poema, son identicos a ellos mismos y no pueden cambiar sin…

Aunque en los libros me salto generalmente las descripciones, a veces, cuando se les da un sentido y un contenido espiritual, pueden pasar. Los paisajes, decia alguien cuyo nombre nunca he sabido, son estados de alma, y hoy me siento euforico porque el cielo esta azul y el sol derrite los manchones de nieve que salpican los prados.

Un jardin puede transformarse con el viento que imprime un temblor, un movimiento de vaiven, una inquietud, a los arboles y los arbustos del parque. La lluvia puede lavar la atmosfera. El sol ilumina el color y salpica el suelo de sombras densas, con rebordes punteados de toques luminosos. Un jardin cambia con el dia, con la hora, con la manana cubierta de una capa de niebla y con la noche sumergida en una campana vibrante. Un jardin se transforma desde la infancia jubilosa de la primavera, pasando por la plenitud del verano y la orgia del otono, hasta la esqueletica desnudez del invierno cuando es apenas un trazo de carbon en una hoja de papel. En todos estos estados diferentes, en todas estas transformaciones, el jardin es y no es el mismo jardin.

En el reloj del palacio del Senado son apenas las diez y media.

Me gusta el jardin de Luxemburgo con su verja de hierro pintada de verde y sus lanzas doradas. Es injusto que solo las palomas disfruten de estos prados, dociles al tacto como un retazo de terciopelo o como el vello imperceptible que cubre la nuca de Chantal.

La pobre es insensata. Un aborto provocado puede producir danos irreparables, me dijo el farmaceutico.

Por los caminitos del parque pasean unas ancianas solas y silenciosas apoyadas en su baston. Me produce calofrios la soledad de los viejos en Paris. Yo no querria llegar a vieio en Paris. Bajar todas las mananas seis tramos de escalera, con las coyunturas y las articulaciones crujientes y dolorosas. Hacer la compra del dia, arrastrarse por calles hostiles, por avenidas insolentes, por plazas cuya vision produce desaliento y fatiga. Y la angustia de no alcanzar a cruzar el bulevar cuando el semaforo da paso a los peatones y un torrente humano se precipita de un lado a otro, dejando a los viejos atras como pobres insectos con las patas lastimadas. Y subir otra vez, deteniendose a descansar en los rellanos, una escalera cada vez mas larga y mas pendiente. Y en el cuarto de la mansarda el frio, y la soledad, y la angustia de ser arrojado de alli porque ha llegado un cliente mejor, y la soledad, y el temor de no recibir la pension a tiempo o la ayuda que envia algun pariente olvidadizo, y la soledad, y las noches eternas sin encender la lampara por temor a despertar a un vecino grunon, y la soledad, y viejas memorias olvidadas que de pronto afloran a la conciencia como fantasmas, y la soledad, y el miedo del infarto, del ataque, del colico, del dolor en medio de la noche, en un mundo hostil, y la soledad, una soledad espesa y pegajosa que produce una tremenda, una agobiadora, una amarga melancolia…

Un par de enamorados se arrullan en un banco. Un senor que luce la Legion de Honor en la solapa arroja migajas de pan a las palomas. Llueven sobre el en un remolino tornasolado. Los personajes de Balzac terminan, en la ultima pagina, con la roseta de la Legion de Honor en la solapa. Todos los funcionarios de cierta edad a quienes observo en el metro o en el bus, estan condecorados. He llegado a pensar que los franceses usan la Legion de Honor para distinguirse de los extranjeros. Un agente de policia -el kepis, la capa, los guantes, corresponden maravillosamente a los balcones de hierro forjado y a las mansardas grises- pasea su aburrimiento a la orilla del estanque. Una vieja encorvada y envuelta en un informe bojote de trapos le cobra al senor condecorado cincuenta centimos por ocupar su silla de metal, aunque haya centenares de sillas vacias. Yo siempre tengo la precaucion de sentarme en los bancos.

Los ninos juegan con los barquitos de vela mientras las mamas tejen interminablemente bufandas de lana. Me gustaria alquilarle al hombre de los barquitos el velero numero 17 que tiene las velas amarillas. Me paraliza la timidez. Es un sentimiento absurdo, pues en Paris puede uno hacer lo que quiera sin que a nadie le importe nada. Pero echar un barquito de vela a navegar en el estanque es algo que yo, aunque perezca de envidia con los ninos que los dirigen con su pertiga desde la orilla, no me atreveria a hacer.

El sol juega en la arena con las sombras fugitivas que proyectan las palomas al levantar el vuelo, y aviva el verde del prado que pisotean los pajaros, y restalla en la visera charolada del agente de policia, y cabrillea en el estanque, y enrojece la cintita roja que mi vecino lleva en la solapa. Estoy metido de cabeza en un cuadro de los impresionistas. Por pura presion atmosferica, me convierto en uno de esos caballeros barbados y de cuello de pajarita que levantan solemnemente la chistera al paso de una carreta cargada de un ramillete de senoritas de flores. (Queria decir: cargada de senoritas que recuerdan un ramillete de flores, pero la frase incorrecta es mas impresionista e impresionante). La imaginacion me esta funcionando al reves, como la memoria de Marcel Proust. Gilbertas, Albertinas, Odettes, marquesas de Villeparisis, duquesas de Guermantes, encaman en los personajes del parque. Entre Proust y yo se abre un profundo abismo de cincuenta anos, pero en los jardines del palacio de Luxemburgo, donde el tiempo se estanca milagrosamente como en 'A la Recherche du Temps Perdu', Proust y yo nos volvemos a encontrar. El reloj del palacio esta dando las doce y me tengo que ir…

CUADERNO N.° 4

El Consul me recibio con un bufido. El relato liso, sin dialogos, seria de una vulgaridad deprimente.-

– Le conteste que usted no habia vuelto por aqui desde hacia meses, y no sabemos donde se hospeda. Hace ocho dias recibi un nuevo cable, ya no de su hermana, sino de la Cancilleria,

– He estado enfermo durante un mes y solo hoy he podido levantarme. Estoy seguro de que en una de esas cartas me avisan el envio de un giro, pero como hoy es sabado y no hay bancos… Un momento, senor Consul, un momento… Como hoy es sabado y estan cerrados los bancos tal vez alguien pudiera prestarme hasta el martes unos doscientos o trescientos francos. Tengo que hacer un abono en la pension… (Aqui enumeracion de cosas ciertas e imaginarias que estoy en la obligacion de realizar.) Estoy terminando mi tesis y necesito algunos datos que usted puede suministrarme. Es un estudio sociologico sobre los estudiantes extranjeros que viven en Paris y el problema que representa, desde el punto de vista pedagogico, su extranamiento del habitat natural.

El Consul se mordio los labios y me alargo un billete de cien francos.

– El Ministerio me pregunta cuando saldra usted de regreso.

– El giro que me hicieron de la casa para pagar el pasaje se me fue en este mes de enfermedad… Usted comprende…

En ese momento aparecio a la puerta de la oficina mi amigo Miguel, el unico que he tenido en Paris y a quien no veia hacia por lo menos un ano. Por ser muchacho rico y de familia conocida, en el Consulado goza de un fuero especial. El Consul se levanto a saludarlo. Pero Miguel, en lugar de dirigirse a el, me abrio los brazos y me costo trabajo desprenderme de ellos. Es hombre generoso y emotivo a quien le estorban sus millones y esta empenado en hacerselos perdonar de todo el mundo. Es fuerte, bien plantado, elegante, con la apariencia de un 'gringo' y un ligero acento, pues en realidad ha vivido mas en los Estados Unidos que en su propia tierra.

Nota: Etnograficamente, el hispanoamericano es un ser, sorpresivo. Cuando se abren las puertas de una Embajada el dia de la fiesta patria, nadie sabe a que atenerse. Puede entrar un gigante rubio, hijo de padres alemanes y nacido en el sur de Chile; o un actor de cine italiano que es un funcionario de la Embajada argentina; o un africano del Congo Brazzaville, que es un ministro dominicano; o un sacerdote budista vestido a la moda occidental, que es un millonario boliviano; o un estudiante como Miguel, en cuyos ojos aflora un remoto abuelo africano, y en el cutis el tinte hepatico de los aborigenes andinos de la region ecuatorial.

El Consul me dio una palmadita amistosa y familiar en la espalda y cambiando el usted aspero de hacia un momento por un tu mas cordial, me dijo:

– Tienes que cuidarte. Una convalecencia en invierno es muy peligrosa. El martes hablaremos de tus problemas. Ya vere como arreglamos tu viaje para lo mas pronto posible.

Miguel me miro sin comprender lo que pasaba.

– Esperame cinco minutos y almorzaremos juntos. Nosotros tambien nos vamos, y quiero hablar con el Consul un asunto muy breve sobre mi certificado de estudios.

– ?Todo el mundo esta de regreso!, exclamo el Consul. Las noticias son cada vez peores… El dolar continua subiendo a saltos… Otra vez se habla de un golpe de Estado, de una revolucion, de una dictadura, ?que se yo! Desde que me conozco jamas he recibido buenas noticias. No me extranaria que alguien me dijera en alguna

Вы читаете El Buen Salvaje
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату