Iba disfrazada de blanca, con gorro, chaqueta de gamuza, botas blancas que le llegaban hasta ese lugar en que la pantorrilla comienza decididamente a ensancharse. La invite a un conac y luego a mi hotel, lo cual acepto encantada. Cuando salimos y ella me cogio de la mano, senti una impresion de verguenza. Me parecio que las senoras que pasaban por la calle, y las parejas que se besaban en la esquina, y el agente que dirigia la circulacion, se burlaban de aquella negra cuyas botas blancas contrastaban escandalosamente con su rostro primitivo, de labios gruesos y dientes de antropofago. Tenia la impresion de que podria destenir cuando comenzara a sudar, y al tocarla mis manos quedarian tiznadas. En la esquina del Parque de Luxemburgo no pude soportar mas tiempo la impresion de verguenza y tomamos un taxi. Al llegar al hotel pase al otro lado de la calle, y en el bistrot, sin necesidad de mostrar el cheque de Miguel, me prestaron cien francos. Si no lo hubiera tenido en el bolsillo, jamas me hubiera atrevido a decirle al patron que me prestara esa suma hasta el proximo martes.
El Evangelio de San Juan dice que en el principio era el Verbo. En el primer capitulo del Genesis el Creador les puso nombres a todos los seres y a todas las cosas. Primero nombro las aves, y los peces, y las estrellas, y despues los creo de acuerdo con los nombres con que los habia bautizado. La creacion es una nomenclatura. ?Que nombre le pondre a mi novela?
Al ver desnuda a la negra, como un idolo del Museo del Hombre en el Palais de Chaillot, la palpe con recelo y curiosidad, como quien pasa la mano por la piel de un reptil disecado. Al traves de la suya se sentia la vibracion de los musculos.
– ?Vienes? A media noche tengo cita con un amigo a quien le gustan las negras.
– ?Conoces muchos blancos? ?Te gustan mas que los negros?
El titulo tiene que ser seco y vibrante como el latigazo de un blanco en las nalgas de un negro, en un mercado de esclavos. Le di una palmada en las nalgas. Era resbalosa como un pez, vibrante como una anguila electrica. Puesto que estaba a punto de escribir la gran novela de America, tenia necesidad de reconstruir con cierto conocimiento de causa lo que debio ser el primer contacto de un amo y una esclava en ese periodo remoto en que America comenzo a fermentar a espaldas de la moral, la dignidad, la vanidad, el orgullo y la jerarquia. El fuerte olor que despedia su cuerpo, calcinado por un hervor de la sangre, me producia deseo de vomitar.
– A veces los blancos me producen asco. Son negros desollados.
La idea de que si queria seguir documentando mi memoria y mi imaginacion, tendria que intentar cualquier noche una nueva experiencia con una estudiante china o coreana que me representara a una india de America, me produjo horror. Tal vez por mestizos los hispanoamericanos llevamos en la sangre el horror de las razas amarillas y negras.
Cuando se fue con cincuenta francos que le di, apague la luz y trate de dormir. La incapacidad de encontrarle un nombre a mi novela me desesperaba. Si la comienzo en plena guerra de independencia tendre que resistir, como quien doma un potro cerrero, la tentacion del heroismo que hace cabriolas y la oratoria con las crines al viento. Y otra cosa. No olvidar que el paisaje es un devorador de escritores hispanoamericanos, cuyos personajes van achicandose cada vez mas a lo largo del libro hasta convertirse en hormigas que han perdido su hormiguero, aplastado por el tronco de un arbol. La mia sera una novela del hombre, entre seres humanos, cuando el hispanoamericano comenzo a existir. Y si no existe todavia es porque no esta bautizada. Para crearla tengo que bautizarla, pues con los nombres Dios hizo el mundo y con ellos el hombre hace la poesia.
La carta que le escribi a mi hermana para descargar mi conciencia, comenzaba con las disculpas de rigor: Una enfermedad, una huelga de correos en que debio perderse la primera mia en respuesta a la primera suya, una segunda huelga que paralizo el trafico aereo y debio tragarse en la voragine de la administracion mi segunda carta. Dolor inmenso por la muerte de papa, recuerdos familiares, solicitud de unas fotografias para adornar mi cuarto. Sobre todo le hablaba de la redaccion de mi novela, la cual a juicio de escritores con quienes converso diariamente en las revistas literarias, sera la mejor de cuantas se hayan escrito en diez anos. Promesa de viajar en el proximo invierno.
Bravos, vivas, aplausos. Un ujier me pasa un vaso de agua.
?Eso es hablar! ?Abajo los Estados Unidos!
Una tempestad de aplausos. Vivas. Escandalo en las barras. El Presidente agita furiosamente la campanilla. Me asfixio entre cien manos que me palmotean las espaldas. Es una escena imaginaria, claro esta, y podria suceder en el recinto de cualquier Congreso hispanoamericano. Pero hablando en serio, si America ya no tiene nombre, ?que nombre podria darle a una novela sobre America?
Esto no puede seguir asi. Releo el parrafo anterior, que escribi sin levantar la pluma del cuaderno, y senti