que en 1902 atacaban, y con mucha rabia, a Gabriel Ortueno Gil y lo senalaban como el asesino del bebe.

– Pero en el prologo es su gran defensor. Raro, ?no? Tendria mala conciencia. ?Y la segunda cosa?

– Que Matamoros adivino su propia muerte.

– ?Lo mataron en la guerra? -igual que por instinto odia a Gabriel, Clara tiene simpatia por el viejo periodista. Tal vez por esa imagen que el da de si mismo, escribiendo a solas con el mar en la playa de Padros, igual que hizo Eloy cuando escribio la carta, igual que ella misma al leerla. ?Sera esta la maldicion de este acantilado? ?Su capacidad de atraer a la gente para que cuenten ante el su dolor y su soledad?

– No, el no llego a verla. Murio sin saber que hubo guerra civil. Tuvo un accidente poco antes, en junio de 1936. Tu hijo decia que fue el Diablo, porque los viejos no vamos dando saltos de roca en roca, y Rufino Matamoros se despeno por el acantilado, muy cerca de aqui. Asi murio. Y del libro de Gabriel… Eloy hizo fotocopias, pero primero lo leyo como loco, entusiasmado, ahi mismo, en esa silla donde estas tu ahora. Decia que era verdad.

– ?Verdad? ?Lo que cuenta Gabriel en la novela? -suspira Clara, atragantandose con la pregunta porque siente como sus temores, los peores, van a comenzar a volverse realidad. Y mira casi de reojo, como si fuera un ser vivo y peligroso, al librito que sostiene entre las manos. Sabe que debe leerlo, y hacerlo en el mismo lugar, en la misma silla donde lo leyo Eloy, posee un enorme sentido simbolico y real-. ?Te molesto mucho si me quedo aqui y lo leo en un rato? No es muy largo…

– Has venido a eso, ?no? -pregunta Emilia con dulzura. Sagaz como siempre, se ha adelantado a la peticion de Clara y ha sacado del armario una almohada y unas mantas que deposita en el sofa junto a ella-. A buscar a Eloy, a conocer todos los pasos que dio antes de irse. Te dejo sola, estaras mejor. Aqui tienes esta manta por si tienes frio. Ponte comoda.

– Si, he venido a eso -asiente Clara. Y con una sonrisa agradece a Emilia su hospitalidad infinita.

La estanquera sale y apaga la luz del techo. Clara continua sentada, renunciando a recostarse aunque se desplaza hacia la lamparita de la mesilla a su derecha. Abre el libro tras acariciar con las yemas de los dedos, junto a su cuello, la masa de papel seco que fue la carta de Eloy y comienza a leer. Pero por dos veces tiene que abandonar. El antiguo reloj de pared, verdadera reliquia del pasado que Emilia mantiene en funcionamiento, le impide concentrarse con su preciso tic tac metalico. Clara se aproxima a el y detiene el mecanismo que le da movimiento. Sabe que la estanquera aprobaria su gesto.

Ahora si hay silencio absoluto en la estancia, el silencio del tiempo parado. Y de pronto, piensa que Eloy pudo hacer lo mismo cuando se dispuso a leer Todo el amor y toda la muerte apenas un punado de dias antes. Asi lo quiere creer Clara, y asi lo cree.

Solo entonces, aferrada a uno de los extremos de ese hilo invisible que su imaginacion acaba de extender hacia el otro lado de la muerte para que su hijo agarre la otra punta, se siente lista para comenzar a leer.

21

– Y sin embargo, aun me queda esa esperanza… -templa el tono Gabriel para enfilar el ultimo parrafo de Todo el amor y toda la muerte. Ha leido a Leonor en voz alta su libro, y la lectura ha sido la narracion mas precisa de su desdicha que se puede concebir, pues no en vano ha dedicado largas noches a redactarla y matizarla. No necesita Gabriel mirar el texto para recitar el desenlace. Lo conoce de memoria, y por ello tiende la mano hacia Leonor. Ella la toma mientras ambos se miran a los ojos-. Una mujer de carne y hueso que aparezca un dia para romper con su sola presencia, con su amor sin limites, el terrible hechizo que me arrasa. Una mujer real que sea capaz de burlar a la muchacha transparente y sepa vencerla. Una mujer de generosidad humilde y verdadera que pueda, mediante sus besos hondos y sus palabras ciertas, insuflarme el aire que hoy me arrebata el mal del mar que vive, maldito, en este acantilado vuestro.

Finaliza y calla, exhausto por la verdad, cuya exposicion ha supuesto un esfuerzo titanico, fisico y moral. Leonor prometio escucharle y ha cumplido su palabra. Escruta los ojos enrojecidos del poeta tras la lectura, la suplica implicita en el jadeo de su respiracion agitada. Parece temer su juicio, y no sospecha que en realidad es ella la que siente miedo y vacio inmensos.

Mientras escuchaba, han venido a la cabeza de Leonor los muchos rumores que corren sobre Gabriel Ortueno Gil. Unos lo presentan como seductor insaciable y desalmado. Otros afirman que vino de Cuba convertido en loco incurable, tal vez peligroso, que a veces habia sido sorprendido abroncando al mar en playas solitarias, o implorandole. Acercarse al poeta, se dice, es adentrarse irresponsablemente en torbellinos desconocidos. Pero ya es tarde para plantearse eso. Ya es tarde para ella, comprende estremecida Leonor. Nunca ha concedido importancia a las voces de las mujeres anonimas que, al repetir esos bulos en voz baja y alborotadas por el rubor, echaban lena al fuego del mito romantico y bohemio del poeta. Seductor y amante lo acepto, pero loco… Aplastada por la realidad, posa Leonor su mano sobre la mejilla del poeta. Lo ve tan a su merced, tan pendiente de la palabra que ella vaya a pronunciar, del matiz que exprese su mirada o su sonrisa, hasta de las senales que puedan extraerse de la parsimonia o excitacion con que respire. Pobre Gabriel… Solo y loco en este mundo terrible… Pero al compadecerlo, al acariciar su rostro y profundizar en la desvalidez que expresan sus ojos no puede evitar que la remueva por dentro un vertigo tierno. La razon le dice que lo aparte de si. Pero ella no quiere hacerlo. O no puede. O no sabe.

– Entonces -quiere asegurarse y por ello pregunta con suavidad infinita-, ?todo lo que acabas de leerme es verdad?

La voz de Leonor, su simple sonido mas alla del significado de las palabras, es un balsamo para Gabriel, el salvoconducto que le permite seguir manteniendo esperanzas sobre objetivos que no esta seguro de saber definir: futuro, libertad, paz… Hablan desnudos, como deben hablar los amantes, aunque ellos todavia no lo sean del todo. Pero esa desnudez, aunque inocente, sigue conteniendo para ambos luminosidad en si misma, y los blinda contra las dificultades y el dolor. A pesar de la locura de Gabriel, que solo puede separarlos para siempre, Leonor siente que asi unidos estan a salvo del mundo exterior, sobrevuelan por encima de cotilleos malintencionados o realidades inhospitas.

– Todo -susurra Gabriel tras unirse al cuerpo de Leonor y refugiar la cabeza sobre la carne del hombro femenino.

– ?Existe la muchacha transparente?

– Existe. Yo he convivido con ella bajo el mar.

– Y ahora te acosa y te persigue…

– Y ahora me acosa y persigue…

– Te ahoga cuando te alejas de ella…

– Me falta el aire apenas pierdo de vista el mar. Tan cierto como que te estoy viendo.

Leonor alza los ojos hacia el techo de la cueva. Querria dejar la mirada ahi, prendida en la quietud desigual de la roca, a salvo de los vaivenes del corazon. Gabriel se ha liberado de sus miedos, pero estos se han trasladado a ella. Piensa en el pequeno Damian. Sono en huir con el, rescatarlo de la tiranica demencia instaurada en Padros por su padre Tomas Montana y darle un padre nuevo en la figura de este Gabriel bondadoso y lleno de ternura. ?Como imaginar que es un pobre demente, un infeliz sin futuro al que no le queda otra cosa que el abrazo que ella le regala ahora? Se pregunta que horrores debio de vivir el soldado Gabriel Ortueno Gil en Cuba para que su mente se haya refugiado en tal abismo de fantasia y delirio. Y sin embargo, este loco ha despertado en su interior sentimientos desconocidos a los que se siente incapaz de renunciar. ?Y si al hacerlo pongo en peligro a Damian? Mira al techo de la cueva mientras acaricia el cabello de Gabriel. La piedra, unos metros mas arriba, calla. La piedra, sin respuestas, esta a salvo del amor y de los suenos de libertad. Pero su mutismo es en realidad una afirmacion, solemne e irrevocable como los juicios de Dios: no habra huida ni vida nueva. Leonor siente como la resignacion regresa invicta, dispuesta a vengarse por su atrevimiento de retarla. Es hora de regresar a la rutina. Deshace con toda la dulzura que puede el abrazo que la entrelaza con el poeta. El casi se habia dormido, placidamente entregado al calor de la primera mujer que le ha escuchado. Leonor lo mira con ternura, a pesar de todo. Pase lo que pase, su deuda con este infeliz sera siempre inmensa. Gabriel le ha permitido saber que es posible mover lo inmovil, agitar la vida paralizada, mirar cara a cara al espejo.

Se visten en silencio. Leonor se siente derrotada y, sin embargo, ve al poeta risueno como un nino feliz, tan euforico por haberse liberado de la carga de la demencia que el cree confesion que ni siquiera ha intentado el

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