podriamos haber llegado a ser…

El lloro inesperado de un bebe, aproximandose desde alguna parte de la casa, se cuela en esta segunda pausa de la representacion, arruinando el instante en que Gabriel suele detenerse a inspirar para que las mujeres asimilen toda la melancolia de su jerigonza vacua disfrazada de profundidad.

– Es esa historia, una historia de amor inmortal pero tambien terrible, la que me dispongo a contaros ahora - continua sin dilacion, consciente de que el chillido infantil, cada vez mas cercano, le esta restando protagonismo. Son ya tres las mujeres que han vuelto la cabeza hacia la puerta cerrada, dejando de atenderle a el. El poeta sube un punto el tono de su voz-. Os anuncio tambien que la he publicado en un bello librito que luego, si os place, podreis adquirir. Con mucho gusto os lo dedicare individualmente, ideando un breve poema especial para cada una de vosotras, lo que lean mis ojos en los vuestros, o dejando a mi pluma describir aquellos sentimientos y suenos que perciba en vuestros pechos -a fin de imponerse sobre el lloro del bebe que sigue aproximandose, Gabriel opta por acelerar el ritmo de su verborrea-. Todos hemos oido relatos prodigiosos que les han acontecido a otros. Yo, ahora, contare uno que me ocurrio a mi, que me esta ocurriendo a mi… Muchas, prefiero decirlo de antemano, no dareis credito a lo que voy a narrar. Y sin embargo, es tan cierto como triste, brutal e irremediablemente triste… Lleva por titulo Todo el amor y toda la muerte, y ya advierto que se trata de una odisea cuyo final aun no se ha producido, aunque podria muy bien estar acechandome en este instante, mientras os lo cuento. Porque debeis saber que soy yo, y nadie mas que yo, el portador de una terrible maldicion que me asalto cuando luchaba por nuestra bandera en tierras de Cuba.

Entonces, justo entonces, como si esos dioses en los que Gabriel Ortueno Gil no cree existieran realmente y hubieran decidido gastarle la peor y mas temida broma macabra, se abre la puerta y cruza el umbral una mujer joven que sostiene contra su regazo al bebe lloriqueante, aunque por fortuna algo mas tranquilo que un momento atras. Se azora la muchacha cuando todas las cabezas giran hacia ella y, con el rostro asfixiado de rubor, musita una excusa en voz tan baja que solo las espectadoras mas proximas a ella la oyen decir que se dispone a bajar al pueblo.

– Ah, Leonor… -la pianista, dando un respiro al teclado, toma las riendas de la situacion-. Estamos con nuestro poeta invitado, ya lo ves… ?Te apetece unirte a nosotras o…? -y son esos puntos suspendidos en el aire una orden mas o menos amable para que entre o se vaya, pero no interrumpa por mas tiempo el acto.

Entendiendolo asi, y sin animos para rechistar frente a la autoritaria dama, la muchacha llamada Leonor, mas ruborizada si cabe, da un paso atras y tira de la manilla para cerrar la puerta de nuevo. Y es entonces cuando eleva la vista y la posa un instante sobre los ojos de Gabriel Ortueno Gil.

Es el fin, el principio.

Los dos se miran, los dos se ven… Gabriel, por pura intuicion, cree identificar en la joven lo que mas teme y lo que mas anhela: una mujer que sea capaz de escucharle y entender su desdicha. Y por ello le paraliza el miedo. Traga saliva, arrastra los dedos por la mesa en busca de la jarra de agua sin dejar de mirar a Leonor. Un rubor intenso incendia la cara de la timida muchacha, que permanece quieta con la mano libre sobre el pomo de la puerta, ajena a los carraspeos impacientes que la pianista lanza en direccion a ella, y por ese simple sofoco facial se permite Gabriel elucubrar que Leonor tambien esta sintiendo por el algo parecido a lo mas temido y lo mas anhelado: ?que sera en su caso? El horror de Cuba desmorono muchos de los pilares del hombre que antes de vivir aquello era Gabriel, pero no llego a arrebatarle la capacidad de interpretar los rostros, y en ese instante cortisimo e infinito cree entender que esa mujer hermosa y tierna, que sostiene con amor al bebe ya placidamente adormilado, vive injustamente arrasada por la infelicidad y la pena, y necesita un abrazo de amor sincero, protector e interminable. En los viejos tiempos ya olvidados, el, nada mas terminar el recital, se las habria ingeniado para ofrecerle a solas ese abrazo, como tantas veces hizo con otras, pero lo que ahora le arrebata y conmueve es otra conviccion: la revelacion, nunca sentida antes con mujer alguna, de que esta desconocida sabria escucharle, entenderle. Y por tanto, podria ayudarle y darle una esperanza de salvacion.

Leonor comienza a cerrar la puerta despacio, muy despacio, como si no quisiera molestar a sus conocidas con el levisimo chirrido de los goznes, pero tambien como si buscara disfrutar durante otra decima de segundo de esos ojos verdes que el narrador de historias de amor, febril de pronto en su respiracion agitada, clava suplicante sobre ella. La puerta se angosta mas y mas, terrible milimetro a terrible milimetro, pero Gabriel siente que las miradas de ambos estan unidas para siempre, y nada las podra ya separar. ?Sentira ella lo mismo? ?Lo estara sintiendo en este instante?

Se cierra al fin la rendija, y el poeta debe apoyarse sobre la mesa para no desfallecer. Su mano reanuda el movimiento hacia la jarra de agua y se apana entre temblores para llenar un vaso que, aunque no tiene sed, apura de un trago: ese instante le permite, recurriendo a toda su experiencia y sangre fria, fingir que ha logrado recomponerse. Mas o menos dueno otra vez de si, sonrie a su audiencia antes de repetir, a modo de recordatorio, sus ultimas palabras:

– Todo el amor y toda la muerte… Una odisea cuyo final todavia no se ha producido, aunque podria muy bien estar acechandome en este instante, mientras os hablo…

Y, para reavivar la atmosfera romantica, gira de nuevo la vista hacia el gran ventanal.

Entonces un carruaje negro tirado por robustos corceles atraviesa el jardin camino de la reja de entrada. La propia velocidad lo sacude a un lado y a otro como si buscara volcar en cada giro de las ruedas. El mayoral sobre el pescante, de negro y embozado el rostro, espolea a los caballos con el latigo y las bestias, por el dolor o la colera, parecen adquirir alas. ?Y en el interior de esa diligencia infernal, se horroriza Gabriel, viajan el angel femenino y su bebe? ?Que odioso demonio los ha secuestrado?

El poeta, sin respuesta posible, vuelve la vista hacia el mar y respira hondo, retornando desde el deslumbramiento hacia su lugubre realidad… Ahi mismo, a los pies del acantilado, la gran superficie azul luce serena e inmaculadamente lisa, pero el poeta sabe que la maldicion que vive bajo esas aguas, la vengativa muchacha transparente, se revuelve ya por la intromision de Leonor en la vida de Gabriel.

7

La mujer yace boca arriba en la playa, sobre la frontera de espuma en ebullicion que se arrastra impetuosa entre el mar y la orilla.

Permanece inmovil, indiferente al frio oleaje que una y otra vez se lanza contra su carne, muslos arriba, y golpea su sexo como un tenaz amante liquido, fogoso a pesar de carecer de corporeidad. Parece desnuda, aunque la distancia impide precisarlo, y sin duda no es una banista melancolica a solas con sus reflexiones: los brazos retorcidos parecen los miembros quebrados de una marioneta abandonada, y en la esencia de su dejadez podria estar reflejandose la muerte.

?Y si no esta muerta?

Bastian desvia un instante la vista del cuerpo tumbado a lo lejos y, temeroso como siempre de los espias que jamas han llegado a mostrarse, mira a un lado y a otro hasta comprobar que se halla solo al borde de la linea abrupta que corta el acantilado sobre la playa desierta. Solos el y el lejano cuerpo desnudo de la orilla.

?Y si fuera el fantasma de Vera? Vera viva en el otro lado de la muerte, emboscada en el cuerpo de esta mujer que podria estar desnuda y podria estar muerta, la repeticion en clave necrologica del juego que improviso estando viva cuando, cuatro anos atras, envio al movil de un Sebastian Diaz incapaz todavia de imaginar que enseguida se obcecaria en morir y renacer en otro, aquel sms que desafio a su pudor de joven educado en colegio de curas: «Estoy en la playa, tumbada en la orilla. El sol me recorre. Las olas me entran en el cono. Acabo de mearme y casi me corro al hacerlo. Ahora voy a masturbarme. Date prisa o te lo perderas». El parpadeo en la pantalla del telefono fue un anzuelo invisible que atraveso el aire hasta el salon donde se encontraba Sebastian, se le clavo en el sexo y tiro de el forzandolo a salir del caseron, atravesar el jardin, correr hacia el mismo punto del borde del acantilado desde el que ahora observa Bastian el cuerpo lejano de otra mujer para, desde alli, avistar sobre la playa desierta el cuerpo dorado de Vera, con el sol entero reflejado en cada poro de la piel. Bajo atropelladamente, como vuelve a hacer en este instante, aunque el hilo que lo arrastre no sea como entonces el deseo primitivo y voraz, sino la incertidumbre por saber si, como parece por cuarta vez o quinta vez desde que ha llegado a Padros, lo imposible puede en este lugar llegar a ser posible, palpable y autentico, y esa mujer desnuda que parece muerta es de alguna manera Vera retornada de la muerte. Por mucho tiempo que haya fluido, el sigue corriendo de mujer muerta a mujer muerta, de la muerta del presente, que podria no estar muerta, a la muerta

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