante en una cifra un poco mas importante, lo que, lejos de darme alegria, me sumio en inquietudes muy difusas, porque esa subida de honorarios significaba que el asunto era peor de lo que habia imaginado, a pesar de haberlo imaginado a traves de la lente de aumento del pesimismo, que es la lente que nos prescribe la experiencia de las cosas del mundo.
3
Gracias a una rara ventura (
«Vos sabes con certeza que el tesoro de Tutankamon no es falso, ?verdad?» Y es que un amigo suyo, no se si ignorante o bromista, le habia asegurado que todo aquello tenia cuatro semanas. «Puedo asegurarselo. Otras cosas no. Pero aquello es autentico», y el hombre respiro.
Se llamaba Alfredo Casares, tenia el brazo derecho un tercio mas corto que el izquierdo, se le notaba al cuarto whisky que le gustaba mucho el whisky y era dueno de una fortuna rapida y, por lo que deduje, inmensa.
Abrio su bolsa de mano y se entretuvo en exhibirme sus adquisiciones: bibelots de colores rabiosos, una esfinge de marmolina, bisuteria del monton y plateria impura. «En las valijas llevo muchisimo mas.» (Enhorabuena.)
Hablamos luego de la aficion de los potentados egipcios a momificar sus perros, sus cabras e incluso sus serpientes y luego meterlos en sarcofagos dorados, y llegamos a la conclusion de que hay que sentir respeto por una civilizacion que alcanza esos extremos de arrogancia ante la muerte, porque todas las actitudes de rebeldia ante la nada siempre son pocas, por delirantes que resulten.
«Igual yo momifico mi caballo…»
Me regalo un boligrafo con el logotipo de una de sus empresas y, por corresponderle, me eche mano al bolsillo y le regale el frasco de agua magica que me dio Abdel Bari -sin dejar de referirle, en clave de ironia grandilocuente, sus excelencias contra todo tipo de trastorno melancolico- para que lo sumara a su coleccion de chirimbolos ecumenicos, pues se tenia pateado aquel argentino un tercio del mundo. De paso, le comente que tenia algunas piezas egipcias antiguas, correspondientes a distintas dinastias, y que estaban a la venta, de modo que, en la espiral de la euforia mutua, quede en llamar a Casares a un hotel de Cordoba, ciudad en la que se disponia a renovar los asombros exoticos antes de proseguir ruta, en busca de lo mismo, por Sevilla, Cadiz, Malaga, Granada y Barcelona, desde donde regresaria a su tierra para seguir amasando plata a lo grande, hasta que la codicia le diese un respiro y viajara a alguna otra region del universo en que hubiera bazares en los que poder comprar chilabas, budas de alabastro, camellos de ebano o lo que fuese.
Cuando llegue a casa, tia Corina me esperaba con la mesa puesta, repleta de las cosas humeantes que me gustan, porque sabe que, cuando viajo solo, como poco, mal y a deshora, y le aterra que la muerte se me cuele por el mismo resquicio que a mi padre. Durante la cena, le conte mi viaje sin omitir detalle alguno, aunque el del huevo aplastado lo deje para despues del cafe, al no ser un cuento apropiado para comensales.
Se quedo meditabunda durante un rato, hasta que se puso a pensar en voz alta: «Vamos a ver… Sam Benitez no me ha gustado nunca, por bien que le cayera a tu padre, aunque reconozco que es un buen profesional, al menos en la medida en que es correcto decir que una arana es una buena profesional de las telaranas. Hay que tener en cuenta, de todas formas, que la gente puede meterse de pronto en lios de cualquier tipo, porque la conciencia es muy fragil. El honrado vendedor de ultramarinos decide un dia trucar el peso para sisear unos gramos a sus cuentes de toda la vida. El cajero intachable de un banco, dos semanas antes de su jubilacion, decide quedarse con la cartera que ha dejado olvidada en el mostrador un pensionista. Y asi sucesivamente. Imaginate lo que puede esperarse de un sujeto que, cuando le da el siroco, se va a Mexico, se planta en la guarida de un chaman y se pone hasta las cejas de peyote. Imaginate lo que puede esperarse de un hombre que esta empenado en verle la cara a Dios». Tia Corina dio un trago a su gintonic y prosiguio el escrutinio: «Lo de Alif es muy sospechoso. Hay millones de millones de historias posibles, y es demasiada casualidad que vaya a contarte la de tres sarcofagos malditos un rato despues de que hayas apalabrado con Sam Benitez el asunto de Colonia. Eso es lo mas inquietante de todo, ?verdad? Demasiado… simetrico. Demasiado», y le dio otro tiento al gintonic. «Ese Abdel Bari no se quien sera. No me suena de nada, y no creo que sea cierto que conociera a tu padre, porque lo acompane muchisimas veces a El Cairo y nunca tuvimos trato con nadie que se llame asi ni que responda a tu descripcion. En cualquier caso, me preocupa menos, porque debe de ser un fantasioso engolado, con ese cuento intragable de la fuente encantada, a estas alturas… En cuanto a lo del baculo, ?que quieres que te diga? No creo que pase de ser una tonta coincidencia. En El Cairo pueden intentar venderte por la calle incluso la dentadura postiza de Nefertiti.» Tia Corina desvio la mirada al techo, la poso luego en el fondo de su vaso y suspiro: «Si este asunto se sabe, es que no deberia saberse, y no se si me explico», y asenti, aunque les confieso que al principio me quede un poco mareado ante aquel apotegma paradojico. «Por otra parte, es muy raro que Sam este empenado en imponernos a los colaboradores. ?Cuando se ha visto una cosa asi? ?Por que no los contrata el directamente sin contar con nosotros y se ahorra el dinero? En definitiva: en todo esto hay un factor anomalo. Asi que tenemos tres opciones: renunciar al encargo sin mas, aceptar el encargo sin mas o bien intentar descubrir la indole de ese factor anomalo y ya luego renunciar o aceptar, segun nos convenga. Tu decides.» Pero en aquel momento yo no estaba en condiciones de tomar ninguna decision de envergadura, excepcion hecha de la de irme a dormir cuanto antes, como asi fue.
Nada mas levantarme, me dedique a reunir las piezas egipcias que habia por la casa, con idea de organizar mi viaje a Cordoba, contento ante la perspectiva de un negocio tranquilo. En vida de mi padre, todo estaba inventariado, clasificado y en orden, pero debo reconocer que tia Corina y yo tenemos menos mano y menos