acallados al unisono cuando Tomas Montana puso en pie su corpulencia entera y, estatico en el centro de la iglesia, usurpo la autoridad de los curas y hasta de Dios para clavar sin prisas sus ojos de acero sobre la figura que escapaba. Fue un derrumbamiento doble en el alma de Leonor; el primero, al suponer que Gabriel huia del compromiso de ayudarla, y el segundo, porque supo que Montana se habia puesto en el acto a atar cabos, sosteniendo con la mano de la inteligencia un extremo de la cuerda y con el de la extrema paranoia celosa, el otro. Resulto inutil, e implico a la vez un presagio negro, tratar de volver, temerosa y descarnada, al redil del confesionario. El rencoroso cura, otra vez dueno de su poder, le cerro la trampilla del confesionario en la cara, dejandola de rodillas a merced del mundo. No cruzo Leonor una palabra con su marido de regreso a casa, o mas bien fue el quien no le dedico una silaba o una mirada siquiera de reproche, probablemente concentrado en rumiar los posibles significados del lamentable espectaculo ofrecido por el titiritero poeta, como con desprecio habia llamado a Gabriel alguna vez que se habia referido a el. Esa noche no busco su marido abrazarla, y ello resulto a Leonor inquietante, premonitorio de inminentes tormentas originadas en los celos. Sumida en la oscuridad del dormitorio, la ahogo la angustia de quien viviendo acompanado se siente irrevocablemente solo, y no resulto suficiente la presencia tierna y amorosa del bebe dormido en la cuna a pocos metros de ella para desbaratar la desolacion. La noche jugo a su antojo con el fluir del tiempo. El insomnio acabo por hipnotizar a Leonor, desbarato su razon para arrojarla a pozos de alucinacion cuyas paredes parecian susurrarle el peor futuro concebible… Su vida, toda su vida, consistiria en envejecer sin pausa junto al hombre que la aplastaba fisica y moralmente, sin mas aliciente que volcarse, tambien toda entera, en el cuidado y educacion de ese nino al que adoraba. Pero ?como creceria en ese mundo hecho a medida y semejanza de Montana? A veces le aterraba pensar que ese bebe se iria transformando sucesivamente en un nino Montana, un adolescente Montana, un joven Montana y por ultimo un adulto Montana. ?Y ella? ?Que seria entonces de ella? Respingo con el corazon detenido un instante por la presion de la zozobra, y ese choque alzo su cuerpo sobre el lecho, como un resorte. Quiso respirar, pero el aire se habia evaporado o tornado solido, y no podian los pulmones absorberlo. A tientas, cada vez mas asfixiada en la oscuridad que se le antojaba creciente y en movimiento, busco una ventana al exterior y acabo por encontrarla, palpando la pared mientras creia morir mil veces. La abrio, bebio el aire fresco hasta hartarse, lo escupio entre toses y lo volvio a beber. Los miedos de la noche huian desplazados por las palidas luces del alba, que con trazo calmoso comenzaban a dibujar el horizonte del mar, la inmovilidad infalible del acantilado, la playa en marea baja… Un ser vivo diminuto y fragil reclamaba valientemente la atencion de Leonor sobre la inmensidad de la naturaleza. Volvio a sentir que se ahogaba, pero ahora por la presion incontrolable de la euforia. Era el. ?Que hacer? Algunas vidas se deciden en unos pocos segundos, y Leonor penso que ese era el momento que le habia correspondido a ella. Fue inutil que buscara en la tentacion de paz y resignacion que representaba su hijo placidamente dormido en la cuna razones que la retornaran al odiado sentido comun, la hicieran olvidarse de la figura de la playa, pues supo al vislumbrarla sobre la orilla, retadora y poderosa en su insignificancia, que moriria si no intentaba, si al menos no intentaba, la aventura intuida junto al poeta de los caminos. Fue, pues, un asunto de vida o muerte, y no inobservancia de las protocolarias formas sociales, lo que la lanzo escaleras abajo hasta la planta baja y, desde alli, hacia la sala principal y la puerta para atravesarlas y correr por el jardin dejando atras la casa y a las madrugadoras mucamas, estupefactas cuando la vieron pasar como el aire furioso que precede a la tempestad, e incluso a la sempiterna vigilancia del marido que, encerrado en el despacho, no supo de la turbulencia emocional que acababa de sacudir los cimientos de su casa. Y asi, presa de un delirio lucido, fue Leonor descendiendo por el camino del acantilado hacia la playa, atrapada en un impulso sin retorno que la llevo en volandas hasta la octava vez, la definitiva, el momento de atreverse a poner todo su corazon y todo su futuro en la pronunciacion del nombre magico de quien habia venido para desmontar su resignacion y, tal vez, hacer hermosamente peligrosa su vida:
– Gabriel…
11
– ?Como llegaste hasta la playa? -se lanza por fin Bastian a preguntar tras haber enunciado y rechazado mentalmente otras formas de abordar la conversacion con la desconocida que, frente a el, trata de aparentar calma y seguridad. Pero la delatan los pies descalzos, cuyas plantas restriega contra las baldosas en senal apenas perceptible de crispacion interna, y las manos, que sin poderlo remediar tiran nerviosamente hacia abajo del borde del jersey de lana para cubrir unos milimetros mas las piernas desnudas. Ha optado por el tuteo porque piensa que es lo natural tras haberla recogido de la playa, llevado hasta el caseron y acostado y arropado, sin contar con que durante todo ese tiempo ha tenido delante su cuerpo sin ropa. Por supuesto, la logica de Bastian ha descartado durante las horas de convalecencia que se trate de Vera retornada, pero la insolita irrupcion en su vida de la naufraga de la orilla le fascina irremediablemente. No es Vera rediviva. Pero podrian ser, de alguna manera, las turbulencias desatadas por Vera en la playa y en el acantilado las que hubieran succionado desde quien sabe donde a la desconocida para depositarla sobre la arena con el objeto de que el, y solo el, la descubriera y rescatara. No es Vera rediviva.
Clara se toma su tiempo para responder, tambien ensaya y desecha formulas y estrategias hasta que comprende, con inesperado alivio, que lo mejor es la simple verdad.
– Vine buscando a Eloy -dice al fin, muy despacio. Su propia voz le suena un punto ronca, casi desconocida; un calculo apresurado le permite precisar que estas son las primeras palabras que dirige a una persona viva desde que partio de Madrid hacia Padros hace cinco dias, exceptuando el breve intercambio de frases con la recepcionista del hotel y las indicaciones que pidio a distintos viandantes hasta que le aclararon el camino de la playa; tambien ha hablado con Eloy, bastante, mucho… Pero eso no cuenta: el calculo se refiere a personas vivas. Carraspea buscando suavizar la garganta y luego, para probar el ajuste vocal o porque es consciente de que la informacion que ha dado al desconocido es insuficiente, anade-: Murio hace diez dias aqui, en Padros. Un accidente de coche. Cuando volvia a Madrid, a nuestra casa.
El corazon de Bastian se encoge.
– ?Tu marido?
Ante la pregunta, Clara siente como sus musculos flaquean otra vez. Verbalizar una desgracia reciente es volver a traerla hasta primer plano, sacarla sin miramientos del camino de olvido o reposo que habia iniciado, si ello es posible.
– No. Eloy es mi hijo. Era mi hijo -pronuncia al fin, notando como la correccion del tiempo verbal le abre la carne.
Y calla, expectante sin saber que espera, quieta como si el menor movimiento pudiera matarla de dolor. Bastian percibe la intensidad del silencio, el suyo propio desconcertado, y el de ella, tozudo y ensimismado. Bastian no es padre, pero sabe que la muerte de un hijo constituye un impacto emocional mayor que la muerte de cualquier otra persona, sea cual sea la relacion que se mantenga con ella, y mira a Clara con respeto nuevo, recien nacido en ese instante. Tambien ha captado y memorizado el tiempo verbal utilizado inicialmente por la mujer.
– Lo siento -dice sin mentir ni exagerar, con todo el humilde sentimiento verdadero de que es capaz. La mujer, acaso remotamente relajada, desplaza unos milimetros el pie izquierdo, luego acomoda de igual forma el derecho e inspira hasta el fondo de sus pulmones. Bastian cree percibir que sus labios quieren comenzar a dibujar una sonrisa de cortesia, aunque por ultimo renuncien a ello.
Clara mira al hombre, midiendo el grado de autenticidad de su pesame.
– Gracias -replica con agradecimiento sincero.