habia visto la silueta de Leonor, y se atrevio a pensar o supo con certeza que ella le devolvia la mirada. Por esa conviccion permanecio alli horas y horas y horas, retando a la muchacha transparente del fondo del mar que podia estar revolviendose ya a su espalda, pero amparado a la vez en la seguridad de que en algun momento se asomaria la mujer sonada al balcon y entonces, apenas lo viese, sabria, tendria que saber, que esa figura plantada en la arena era la de el, pidiendo ser escuchado. Y alli permanecio sin flaquear ni contar el tiempo detenido hasta que, de pronto, vio bajar por el camino a una diminuta figura que parecia correr hacia el, y pronto la figura parecio ser de mujer, y enseguida resulto efectivamente serlo, y luego parecio tener el rostro de ella y enseguida resulto efectivamente tenerlo. Leonor llego hasta el y Gabriel permanecio callado, inmovil aunque con un pie resignadamente adelantado sobre el abismo sin fondo del No que tal vez ella se disponia a pronunciar, expectante ante el silencio de esos ojos femeninos que escruto sin imaginar que, si le escrutaban a el en silencio riguroso y solemne era porque ilustraban la magnitud que el decisivo instante contenia para la muchacha. Y entonces si, por fin pronuncio, por fin pronuncia, por fin ha pronunciado el poeta ese nombre magico por el que vivira o morira:
– Leonor…
Calla la mujer, paralizada por el temblor de lo desconocido, que no expresa rechazo sino incertidumbre al rememorar las ocho veces que tampoco pudo ella, porque no se encontraban a solas, acercarse a este hombre venido de lejos para intentar averiguar si, como intuyo nada mas verlo, podia ser el quien la ayudaria a escapar de su encierro. Una, durante la merienda posterior al recital que tanto habia conmovido a las asistentes, cuando permanecio cautelosamente apartada del circulo de mujeres arracimadas alrededor del conferenciante, y alguna de sus amigas mas cercanas, al interpretar como timidez lo que en realidad era panico por despertar el iracundo temperamento celoso de su marido Tomas, que debia de hallarse trabajando en su despacho en el otro extremo de la planta baja, vino y la tomo de la mano para llevarla hasta el poeta, y entonces los presento. Cuando beso su mano, habia sentido irracionalmente Leonor que el podia sacarla del reinado de la locura que es Padros, ayudarla a escapar con su hijo de este diminuto universo sometido a la ferrea tirania del demente Montana. Siempre percibe Leonor que cada ser vivo de Padros es un ojo espia a sueldo de Tomas, en permanente acecho sobre sus movimientos temerosos de mujer aplastada por una rutina inexorable que la consume y la seca en vida. Por ello implico riesgos su segundo contacto visual, todavia mudo, con el poeta, cuando esa jornada, tras haber partido todas las invitadas del recital, vio ella desde su ventana como el cochero de la casa llevaba a Gabriel hasta su lugar de hospedaje en el pueblo, y sintio como retornaba la conviccion de que ese hombre delicado y dulce, hecho para el sentimiento y la palabra, escucharia su urgente peticion de ayuda contra el todopoderoso que habia trastocado a su antojo la realidad en este pueblo aparentemente acogedor y normal. Apoyada contra el cristal del dormitorio, su cuerpo oculto a medias tras los visillos, se dejaba arrastrar por los excitados latidos de la salvacion entrevista cuando otros latidos tambien virulentos pero detestados se apretaron contra su espalda para anunciar el inminente abrazo, familiarmente inmisericorde, del senor de la casa. Se olvido por el momento del mundo de promesas hermosas que se alejaba a bordo del carruaje y hubo de abandonarse docil y crispada a los brazos que la arrebataban hacia el lecho donde, como cada dia, habria de encastillarse en su perpetua languidez impostada para mostrar ternura donde solo surgia rechazo hacia la peor de las agresiones del hombreton, infinitamente mas angustiosa que sus embestidas fisicas: la exigencia, a veces expresada con lagrimas de gigantesco nino extraviado en el mundo, a veces sacudida por la ira del torturador contrariado, de una muestra de carino por parte de su esposa que el pudiese sentir real, palpable y evidente; la necesidad, en suma, de ver correspondido el amor sin limites que afirmaba profesar por ella. Y como cada noche, tambien esa noche el alma de Leonor se las apano para flotar hasta el techo, adhiriendose con la imaginacion al dosel de la cama hasta que concluyeron las convulsiones fisicas del hombre que la poseia, y solo cuando el, tambien como todas las noches, hubo abandonado el dormitorio para rumiar a solas sus frustraciones y su rabia, descendio sigilosamente desde las alturas, volvio a entrar en su ser de carne y, tras verificar que el bebe dormia en paz y no habia por tanto percibido las vibraciones de la agresion contra ella, se arropo oculta bajo las mantas para retomar el temor a su porvenir, tan bien definido por la aterradora palabra que habia pronunciado su madre poco despues de la boda y pronunciaban hoy las pocas amigas a las que dejaba entrever su infelicidad, o el parroco cuando la recibia cada domingo en confesion: resignacion, resignacion, resignacion… Todos son complices cobardes del delirio de Montana, todos le dan sumisamente la razon, codiciosos del dinero que a cambio de su pleitesia continuamente suministra al pueblo y a sus habitantes. ?Es que quieren verla morir asfixiada? Esa palabra hedionda, resignacion, la penetra y posee con violencia intangible, mas intensa que el vigor inagotable de su marido, y la hunde en una desolacion que siente crecer dia a dia. Menos esta vez en que, por atreverse a evocar desde el lecho al poeta, logro su primera victoria contra la vida sumisa en una escaramuza minima pero esclarecedora y euforizante. Sintio que es posible vencer a la piedra que la enclaustra, y merced a esa alegria lanzo la mente al vuelo tras la carroza en la que habia partido Gabriel, y llego volando hasta el pueblo y hasta el hostal. En esta tercera ocasion, su mente dibujo desde la distancia al poeta, insomne y sudoroso sobre la cama, entregado a musitar febriles incoherencias que, vistos sus sufrimientos, solo en el infierno pudieron haberse adquirido. Tormentos del alma que ella se atreveria a enfrentar y desbaratar. Por eso su cuarta union con Gabriel, todavia incumplida, fue la resolucion de alinearse junto a el para ampararlo y protegerlo con su vida si asi fuera necesario, para refrescar con panos mimosamente empapados en agua fresca su mente alucinada. A medida que los caminos de la fantasia se volvian mas tentadores e intensos, mas altos y solidos fueron los diques que contra ellos alzaba la previsora realidad, y en consecuencia tambien crecia la fuerza con que la voluntariosa Leonor trataba de derrumbarlos, a pesar de lo cual la quinta vez vino para ella Presidida de nuevo por los viejos miedos enraizados, que la llevaron a estremecerse cuando, camino del pueblo en la carroza, al atardecer de cualquiera de los dias posteriores, atisbo al poeta en una vuelta del camino, aparentemente enfrascado en la lectura o composicion de unos versos, y aunque supo que era su deber pedir al cochero que lo rebasase y dejase atras, le ordeno por el contrario aminorar la carrera de los caballos y enfilar el ultimo tramo todo lo despacio que fuera posible, a fin de permitir a Gabriel ir tras ellos y llegar a la plaza del pueblo a tiempo de ver como, precedida por su senorita de compania con el bebe en brazos, descendia ella de la carroza y entraba en uno de los comercios bajo los soportales, donde se aturullo de repente al suponer que su querencia por el poeta podia estar resultando demasiado notoria, obvia para cualquiera que quisiera verlo, y por ello, al concluir sus gestiones, regreso azorada a la carroza, con el fuego del miedo en el rostro y la mirada fijamente clavada en el suelo, como si quisiera demostrar al mundo su rechazo repentino hacia la incipiente necesidad que la invadia, hacia la infidelidad que implicaba, hacia el escandalo que podria desatarse y, por supuesto, hacia el consiguiente castigo que por todo ello la aguardaria. Y a cambio de todo ese riesgo, ?que compromiso por parte del poeta tenia? El domingo siguiente, en la iglesia, decidio confiarse al parroco. Esa sexta oportunidad adquirio inquietantes tintes de prodigio turbio cuando al llegar en la carroza a los aledanos de la iglesia en compania de su esposo vio a Gabriel sin llegar realmente a verlo. Una intuicion insistente e imposible de verificar le dijo que rondaba por la plaza, moribundo por ella, y por esa conviccion se dejo llevar mientras descendia del vehiculo y caminaba del brazo del gigante Montana hacia el portalon de madera del templo, y tambien cuando avanzo hacia el banco de madera que por deferencia de la autoridad religiosa les estaba reservado. Al poco se puso en pie para dirigirse hacia el confesionario, y entonces la atraveso como un relampago la seguridad de que Gabriel acababa de acceder a la iglesia y la buscaba con la mirada con la misma fiereza con que le habria gustado a ella buscarlo a el. Pero si habia un lugar peligroso era la iglesia, llena de feligreses contagiados por la epidemia de demencia instaurada por Montana en Padros. Casi al borde del desmayo alcanzo el confesionario y, mas que arrodillarse, se dejo caer contra su estructura para apoyarse en ella. El confesor era el mismo de siempre, ese hombre silencioso y severo ante el que habia enumerado Leonor las decepciones de su vida matrimonial hasta que entendio que se trataba de otro sicario de Montana, uno de los mas astutos y malvados. Pero esta vez, por una osadia loca que no pudo y acaso no quiso evitar, se lanzo a abrir su corazon con ritmo mas veloz y resuelto a medida que desgranaba las infelicidades, sinsabores y desprecios que entranaba la vida de esposa del senor del caseron. No queria seguir sumida en la locura, dijo atreviendose a levantar la voz. No queria seguir sumida en la locura… Latia tanto en su pecho la intuicion materializada en la plaza sobre la cercania de Gabriel, sentia tanto su apoyo invisible, que alzo los ojos para buscarlo, convencida de que iba a localizarlo al primer golpe de vista, como efectivamente ocurrio. Desencajado y palido esta septima vez, la escrutaba el poeta desde el banco mas proximo al confesionario, arrodillado a tan poca distancia de ella que de haber extendido ambos las manos sus dedos se habrian rozado. Pero Gabriel, en vez de darle el apoyo que ella esperaba para seguir cargando contra la condena a resignacion perpetua, se puso en pie y huyo a toda prisa en busca de la salida, como si de repente le hubiese faltado el aire. Su carrera, frenetica y titubeante, resulto ofensivamente ruidosa en un lugar consagrado al silencio y convoco todas las miradas y alzo a su paso rumores de reproche,