acercamiento sexual a ella. ?Y este es el letal seductor, este el amante que se torna imprescindible?
– Toma, esto es para ti. -Gabriel pone un papel en las manos de Leonor, rescatandola del hilo de sus pensamientos-. No lo leas ahora. Cuando te conoci quise hacerte un poema. No me salio, pero te regalo lo que escribi, solo el principio. Pero lo lees luego, en tu casa.
Una congoja subita arremete contra Leonor y esta a punto de transformarse en lagrimas. Pero por muchas razones no quiere que Gabriel la vea llorar, y apresuradamente abandona la cueva, de retorno a la realidad. En la mano aprieta el frustrado poema como si fuera un pajaro caido que estuviera resuelta a curar y devolver al aire.
Ya en la playa, se detiene al ver como el poeta, en vez de seguirla hacia el camino, ha dado dos pasos hacia el agua y mira, clavado en la arena, la inmensidad del mar, que se va oscureciendo a medida que cae el crepusculo.
– ?Que miras, Gabriel? -y en el acto se arrepiente de haber hecho esa pregunta, que el poeta, ensimismado, no responde. No es necesario, por desgracia Leonor sabe muy bien lo que la mirada de Gabriel rastrea entre las olas. ?Y ella? ?Que mira ella? Sus ojos permanecen sobre la silueta desdibujada por el anochecer, quieren memorizar sus contornos, retenerla a toda costa porque de pronto siente que esta primera vez que se han visto y abrazado sera tambien la ultima.
Lo toma de la mano y tira dulcemente de el. Gabriel se resiste un instante, y la mira a los ojos.
– Contigo me siento con fuerzas para vencerla, para hacer que se vaya.
Leonor sonrie para no desbaratar la felicidad del loco, pero tambien calla, porque sabe que decir una sola palabra es seguirle el juego, exponerse a ser absorbida por el torbellino.
Emprenden el ascenso, de regreso a la normalidad detestada. Las sombras de la noche los custodian como carceleros que vigilaran el puntual regreso de los presos a su celda, tras el breve paseo diario al aire libre.
– A partir de manana podremos abrazarnos mas tiempo, dos dias enteros. Tomas tiene previsto un viaje de negocios a la ciudad, y va a llevarse consigo al nino -propone Leonor, asombrada de si misma, de su valor. Su corazon se ha adelantado a la razon. Simplemente, quiere volver a ver a Gabriel. Tal vez el torbellino la ha arrastrado ya.
– Te esperare en la playa al amanecer de pasado manana -susurra el, pletorico y tentador. Y en su voz envolvente, y en su evocadora mirada fundida con las sombras, y en su fragil respiracion anhelante de ella encuentra Leonor las causas que hacen a este hombre infinitamente deseable para las mujeres que ignoran el extravio de su mente.
– Vendre a la playa al amanecer de pasado manana -dice, mirando a los ojos del torbellino. Y luego lo mira largamente cuando por fin se aparta de ella y emprende el camino del pueblo: una figura alta y desgarbada, portadora de enganosa felicidad transitoria y de desgracia segura, que eleva a modo de despedida el brazo antes de desaparecer, tragado por la oscuridad. Un nuevo presagio negro impulsa a Leonor a apretar entre las manos el papel que Gabriel acaba de darle. «Aferralo -parece sugerirle-, tal vez sea lo unico que tendras».
Ya en la casa, y apenas concluye con sus obligaciones de esposa, las gratas de atender a Damian y abrazarlo y las ingratas de explicar al celoso Tomas donde ha estado y de recibirlo luego en el lecho, se refugia en la soledad protectora de su dormitorio y desdobla entonces el papel, cuyo contenido lee y se dice a si misma en voz alta, tratando de evocar, al otro lado de las silabas, lo mejor de la mirada del poeta, lo que en el esta a salvo de su propia locura, si es que hay algo:
– Todo es nada, todo es a lo sumo tiempo que fluye.
Pero la frase, que ella esperaba cargada de sentimiento amoroso, la desconcierta por su oscuro pesimismo, por su fatalidad imposible de casar con las expectativas que ella habia dejado fluir. Siente que ha descrito Gabriel las tristezas de su vida, intuidas por su sensibilidad de poeta. Probablemente es incapaz de adentrarse mas alla en el terrible mundo de mentiras donde a ella la han coronado reina contra su voluntad. Tomas Montana asegura que la ama sin limites, y que ella es lo mas importante de su vida. Sin embargo, percibe desde hace tiempo su rechazo permanente, el asco que crece dia a dia dentro de su cuerpo y de su espiritu, y por ello se ha aprovechado de su inmenso poder en Padros para armar alrededor del matrimonio un gigantesco entramado teatral. Alli donde va, glosa en voz alta y arrogante el gran amor que siente por su esposa, y como ella le corresponde. Y los sumisos habitantes del pueblo, a fin de agasajarle la imaginacion, representan pegajosamente la pantomima de que envidian su felicidad, la perfeccion de su matrimonio y el amor inabarcable que se profesan. Leonor, violada cada noche por el hombre que dice morir de amor por ella, sale cada dia al balcon de este reino de la mentira y saluda a sus subditos porque no tiene otro lugar al que ir, y teme represalias que podrian acabar por hacer dano al pequeno Damian. Tal vez Gabriel, con su frase, ha querido mandar unas palabras en su auxilio, una idea al rescate de su esperanza. ?Habra querido decir que sus desdichas acabaran por pasar? ?Le sugerira que para ser feliz es preciso vivir el momento presente, y es su verso inacabado una invitacion a abrazarle sin pensar en manana? En cualquier caso, es la frase que este hombre loco e inutil para la vida ha escrito pensando en ella.
El papel, por su peripecia de humedad y sudor en el zurron de Gabriel y luego en la mano y en el regazo donde Leonor lo oculto al llegar a casa, muestra la tinta desdibujada en algunos de los trazos, y le hace sentir urgencia por copiar el ininteligible verso para ponerlo a salvo. Tal vez asi lo entienda algun dia. Se acerca al escritorio, toma papel de carta y pluma y, con su letra mejor dibujada, se aplica en transcribir una por una, como si compusieran un reto contra el mundo, las palabras de Gabriel.
Luego, mientras deja reposar la tinta, contempla su obra, y lo hace tan fijamente que la frase, como si tomara confianza, parece relajarse ante sus ojos y comienza a mostrar su hasta ahora oculto sentimiento amoroso. Son palabras exclusivas para ella.
Dobla el papel y lo guarda bajo llave en su cofre favorito, pequeno y de madera de roble, con adornos de cuero repujado. Inexplicablemente, siente que esos trazos de tinta son un seguro de pervivencia, lo que quedara del abrazo de Gabriel y Leonor mas alla de la muerte, un enigma seguramente indescifrable para quien, hallandolo en el futuro, se pregunte quien escribio esas palabras y por que.
Se mira Leonor al espejo. La hermosa joven reflejada sonrie vagamente, y hace que ella se anime por dentro. Y fortalecida por la complicidad de la mujer del espejo, Leonor se acerca a la cuna, besa a Damian y lo arropa, y luego se acuesta mirando al dosel sobre ella antes de cerrar los ojos.
22
– Si, te vi matar gente en esta plaza -repite Julian apenas se han acomodado en una de las mesas junto a la ventana del cafe.
Llueve otra vez, y el aire gris parece vibrar levemente por el viento humedecido. Al otro lado de la cristalera esmerilada, en el angulo opuesto de la plaza, puede verse, desnuda y sin cobijo, la esquina al aire libre donde estuvo la mesa en la que Vera le hablo de Humberto y pidio su colaboracion en el robo. Hoy, piensa Bastian, no brilla como entonces el sol ni tiene el frente a si a la mujer deseada. Vera, difusa y sostenida solo por su recuerdo, podria ser un espectro aterido que busca refugio de la lluvia y el viento bajo los soportales. A pesar de la calefaccion del cafe, a Bastian le desasosiega el frio. Tal vez es que desde la calle otro fantasma a la intemperie, el de Sebastian Diaz, le envia las vibraciones de su tiritona. Pero ahora la atencion de Bastian pende de un hilo que sostiene Julian, cuya frase ha evocado escenas de muerte en la plaza sin citar a Amir o Amin, como quiera que finalmente se llamase el hombre ensangrentado de cuatro anos atras.
El ex policia le sostiene la mirada, inquisitivo pero a la vez con un punto mordaz, y su expresion resulta todavia mas aspera cuando se esfuerza por agregarle una mueca cordial, la intentona de sonrisa de alguien que olvido hace mucho como sonreir o nunca supo como hacerlo. El silencio se estira entre ambos, justificado por la