– Un periodico nuevo ha abierto oficina en la ciudad. Necesitan un pinche, alguien que haga un poco de todo, ya sabes…
– No. No se -se irrita Gabriel, sorprendiendose a si mismo de su agresividad; es por causa del miedo a la soledad, que se expande dentro de el como una boca dentada-. ?Tu, pinche de un periodicucho? ?Tu? ?«El primer poeta del Cantabrico»?
– ?Gabriel, por favor…! Sabes que tengo tanto de escritor como de fraile… Mira, soy mucho mas viejo que tu. ?Crees que con cuarenta y ocho anos me apetece empezar de recadero? Pero es un sueldo, amigo. Me lo ofrecio el senor aquel gallego, el de la fiesta de cumpleanos donde fui a recitar el mes pasado. Le hizo gracia la poesia que le compuse a su hijo, y ya ves, el hombre se ve que es buena persona… ?Dormire en una cama de pension, Gabriel! ?Todas las noches! Y comere caliente. Platos de lentejas, sopa, carne… ?Hace cuanto no comes carne? Ademas, tengo planes de futuro. En un periodico que empieza siempre vendra bien alguien que sepa hacer frases mas o menos apanadas. Y yo eso lo se hacer, ?no?
– ?No quedamos en que no sabes escribir? -estalla Gabriel sin poder evitarlo. Matamoros, en vez de enfadarse por el exabrupto, entiende tristemente que la ira de su amigo no es sino miedo a quedarse solo en los caminos. Y va a ocurrir hoy, ahora, en este amanecer que se perfila ya en el cielo sobre el horizonte del mar.
Se abre un inmenso silencio de dolor entre los dos hombres. Matamoros se pone en pie, recoge todo lo deprisa que puede sus minimas posesiones repartidas sobre la arena y se dispone a partir. Gabriel, por su parte, se levanta tambien, apartandose unos pasos para dejarle hacer. Matamoros carga el zurron al hombro, mira de nuevo a su amigo. Ambos notan que el corazon les late con fuerza, ambos saben que al otro le late tambien.
– Claro que no se escribir, amigo mio… -dice Matamoros con ternura inesperada-. Por eso mismo, porque voy a necesitar que el azar y si me apuras hasta Dios y la Virgen Maria se pongan de mi lado, lo que me hace falta no es que maldigas por dejarte, sino que me desees suerte. Mucha suerte.
Gabriel observa el rostro envejecido de quien en los dos ultimos anos, antes y despues de Cuba, ha sido su companero en el camino y en la vida, su aliado contra el mundo. Tal vez no volveran a verse, seguro que no volveran a verse.
– Suerte, amigo. Mucha suerte -susurra Gabriel. Y luego lo abraza, sintiendo como el otro le corresponde con toda su fuerza de borracho noqueado por la resaca. Los dos huelen a sudor y a polvo del camino. Matamoros, ademas, a vino malo.
Es un abrazo intenso y mudo. Ambos son demasiado pudorosos, les acobarda o averguenza confesar sus verdaderos sentimientos.
– Tengo algo para ti, Matamoros -rompe Gabriel el silencio y se aparta del otro para buscar en su zurron. Matamoros no ha tenido tiempo de preguntarse a que puede referirse su amigo cuando este ya se halla de nuevo ante el, agitando un punado de hojas toscamente cosidas. Matamoros, comprendiendo de que se trata, rehusa en el acto a aceptar, con tajantes aspavientos de la cabeza y las manos. Pero su corazon se ha conmovido y, en el fondo, tiembla de agradecimiento.
– ?No, Gabriel, de ninguna manera! ?El original de
– ?Venga, Rufino, cono! Que estas hojas no valen nada.
– ?Tu novela no vale nada? ?Y cuando vendas los ejemplares que te quedan, como imprimiras mas?
– Llevo treinta o cuarenta ahi guardados. Al paso que me los compran, tengo para los proximos quince anos. De verdad, quiero que lo tengas tu.
Matamoros calla, y su silencio es una aceptacion en el fondo orgullosa. Inspira hondo y mira fijamente a los ojos de Gabriel antes de pronunciar en tono trascendente:
– Gabriel… Yo te juro que cuando me vaya bien me encargare de que se haga justicia a este manuscrito y al gran poeta que lo escribio -y, tal vez por los rescoldos del vino, no puede evitar Matamoros que le ilumine la mirada el brillo de una lagrima. ?Como podra nunca saber nadie si el hombrecillo miente o dice la verdad al proclamar su juramento?-. Te lo juro por mi vida, que no vale nada pero es lo unico que tengo.
– Rufino… -Gabriel piensa si debe ser ahora el momento siempre eludido de compartir parte de su verdad con Matamoros. Y, sabiendo que tal vez no se de otra oportunidad, se lanza-: Rufino, amigo, hay algo muy importante que debes saber de mi. Nadie lo sabe, y puede que nadie lo sepa nunca. Por eso quiero que lo sepas tu. Si me pasa algo, al menos quedara alguien que conozca quien fui…
La borrachera desaparece por completo de la mirada de Matamoros ante el tono insolitamente serio de Gabriel. Pone toda su atencion en memorizar cada palabra, cada silaba. Algo le dice que van a hacerle participe de un secreto vital, y quiere corresponder con toda la lealtad de que sea capaz.
– Lo que se cuenta en
Matamoros calla sin saber que decir. Ha intuido en los ojos de Gabriel la tremenda importancia de lo que acaba de confesar, pero tambien ha leido con anterioridad el manuscrito que le ha sido cedido. Y sabe que lo que se cuenta en el es un puro delirio. Quien lo pretenda cierto solo puede ser calificado de loco. Matamoros se inquieta, horrorizado ante la intensa gravedad de Gabriel. Es obvio que no miente. Pero entonces, esta rematadamente loco.
Al apartarse uno del otro no se miran a los ojos, esta vez ya no. Matamoros parte hacia la carretera que casi alumbra el nuevo dia sin volver la vista atras, sin saber contener las lagrimas, por fin a salvo de la mirada de su amigo. Matamoros, que siempre penso que vagabundeaba con un hombre mas fuerte que el, comprende ahora que el infeliz al que abandona a la deriva de la soledad no es mas que un pobre demente. ?Que sera de el?, se aflige mientras acelera el paso. ?Que sera de el?
Por su parte, Gabriel, que lucha siempre contra los sentimientos porque si le vencen siente que estaria perdido, se vuelve hacia el mar para no ver a su amigo alejarse. Matamoros, que no era nada, lo era en realidad casi todo. Por salvarse de la pesadumbre que un vagabundo no se puede permitir, busca refugio pensando en Leonor. A esa hora seguramente esta ya despertandose o alimentando al bebe. Esta decidido: la vera otra vez mas, y luego todas las veces que esa primera vez traiga consigo. Hasta que logre explicarle en detalle esa verdad que acaba de adelantar a Matamoros. Hasta que Leonor le escuche y decida si quiere ampararlo de los miedos que le acechan. El primer paso, decide animado por su determinacion, es aceptar la propuesta de la pianista, que tras el exito de la velada quiso contratarlo para la fiesta local, tres dias despues. Envalentonado, comienza a dar zancadas por la orilla, dispuesto a ensayar su representacion a fin de que sea lo mas brillante posible. Leonor lo merece.
Entonces, ve como el mar comienza a encabritarse en una transformacion veloz, irritada, como si la masa de agua hubiera sido sacada a empellones del apacible sueno nocturno. Gabriel se planta en la orilla, firme ante la virulenta efusion marina que tan bien conoce. El mar de este acantilado vive una maldicion de amor, de sobra lo sabe. Pero esta vez hay una diferencia.
Esta vez, Gabriel Ortueno Gil va a enfrentarse a la muchacha transparente del fondo del mar aunque le cueste la vida.
9
Clara abre los ojos en la negrura nitida.
Mas que la primera posibilidad, muchas veces anhelada en los momentos inmediatos a la muerte de Eloy, es