solo el cuerpo vacio. Tal vez lo que pesa de nosotros es el ser. La deposita con dulzura sobre el asiento trasero. Despues se apresura a encender el motor y la calefaccion, colocando frente al conducto de salida del aire tibio la bola de papel como si fuera un ser vivo que pudiera morir de frio. El chaparron, renovado de pronto y otra vez poderoso, comienza a batir el techo del coche sobre su cabeza, pero ya se encuentran a cubierto. Bastian, antes de partir, mira hacia la playa. Sobre la orilla, los bregados guinapos retorcidos que tal vez fueron la ropa de la mujer van y vienen en poder del vaiven caprichoso de la espuma, a merced por completo del furioso castigo de la lluvia. Un impulso absurdo le hace correr a toda prisa hacia la playa para recoger las prendas de ropa chorreante y las zapatillas empapadas, que rescata y lleva hasta el coche en brazos, apretandolas estrechamente contra su cuerpo como si protegiera asi alguna esencia crucial de la mujer. Entra al coche jadeando, el mismo calado, y arroja las ropas que ha salvado del mar sobre el asiento del copiloto. El vaquero y la camiseta de la mujer estan inservibles, como las zapatillas. ?Por que he vuelto a por ellas? Cae entonces en la cuenta de que ayudar a la mujer es el primer acto que ha realizado en cuatro anos cuya motivacion ha ido mas alla de la propia supervivencia.

8

– No te enganes, Gabriel. Pon los pies en la tierra, amigo mio, que es donde estamos, por muy cabrona que sea. ?Muertos de hambre, mendigos y nada mas que mendigos! ?Eso somos tu y yo! -Rufino Matamoros, de pie sobre la arena en dificultoso equilibrio beodo, desata su vehemencia tras dar otro largo trago de la botella-. ?Malditos, como el heroe de tu novela!

Gabriel le dedica una resignada mirada de reojo antes de volver a posar la vista sobre el mar tan temido, que, sin embargo, lleva toda esta noche arrullandolos con su silenciosa cadencia, tal vez compadecido de que deban dormir en la playa a falta de mejor albergue. Piensa el poeta en Leonor, como lleva pensando sin descanso toda la noche y todo el dia anterior, desde que la conocio. Esa mujer puede ser su salvacion… A ella podria decirle, esta plenamente seguro de ello, que su libro Todo el amor y toda la muerte no es una novela, sino la pura verdad de su vida. Que el muerto en vida que la protagoniza no es un personaje de ficcion, sino yo mismo… Pero si osa hacerlo, desatara la ira de la muchacha transparente del fondo del mar, como ya ocurrio tiempo atras en la aldea vasca. Gabriel, ansioso del amor verdadero pero aterrorizado ante el porque cuando se enamora convoca a la muerte, es un peregrino sentenciado a no amar jamas. Y sin embargo suena con hablarle a Leonor. Solo eso, hablarle… Si lo logro, se que me ayudara.

– ?Es que no existe la piedad para los poetas? ?Di, Gabriel, amigo! ?Es que no llevamos con nuestros versos alegria al alma femenina? ?Al alma y al cuerpo, que cono! ?Quien sino nosotros les dice cosas bonitas mientras las montamos en descampados y veredas? Que sus ojos verdes son como Selene, que sus tetas de miel… - Matamoros congela en el aire el alzamiento de su brazo derecho, solemne y teatral sin saberlo remediar, hacia la luna menguante, y se desconcierta ante su natural color amarillo, que contradice su perorata borracha. Calla un instante y bebe otro trago para permitir a su mente rehacerse antes de continuar, renovadamente iracundo y tragico-: ?Y el mar? ?Este mar al que cantamos no podria llevarnos en volandas hasta America, tierra plena de hombres ricos y en consecuencia plena tambien de insatisfechas esposas de ricos?

Pero si me acerco a Leonor me arriesgo a verla morir por mi culpa, como paso con la mujer de la aldea vasca…

– Ricos y millonarios, Gabriel. Porque tambien hay millonarios, que son esos ricos mucho mas ricos que los ricos. Y sus esposas e hijas, todas tambien millonarias. ?Solo hay que cruzar este mar de mierda! ?Voy a mandar un mensaje a los dioses! -decide de pronto Matamoros. Y, tras verificar que la botella esta vacia, encuentra a pesar del delirio voluntad y animo para sacar del zurron el tintero y la pluma. Toma al azar uno cualquiera de los poemas manuscritos propios o ajenos que, como Gabriel, siempre porta consigo y, alumbrado por la luna escasa, escribe trabajosamente al dorso las palabras de su mensaje-: Mi-llo-na-rias-de-A-me-ri-ca-dos-pun-tos-a-rro-jo- al-mar-es-te-men-sa-je-en-u-na-bo-te-lla…

Gabriel lo mira con carino. El infeliz Matamoros cree, y asi lo proclama a derechas e izquierdas, contribuyendo a alimentar cierta leyenda local, que el poeta Gabriel Ortueno ha amado a todas las mujeres de la region, y aquellas a las que no ha amado aun esta a punto de amarlas. ?Si conociera la verdad…! A veces piensa el desdichado poeta que la maldicion que lo encarcela podria remitir algun dia, como mueren las fiebres y las infecciones o se componen los huesos rotos. Se imagina entonces a salvo, en la piel y el alma de un hombre normal, un hombre que pudiera buscar un amor y vivirlo, luchar por Leonor caso de sentirse correspondido, amarla siempre, toda la vida, hasta que los separara la sana muerte natural que aguarda a todos los humanos excepto a el. ?Y si al amarla le traigo la muerte? ?Donde me refugiare entonces? ?Arriesgar de esa manera la vida de la desconocida no es lo mismo que asesinarla? ?Como huire de mi mismo si sucede?

– No te he olvidado, mi querido amigo. Soy pobre pero leal. Mira. -Matamoros saca a Gabriel de su ensimismamiento sacudiendole con apremio el brazo-. Tambien les he dicho al mar y a los americanos que te lleven a ti, que nos lleven a los dos.

Matamoros muestra el papel que ha envuelto en forma de cigarro y con resolucion torpe lo situa en la boca de la botella vacia, reclamando la atencion de su companero, como un mago a punto de realizar el mayor de los prodigios, y lo empuja hacia el interior con el indice. Luego sella la botella con el tapon de corcho y la eleva triunfal hacia el cielo.

– ?Alla vamos, America! -grita hacia la luz pastosa del amanecer que comienza a desperezarse, y arroja la botella hacia el mar tras tomar el escaso impulso que su estado le permite-. ?Rufino Matamoros y Gabriel Ortueno Gil, poetas y amantes!

La botella se eleva como un pajaro sin vida y vuela camuflada a medias entre los rescoldos de la noche, antes de iniciar a plomo el descenso hacia las olas indiferentes. Matamoros, con los ojos y la boca muy abiertos y la lengua grotescamente colgada en rictus infantil de felicidad, ha seguido extasiado el dibujo completo del vidrio en el aire, pero el corazon se le congela en el rostro cuando se escucha el sonido inconfundible de un cristal rompiendose en pedazos. No es necesario hallarse sobrio para entender que la marea estaba mas baja de lo que el habia calculado. La botella ha estallado contra una de las piedras planas de la orilla, dejando a la intemperie, desvalida sobre la arena fria del amanecer, la patetica suplica de piedad que transportaba. Matamoros se deja caer sobre la playa como un saco vaciado de golpe y comienza a sollozar con la cabeza oculta entre las manos. El nimio reves ha sido la gota que desborda el vaso, el hilo ultimo de resistencia que lo sostenia. Tal es la angustia de Matamoros que Gabriel abandona su propia desesperanza para darle un poco de consuelo.

– Venga, Rufino, venga… -recita mecanicamente, como tantas veces ha hecho cuando las borracheras de Matamoros desembocan en percepcion negra del futuro.

Pero esta vez el cantico sombrio de la pena arrecia en lugar de apaciguarse, y Gabriel, aburrido de dar palmaditas en la espalda y susurrar absurdas formulas de optimismo falso, se aparta a un lado y vuelve a sentarse ante el mar, fijando la vista en la bola roja del sol que se anuncia en el horizonte. Esta decidido: aun considerando los graves riesgos, no puede abandonar la comarca sin ver de nuevo a la mujer que tanto lo ha perturbado y colmado a la vez de bullicio vital, de esperanza ante el futuro.

– Voy a aceptar la oferta del Diablo -pronuncia entonces Matamoros, repentina e inauditamente sobrio.

Gabriel se vuelve. Matamoros ha dejado de gimotear, y se ve cabezoneria rabiosa en la mirada que hasta hace un momento temblaba extraviada.

– Desde joven le puse ese nombre a la tentacion de sentar la cabeza, buscar un trabajo como todos y dejar este deambular de poeta sin rumbo… ?La oferta del Diablo! Pero claro, era un chaval… No se me abrian llagas en los pies por caminar y caminar sin fin, ni me martirizaban los huesos de tanto dormir al raso… -ahora hace una pausa llena de gravedad y toma aire antes de volverse y mirar muy serio a Gabriel-. Me rindo, amigo. Voy a dejarte aqui solo. Lo siento. Lo siento mucho.

Gabriel no ha sido consciente hasta este inesperado instante de la importancia de Matamoros en su vida. Este adios va en serio, lo distingue de otros ataques previos de desesperanza. Este adios es la inminencia del fin. Aunque nunca han sido amigos intimos y a veces maldecia al borracho por sus dislates y cabezonerias, Rufino era la frontera final que lo separaba de la soledad. Ya no «es», desde ahora tendre que decir

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