la segunda la que le paraliza. Evoca su miedo mas hondo desde la infancia, tal vez el unico jamas superado del todo: despertarse cualquier dia sin vision, ciega en un mundo hostil construido a base de luz. Pero su innata frialdad acude para ayudarla. Se atreve a palparse el cuerpo, primero el vientre y los brazos, y deduce por la relativa calidez de la piel desnuda que no debe de estar muerta, que mantiene al menos la corporeidad fisica. Y entonces, en medio de la asfixiante ausencia de referencias terrenales, surge inesperadamente un olor reconocible. Huele a mar. Si puedo oler, no estoy muerta. Animada por la aparente evidencia, concentra de nuevo la voluntad en la oscuridad envolvente y comprende que esta no puede ser tan perfecta si su olfato le ha permitido, asi podria decirse, ver el mar. Sin embargo, el aire negro que la rodea se resiste a ceder terreno y logra parecer por completo estatico, casi arrogante en su rigor de silencio, invencible en su solidez intangible. Inspira muy despacio y consigue percibir el susurro de sus propios pulmones… Respiro, estoy respirando… Es entonces cuando, de pronto, cree ver frente a ella, mas bien intuye, el desplazamiento casi imperceptible de una sombra o de la sombra de una sombra, y se tensa ante la idea de no estar sola en ese lugar que remeda a la muerte.

Eloy… -no puede evitar pronunciar sin saber si pregunta o afirma, si desea o teme.

El sonido de la propia voz es una frontera repentinamente transitada hacia la realidad. Me oigo. Estoy viva. Alza el torso apoyandose sobre los codos, que se hunden levemente en una superficie blanda y suave: ?un colchon cubierto por una sabana? Se toca otra vez, los pechos y las piernas ahora, el cuello y los antebrazos. Esta completamente desnuda, pero no hay dolor en su cuerpo ni magulladuras o desgarramientos en su carne. Sin embargo, si reconoce el olor a salitre que emana de su piel. Huelo a sal porque me adentre en el mar para reunirme contigo. ?Lo habre logrado? Posa un pie en el suelo y siente la frialdad de una superficie plana, probablemente piedra o pizarra; la asalta de nuevo la evocacion de mausoleos subterraneos, de feretros insonorizados, de criptas mudas habitadas por almas en pena. Para exorcizar al miedo da un paso sobre la gelidez, y luego otro; si la han enterrado en vida, al menos no lo han hecho en un ataud ajustado a sus formas y tamano. Extiende la diestra, aventurandola hacia el interior de la noche hermetica limitada bajo sus pies, y acaba por topar con un objeto inanimado, solido y perfectamente liso… ?Mesa…, comoda…? Entonces, justo cuando ese elemento cotidiano logra tranquilizarla un instante, sus dedos rozan una masa informe, inmovil y peluda. Respinga, salta hacia atras, pierde el equilibrio y cae, su omoplato derecho siente la punzada de un pico afilado, de madera o hierro, a la vez que escucha el golpe de un objeto cayendo a plomo contra el suelo frente a ella. ?Que ha sido eso? ?Y la cosa peluda? Otra vez se niega a respirar para no delatarse. Le asalta la imagen de un grupo de hombres obscenos y silenciosos, provistos de gafas infrarrojas, que la rodean y observan mientras tratan de contener la risa por su torpeza, y ante ella solo puede oponer la razon. No hay nadie. Estoy sola. ?Y la cosa peluda? Palpa de nuevo el suelo, avanza ahora a cuatro patas mientras bate cautelosamente el aire con el brazo extendido, hasta que tropieza con un obstaculo que reconoce por el tacto: una silla caida. La comprension de que es el objeto que ella misma derribo hace un instante le devuelve entereza. Se trata de otro triunfo de la razon. Alza la silla, la coloca con firmeza sobre el suelo y se sienta en ella, victoriosa. Ahora tiene una referencia, como un naufrago que inesperadamente encuentra entre sus harapos una brujula en funcionamiento. Pero no se detiene ahi. Inspira y se lanza a abandonar la proteccion de la balsa de cuatro patas. Se pone en pie. Da un paso de un metro y luego otro y luego otro, sintiendo en cada uno que la seguridad de la silla queda cada vez mas atras, a riesgo de que se la lleve de pronto alguna corriente oculta de la oscuridad. Cuando ha contado siete pasos y extiende la pierna para ejecutar el octavo, los dedos del pie topan con una pared. Tambien es de piedra, tambien esta fria como el suelo a cuya temperatura ya se ha acostumbrado. Alarga ambos brazos a la vez, con las palmas abiertas, y las pega contra la superficie plana como si esta fuera la forma maxima de salvacion, mas que la costa tras la travesia, benefactora como la propia vida recuperada… Se pregunta si sera asi la muerte, un almacen infinito de celdas individuales donde cada muerto palpa en la oscuridad buscando una salida. ?Dirigira el puro azar el orden de las celdas, o habra sido estipulado que cada uno languidezca junto a sus muertos queridos, aunque ni unos ni otros puedan estar seguros de la proximidad de tal consuelo? Tal vez estas al otro lado de la pared. Y los dedos no pueden evitar acariciar la piedra, ni puede el corazon dejar de sentir un estremecimiento al asomarse a ese vertigo que sabe espejismo. Pero la razon regresa, y ordena al cuerpo que inicie el desplazamiento en paralelo a la pared para reconocer la geografia de la piedra. Extiende hacia su izquierda la pierna, en amplitud que procura acercar lo mas posible a la medida de un metro calculado a ciegas. A mitad del cuarto paso surge una segunda pared formando angulo con la primera. No se deja amilanar por el temor de que la exploracion pudiese revelarse absurda, no conducir a parte alguna, o peor aun, acabar por confirmarle que se halla en el interior de un cajon oscuro cuya llave han arrojado al mar demonios desconocidos. Sigue adelante, ubicando mentalmente la silla a su espalda, y esta vez resulta ser su barbilla la que de forma inesperada roza con un objeto metalico que se balancea en el aire. Tras el primer sobresalto, se obliga a tocarlo, y cuando logra identificarlo se aferra a el como si fuera la llave del paraiso: es una minima cadenita enroscada al pasador de una ventana que, por logica, tiene que hallarse exactamente ante ella. No se abandona a la tentacion de la euforia. Si esta encerrada, lo previsible es que la ventana de su celda se halle clausurada, que sea incluso otro elemento para hacer mas desesperante la tortura. Asumiendolo asi, desliza los dedos por la contraventana de madera hasta hallar el mecanismo de cierre, que por su forma parece un pomo, tambien de madera. Traga saliva y tira de el con todas sus fuerzas, sin pensarlo dos veces. Se produce una resistencia inicial, pero enseguida la ventana cede y los batientes, al abrirse, provocan ante sus ojos un estallido pletorico de luz detras del cual adquieren forma y se asientan, como el paisaje tras el terremoto, un turbulento dia de tormenta inminente y una encrespada superficie de turbio mar verdoso. Sus pulmones, por instinto, respiran a borbotones, tanto oxigeno la llena que siente un amago de lipotimia. Disfruta el instante, y oye, muy cerca, una risita pletorica; comprende que ha salido de su propia garganta, feliz por recuperar la libertad: la vida, piensa, que nunca ni por nada se detiene. No llueve, pero el cielo, rigurosamente uniformado de gris, parece una gran bolsa transparente en cuyo interior se hincha, a punto de reventar, la masa de gotas de agua. Ante ella ve barrotes. Todavia aturdida por el salto desde el vacio a la realidad, teme hallarse efectivamente presa, y la asalta el pensamiento delirante de que alguien ha puesto rejas a la tempestad. Pero se trata de un simple enrejado de proteccion. Casi le brotan lagrimas ante el reconocimiento de ese elemento, tambien cotidiano, que la razon es capaz de catalogar y definir. Solo un enrejado… Esta de nuevo en el mundo, ya es una evidencia. En el acto recela de lo que acaba de vivir y querido creer, y se averguenza de haber llegado a pensar, por los avales unicos de la oscuridad y el silencio, que Eloy estaba realmente ahi, oculto bajo el disfraz de una sombra intuida. Desde la ventana ve a sus pies, mas alla del enrejado, un manto decrepito de hierbajos sucios que en el pasado pudo haber sido un jardin. Esta en un segundo piso, el segundo piso de una casa grande, tipo palacete, que se yergue solitaria sobre el acantilado que ahora bate el brioso oleaje. Por un instante le embruja la fascinacion de la naturaleza desatada, carente por completo de vestigios humanos.

No le costaria imaginar que ha volado en el tiempo hasta cien, hasta mil anos atras. Aparte de la casa y aparte del enrejado, aparte de ella desnuda y aparte de su piel desprovista del mas minimo adorno fabricado por mano humana, todo es acantilado, cielo, tormenta y mar: naturaleza sin relojes ni adjetivos. Ni una colilla, ni un trozo de papel, ni un poste electrico a lo lejos para contradecir el esplendor salvaje que de pronto la conmueve. Aqui, encaramada a la atalaya que podria ser el pasado, cien o mil anos atras, resuelve que es verosimil cualquier prodigio, y entonces, de repente, se le revela que Eloy podria estar diciendo la verdad. ?Por que no, si el jamas mentia? Si dices que viste esa figura en el fondo del mar, es que la viste. Al rememorar a Eloy rememora tambien su carta, y vuelve a verse entrando en el mar tras leerla. Recuerda el frio que encogio sus miembros y como pugnaban las olas por arrastrarla hacia el fondo. Recuerda haber tragado agua, haberse dejado mecer y llevar. Tambien recuerda el final de la carta… Cree en mi. Ayudame. Y entonces, con la tormenta por testigo, resuelve hacerlo sin posible marcha atras, con la conviccion de saber que se halla ante el mayor compromiso de toda su vida, tambien el mas deseado.

Te creo, Eloy. He venido para ayudarte a demostrar que lo que viste bajo el mar es verdad.

?Y la carta? ?La arrastro el mar? Aterrada, regresa para buscarla. La primera obviedad es que todo el tiempo ha estado sola, sin fantasmas ni hombres de gafas infrarrojas, sin la menor sombra de sombras en movimiento. Nada, nadie. Sola. Su mirada pronto localiza la bola de papel empapado que alguna mano misteriosa ha depositado con mimo desconcertante sobre una toalla extendida en el centro de la mesa con la que antes tropezo. La bola de papel es Eloy, la carta es Eloy. Casi la roza con los dedos, pero opta previsoramente Por no moverla del lecho de toalla donde convalece, y explora la habitacion bajo la perspectiva nueva que le da la luz del dia. Lejos de

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