parecer una celda, recuerda mas bien a la
La situacion, piensa, tiene algo de ridicula: ella protegiendose instintivamente con las manos a la altura del pecho, como una novicia pudorosa sacada a la fuerza del convento, y el con una palabra a medio formar en la boca, bloqueada por la sorpresa de encontrar despierta a la mujer desnuda que recogio en la playa. Entonces, Clara se inquieta.
10
– Leonor…
Por fin pronuncia Gabriel en voz alta y cara a cara ante la mujer elegida el nombre que por ocho veces le ha sido imposible pronunciar. Lo sabe bien porque despues del exito de la velada poetica fue invitado a quedarse unos dias en Padros, y desde entonces ha contado una por una, moribundo de impaciencia, las ocasiones en que teniendo cerca a Leonor no ha podido dirigirse a ella, pues se habia prometido que la primera vez que pronunciara su nombre seria cuando ambos se hallasen a solas. Ocho veces. Una, el mismo dia del recital, al concluir este y durante la merienda posterior ofrecida por los anfitriones, mientras alrededor del artista revoloteaban las asistentes, extasiadas por el tragico cuento de amor y muerte que creian inventado, y Gabriel solo tuvo ojos para la timida muchacha, quien se ruborizo entranablemente cuando, casi a la fuerza, sus alborotadas amigas la trajeron para presentarlos y el roce de los labios de el sobre el dorso de la mano de ella fue su unico contacto fisico. Dos, esa misma noche, tras haber caido ya la oscuridad, cuando salia camino de la pension a bordo del carruaje del marido de Leonor y senor de la casa, el indiano Tomas Montana, y vio recortada contra la luz del dormitorio principal del segundo piso la anhelada figura femenina, ante cuya vision se permitio Gabriel recrearse hasta que con fiereza subita irrumpio en su angulo de vision una negra forma masculina, corpulenta y tosca que se pego a la fragil nitidez de la silueta en la ventana, emborronandola, y luego, al aferrarla posesivamente por detras, la absorbio en el interior de su contorno como engullida por un bocado brutal de monstruo devorador de sombras. Tres, cuando comparecio Leonor como involuntaria convidada en los suenos siniestros que cada noche estremecen al poeta, y el la sono aterrada, llorosa como una nina perdida ante el conocimiento de esa puntual pesadilla nocturna, plagada de mares en colera, vertiginosos orgasmos submarinos y cadaveres de mujeres ahogadas por una inimaginable fiera invisible. La cuarta, de venturoso y sanador contraste, al despertar el siguiente dia e imaginar vividamente, con los parpados aun cerrados, la presencia de Leonor en la estancia, pero no desnuda e impudica entre las sabanas, como antano evocaba Gabriel a sus amantes en los amaneceres del pasado, sino sentada sobre la cama junto a el, maternal y protectora en el gesto simple, pero vencedor sobre la ponzona de oscuridad, de enjugarle el sudor de la frente con un panuelo empapado en agua recien extraida del pozo mientras el, por fin, comenzaba a contarle cual era la horrible esclavitud de su vida. La quinta, otra vez de retorno a la realidad, cuando despues de ocupar la manana y parte de la tarde en deambular por las calles de Padros saludando a una y otra espectadora de sus exitosas actuaciones opto por apostarse a la salida del pueblo, al pie del cruce donde desemboca el camino del caseron, fingiendo que alumbraba un poema nuevo cuando en realidad asumia que esa espera bajo el sol era la prueba de que su urgencia de hablar con Leonor habia adquirido categoria de obsesion. Sin embargo, no basto ese presagio enfermizo que le instaba a huir para imponerse sobre la excitacion ante la llegada de la carroza negra, que se desvio hacia el pueblo sin prisas, permitiendole correr detras a tiempo de ver como el cochero detenia el carruaje en la plaza y la joven, acompanada en esta ocasion por una mucama que la ayudaba cargando al bebe, se apeaba y entraba a dos o tres comercios de los que salio al poco para iniciar de inmediato el camino de regreso sin haber dejado un solo instante de mirar empecinadamente al suelo, enrojecida de perturbacion como si hubiera intuido la mirada de quien parecia un pretendiente osado que anunciara tormentas para su tranquila vida, y quisiera esquivarlo, correr despavorida para refugiarse de el. Devastado entre los soportales quedo Gabriel por el terremoto de la duda: tal vez Leonor, en contra del espasmo mistico que el habia sentido al besarle la mano, no era sino una mujer normal, incapacitada como todas las demas para entender y aceptar su terrible, su anormal biografia. La sexta vez no vio a la joven, solo la olio, pero tan fisica y palpable resulto para su olfato la presencia de esa ausencia que multiplico su ansiedad, enloqueciendolo cuando, tras ver la carroza parada frente a la iglesia del pueblo el siguiente domingo por la manana, atraveso el sagrado umbral aun a sabiendas de que Dios, caso de existir, dificilmente podria ponerse de su lado en contienda alguna. Localizo a Leonor arrodillada ante el confesionario, camino de puntillas hasta acomodarse en la bancada mas cercana fingiendo actitud piadosa y, asi apostado, inspiro hondo y fue desechando uno por uno los efluvios de incienso, velas ardiendo y santidad al acecho que llegaban hasta su nariz, hasta que logro aislar el aroma de ella, aroma de mujer llena de vida entre el laberinto rancio de olores sacros a sotana, crucificados resecos y cera derritiendose. La septima vez tampoco la vio, pero oyo su voz nunca escuchada antes, aparte del vago suspiro que habia emitido cuando los presentaron. Su voz… Insolita desnudez, bella y brutal, la de descubrir con el oido el sonido real creado por las cuerdas vocales bajo el cuello de la incertidumbre hecha mujer. Oyo esa voz justo en la decima de segundo posterior a la captura del olor femenino, cuando tras hincarse Gabriel de rodillas sobre la piedra del templo para arrimarse otros pocos milimetros a ella, Leonor susurro hacia el hombre sin rostro agazapado en el confesionario un compungido discurso casi inaudible en el que, sin embargo, por dos veces refulgio nitida, o creyo Gabriel que refulgia nitida, la ultima palabra del diccionario que el habria querido escuchar en esos labios, la terrible palabra «locura»… ?Locura referida a el? El significado colmado de abismos del simple vocablo lo mareo, y lo arraso y aterrorizo, y le forzo a buscar la salida entre nauseas que le ahogaron, aunque no lo suficiente para impedirle percibir de reojo como un hombreton con ojos de fuego y mandibulas prietas, transmutacion en hostil carne viva de la sombra canibal que tres noches atras habia devorado tras la ventana a la sombra de Leonor, abandonaba la fila de comulgantes para perseguirlo con la mirada durante su huida hacia la calle. La octava fue ensonacion turbulenta, al intuir, empapado en sudores espasmodicos entre las sabanas bajo las que hubo de buscar cobijo tras vomitar a la salida del templo y comenzar a sentir frio y enseguida calor y enseguida mas frio y enseguida mas calor, que Leonor podia no ser la mujer tanto tiempo esperada, y en un destello lucido que le alumbro como un faro en el mar de fiebre donde flotaba naufrago, razono que no tenia mas que dos opciones: huir sin saber o quedarse y averiguar, sabiendo que esta segunda opcion podia despertar a la muerte que yacia en el fondo del mar. Las dos ideas ardieron en su cabeza durante las largas horas de la noche, enfrentadas como ejercitos implacables empecinados en vencer o sucumbir, hasta que al amanecer, desbaratado por el sueno o por la vigilia, la imagino a ella, salvadora en medio de ese campo de batalla segregado por la fiebre, etereamente inmovil entre los muertos ficticios y la sangre inexistente, luminosa, sencilla y eterna en el gesto simple de alzar la mano, invitandole a dejar la cama para enfrentarse junto a ella a lo que hubiera de venir. Y lo hizo, esa octava vez desato la decision y la valentia, tambien la rabia por sufrimientos pasados. Milagrosamente curado o todavia enfermo sin percatarse, se vistio y salio a la calle, recorrio a pie el camino del caseron desviandose hacia la playa bajo el acantilado, entro retadoramente en el mar helado del amanecer para rematar asi a la fiebre y a los miedos o matarse el, y luego, como si siguiera con fidelidad absoluta un rito que no habia existido hasta ese instante y del que, sin embargo, conocia con seguridad cada paso, se planto en pie sobre la arena sin apartar la vista del lejano caseron y de su balcon principal, donde una vez