Bajo el dominio del alcohol o de las drogas heroicas, o cuando se sufre la presion psicologica de la angustia, se piensa muy de prisa. En los estados de bienestar fisico y placidez intelectual, se piensa muy despacio. Hay hombres cuya velocidad de crucero en materia de pensamiento es enorme, y otros cuyo pensamiento se arrastra con la lentitud de una carreta de bueyes por un camino de montana. Pero esto no viene al caso.

Al traves de los cristales sucios de la ventana se recorta un retazo de cielo gris, derretido en una vaga llovizna. Cuando hacia las dos de la tarde. hay un poco de claridad, veo la fachada negra del edificio de enfrente en cuyos bajos esta el farmaceutico. De noche se iluminan las ventanas y en alguna de ellas, como sombras chinescas, aparecen las siluetas de un hombre y una mujer. Los tabiques de mi cuarto son muy delgados, de madera empapelada, pues de cada alcoba el dueno del hotel ha fabricado dos y hasta tres habitaciones. No es esta tan comoda como mi cuarto en el hotel del marroqui, pero tampoco tan lugubre como la mansarda de Pablino. Puedo escuchar, sin mayor trabajo, cuanto sucede en torno mio. Los ronquidos de un hombre, los quejidos de una mujer, una rina de amantes, las pisadas de un borracho que se aleja por el corredor, la conversacion de un pasajero que llega a la madrugada. Los primeros dias me interesaban esos ruidos, esas voces aisladas y desprovistas de una imagen concreta, esas posibilidades dramaticas y novelescas que encierra un cuarto de hotel. No llegue al extremo de abrir un hueco en el tabique para atisbar lo que ocurre al otro lado, como en 'El Infierno' de Barbusse. Papa leia ese libro a escondidas de mama y yo lo leia a escondidas de papa. Por mera distraccion me pongo a imaginar que tipo de persona corresponde a un determinado tono de voz, o a las pisadas que se acercan o se alejan por el corredor.

Al cabo de tres o cuatro dias de este apasionante ejercicio bueno -para un aprendiz de novelista- hice un descubrimiento sensacional. Digo sensacional pues proviene de una elaboracion de mis sensaciones auditivas. Las personas pesan menos o mas segun el estado de animo en que se encuentran, el grado de cansancio que soportan, o la hora del dia. En sus pisadas, mas livianas o mas lentas, se perciben estas diferencias de gravedad que podrian medirse en gramos o en onzas el dia en que algun sabio aleman se propusiera inventar un aparato para medirlas. Lo descubri el dia en que me puse a seguir los pasos del farmaceutico que a las seis de la tarde viene a ponerme la inyeccion. Despues de un largo dia de trabajo, siempre de pie, el hombre pesa mas aunque no haya comido en varias horas y tenga el estomago pegado a las espaldas. Sus pisadas no solo son mas lentas, sino mas pesadas, cargadas con el lastre de su cansancio fisico, su aburrimiento y su fatiga mental. Una tarde me conto alborozado que por la noche tenia una cita con una clienta de la farmacia por quien suspiraba inutilmente desde hacia mucho tiempo. Al salir, sus pasos eran ritmicos y ligeros, y apenas le chirriaban los zapatos. En cambio, la pobre mujer que hace la limpieza y es flaca, esqueletica, fantasmal, pesa como un elefante.

– Son las cinco de la tarde y todavia me falta barrer y arreglar los cuartos del quinto y el sexto. No puedo mas del dolor de cintura.

Pero los lunes sus pasos son ingravidos, casi juveniles, cuando muy de manana lleva un rollo de papel al bano del corredor.

A fuerza de meditar en lo que no me atreveria a llamar una tesis sino una hipotesis, encontre algo que puede ser una demostracion metafisica. El fenomeno fisico de la levitacion o sustraccion de un cuerpo humano a las leyes de la pesantez, tan frecuente en las experiencias de los misticos, jamas podria presentarse en un hombre de la densidad mental del pobre Pablino. Este no tiene sesenta kilos, con su cuerpo subdesarrollado, y en cambio Santa Teresa de Jesus era una monja grande, fuerte, corpulenta.

Por obra y gracia del impulso de su espiritualidad ascendente -el espiritu es la antimateria- la Santa llegaba a levantarse hasta dos palmos del suelo cuando se ponia en oracion. En cambio Pablino al caminar pesa como si tuviera doscientos kilos a la espalda.

En lugar de anotar todas estas tonterias sobre las pisadas… y el farmaceutico y la vieja que por las mananas lleva un rollo de papel al W. C., deberia ponerme a escribir mi novela. Creo haber encontrado el tema y en la cabeza me bullen las imagenes y las ideas…

Oigo los pasos del farmaceutico, y apenas pesan sobre el piso del corredor.

– ?Que maravilla de mujer! Figurate que anoche…

– Ya lo sabia.

El me miro con unos ojos inmensos que se le brotaban de las orbitas.

Hoy el farmaceutico llego contento, vestido con su mejor traje y no con el delantal blanco de los dias de trabajo. Olia a vino barato y no a esa desapacible mezcla de jarabes tibios y desinfectantes helados que lo envuelve en un aura durante la semana.

– Hoy, dia de Noel…

– Nochebuena, decimos en mi tierra.

– Las avenidas estan blancas de nieve. Se helo el estanque del Parque de Luxemburgo. Hay muy poca gente en la calle. Atravese tranquilamente la Plaza de la Concordia en mi Rolls. (Llamaba asi un infeliz Renault que habia comprado a plazos y de segunda mano.) Las vitrinas del Printemps y Galeries Lafayette arden de luces de colores. Hay San Nicolases vestidos de rojo a las puertas de todas las tiendas importantes. A mi me gusta esta fecha. Cuando te levantes y salgas a la calle te presentare a mi novia… Por cierto, ?no tienes alguna amiga, alguna novia? ?No? Es una lastima, pues podriamos salir los cuatro juntos a darnos una vuelta cualquiera de estos dias.

La euforia del vino se le evaporaba en el aliento y en las palabras. Cuando quede otra vez solo, mas solo que nunca, me asalto aquella idea de pronto. Llore un rato largo, lo confieso. Menos mal que se habia ido la pareja de vecinos ruidosos que pasaron la tarde riendo, conversando, diciendo obscenidades y sumiendose en profundos silencios de vez en cuando. Me sentia solo en el piso, solo en el hotel, solo en un pais helado y deslumbrante de nieve. Estas fiestas obligatorias me deprimen hasta las lagrimas. Nada hay tan desagradable como un catorce de julio en Paris, con las terrazas de los cafes atestadas de familias modestas que toman refrescos y despiden oleadas calientes que apestan a sudor. Grupos de obreros espanoles, que confunden la Place des Greves con la Puerta del Sol, gritan vivas a Espana. En el Pont-Neuf fuegos artificiales. La muchedumbre se abre en circulos concentricos para ver bailar unas parejas que no siguen fielmente la musica del acordeon. Huyo a barrios lejanos, busco calles oscuras y silenciosas, me siento en el banco de alguna placita desierta frente a un 'clochard' que en el banco de enfrente duerme la borrachera patriotica del catorce de julio.

Nota: El 'clochard' es un charco de soledad en medio de la calle. Una muchedumbre silenciosa, como la que vomitan las bocas del metro, es un precipitado de sudores y soledades que no logran fundirse.

Pocos meses antes de mi viaje a Paris cenamos los cuatro juntos por ultima vez. Habiamos ido a la Misa del Gallo en una iglesia del barrio. Mientras mi abuela y mi hermana preparaban la cena en la cocina, papa saco de su armario una botella de brandy y sirvio dos copas bien medidas. 'Hoy es un dia especial', me dijo guinandome un ojo. 'Llama a la vieja. A ella tambien le gusta de vez en cuando una copita de brandy.'

Hablamos de la crisis economica, del alto costo de la vida, de las prestaciones sociales, de un proyecto de huelga para pedir aumentos de sueldos y salarios. Al levantar las servilletas de los platos, encontramos los regalos de Navidad: una maquina de afeitar para papa, una mantillita para mi abuela, un estuche de tijeras para mi hermana y una corbata para mi. La prima de mi hermana se habia invertido en los regalos y la de papa en las deudas urgentes y la botella de brandy. Y con este y el vino a papa se le solto la lengua y conto historias de su juventud que a mi abuela le producian una fingida irritacion. En la casa vecina y en los barrios distantes estallaban cohetes y petardos de Navidad. Sonaban las campanas de alguna iglesia. El viento frio de diciembre tenia el cielo despejado y cubierto de estrellas. Soplaban rachas de musica y clamores lejanos. A veces ladraba un perro. El ruido sordo de la ciudad llegaba amortiguado a ese barrio de empleados, todos iguales, los empleados y sus casas, y dentro de cada casa un empleado que en ese momento, como todos los empleados en aquellas casas iguales por dentro y por fuera, se pondria a rememorar cosas de las Navidades pasadas.

– ?Por la vieja! -dijo papa levantando su copa.

– ?Por nuestro representante al congreso! -dijo mi abuela levantando la suya.

– Por la mas enamorada de las muchachas del barrio -dije yo. Mi hermana, roja y mordiendose los labios, salio corriendo y se encerro a llorar en su cuarto.

– ?Para que la molestas? ?Hoy es noche de Navidad!

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