las letras gigantes que en la fachada del teatro anuncian la comedia que se representa, no hay defensa ni refugio, porque es la transparente verdad. Lo mejor de su vida, como se empena en llamarlo sin hallar motivos para la duda razonable, duro apenas dos semanas divididas en compartimentos estancos de un punado de horas, a veces algun dia entero. Todo lo demas es nada.
El mendigo se ha aproximado hasta el, avivada inevitablemente la curiosidad por alguien que lleva un rato hablando solo.
– ?Te sobra un euro? -le pregunta con gravedad. Posee una mirada de ojos intensos y limpios, extranamente sinceros. Bastian piensa que esa mirada debe de ser su unico patrimonio, lo mejor que tiene, y por eso se esfuerza el barbudo en exhibirla.
– ?De donde eres? -quiere saber antes de entregarle el euro.
– No recuerdo.
– ?No recuerdas? -se sorprende Bastian. Y casi lo envidia.
– No -sentencia el otro. Y se ve que habla muy en serio. Bastian siente hacia el mendigo simpatia inmediata. Es un extraviado del mundo de los vivos, como el. Echa la mano al bolsillo donde guarda el dinero.
– Si no te acuerdas del sitio, no debe de merecer mucho la pena -dice, y deposita en la mano del mendigo unos cuantos billetes desordenados. Hay varios de cien y uno o dos de doscientos. Siente un escalofrio de euforia al hacer la entrega.
El barbudo mira el dinero y alza la vista hacia el, grave como antes pero ademas con el ceno fruncido, molesto.
– Este dinero no vale… -ahora su mirada parece dura, retadora, incluso irritada. Se pregunta Bastian que ha desatado este repentino enfado. ?Y si es uno de ellos?, piensa de pronto.
– ?Que quieres decir? -mira atemorizado por encima del hombro del mendigo. No hay nadie a la vista. Se tranquiliza.
– Yo no puedo entrar a ninguna tienda con esto. Llamaran a la pasma y los maderos se repartiran la pasta. Darmela a mi es como darsela a ellos. Y ademas me costara alguna hostia.
Bastian acepta la logica del mendigo. Es la logica contraria a la de la gente normal, logica ilogica.
– Esperame aqui.
Recupera los billetes y entra al banco de la esquina. El mendigo, que ha ido tras el, permanece fuera, junto a la puerta, como un perro bien adiestrado. Bastian, mientras pide cambio al cajero, lo observa a traves de la cristalera. Imposible elucubrar sobre su edad o lugar de procedencia. ?Seria alguna vez un hombre con suenos, un hombre feliz, enamorado? ?En que momento una gota desbordo el vaso y lo arrojo a las calles? ?Cual seria esa gota? ?
Sale a la calle con un sobre grande del que asoman billetes de cinco, de diez y de veinte, mas una bolsa de plastico repleta de cartuchos de monedas de euro y de dos euros. Hay, lo sabe porque se lo ha especificado el meticuloso cajero, mil trescientos cincuenta euros. Los pone en manos del barbudo, que de pronto es el mendigo mas rico del mundo.
– Ahora si -le dice intentando ser afable.
– Ahora si -acepta el mendigo sin sonreir ni alterar su expresion. Esa mirada poderosa no es su patrimonio, observa Bastian, sino lo ultimo que le queda. Hay un gran matiz de diferencia.
Se aparta, dejandolo a solas con su nueva fortuna, y se adentra sin rumbo fijo en las callejuelas de su antigua vida, donde cada rincon, y cada bar y cada comercio, y cada esquina contienen recuerdos y formulan preguntas. Quien no se conoce esta en peligro de muerte, incluso cuando no lo persiguen sicarios invisibles. Y Sebastian Diaz, osa decirse Bastian hoy, jamas se conocio a si mismo, ni le intereso demasiado hacerlo. Ese callejear va goteando reflexiones cada vez mas sinceras, algunas perturbadoras pero la mayoria simplemente decepcionantes, y cuando emprende el regreso a su nueva casa de San Blas, comprende que tampoco es un hogar, sino una guarida, una caverna. Amaso con sus propias manos, voluntariamente y a veces hasta con euforia ciega, una vida que no ha sido otra cosa que consumir horas, y dias, y semanas, y meses, y anos. La desolacion cerca su espiritu y amenaza con invadirlo y aduenarse de el para arrojarlo al pozo depresivo a cuyo borde se siente asomado de puntillas.
A esa hora del atardecer, su nuevo barrio se apresta para el comienzo de alguna fiesta popular con verbena de musica pachanguera y olores a fritanga, entramado de iluminacion todavia apagado y gentio que comienza a concretarse. Tal vez por el simple cansancio fisico del largo dia caminando, o porque rechaza la idea de volver a esa casa donde todo es mortecino y gelido, ocupa una mesa de uno de los chiringuitos y se dedica a observar. Casi en el acto, veloz como un gato ansioso por posarse en sus muslos, salta sobre el la pregunta, matizada por horas girando en su cabeza.
La amplitud de respuestas es inabarcable, pero si esta claro que ahi nacio o comenzo a nacer, a correr, Bastian. Y ahi murio, o mas bien fue metaforicamente herido de muerte, Sebastian Diaz. Nunca antes lo habia visto de esta manera.
La feria va llenandose de luz artificial a medida que llega la noche. Potentes altavoces informan del inminente comienzo de un concierto pop y unos adolescentes intentan entre risas, en una mesa cercana, trocear con los dedos una enorme pizza que se les desparrama entre las manos. Por ese gesto inocente, Bastian se siente inexplicablemente el ultimo hombre desdichado sobre la tierra, abandonado a su suerte en la masa humana que se desplaza hacia la carpa del concierto. Los adolescentes, de pronto, salen en estampida hacia la carpa, apresurados como si hubiera una bomba bajo la mesa. Sobre ella, ademas de unos cuantos vasos de plastico con cerveza sin espuma y refresco recalentado, queda la destrozada pizza. Bastian, al verla a su alcance, siente el mordisco del hambre, natural en quien apenas ha comido desordenadamente en los ultimos dias, y se atreve a hacer algo que el pulcro Sebastian nunca habria hecho: tomar un trozo y comerselo tranquilamente. Hay cierto placer arrogante en ese acto, cierta ruptura del orden que le satisface aunque sea nimia, y se aventura a picotear tambien los restos de patatas fritas que asoman de un recipiente de carton.
Normalidad, se dice de pronto como si hubiera descubierto una clave magica.