zapatos, un traje gris y una bufanda. Chantal daba saltos de contento cuando un lunes -los lunes no trabajaba en el cabaret- me vio llegar con el sirviente negro del marroqui cargado de paquetes; y luego de darme un bano largo y meticuloso como hacia tiempo no me lo daba, me vesti de pies a cabeza con la ropa nueva. Le pareci tan bien que me rogo prescindir de la clase ese dia, me hizo desvestir otra vez y poco falto para que el marroqui nos sorprendiera festejando las compras.

Si yo escribiera una novela con el marroqui como personaje central, y utilizando a los demas de soportes fisicos o de excitantes intelectuales, tendria que escoger entre dos procedimientos: uno en extension y el otro en profundidad.

Primer caso: Tomo al marroqui en su pais, dentro de una sociedad semifeudal y misteriosa, y lo proyecto al otro lado del mar como delegado a una conferencia de la Unesco. Al cruzar el Mediterraneo el hombre se siente violentamente desgajado de todo lo que para el constituye la realidad de la vida: su religion, su lengua, sus costumbres, sus amigos, su posicion, su gobierno. Una noche cualquiera decide dar una vuelta por los lados de Mont-martre. Despues de cruzar un dedalo de callejuelas oscuras, deslumbrado por la orgia de los anuncios luminosos, el estruendo de centenares de automoviles que pugnan por salir de la ratonera de la Place Clichy para seguir a la Place Blanche y a la Place Pigalle -esta escena seria clave dentro de la novela- mi personaje se apea del taxi y se lanza a descubrir el mundo por su propia cuenta. Le sorprende que nadie repare en su presencia fisica y en su prestancia social. Si en su tierra lo miraban y lo saludaban con respeto por saber quien era, en esta plaza de Paris deberian mirarlo y admirarlo por no saberlo. No solo los centenares de hombres y mujeres vestidos a la europea no vuelven la cabeza cuando el pasa, sino que los negros, los hindues, los japoneses, los arabes, los chinos, aun los musulmanes marroquies con quienes se cruza en la calle, no se molestan en mirarlo.

– En Paris Su Excelencia no tendra problemas -le dirian en Marruecos-. En la Place Pigalle lo abordaran docenas de mujeres bonitas y cualquiera lo llevara a los cabarets del sector.

Se detiene ante la puerta misteriosa de un local brillantemente iluminado. Un portero de librea verde con botones dorados y gorra de general de opereta, por senas lo invita a seguir al cabaret del 'Dragon Rojo'. Es Pablino. En el recinto misterioso y oscuro un senor de smoking lo conduce a una mesa, hace una sena en el vacio, y por arte de magia aparece un camarero con una botella de champana. El senor es Juanillo. Media docena de muchachas sin velo en la cara y mas que medianamente desnudas, bailan en un estrado en la mitad del salon. Terminado el espectaculo una de ellas se acerca con una sonrisa encantadora, pide una botella de champana, una flor a la muchacha que ha brotado de entre las sombras con un ramillete en la mano, se lleva dos dedos a la boca y luego los abre arrojando la idea de un beso al rostro mofletudo del exotico personaje. Esa muchacha es Chantal.

De ahi en adelante la historia comenzaria a caminar en el tiempo. 'Pasados tres meses, en el hotel de…' 'Cuando dos anos mas tarde Madame El-Ibraim…' 'El dia del asesinato de El-Ibraim por un negro silencioso y extrano que no era su sirviente como inicialmente se creia, sino un agente secreto de la sociedad «Los Verdaderos Amigos del Profeta»…' Veinte capitulos adelante una hermosa mujer acompanada por un nino de color de aceituna, tirando al de ciruela pasa, cruzaba ocasionalmente por la Place Clichy… El resto no importa. Esta es una de las posibilidades que debo considerar al escribir mi novela: su desarrollo en extension, a lo largo del tiempo y como una historia.

La otra posibilidad es la novela en profundidad, al practicar un corte vertical en un momento dado. 'Dentro de «El Dragon Rojo», insignificante cabaret de un catalan que responde al nombre de Juanillo, en momentos en que un extrano personaje marroqui bebia una copa de champana con una corista de la casa, sono un disparo y… Y en la averiguacion exhaustiva de este caso de policia, prescindo del tiempo o lo mantengo suspendido en el momento del crimen, y penetro en la intimidad de los personajes que rodeaban al marroqui. En el primer caso, una historia de diez o de quince anos, con sus antecedentes y ramificaciones, se comprime en cuatrocientas paginas. Infancia de Chantal en un suburbio de Paris; sus relaciones turbias con un fotografo homosexual; carrera de obstaculos de Juanillo desde su salida clandestina de Espana hasta su culminacion como patron de un cabaret en la Place Clichy; participacion de Pablino en la captura del criminal, etc. Yo no entraria en ninguna de las dos versiones y seria apenas el testigo impersonal que relata la historia de los demas.

?Cual de los dos procedimientos es mas aconsejable?

El primero, en extension, es el Quijote; y el segundo, en profundidad, es Otelo.

Nota: Prescindir de la mania de las referencias literarias. En este cuaderno pueden pasar, pero en una novela resultarian pedantes.

El primer procedimiento es mas artificial que el segundo. Es imposible comprimir quince anos y cuatro vidas en cuatrocientas paginas. A lo largo de la propia nuestra, aprendemos a conocer sucesiva, pero intuitivamente, por un rasgo, un gesto, una actitud, una palabra, a una persona cualquiera.

Ejemplo tomado de la realidad, que descubre a Chantal y al marroqui a traves de una escena al parecer insignificante:

Recepcion de una embajada musulmana en el Hotel Crillon. El ujier de casaca galoneada y pantalon corto anuncia al consejero cultural de la embajada marroqui y a su senora. Chantal sofoca un ataque de risa con un acceso de tos. Al entrar en el salon pasamos uno en pos del otro delante de cinco o seis senores, entre cobrizos y mulatos, que nos saludan a la manera occidental, a mi tendiendome la mano y besando ceremoniosamente la de Chantal. Esto le produce una impresion tremenda. Al lado de aquellos senores, nuestro marroqui vestido con sus mejores galas musulmanas. Nos lleva a un rincon apartado, cerca de un ventanal que mira sobre la Plaza de la Concordia: un carrusel de luces que giran en torno del obelisco de cristal. Con el rostro congestionado y descompuesto, el marroqui me observa con mal disimulada colera:

Primero: Tiene la sospecha de que de paso, en algun cafe, hemos tomado dos o tres whiskies innecesarios. Chantal le da un beso en un ojo para demostrarle que no huele a alcohol. El marroqui palidece de espanto, pero luego el rostro se le abre por la mitad en una sonrisa de cerdo.

Segundo: Presente a Chantal como a mi mujer, cuando ante la delegacion invitante ella es solamente mi hermana.

En aquella suntuosa sala, fuera de los camareros que bostezaban detras del mostrador, solo estaban el marroqui, el sirviente negro del marroqui, lo que este llamaba la delegacion invitante, una docena de arabes solemnes, dos o tres funcionarios de la Unesco y nosotros dos. Aquello no era una modesta cabila a la orilla del desierto, sino el desierto puro. Chantal se empena en probar de todos los manjares untandose los dedos indistintamente de mayonesa, salsa de tomate, mermelada, caviar, pate de foie-gras, etc. Cuando no puede comer mas, se limpia los dedos en el mantel de la mesa.

Nota: De un tiempo a esta parte he dado en hacer en estos cuadernos breves ejercicios de dialogo. Las paginas densas, sin el alivio de un punto y aparte y un espacio blanco, fatigan como una carretera gris y recta que se prolonga indefinidamente sin la sombra de un arbol o la alegria de una colina que interrumpe la monotonia del paisaje.

Decia que Chantal llamo a un camarero y le pidio un whisky. El hombre levanto los hombros en un ademan de desolacion muy frances.

– Entonces una ginebra doble… O una copa de champana… O un vermouth… O una copa de vino…

El marroqui se entretenia en aliviar de su carga una bandeja llena de pastelitos calientes.

– Hay agua de Vichy, de Vittel, Perrier, jugo de naranja, de pamplemusa, de limon, de tomate. Tambien tenemos agua de coco, que es deliciosa.

– ?Y lo invitan a uno solo a comer estas porquerias y a beber agua de Vichy?

El marroqui dio pesadamente la vuelta sobre si mismo, consternado, y me rogo que la obligara a callar.

– Los musulmanes no bebemos alcohol -mascullo con la boca llena de salmon ahumado.

Chantal miro olimpicamente la interminable mesa vacia, la brillante sala semidesierta y el solemne grupo de la delegacion invitante, estacionado a la puerta de entrada. Me arrastro de la mano hacia afuera, y en el ascensor, sin poder contenerse exclamo:

– ?Estos judios son una porqueria!

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