no.

Toma un taxi que lo lleva de regreso al piso de San Blas. Ocasionalmente, le sacuden durante el trayecto temores nuevos: Humberto lo ha retenido como a un imbecil en el Palace para entrar con impunidad en el piso y recuperar el dinero, y ahora lo estara esperando comodamente instalado en el salon. Tambien teme que en la porteria pueda hallarse aguardando la policia, hasta ahora no convocada entre sus fantasmas, con una simple y terrible orden de detencion como sospechoso del tiroteo de Padros, de la muerte de Amir o Amin, del robo del dinero y de quien sabe cuantas cosas mas… Ser acusado de la muerte de Vera seria el peor de los castigos, y prefiere no detenerse a analizar esa posibilidad no menos plausible que las otras. Acobardado por sus fantasias, pide al taxista que lo deje en el cruce proximo a su nueva casa, y desde alli camina cauteloso y rigido como un absurdo aprendiz de guerrillero urbano, hasta que se encuentra frente al portal y comprende que sus opciones son permanecer alli indefinidamente o entrar.

Sube por las estrechas escaleras que, caso de una celada, se le antojan mas seguras que el ascensor, y ante la puerta de madera del piso consume casi una hora entera, dubitativa y tensa, antes de decidirse a meter la llave en la cerradura. Abre. Hay oscuridad. Lo logico en una emboscada. Pero recuerda que apago las luces antes de salir, y esa certeza, paradojicamente, incrementa la incertidumbre. Sin cerrar la puerta de la calle, acerca la mano al interruptor y enciende la bombilla del techo que ilumina el minimo recibidor. Ve el pasillo, con su horrenda comoda de imitacion madera, la puerta entreabierta de la cocina y la de su habitacion, cerrada como el la dejo pero tambien como pueden haberla vuelto a dejar los verdugos para que el no sospeche nada. La inmovilidad que reina en la casa, al ser absoluta y silenciosa, hace mas exasperante el sonido de un partido de futbol televisado que llega desde una de las viviendas contiguas. Al lado hay gente, podria gritar pidiendo ayuda. ?Y si no me oyen por el futbol? Grotescamente, como un actor de vodevil en una escena de alcoba, carraspea de la forma mas ruidosa que puede con la idea de sorprender a los asesinos y hacerles realizar algun movimiento delator de su presencia. Cuando transcurran unos meses y la nueva identidad de Juan Bastian sea una realidad endeble pero relativamente cierta, hara un dia recuento de todos los gestos ridiculos que ha hecho por culpa del miedo a Humberto, y esta engolada tos falsa puntuara como uno de los mas humillantes para su dignidad. Dado que nadie reacciona, decide aventurarse en el pasillo a pesar de las imagenes inconcretas, transferidas desde la memoria cinefila, de curtidos pistoleros que aguardan tras la puerta revolver en mano. Pero encuentra vacias la cocina y su habitacion, y tambien la habitacion de invitados y el bano y la sala, y cuando siente que se tranquiliza le asalta un nuevo terror y corre otra vez por el pasillo, ahora en sentido inverso, para cerrar de un golpe la puerta que dejo abierta y echar los pestillos. Atrincherado por fin, se cree a salvo y con animos para volver a la habitacion, encaramarse sobre una silla y rescatar del altillo del armario la bolsa con el dinero. La abre, comienza a contarlo. Cuando lleva doscientos ochenta y cinco mil euros comprende que si un intruso hubiera entrado en la casa se habria llevado todo el contenido de la bolsa, y no solo una parte. La cantidad de dinero, su volumen fisico, es ciertamente el primer problema que debe sacudirse de encima. Ya le hartan la esclavitud de cargar con la bolsa para el menor desplazamiento y la opcion, aun peor, de ocultarla en la casa temiendo todo el tiempo que puedan llevarsela. Pero ahora tiene una idea de camuflaje que considera genial. Se le ha ocurrido en la pasteleria a la que entro la vispera para comprar una botella de agua. Detras del mostrador, una senora mayor, maternal y aristocratica, que envolvia en papel satinado una tarta de cumpleanos para otro cliente, interrumpio la tarea para sacar la botella de agua del gran refrigerador que tenia a su espalda. Ante la apacible dama sintio una paz infinita, debido a que su paranoia habia decidido considerarla la primera persona de las que se cruzo desde su llegada a Madrid de apariencia suficientemente inocente para descartar su relacion con los sicarios, y ese breve amago de felicidad, al que siguio aferrado mientras ella, tras atenderle, continuaba doblando mimosamente las puntas del papel de regalo, le habia sugerido la idea que ahora pone en practica en el piso.

Envuelve uno por uno los fajos de billetes enrollados en papel de aluminio bien prieto, y luego los va amontonando ordenadamente en el congelador de la nevera. Su botin adquiere asi la apariencia inocente de solomillos o rodajas de merluza, a los que coloca delante, como sacos terreros de una barricada, dos cajas de polos de chocolate y una bandeja con langostinos. Apostaria su vida, y de hecho en parte lo esta haciendo, a que ni el mas sagaz profesional imaginaria que tras el marisco en oferta se esconde una pequena fortuna. Aun asi, y para redondear la estrategia, deja casi desperdigados dos mil y pico euros en billetes diversos bien a la vista en el cajon de la comoda. Le parece rentable apostar esa cantidad a cambio de que cualquier posible ladron se de por satisfecho al encontrarla y no se arriesgue a buscar mas. Sin reparar en la esencia demente de la faena que acaba de concluir, contempla con satisfaccion el congelador abierto, que entre alientos de vaho muestra el primer hecho ordenado de su nueva vida.

La iniciativa tan endeblemente retomada le concede sin embargo un punto de serenidad y otro de valor, y se anima a sumarlos ambos para comenzar el siguiente dia dirigiendose muy de manana, cuando apenas ha amanecido, hacia el barrio donde durante anos vivio Sebastian Diaz. La plaza del Carmen, a pesar de la proximidad con la Puerta del Sol, habitualmente plagada de turistas, se muestra a esta hora casi vacia, a excepcion del vehiculo del ayuntamiento que riega con parsimonia ruidosa las aceras. En el centro de la plaza se alza una curiosidad arquitectonica sobre el aparcamiento subterraneo: un puente curvado que siempre se le antojo triste, pues no corre cauce alguno bajo el. Se acoda en la baranda de piedra, de cara al viejo teatro que ha estado alli desde siempre, y ve la ventana de su antiguo piso. Esta entreabierta, con la persiana bajada casi por completo, lo que indica que tiene inquilinos nuevos esa casa donde el… ?vivio? Se esfuerza por buscar un verbo de sentido mas veraz. La gente suele decir «en esta casa fui feliz» o «en esta casa estudie la carrera» o «en esta casa se rompio mi matrimonio»… Bastian tarda en hallar el verbo. Dubitativo, inquieto, se sienta en el banco de piedra junto al puente, y alli, poco a poco, con una valentia que jamas tuvo Sebastian, se atreve a formar en la mente la frase: «En esta casa perdi dieciseis anos de mi vida». Le pasma su repentina y cruel precision. ?Acaso Bastian es mas inteligente que Sebastian, mas lucido, mas libre? Entonces, como un psicoanalista en la primera sesion con el paciente nuevo, comienza a hacerse mas preguntas, que para su sorpresa surgen con nitidez inmisericorde:

– ?Por que viniste a Madrid desde Padros? -formula en voz alta. El sonido de su voz da solidez a la verdad rigurosa con la que se responde a si mismo:

– Queria triunfar en el mundo del espectaculo, o en los medios de comunicacion. No se si como actor, director o hasta productor, la verdad es que no lo recuerdo. Productor de cine, de television, me daba igual. Queria la fama, y tenia la herencia de mis padres para intentarlo. Pero todo salio mal.

– ?Por que?

Traga saliva, duda. No por miedo, o no solo por miedo, sino sobre todo porque le gustaria hallar los terminos exactos. Definir su pasado merece ese esfuerzo. A pocos metros de el, un mendigo de larga barba sucia y gris que acaba de desperezarse en un banco cercano lo observa mientras abre un carton de vino.

Calla como si meditase sobre la pregunta que acaba de escuchar y tambien pronunciar. Ahora la pausa si esta hecha de miedo.

– Porque no me lo tome en serio. Ni pense bien los pasos que daba. Iba a ciegas. Produje una obrita de teatro con un grupo de amigos. Alquile un sitio para ensayar, empezamos a hacerlo, pero no nos entendiamos y lo dejamos. Produje un corto porque me gustaba la actriz que lo iba a protagonizar, ese si llegamos a hacerlo, me costo bastante dinero y paso sin pena ni gloria. Nunca supe mas de la actriz despues de aquello. Monte una revista de cine, y tuvimos que cerrar en el tercer numero. Yo era muy simpatico, salia todas las noches, tenia dinero y amigos. El dinero se iba acabando y los amigos se fueron detras. Tuve que volver al caseron de Padros, que por suerte habian comprado mis padres hacia mucho, en los anos sesenta, y seguia siendo mio.

– Resumiendo…

– Resumiendo… fracase.

– ?Por culpa de quien?

– Por mi culpa.

Se queda mudo, pensando si es posible ampliar la respuesta y culpabilizar a alguien mas, pero sabe que no. Tampoco encuentra otra pregunta. Tal vez tengo que plantarme en esta y meditar largamente la respuesta… Mi culpa.

Y lo hace. Se queda inmovil, en silencio, ahondando, ahora sin verbalizaciones, en la sima de una autobiografia que subitamente reconoce vacua e inutil. La desgarradora inmersion le permite por un instante olvidar que es un hombre perseguido. Sin embargo, sigue presente en primer plano el dolor por la muerte de Vera. Has sido lo mejor de mi vida. Lo unico bueno. Contra esa revelacion, nitida como

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