lujo que se planificaron cuidadosamente para que sus propietarios estuvieran a salvo de las miradas indiscretas. Solo desde el acantilado del caseron, solo desde donde Bastian observa ahora con los prismaticos la amplia terraza de la quinta planta del edificio, puede observarse este. Esa decision de la empresa constructora, tomada treinta y tres anos antes de los hechos, fue en realidad el desencadenante de todo. Si el edificio no hubiera estado alli Vera jamas lo habria enamorado arteramente, si lo hubiesen construido cincuenta metros mas alla, al amparo de la mirada del habitante del caseron, Sebastian Diaz nunca habria tenido que huir, ni metamorfosearse en Bastian. Treinta y tres anos, cincuenta metros… Numeros minimos, trascendentes, puede que mortales, distintas nomenclaturas del azar. Una vez sorprendio a Vera haciendo lo mismo que el ahora, espiar con prismaticos la terraza del quinto piso. ?Como haber sospechado entonces que no miraba el paisaje, tal y como explico candorosamente? ?Que en realidad su unico afan era disponer de un promontorio desde el cual vigilar a la cautelosa silueta masculina que, unicamente al anochecer, salia a la terraza para beber al amparo de las sombras? Espectro al que espiaba una mujer que hoy es a su vez un espectro.
Enfoca los prismaticos hacia el mar, hacia la playa batida por una lluvia ahora fina que parece reponer fuerzas para el siguiente asalto. Abajo, la masa de agua azul de la bahia en marea baja reposa lejana y callada, aunque haya sido testigo de tantas cosas…
Y exactamente entonces se sobresalta al encuadrar la silueta lejana pero nitida de un cuerpo sobre la orilla.
Una mujer desnuda boca arriba.
La razon sabe que ni es ni puede ser Vera, pero le viene a la cabeza un amanecer en que, al despertar solo en la cama que compartian desde que ella se instalo en el caseron, salio a buscarla y, auxiliado como hoy de unos prismaticos, la localizo paseando solitaria y pensativa por la playa desierta que comenzaba a iluminar el amanecer. Aquella imagen lo enamoro aun mas, recuerda mientras se apresura a tomar el camino que conduce hacia la playa de hoy, hacia la mujer desnuda de ahora. Hace tiempo que casi siempre es sincero consigo, es su unica virtud adquirida en la muerte, y por eso admite que no es el afan de socorrer a la desconocida lo que le impulsa, sino una desazon de origen confuso aunque imaginado, una ebullicion repentina que no puede definir pero tampoco dejar de atender.
Corre hacia el coche, pisa el acelerador hacia la playa.
6
– El mar de este acantilado vive una maldicion de amor. -Gabriel Ortueno Gil eleva los parpados y observa a su audiencia, compuesta exclusivamente por mujeres. Al verlas siente, como siempre, miedo. Antes no le invadia este sentimiento imposible de vencer. Meses antes encaraba al correspondiente grupo de oyentes femeninas desde la atalaya de ese rostro suyo clasico y viril pero, a la vez, un punto aninado que hacia de el un hombre digno de ser mimado, protegido, tocado, acariciado, redimido y amado, un varon fragil deseado en secreto por casi todas. Pero desde la guerra de Cuba lo domina el miedo, y hoy su mirada no es altiva ni seductora, sino desarbolada y suplicante, aunque paradojicamente los temores dan un aire esquivo a sus ojos, le anaden intensidad al aura romantica gracias a la cual come cada dia.
Tras pronunciar, premeditadamente suave y engolado, las palabras «maldicion de amor», se demora en la pausa cien veces ensayada ante el espejo y otras tantas probada frente al publico a punto de seduccion, y repite el lema, alzando esta vez en arco solemne el brazo hacia el amplio ventanal desde el que se divisa la playa larga y estrecha:
– El mar de este acantilado, de este acantilado vuestro -subraya-, vive una maldicion de amor…
A veces anora las ocasiones en que recitaba sus historias con verdadero ardor y las sentia vibrar en la mente y en la piel, llenas de verosimilitud y verdad. Pero lo que vivio en Cuba le arrebato casi toda la vida. Ahora es un pelele sin alma, que se caricaturiza a si mismo para seguir caminando sin objetivo claro. La anfitriona de la velada poetica, sentada a la derecha de el ante el piano, acaricia torpemente el teclado para matizar sus palabras con notas minimas que quieren ser sugerentes pero a veces resbalan y tropiezan sobre si mismas. Ha insistido en acompanarle musicalmente y, a pesar de su incapacidad manifiesta, Gabriel no ha podido negarse. Es ella quien dirige estas veladas literarias de Padros que acoge en su casa y financia el rico del pueblo, el indiano Tomas Montana, y si hoy todo sale bien podria contratarle mas actuaciones en Padros, incluso en las villas cercanas. Asi que Gabriel no cuestiona el torpe trenzado musical que se esfuerza por seguirle y centra su atencion en los rostros que lo observan expectantes, ocultos en algunos casos tras abanicos que se dirian elegidos por el mismo decorador que ha decidido los recargados colores de las paredes del gran salon, los manteles de las mesitas sobre las que reposan los juegos de te y las telas que tapizan los asientos donde se acomodan las mujeres, doce segun su primer recuento, que poco a poco, lo capta ya en sus miradas, van dejando nacer en su interior excitados interrogantes colectivos sobre la maldicion de amor de ese mar que ellas, muy probablemente, miran cada nuevo dia desde sus respectivas rutinas sin brillo.
– … aunque justo es anadir que sin cada una de vosotras, sin cada uno de vuestros corazones palpitantes de sentimiento, ese mar hechizado pronto se volveria arido.
Y pasea Gabriel la mirada medidamente calida, deteniendose un instante en cada rostro para intentar precisar la expectativa individual que cada uno de ellos expresa ante su vacuo discurso dulzon. El querria haber sido narrador de historias recias, creador de relatos provocadores y apocalipticos, incluso novelista, pero siempre ha carecido de talento y fuerza para ello, y su sustento diario, demasiado bien lo sabe, ha dependido siempre y depende hoy de que esas miradas, ya casi conmovidas, ya casi humedas, traspasen la frontera de la lagrima. «Cuando lloran, ceno mejor», resumio certeramente una noche de crisis existencial compartida al calor del vino con Rufino Matamoros, otro poeta de los caminos y pueblos. «Y con esa cara y esos ojos verdes que te ha dado Dios a veces hasta desayunaras, ?eh, mamonazo?», habia sentenciado con guino picaro Rufino. Gabriel, bebiendo un sorbo de vino, concedio con resignado encogimiento de hombros.
Le conviene mantener su falsa leyenda de gran seductor, pues en parte vive de ella, aunque tambien le haya deparado momentos amargos, como esa ocasion no tan lejana en que el tosco marido de una muchacha a la que paradojicamente ni siquiera habia mirado lo arrincono contra la barra del bar del pueblo, agarrandolo por las solapas, amenazador y furibundo. ?Como explicar que desde su regreso de Cuba vive aterrorizado por la maldicion que atraveso el oceano en pos de el? ?Quien creeria que esa fantastica historia que cada dia cuenta en sus recitales como si fuera una leyenda magica es la simple y terrible verdad? Vive a solas con su secreto y con el miedo que este engendra, y se limita a asentir con forzada ambiguedad cada vez que alguien alude a sus proezas de seduccion. «?Para una vez que eras inocente!», se reia carinosamente en la cara Rufino Matamoros tras aquel incidente del bar. A fuerza de veladas poeticas y miserias acumuladas, los dos poetas del camino han solidificado una camaraderia que las noches mal dadas les lleva a compartir lo poco que hubieran podido conseguir: pan, algo de queso, un cuartillo de vino… «No te enganes, amigo Gabriel -suele dolerse Rufino las noches de borrachera, cuando le atenaza el miedo a morirse solo en algun camino perdido entre velada poetica y velada poetica-. No somos poetas, solo mendigos. Y asi nos moriremos, solos y tirados en algun recodo solitario».
– Asi que sois vosotras, cada una de vosotras, la que puede deshacer esa desdicha. Pero tambien hay algo mas… Una historia magica real, una increible maldicion que es a la vez una aventura de amor y muerte que pervivira mas alla del tiempo y del espacio, mucho despues de que todos los presentes hayamos desaparecido y seamos apenas un recuerdo para aquellos que nos conocieron y amaron por lo que somos, y no por lo que